28 de septiembre de 2007

Mapa: distribución de fósiles de Australopitecos



El mapa señala algunos de los principales yacimientos que contienen fósiles humanos de australopitecinos, en un área que se despliega desde Etiopía, pasando por Kenia y Tanzania, hasta la República Sudafricana. Esta vertiente oriental del continente, en donde están la mayoría de los restos, coincide con la gran falla del valle del Rift, que se extiende desde el Medio Oriente hasta el sur de África. Es una zona geomorfológicamente apta para el hallazgo de fósiles, pues supuso una barrera geográfica y climática en relación al oeste africano, mucho más húmedo y con una vegetación selvática, frente a las sabanas y bosque bajo de la cornisa oriental. Mientras en el oeste se refugiaron gorilas y chimpancés, en el este caminaron erguidos los australopitecinos. Esta aglomeración llevó al paleoantropólogo Yves Coppens a denominar la zona como East Side Story en 1994. Sin embargo, hallazgos fuera de este territorio, en concreto en Chad, parecen ampliar la expansión australopitecina más allá de los límites del África Oriental.
Prof. Julio López Saco

Cuadro taxonomía de los primates


Cuadro que contiene las relaciones filogenéticas entre los primates. Obsérvese la secuencia de separación humana de los grandes simios: primero los gibones, luego los gorilas y, finalmente, los chimpancés.
Prof. Julio López Saco

Paleoantropología: cráneo de procónsul africanus



Fósil de prehomínido o antropiode simiesco encontrado por Mary Leakey en Kenia, denominado con las siglas KNM-RU 7290, con una cronología entre 27 y 17 m.a.

Prof. Julio López Saco

Esquema evolutivo humano



Esquema evolutivo de los homínidos basado en un diagrama elaborado en el Museo de Historia Natural americano Ian Tattersal, modificado y rediseñado, bajo consentimiento del autor, prof. Giorgio Manzi (Universidad La Sapienza de Roma), publicado en Paleoantropologia in “XXI Secolo”, Enciclopedia Treccani, Roma, 2006. Publicado, así mismo, en http://www.paleontologiaumana.it/

Prof. Julio López Saco

Paleoantropología: las Venus del Paleolítico



Al período Magdaleniense, caracterizado por el cuidado en los detalles y de las proporciones, y por el empleo de materiales diversos en las esculturas y otros objetos del arte mobiliar, como el hueso o el marfil, pertenecen las denominadas “Venus” paleolíticas, que han sido catalogadas como representaciones femeninas con una evidente funcionalidad como exvotos para un posible culto a la fecundidad, en virtud de su pequeño tamaño, su forma ahusada y la exageración de sus órganos sexuales (pechos, vulvas, nalgas), que aludirían a las connotaciones simbólicas de nutrición y fertilidad, íntimamente relacionadas con el valor simbólico de la tierra como dadora de vida y receptora en la muerte para generar una nueva vida. Las Venus se han identificado como representaciones de la diosa madre, con sus tres acepciones esenciales intrínsecas: portadora de fertilidad y, por lo tanto, creadora de todo, receptora de todo tras el fallecimiento, y lunar, símbolo maternal, femenino y ctónico. La mayoría de estas “venus” han aparecido en relieve sobre roca y de cuerpo entero, en bulto redondo y de cuerpo entero también, o sólo la cabeza. La inexistencia, en términos genéricos, de cualquier rasgo facial, lleva al espectador a concentrarse en el resto del cuerpo. Sus exagerados atributos femeninos, su evidente esteatopigia, y el anonimato de sus rostros, han sugerido que las Venus no son, en el fondo, representaciones naturalistas de mujeres, ni estereotipos estándar, sino símbolos abstractos de la fecundidad y la maternidad. La Venus que aquí se muestra, de Laussel o del cuerno, hoy en el Museo de Aquitania, en Burdeos, con una cronología entre 25000 y 23000 a.p., es un buen ejemplo de estos prototipos escultóricos del Paleolítico Superior.


