Las imágenes corresponden, de arriba hacia abajo, al poblado de Santa Trega, A Guarda, Pontevedra; al Castro de Baroña, A Coruña, y un ejemplo de arracada del tesoro de Bedoia, Ferrol.
The so-called Culture of the Castros was the result of the sum of a native substrate, called Oestrimnico people, according to Avienus (Maritime Ora), and a group called Saef invader from the same source, whose descent is Indo-European type, particularly Celtic. Although there appears to be continuity from the Bronze Age, the truth is that there was a transformation around the seventh and sixth centuries BC with the introduction of elements of Hallstatt tradition, especially the use of iron, ceramic and new types of economic change. Chronological development stretching from the second Iron Age, between 700 and 600 BC (although some are beginning to inhabit forts in the late Bronze Age), until the late second century. Its geographical setting was in the northwest of the Iberian peninsula (to the river Douro from the south and the east Navia), although its influence could be to limit the city of Coimbra to the south, and the River Sella and Salamanca on the east.
Esta cultura, cuyo marco geográfico se hallaba en el noroeste de la península Ibérica (hasta el río Duero por el sur y el Navia por el este), si bien su influencia pudo tener como límite la ciudad de Coimbra por el sur, y el río Sella y Salamanca por el oriente, poseyó un cariz eminentemente céltico. Su nombre procede del de los asentamientos y sus viviendas, castros o citanias, cuyo número se estima en más de cinco mil. A pesar de la romanización que sufrió esta cultura ha habido una pervivencia en el folclore, las tradiciones y las leyendas populares hasta la actualidad. Tradicionalmente se mantuvo que la cultura castrexa había sido el fruto de la suma de un sustrato indígena, denominado pueblo Oestrimnico, según la Ora Marítima de Avieno, y de un grupo invasor llamado Saefe por la misma fuente, cuya filiación es de tipo indoeuropeo, concretamente céltico. Aunque parece haber una continuidad desde la Edad del Bronce, lo cierto es que hubo una transformación en torno a los siglos VII-VI a.n.e. con la introducción de elementos de la tradición Hallstatt, en especial el uso del hierro, nuevos tipos cerámicos y cambios económicos. Su desarrollo cronológico abarca desde la segunda Edad del Hierro, entre 700 y 600 a.n.e. (aunque algunos castros se empiezan a habitar a fines de la Edad del Bronce), hasta finales del siglo II. En cualquier caso, el límite cronológico que marca el final de la cultura también ha suscitado controversias. Para algunos estudiosos, la invasión y conquista romana implicará una progresiva desnaturalización, de manera que en época de Augusto (63 a.n.e.-14), sería problemático hablar de cultura castrexa, mientras que en época Flavia ya no existiría en realidad. Para otros, por el contrario, la plenitud de la cultura vendría dada tras la conquista romana, pues aprovecharía esta influencia para alcanzar su florecimiento. De este modo, la cultura castrexa se prolongaría hasta la época Flavia (a partir del 69 y hasta 192), momento en que se llevaría la cabo el definitivo cambio motivado por la sustitución del tipo de hábitat (el abandono de los castros) y un cambio en la economía.
Los lugares de hábitat, tanto en los emplazamientos costeros como de interior, presentaban casas con plantas circulares u ovaladas. En algunas zonas se aglomeraban varios castros, lo que podría indicar la posibilidad de que se relacionasen entre sí y fuesen la vivienda de un clan. Su tamaño variaba mucho, si bien se ha podido constatar que su superficie es mayor en las regiones en las que son menos abundantes, y más pequeños en los lugares donde proliferan. Su orientación era, habitualmente, norte-sur, de modo que las viviendas pudieran estar protegidas de los fríos norteños. Las construcciones principales de los castros eran los parapetos, los fosos, terraplenes, las piedras hincadas, el denominado antecastro y las murallas. Estas ultimas, de mampostería, aparejo poligonal, en forma de red de rombos, o de aparejo ciclópeo (como en los castros de Terroso y Sanfins), rodeaban el recinto castrexo en su totalidad. Podía haber hasta tres amurallamientos concéntricos, con una altura media de unos tres metros. Las casas, de un solo piso, tenían pequeñas dimensiones, de unos cuatro o cinco metros de diámetro (salvo casos aislados, como en Briteiros, donde las casas tienen hasta once metros). Algunas alargadas podían tener hasta siete metros de longitud. La casa circular se cubría con una techumbre cónica a base de materiales ligeros de carácter vegetal, como ramas y hojas. En ocasiones, podían colocarse lajas de pizarra en los techos. El armazón se sustentaba con un poste apoyado en el centro de la cabaña, si bien, como en algunas casas aparece en el centro un hogar, puede que hubiese tejados a una sola agua, levantando los muros de la vivienda por un lado más que por los demás. Sólo con la romanización se impuso como sistema de cubrición la tegula (teja). Los pavimentos eran de tierra apisonada, de barro o arcilla pisado, de roca viva o enlosado, en tanto que los hogares se colocaba directamente sobre el pavimento, con una serie de piedras alrededor, se hacían con una capa de arcilla, rodeado de piedras, se fabricaba con piedras planas o lajas de pizarra (los de tipo cista en forma de caja rodeada por paredes por los cuatro lados fueron comunes), se elaboraban con tres piedras hincadas, quedando abierto por un lado, o se formaban, simplemente, por una piedra horizontal y otra vertical .Aunque los hogares solían estar ubicados en el centro de la vivienda, a veces aparecen en un lateral o incluso fuera de ella. Otros elementos de la arquitectura doméstica de los castros son los hornos, para hacer pan (ni los hornos de fundición ni los destinados a fabricar cerámica se pueden constatar, aunque han aparecido escorias), los molinos, circulares, planos y barquiformes; los silos para almacenar el grano, si bien muchos granos se guardarían en recipientes cerámicos en el interior de las casas, y los barrios, formados por la asociación de varias viviendas con sus anejos, todo ellas cerradas por pequeños muros, que podrían responder a agrupaciones familiares. Los servicios colectivos, como el agua (fuentes o estanques) y las calles, algunas de ellas pavimentadas, y otras con aceras (castro de Coaña), completan el panorama arquitectónico doméstico.
