Prof. Julio López Saco
El mito productivo-patriarcal, encuentra en el logos político moderno su adecuada inserción, en función de su intento por lograr la verdad ilustrada, definida como conformidad entre la realidad social y el estado, es decir, entre el “ente” y la “mente”. De este modo, se logra una especie de secularización, desencantamiento y desmitologización del mundo arcaico del sentido, al precio de relegar dicho sentido al ámbito liminar de lo privado, religioso o, simplemente, marginal. Tal relegación, por la lectura desencantatoria del mundo mítico-matriarcal, es el fundamento del malestar mítico de nuestra ideología ilustrada, el sobreseimiento político del sentimiento reducido a mero significado funcional, tipificado por un consenso de procedimientos que olvida, al modo habermasiano, las oscuras y secretas religaciones míticas. El mito productivo patriarcal de la moderna política ilustrada reprime así, simbólicamente, el sentido axiológico de la existencia, que debe aflorar culturalmente[6]. Mientras la Ilustración intentaba abrir el pasado a un futuro transparente, el Romanticismo (filosófico), trataba de anclar toda superación en el arcaico rastro de un tenebroso sentido de origen; en el primer caso, el destino estaría ubicado hacia delante; en el segundo, claramente antes, detrás. Mediar entre ambos parámetros significa la fraternidad, el hermanamiento de los contrarios que implique la necesidad de recuperar el nexo o cemento psicosocial que falta o le falla a la razón y sus luces modernas. Sin la coapertenencia la razón patina en la abstracción. Así pues, implicar para explicar.
Siguiendo el rastro de lo que acabamos de señalar, diríamos, en consonancia con la estructuración ofrecida por Eugenio Trías en La Edad del Espíritu, que la prehistoria y protohistoria de la humanidad, corresponderían al abismo originario, a la unidad, al ámbito matricial (materia, naturaleza salvaje), es decir, a la madre-matriz-Magna Mater (la “selva” de los estoicos), mientras que la organización y la cultura ciudadana y estatal, patriarcal, representada en la antigüedad por Grecia, pero también y, fundamentalmente, por Mesopotamia, Egipto, China e India, es el Cosmos, fundamentado en un locus, el templo, y un tempus, la festividad, que supone recorte, demarcación, delimitación; ergo, ordenación y multiplicidad. La presencia de una figura teofánica o cosmocrátor, incide en la necesaria comunicación con un testigo, (que puede ser el profeta o el poeta), acogedores de la revelación y comunicadores con la sustancia mítica a través del acontecer verbal, como mitos y diferentes escrituras sacras. Sobre la revelación se produce una auto-reflexión, que adquiere un doble sendero: la “razón” de la revelación poética-filosófica, (como en Grecia o India), que produce un monismo impersonal, y la “voluntad” de la revelación en un ámbito profético-sofiológico, como en el Medio Oriente o en Israel, que revierte en un monoteísmo personal. El primer camino produce una ontología, carácter enunciativo-declarativo de la palabra del ser, mientras que el segundo desemboca en una teología, carácter imperativo, en este caso, de la palabra de Dios[7]. En el mundo occidental grecolatino convergen, confluyen, ambas tradiciones, en las que el Ser es Dios y Dios el Ser, como acontece en la filosofía de Plotino o Numenio, y como es ejemplar en el estoicismo, la gnosis valentiniana o las elaboraciones de los Padres Capadocios[8]. ¿ Se inferiría de todo ello que lo sacro es la base sobre la cual la razón reflexiona?. Creemos que sí. La apuesta por una cultura del sentido bajo la forma de una “conversación” y no bajo la de una estructura erigida sobre fundamentos epistemológicamente constrictores, rígidos, debe ser tendida en cuenta, idea que remite, por otra parte, a H.-G. Gadamer: el pensar es intimación con el sentido antes que demostración de la verdad.