Prof. Julio López Saco

Paleoantropología: cráneo de Sahelanthropus

Cráneo de Sahelanthropus Tchadensis, mejor conocido como Toumai, de unos 7 m.a., hallado en Chad en el año 2001. Se cree en la posibilidad de que ya fuese bípedo.


Julio López Saco

Paleoantropología: restos de Lucy



Esqueleto casi completo de "Lucy", una hembra de Australopithecus afarensis, hallada en Etiopía, de unos 3.5-3.2 m.a. de antigüedad. Mide poco más de un metro y diez centímetros de altura y debía tener unos 20 años en el momento de su muerte. Su andar era claramente bípedo. El autor del descubrimiento fue Donald Johansson en 1974.


Prof. Julio López Saco

24 de septiembre de 2007

Neolítico en China: cuadro sinóptico

Las culturas del neolítico en China, ordenadas cronológicamente y en virtud de las diferentes regiones.


Prof. Julio López Saco

19 de septiembre de 2007

Mapa. Ruta de la Seda


La Ruta de la Seda o, mejor habría que decir, las “rutas”, bautizada con ese nombre en el siglo XIX, se dividía en dos, la norteña y la meridional, y bordeaban el desierto de Taklamakan. Las rutas terrestres, llamadas de los poblados o comunidades-oasis, estaban ya activas desde el siglo III a.C., y todavía eran usadas en el siglo IX. Estas comunidades-oasis enlazaban el Gansu occidental con la cuenca del Sir Daria y Amu Daria (el Oxus griego), por ambos lados del desierto de Taklamakan, y hacia el Pamir en dirección este. Son verdaderas ciudades cosmopolitas donde habitaban agricultores sedentarios y comerciantes, y que acabaron siendo, por su situación estratégica, lugares de encuentro y, fundamentalmente, de confluencia de pueblos e ideas, tanto de poblaciones indoeuropeas (sogdianos, kuchanos, khotanos), como altaicas (hunos, uigures, turcos), o sino-tibetanas, principalmente chinas. La gran cantidad de mercaderes, embajadores, peregrinos o misioneros que llegaban desde Asia Central a China, repletos de mercancías y de budismo, lo hacían a los principales centros comerciales, tanto a las urbes en los ejes mercantiles chinos (valle del río Wei en Shenxi, región del bajo Yangtzi), como a los puertos, y, en ocasiones, se establecían formando colonias extranjeras, propiciando, de este modo, una rápida proliferación del budismo entre los sectores urbanos.
La ruta norte, comenzando en Xi’an, discurría a través de Jiuquan, Turfan, Karashar, Kucha-Kizil, Aksu, Tumshuk y finalmente Kashgar, y la del sur seguía por Dunhuang, Miran, Khotan, Yarkand, y desde aquí se unía a la vía septentrional en Kashgar, verdadero núcleo neurálgico. Desde este punto continuaba a Kokand, Tashkent, Samarcanda y Bujara, y de aquí a Merv, atravesando Irán hasta llegar a la costa mediterránea. Paralelamente, debemos mencionar que existía una vía muy septentrional, denominada Ruta de las Estepas, que desde Mongolia exterior e interior comunicaría los núcleos siberianos con la cuenca del Baikal, y a través del paso de Dzungaria llegaría a los Urales y la gran estepa meridional rusa. Este camino, aunque también medio de llegada de influencias budistas, como ocurriría por mar, fue primordialmente usado por los grupos bárbaros, hunos o avaros, en sus desplazamientos al oeste.
Prof. Julio López Saco

18 de septiembre de 2007

Imágenes mitológicas en China: dragón imperial



Imagen de dragón imperial, con cinco garras, en el Palacio Antiguo, Ciudad Prohibida, del siglo XV. El dragón es un animal mítico benéfico en China, vinculado con el elemento agua y, por lo tanto con los ríos (en China se cree que los ríos son dragones, de hecho), y símbolo del emperador. En la Ciudad Prohibida existen muchos ejemplos al respecto, destacándose un friso con nueve de estos seres mitológicos.
Prof. Julio López Saco