Es posible que hubiese habido una reutilización de sepulcros megalíticos en época castrexa, si bien no conocemos la existencia de necrópolis, excepción hecha de la del castro de Meirás, donde aparecieron siete sepulcros fuera del recinto amurallado. En este sentido, se ha pensado que la incineración fue el modo funerario primordial. No hay registro arqueológico de sistemas de señalización de tumbas, como estelas o túmulos; los únicos testimonios que poseemos, y muy aislados, proceden de ciertos autores clásicos, que mencionan cajas de piedra que contenían cenizas y carbones. Esta referencia textual fue comprobada en el castro de Terroso, en el norte de Portugal, donde aparecieron, bajo el suelo de tres casas circulares, sepulcros de sección circular en forma de pozo. En lo referente a la arquitectura religiosa, podemos señalar que únicamente conocemos más o menos bien el complejo templario del Monte Mozinho, en Portugal, si bien en el castro de Elviña se considera como santuario una casa en la que apareció un ídolo fálico. Un caso particular es el de las denominadas Piedras Formosas, ubicadas cerca de las murallas, junto a las puertas y las vías de acceso. Son edificaciones, en parte soterradas y en parte a cielo abierto, propias de los castros romanizados. Estos recintos, techados a dos aguas, poseían un ábside cubierto con una falsa bóveda, con un atrio o vestíbulo a cielo abierto, en el que se recogía agua en unos depósitos. Se han interpretado las Piedras Formosas de muchas maneras: serían lugares de culto de tipo crematorio; templos dedicados a ofrecer culto a las aguas o a alguna divinidad con ella relacionada; tendrían un fin industrial, para fundir metales, siendo empleada el agua para enfriar las piezas; serían hornos cerámicos o para cocer el pan; o serían baños o termas, opción más aceptada, al menos para castros como el de Santa María de Galegos, Monte da Saia y Rocha do Freixo.
La escultura antropomorfa castrexa presenta una significativa variedad. Por una parte, una escultura de cabezas sueltas, aparecidas en Armea (Allariz), As Cortes y Barán, (Lugo) y O Castro (en Pontevedra), con ojos semicerrados, cerrados o abiertos, con bocas sólo incisas, las narices apenas marcadas con un triángulo, sin pelo y no siempre con orejas. Pueden representar cabezas de muertos o de divinidades. Incluso han aparecido cabezas dobles (del tipo Jano, como la cabeza de Incio) y cuádruples (Hermes de Pontedeume). Por la otra, los denominados guerreros galaicos o lusitanos, a los que, casualmente, les falta la cabeza. Van cubiertos con prendas de lino, algunos con cascos, y casi todos ornamentados con torques y brazaletes. Todos ellos portan la caetra, un escudo pequeño y redondo, además de un puñal colgado a la cintura. La mayoría de estos guerreros han aparecido en el actual territorio portugués, y se han interpretado como objetos de un culto a un jefe guerrero o como un culto funerario. La escultura zoomorfa presenta algunos verracos y cabezas aisladas de algunos animales. Los verracos se han interpretado como indicadores de pastoreo, piedras terminales o mojones para la ganadería trashumante. Hoy en día, sin embargo, se cree que pudieron tener una función funeraria o ser un recurso de carácter mágico, con efectos protectores sobre el ganado. Los temas ornamentales propios de las estelas y de la arquitectura son las esvásticas, las cruces, trisqueles y círculos concéntricos y radiales, mientras que la orfebrería, especialmente del oro, destaca tanto por el empleo de técnicas variadas, como el granulado, el grabado con punzón, el estampillado, el repujado y la filigrana, como por la elaboración de diversos objetos de adorno y, quizá, de rango, entre los que destacan los torques, las diademas, brazaletes, arracadas y amuletos. En la orfebrería, si bien existe un influjo mediterráneo, la relación con el atlántico europeo es muy clara.
El geógrafo griego Estrabón dice que los habitantes de los castros usaban vasijas de madera, cuyo interior calentaban con piedras calientes, noticia que aparece arqueológicamente atestiguada en Cameixa. No obstante, es muy posible que la cerámica castrexa copiara modelos metálicos, y que se usaran profusamente vasijas de cestería. La cerámica se elaboraba a mano, en pequeños talleres, y con barros locales, aunque se utilizó el torno tras el contacto romano. Las técnicas decorativas principales fueron la incisión, el estampado, los apliques y la decoración de excisión y de ungulaciones, en tanto que las temáticas más empleadas fueron las líneas y trazos de puntos, los ondulados, círculos, triángulos y espigas, las espinas de pescado y los rombos.
Prof. Dr. Julio López Saco