¿Qué es lo que ocurre en el seno de la cultura china clásica?. El elemento matricial originario, natural-místico, lo representa el ideal de Dao[9], entendido en el Daodejing y el Zhuangzi, en su carácter cosmogónico, como maternal (bajo los apelativos de útero, matriz, agua), lo que respondería a una posible divinidad neolítica femenina, y en la presencia y acción de divinidades femeninas apropiadas de mitos antropogénicos, como el caso de Nüwa y su paredro Fuxi, pareja primordial. El factor patriarcal, escrito, legal, social y político es el marco de acción de una figura emblemática en China, a la par que Sócrates en occidente: Confucio, generador, al lado de otras importantes figuras del pensamiento antiguo (Mencio, Xunzi, o el legalismo del maestro Hanfei), de un pensamiento humanista-racionalista que esconde, solapa y reprime todo aquello sobrenatural, fantasioso, extraordinario, mítico. Finalmente, el elemento fratrial, siguiendo la terminología previamente empleada, iría de la mano del budismo, superador de polaridades a través de la trascendencia, y representante del estadio espiritual supra-natural. La cultura china de la antigüedad, por consiguiente, sería la suma de estos tres factores: el racionalismo, humanismo y la ética confuciana que solapan el ámbito mítico-simbólico que encarnó el daoísmo, aunque sin provocar su desaparición, por otro lado imposible, unido al trascendentalismo budista. El pensamiento original cosmológico chino, que abarca los fundamentos básicos, como la unidad del Universo o la realidad de la contradicción binómica yin-yang, fue el fundamento de las corrientes de pensamiento cívico-socio-político confuciano, humanista y racionalista, de predominio urbano y predominante en el seno de las clases dirigentes, y del pensamiento individual-naturalista y místico taoísta, propiamente rural y popular[10]. El pensamiento confuciano acabó imponiendo sus criterios, de modo semejante a cómo la humanidad moderna pretendió reconocerse en un solo núcleo sustancial: la razón, removiendo de la mina del espíritu la escoria no cognitiva de la superchería, los mitos y los sueños, aunque con la salvedad de que nunca lo ha podido hacer. Es por eso que aludimos en nuestra tesis al hecho, ya para terminar, de la pervivencia: quizá no se trate de hacer retornar el mito (parafraseando a J.M. Mardones), sino de reconocer que nunca se había marchado.
Caracas, octubre del 2007
[1] Debemos entender que el símbolo no desvela un significado cerrado, sino un horizonte relativamente abierto de sentido, profundo, no literal, escondido a la visión directa y al que se accede transversalmente, por la imagen, la metáfora y, por supuesto, el símbolo. El símbolo realiza, por lo tanto, un develamiento del sentido axiológico.
[2] Desde este punto de vista, el sentido remite al sujeto y su significación ontoaxiológica; la verdad, lo hace al objeto y su significado.
[3] La sobrenaturalaza o gracia, no destruye la naturaleza, la perfecciona. De ahí el paso del optimismo protoilustrado griego al romanticismo barroco cristiano.
[4] Esta filosofía de la implicación es el paso de la filosofía del ser racional a una hermenéutica del sentido relacional: racionalidad y surrealidad, por consiguiente, como parte de la realidad humana.
[5] Las tres figuras aquí reseñadas, Hermes, Sócrates y Jesucristo, re-median los contrarios, cada uno de ellos a su modo: mitológico, filosófico y religioso, respectivamente.
[6] Creemos, al respecto, que en la cultura, como ámbito romántico del sentido, este está sobreseído por la polis y su consenso político abstracto. Evidentemente, no podemos, ni debemos, volvernos hacia la premodernidad romántica acrítica, pero tampoco cerrar los ojos, o dar la espalda políticamente a la cultura romántica y su búsqueda de identidad simbólica. No debemos olvidar la correferencia del ente al ser, de la ética al ethos, del logos al mythos y de la conciencia colectiva al inconsciente, también colectivo. En la modernidad, el logos greco-cristiano funge de racionalidad vigente frente a la irracionalidad, irracionalizada, de paso, por nuestra propia razón, del tortuoso laberinto de deseos, pasiones y emociones que pertenecen al Hades oscuro de nuestra consciencia originaria.
[7] En la religión, el lenguaje informativo o enunciativo desciende, mientras asciende, proporcionalmente, el expresivo, emotivo e imperativo.
[8] Proclo, por ejemplo, personifica las formas ideales platónicas en ángeles, algo análogo a lo que acontece con los Amesha Spenta iraníes, intermediarios entre Spenta Mainyu, hijo de Ahura Mazda, y la humanidad, que son, al mismo tiempo, atributos de Ahura Mazda y realizaciones interiores de todos los que siguen el orden de la verdad zoroástrica.
[9] Dao se incluiría, originariamente, en el mito creador matriarcal, en la urdimbre, según el cual el ser humano se encuentra imbricado en lo numinal.
[10] El pensamiento chino se fundamenta, esencialmente, en diagnósticos no cuantitativos, sino cualitativos: cualidades, valores y direcciones del movimiento (direccionalidad en sentido de la consolidación, yin, o de la expansión, yang), no medibles ni limitables. Frente a la estructuración de la ratio subjetiva en Occidente, el Libro de las Mutaciones, por ejemplo, se refiere a cualidades-fuentes, no a fijaciones estáticas (materialismo), sino a los puntos de intersección y cambio. El pensamiento chino no encuentra, por consiguiente, su límite en el mundo exterior u objeto, sino en el sujeto, en el interior, en el propio centro.