14 de septiembre de 2007

Breve introducción al Rig Veda

Rig Veda*
Julio López Saco
El Veda (sabiduría, revelación, aquello que es percibido de forma sobrenatural), es para el hindú, en términos generales, una revelación atemporal, de autoría no humana, eterna, y que porta, en sí, todos los conocimientos. Es la verdad revelada, no nace en un momento concreto de la historia, sino que es obra divina.[1] Para cualquier creyente el Veda es una revelación eterna, pero para los investigadores occidentales, que aplican el rigor filológico e histórico a los textos, es una colección de himnos y oraciones, de tradición oral y secreta, transmitidos por los sabios arios, llamados rishis, y compilados a lo largo de un amplio período temporal, que reflejan e ilustran acontecimientos sociales y religiosos. Únicamente los brahmanes son los guardianes de esta tradición y los capacitados para transmitirla, siendo los responsables de la preservación ritual oral de los textos.
La función principal del Veda es el ritual sacrificatorio, entendido como un culto esotérico y un acto social, que busca favorecer las ambiciones de los socialmente más poderosos, ofreciéndole a la cultura india un doble carácter, teocrático y aristocrático. En la práctica ritual, la comida sacrificial se compartía con los miembros del grupo y con numerosos seres sobrenaturales o devas. A través del sacrificio los dioses pueden ser aplacados, se pueden recibir sus beneficios, en forma de cabezas de ganado o descendencia, o se puede realzar la posición social o la pureza religiosa del que lo efectúa[2]. Las escuelas teológicas o ramas que se especializan en el aprendizaje de ciertos textos del Veda conforman el mecanismo principal para su clasificación, pues un Veda puede tener varias escuelas que se relacionen con él. Estas escuelas aseguran la transmisión precisa de generación en generación gracias a la ayuda de reglas para su recitación, aunque el significado de los textos se fuese perdiendo para los recitadores a medida que la lengua se alejaba de sus orígenes védicos más arcaicos[3]. Los himnos del Veda, aquellos que los sabios escucharon y posteriormente recitaron a sus discípulos, quedaron bajo la custodia de las familias brahmines. Transmitirlos de padres a hijos se convirtió en su tarea y fin, de modo que quedaron directamente vinculados, en el contexto de la sociedad védica, con el lenguaje, la comunicación y el recitado de los himnos, así como con el manejo de fórmulas de culto (mantra).
El Veda incluye cuatro tradiciones: Rig, Yajur, Sama y Atharva que, a su vez, se dividen en varias categorías de texto: Samhita, Brhmana, Aranyaka y Upanisad. El Veda, como sustrato más arcaico de la literatura védica, se refiere a la parte samhita. El Rig Veda es una colección de diez libros ( mandala ), con 1028 himnos dedicados a varias divinidades, compuestos en sánscrito védico y que pueden datarse hacia el año 1200 a.C. Contiene himnos para lograr el favor divino, y en él el sacrificio, o sus elementos constitutivos, se emplean como divinidades, particularmente en el caso de Agni y Soma[4]. Los himnos, generalmente, por consiguiente, de carácter propiciatorio, fueron compuestos por rishis, hombres inspirados por lo divino, cuyos nombres perviven en la tradición brahmánica, por más que hayan sido figuras semimíticas, como Kanva o Pippalada. Se compusieron oralmente y fueron transmitidos de padres a hijos en el seno de familias brahmánicas especializadas. Pero hubo un momento en que la tradición dejó de ser productiva y dejaron de componerse nuevos poemas, estableciéndose, paulatinamente, un canon fijo de himnos, aunque ligeramente variable según las escuelas surgidas de aquella tradición familiar. En el Rig Veda encontramos verificada la homología cósmica, fundamento de la religión india, que implica la vinculación entre el cuerpo, el Universo y el sacrificio, manifestado en la idea del hombre cosmológico de cuyas partes constitutivas se forma el Universo y que explica el surgimiento de la sociedad y de las diferencias sociales: Purusa Sukta. El Rig Veda es el texto más antiguo de los cuatro mencionados y el más relevante, sin duda, para comprender la sociedad y las creencias de los primeros indoarios. En los últimos mandalas los dioses, presentes en el texto como potencias exteriores a los que es oportuno propiciar, como Indra o Surya, o como formas imprecisas, caso de Prajapati o señor de la creación, y Visvakarman o creador de todo lo que existe, comienzan a esfumarse ante la importancia del sacrificio, que empieza y acaba en sí mismo, observándose una incipiente tendencia hacia el monoteísmo que luego protagonizará Brahma. En definitiva, el Rig Veda presenta, fundamentalmente, una religión politeísta de grandes dioses, más o menos personalizados y antropomorfizados, yuxtaponiendo concepciones mágicas y supersticiones a un comienzo de especulación filosófica un tanto sutil.

