La unión de varias entidades políticas presentes en época de Nagada II (Abidos, Nagada, Buto, Hierakómpolis, Maadi), así como de dos realidades geográficas, Alto y Bajo Egipto, son el referente esencial de la unificación de Egipto en un Estado territorial. Esto significa que Egipto había sido unificado antes de Narmer, durante la denominada Dinastía 0. Es en estos nuevos tiempos cuando un personaje denominado Menes, que la investigación histórica quiere identificar con Aha, sucesor inmediato de Narmer, funda la ciudad de Menfis (Muro Blanco) y erige su templo principal dedicado al dios Ptah. Menfis y Tinis serán, así, las dos capitales de la monarquía, cada una de ellas con su respectiva necrópolis, Saqqara
[1], en el caso menfita, y Abidos, en relación a Tinis. Menes-Aha sería el fundador de la Dinastía I Tinita (3100-2890 a.n.e.). No obstante, no existen evidencias arqueológicas ni textuales acerca de Menes, de manera que puede ser el nombre de un fundador mítico que encarna y recuerda la unificación, de un modo semejante al epíteto Labarna en el mundo hitita.
Los reyes tinitas buscaron integrar el norte a través de una política matrimonial con princesas del delta del Nilo, intentando, de este modo, centralizar el Estado, si bien todavía éste seguirá siendo una yuxtaposición de dos reinos. El primer monarca en emplear en el protocolo faraónico el título de Rey del Alto y Bajo Egipto fue Den. Es ahora cuando se unen el nombre de Horus, que recuerda su victoria sobre Seth, el nombre Nebti de las Dos Señoras (Nejbet y Uto), protectoras de Hierakómpolis y Buto respectivamente, y el nombre de Rey del Alto y Bajo Egipto, en conmemoración de la victoria del primero sobre el Delta. Se vinculan, en consecuencia, la corona roja y blanca de los reinos predinásticos en una doble corona (pschent).
La Dinastía II Tinita (2890-2686 a.n.e.), fue fundada por Hotepsejemuy. En época de su sucesor, Nebre, acontece el más arcaico recuerdo del culto heliopolitano de Re, que será adoptado por la monarquía en la Dinastía III, al comienzo del Reino Antiguo. Desde comienzos de la dinastía se representa, además del halcón, como animal de Horus, en los emblemas reales o Serekhs, el animal sacro de Seth, el perro del desierto. Sin embargo, durante, el reinado de Peribsen, hacia 2700 a.n.e., sólo aparece en el emblema real el perro, hecho que puede ser un indicio de una ruptura de la unidad egipcia debida a una sedición del norte, del Delta, que acabaría siendo posteriormente aplastada. Al final del período, vuelven a verse las dos divinidades en el serekh, pero a comienzos de la III Dinastía únicamente se mantendrá Horus, siendo Seth identificado desde entonces como el caos, como la rebeldía (aludiendo al Deshret o tierra roja desértica), que rodea el centro (Kemet, la tierra negra de la llanura aluvial) egipcio.
Finalmente, son destituidos los príncipes hereditarios de sus cargos de nomarca (destruyéndose, de esta manera, el poder de la aristocracia del Alto Egipto), sustituyéndoseles por gobernadores reales; las ciudades del norte pierden cualquier autonomía política (aunque no económica), instalándose en ellas intendentes reales; las tumbas de los reyes se construyen ya en Saqqara para establecer residencia y culto funerario en un mismo lugar y, en definitiva, se centraliza el Estado, imponiendo las instituciones del reino horiano a todo Egipto, estableciendo los cimientos del Reino Antiguo, centralizado y teocrático.
[1] Los altos funcionarios se enterraban en Saqqara, en tanto que la necrópolis real estaba ubicada en Abidos. Los cenotafios de Saqqara, en piedra, adoptan ahora la forma de mastabas, mientras que las tumbas reales de Abidos se hacen en adobe. Cerca de ellas se excavan, asimismo, las tumbas de los servidores y las mujeres de los soberanos.
Las imágenes corresponden a la Estela del rey Djet o Wadji, de la Dinastía I Tinita, hoy en el Louvre, que muestra el nombre Horus del soberano, con uadyi o serpiente, y a la paleta de época Tinita, denominada Battlefield Palette, hoy en Museo Británico. El león encarna el poder del rey que vence al enemigo.
Prof. Dr. Julio López Saco