[1] Los Vedas y las Upanisads constituyen la tradición shruti de la literatura védica. El término, traducible como revelación, hace referencia a la manifestación de lo divino en el mundo, en concreto, las verdades reveladas a los sabios o rishis en épocas arcaicas y recogidas en forma escrita. La otra categoría de escritura sagrada se denomina smriti (lo recordado o transmitido), a la que pertenecen los poemas épicos, los Puranas y los sutras.
[2] El sacrifico (homa, yajna), no está vinculado, únicamente, a la inmolación de animales, sino que incluye cualquier ofrenda al fuego sagrado, generalmente, leche, mantequilla clarificada, cereales y algunos animales domésticos, como cabras, caballos y ovejas. El fuego, es, por consiguiente, el eje del ritual védico, pues es, además de sustancia, elemento, deva, lo que supone la existencia de un vínculo transformador entre los reinos humano y divino.
[3] Sobre el sistema llamado de doble verificación, aprender los textos como recitación continua y como recitación de palabras sin reglas de combinación eufónica, lo cual ha permitido la transmisión de los textos védicos con mínimos cambios de contenido, puede verse, Flood, G., El Hinduismo, Cambridge University Press, Madrid, 1998, p. 54 y ss.
[4] Existen algunas traducciones del Rig Veda en lenguas occidentales. En alemán, es destacable la de Geldner, K.F., Der Rigveda: Aus dem Sanskrit ins Deutsche übersetzt und mit einem laufenden Comentar verseben, 3 vols., Harvard Oriental Series, 33 a 35, Harvard University Press, Cambridge, 1951; en inglés, debemos reseñar las de Müller, M. / Oldemberg, H., Vedic Hymns, 2 vols., SBE, 32, 46, MLBD, Delhi, 1973, y la parcial de O’Flaherty, W.D., The Rig Veda, Penguin Books, Harmondsworth, 1981. En español existe una selección antológica traducida por parte de F. Villar (Himnos Védicos, edit. Nacional, Madrid, 1975).
*Este texto, aumentado con las Leyes de Manu y el Budhacharita, se encuentra publicado en este mismo blog.

12 de septiembre de 2007

Ilustraciones míticas chinas: Pan Gu

Ilustración del siglo XIX, que muestra al hombre primordial Pan Gu, con forma de enano, vestido con hojas y ramajes, de modo muy "natural", con el huevo del caos ya partido, que conformará la tierra y el cielo, en sus manos. Se trata de yin y yang.

Prof. Julio López Saco

Ciudades antiguas: Chang'an (China)



Plano de Chang'an, ciudad capital, de rango cosmopolita, de época Sui y Tang (entre los siglos VI y X). La antigua ciudad, hoy amurallada, se denominó Xi'an, lugar de ubicación de la tumba del primer emperador. Debe destacarse la conformación geométrica de la ciudad, que muestra un urbanismo reticular, regular, racional y funcional, cuyas implicaciones cosmológicas son obvias.
Prof. Julio López Saco

7 de septiembre de 2007

Pioneros de la evolución del hombre

Una historia de los pioneros de la evolución humana
Prof. Julio López Saco
La interpretación de los restos y útiles humanos empezó a ser un hecho significativo cuando se racionalizó que la tierra tenía una historia, provista de períodos temporales inmensos, y cuando empezaron a imponerse las ideas “transformistas”, que señalaban que el planeta era, y es, un ente vivo, cambiante. El primer enigma que esta constatación implicaba era saber la edad de la Tierra. Aunque la interpretación literal de la Biblia, base del creacionismo, que se mantendría como única corriente de pensamiento acerca del origen del hombre y del resto de los seres vivos hasta mediados del siglo XIX, negaba la evolución y el paso del tiempo que esta necesita para hacerse palpable y, por consiguiente, analizable, la Iglesia no dejó, paradójicamente, de usar “métodos científicos” en su intentó de datar la antigüedad del planeta. A principios del siglo XVII, el arzobispo irlandés James Ussher calculó la edad de la Tierra a partir de las Sagradas Escrituras, contabilizando las cronologías que se aprecian en el Génesis, hasta llegar a la conclusión de que Dios había creado a los primeros hombres, la pareja primordial Adán y Eva, en el año 4004 a.C. Más tarde, incluso, se precisó el instante mismo de la creación humana: las nueve de la mañana del 23 de octubre de ese año. Otro de los problemas que conllevaba entender a la Tierra como un planeta cambiante se relacionaba con la imposibilidad del cambio en las formas vivas. Aceptada la explicación bíblica de la Creación, se daba por sentado que las diversas especies, tanto de animales como de plantas, eran fijas, habían sido concebidas y creadas por Dios con contornos propios y nunca podrían cambiar. En este sentido, la Iglesia consideraba al hombre como la última y más lograda creación de Dios, dogma que establecía un foso infranqueable entre el ser humano y el resto de las criaturas. Aquello que la Biblia decía y defendía, en base a la interpretación indiscutible de las Sagradas Escrituras, discrepaba de manera notable de las observaciones científicas. Si alguien osase poner en evidencia las afirmaciones bíblicas se exponía al escarnio público y a la más que probable pérdida de su prestigio social. Si entrar en la legitimidad de los enfoques metafísicos que engloba la teoría creacionista, lo cierto es que un cierto debilitamiento de los dogmas ayudó a crear una fascinación indetenible por la prehistoria de la humanidad. No obstante, la reacción no se hizo esperar, aflorando periódicamente ideas de base teológica frente a las nacientes nociones evolucionistas, que propiciaron una fuerte lucha dialéctica de gran impacto en el seno de las sociedades antropológicas, de ahí en adelante muy convulsas, debido a la proliferación de posturas muy contrapuestas y radicales.
El evolucionismo plantea que la evolución biológica se genera, en el fondo, gracias a la suma del factor azar en la naturaleza, unido a la adaptación necesaria al medio ambiente circundante y a la serie de necesidades que surgen vinculados a los cambios generados. Con el paso del tiempo, y con el avance de los conocimientos de los naturalistas, que empezaron a recopilar, clasificar y catalogar con rigor científico, las teorías evolucionistas empezaron a tomar cuerpo y a ser aceptadas por una creciente mayoría. El creacionismo, hoy aun vigente entre diversos grupos más o menos conservadores, especialmente en países anglosajones, intentó matizar, con cierto éxito, el impacto de las nociones evolucionistas a través de la teoría del diseño inteligente, que esbozaba dos opciones para explicar la complejidad de los seres vivos: o bien los seres vivos habían sido diseñados por una inteligencia superior, o, en último caso, la presencia de seres vivos tan sofisticados como los humanos sólo podía deberse a una combinación de fuerzas físicas aleatorias de la naturaleza sobre la materia para crear los seres vivos, y por medio del intento de desestimar la selección natural diciendo que dicha selección no se produce por las mutaciones, sino que está causada por la retención de ciertas mutaciones, lo que supone un carácter tan aleatorio que, en un nivel estadístico, es altamente improbable. No obstante, en la actualidad la Iglesia Católica, ha reconocido y aceptado la presencia evolutiva, si bien alegando, en un sentido reduccionista y absolutista, que el origen primario de la vida, el punto inicial de todo tuvo que haber sido creado por Dios, poniendo así en tela de juicio los experimentos hechos en laboratorio acerca de las primeras reacciones químicas que en un medio acuoso pudieron dar lugar a la vida sobre nuestro planeta azul. Algunas corrientes filosóficas han tratado, con ingenio y no sin cierta razón, de conjugar, en un alarde de aguda reflexión, ambas posturas contradictorias, afirmando que la evolución sólo explica cómo se produjeron los cambios y el camino que estos siguieron, mientras que únicamente las creencias religiosas aportan a la humanidad el por qué acontecieron tales transformaciones hasta llegar a la consideración, no exenta de franca soberbia, del hombre como la gloriosa cumbre de la evolución física y cultural.
El naturalista sueco Karl von Linneo (1707-1778), en dos obras capitales, Systema Naturae, de 1758 y Fundamenta Fructificationis, de 1762, adopta la idea expresada por John Ray de que el criterio más fiable de identidad específica es la filiación: una especie nunca nace de la simiente de la otra. A partir de semejanzas anatómicas y estructurales, Linneo designa a la especie humana clasificándola muy cercanamente a algunos grandes simios, pues no encuentra ninguna razón para ubicar al hombre en un grupo separado autónomo. Crea, así, el orden de los Primates, aludiendo con este nombre a la primacía de los miembros de este grupo en la jerarquía de la naturaleza, aunque se cuida de no expresar con ello lazos de parentesco entre humanos y otros simios, ya que, como buen hijo de su tiempo, sigue expresando el plan del creador en relación al origen del hombre, asumido, en general, por una sociedad cristiana fuertemente dogmatizada.
Es el naturalista francés Jean-Baptiste Antoine de Monet, caballero de Lamarck, el que formula las primeras teorías de la evolución (Filosofía zoológica, 1809) afirmando que los órganos se adquieren o se pierden en función de su uso o atrofia, y los caracteres adquiridos por un ser vivo son heredados por sus descendientes. No obstante, será Charles Darwin el que, en 1859, con su muy conocida obra El origen de las especies, ponga en marcha definitiva las ideas evolucionistas, apoyado por naturalistas como Thomas Huxley y por geólogos como Charles Lyell. La obra, que atribuía a la selección natural las facultades que hasta ese momento estaban reservadas a Dios, fue objeto de una fuerte oposición por parte de otros científicos y por parte del clero anglicano, que veía, de este modo, seriamente amenazada la interpretación literal del Génesis. Darwin proponía, en esencia, dos aseveraciones: las especies cambian con el paso del tiempo, descienden unas de otras, y la causa de la evolución es la selección natural y la supervivencia de los más aptos en competencia por los recursos limitados e insuficientes para todos. Estas ideas coincidían también con las que habían sido expuestas en un manuscrito del naturalista británico Alfred Russel Wallace titulado Sobre la tendencia de las especies a desviarse indefinidamente del tipo original, inspirado, como el texto de Darwin, en las nociones de Malthus. Aunque Darwin no aseguró en sus escritos que el hombre descendiera del mono, sino que humanos y simios tuvieron un antepasado común en un remoto pasado, las críticas más furibundas que tuvo que sufrir se centraron en la idea de que el hombre descendía del mono. En realidad, el naturalista británico casi no dice nada acerca de la evolución humana en El origen de las especies, evitando hacer referencias a un asunto tan problemático que podía cuestionar la versión bíblica. Sin embargo, Darwin siguió trabajando en este tema, que sí aborda de modo extenso en El origen del hombre, de 1871. En esta obra afirma sin paliativos que hombres y grandes simios están emparentados a través de antepasados comunes, descritos como animales cubiertos de pelo y grandes caninos, y abre la posibilidad de que el continente africano haya sido la cuna de la humanidad, en virtud de que algunos de nuestros parientes directos más cercanos (salvo el orangután) todavía habitan en dicho continente.
Muchos estudiosos de la época, convencidos de la falsa afirmación darwiniana de que el hombre desciende del mono, iniciaron la búsqueda de lo que debía ser, en buena lógica, un intermediario entre los grandes simios y nosotros, es decir, un eslabón perdido. En el siglo XIX el interés parecía centrarse en la búsqueda del os orígenes más lejanos y en clarificar cuál había sido el continente originario de los primeros hombres. En un principio los debates se centraron entre Asia y África, y los primeros hallazgos, que hoy forman parte de los descubrimientos pioneros en paleoantropología, parecían dirigir esos remotos comienzos hacia Asia. Sólo más tarde, en virtud de las corrientes historiográficas de pensamiento que consideraban a Europa la cuna de la cultura y la civilización, y dentro de ésta, a Gran Bretaña en particular, se intentó, fraudulentamente, forzar la aparición de los más antiguos humanos en tierras inglesas a través del famoso cráneo de Piltdown, “descubierto” en 1912 por el arqueólogo aficionado Charles Dawson, y compuesto por una mandíbula de un mono y un cráneo humano moderno.
En 1867, el zoólogo alemán Ernst Haeckel, convencido del parecido entre los embriones humanos y los de los gibones del sudeste asiático, emprendió viaje hacia esta región e imaginó aquí la presencia de los jardines del paraíso, en un continente sumergido bajo el Océano Índico denominado Lemuria. Los restos fósiles que logró encontrar fueron catalogados como pertenecientes a un eslabón perdido al que llamó Pithecanthropus Alalus. Unos veinte años más tarde, los famosos descubrimientos de la isla de Java parecían confirmar el punto de vista del zoólogo alemán. En efecto, en 1887, Eugéne Dubois, médico del ejército holandés, se embarcó hacia Sumatra y Java, en Indonesia, con la firme convicción de encontrar reliquias del hombre-mono, pues estaba convencido de que el hombre podría haber descendido de un gibón primitivo que habría vivido en estas grandes islas. Dubois gozó de mucha fortuna, y entre los numerosos restos fósiles que logró encontrar halló una bóveda craneal (una calvera) en el yacimiento de Trinil, que fue presentada, en 1895, en el tercer Congreso Internacional de Zoología como perteneciente al Pithecanthropus erectus. Estos restos, de gran valor, fueron considerados en esa época los más antiguos conocidos. Sólo más tarde se supo que correspondían a restos de homo sapiens. No obstante, y sin ninguna duda, el hombre de Java inició la era de la paleontología humana.
A partir del año 1921, gracias a los esfuerzos de renombrados científicos europeos, como el sueco Andersson y el francés Teilhard de Chardin, se descubre y sale a la luz un cráneo cerca de Beijing que presentaba importantes afinidades con el pitecántropo de Java. Justamente, gracias a este descubrimiento y a otros posteriores, se pudo determinar la verdadera naturaleza de los restos de Java y de los propios de Beijing: eran homo erectus, no hombres-mono. Este homínido, encontrado en las grutas de Zhoukoudian, recibió el nombre de Sinathropus pekinensis. Los primeros indicios de la existencia de hombres fósiles en China son de principios del siglo XX, cuando se descubren, casi por azar, algunos dientes en las antiguas farmacias chinas, que eran empleados, una vez triturados, como suele ocurrir con los huesos, como remedio, como una auténtica panacea curativa. Las excavaciones empiezan tras acabar la primera Guerra Mundial, y continuarán hasta 1937, momento en que deben suspenderse debido al momento crítico que sufre China con la invasión japonesa de parte de su territorio. Sólo a partir de la consolidación de Mao y de la República Popular, en 1949, volverá a abrirse el horizonte para los hallazgos de restos humanos que, desde esa época hasta el presente, han sido muy abundantes, deparando no pocas sorpresas debido a la antigüedad y abundancia de los restos, factor que ha llegado a plantear, por parte de varios paleoantropólogos chinos, la seria posibilidad de que en China, en torno a las regiones de Qinhai y Tíbet, haya habido un segundo territorio originario del ser humano (además del este de África, en torno al valle del Rift), cuyo parecido geomorfológico con dicho valle africano no deja, como mínimo, de sorprender.