Algunos autores, hoy clásicos o emblemáticos, como A. Evans, M.P. Nilsson y C. Picard, habían formulado ya la existencia de cultos al árbol y a los pilares, así como la presencia de una Gran Diosa, como figura del culto en la Creta minoica, enmarcados en una antigua religión egea matriarcal, que sería el sustrato de la religión griega posterior. Para ello partían de un supuesto errado: una cultura creto-micénica unitaria implantada tras oleadas colonizadoras. Hoy hay que distinguir con claridad lo minoico de lo micénico, y es esto último el que muestra más semejanzas con lo griego posterior. Las investigaciones de carácter filológico han demostrado la presencia de casi cada dios del panteón griego clásico (homérico) en las tablillas de Lineal B. Sin embargo, a pesar de la identidad de nombres, las diferencias entre los dioses micénicos y los griegos fueron grandes. En algunos casos (Dioniso), la divinidad micénica era adorada por las clases superiores, mientras en la Grecia arcaica y clásica era una deidad popular; en otros (Hermes), el término identificado con él en el ámbito micénico no designaba al dios, sino a una función sin carácter divino. Además, en ocasiones el vocablo pude designar el lugar de adoración, un epíteto o a un rey y a un dios a la vez (wa-na-ka).Conocemos un único panteón micénico, el de Pilos con su santuario Pa-ki-ni-ja (dios Poseidón y la Potnia, si bien ese Poseidón es diferente al homónimo homérico, pues no se relaciona con el mar sino con la tierra y la fecundidad). Debieron existir, no obstante, además de otros panteones oficiales, algunos de carácter popular.
Existen pruebas arqueológicas de la presencia de templos dentro de las ciudadelas (Micenas). Los sacerdotes y sacerdotisas se designan por el nombre del santuario al que sirven o por la divinidad a la que tributan culto. Existía especialización sacerdotal: sacrificadores, portadores de la llave, así como acólitos, tal como el mensajero (keryx) o los tamiai (tesoreros). Los actos básicos del culto eran la plegaria y el sacrificio. Este último, incruento o sangriento, está bien representado en el sarcófago de Hagia Triada, si bien en este caso es un culto heroico o funerario. A través de las tablillas conocemos dos rituales: el dedicado a los dioses wa-na-so-i, un ceremonial de instalación en el trono real, o una fiesta del desplegamiento del velo, y un ritual de preparación del lecho de honor de Poseidón para que la deidad participase en un banquete sacrificial, quizá algo semejante a la comensalidad de hombres y dioses en los sacrificios thysía.
En algunas tumbas micénicas el fallecido aparece rodeado de ofrendas variadas: vestimentas, ahajas, vasos con alimentos como harina y aceite e, incluso, armas. Es posible que tales ofrendas se hiciesen para calmar al muerto y evitar que molestase a los vivos, y para proveerlo de materiales que pudieran satisfacer sus necesidades, semejantes a las de los vivos. El muerto sería, para algunos autores (Schnaufer), un cadáver viviente, que puede actuar después de haber muerto, hasta la total descomposición de sus restos. La presencia de las famosas máscaras de oro pudo tener la finalidad de facilitar la pervivencia en la vida futura. El sacrificio de animales podría haber sido un medio para aplacar con sangre al fallecido. A partir del Heládico Tardío III C se introdujo de modo definitivo la incineración, que implicaría la supresión de la imagen del muerto como cadáver viviente. En todo caso, no podemos aseverar la existencia de un culto a los muertos.
El fin del mundo micénico ha sido permanente campo de intrigas y muy teorizado. Rhys Carpenter, por ejemplo, supuso que el fin del mundo micénico (ocurrido en el Heládico Tardío IIIC, cuando algunos asentamientos se abandonan y otros son destruidos), se debió a causas climáticas, concretamente sequías prolongadas, que provocarían la dispersión hacia zonas periféricas, que luego refluirían hacia la Hélade como los dorios. Según el mencionado F.H. Stubbings, una masiva deforestación habría provocado la decadencia económica de los palacios. Sabemos que hubo una infiltración de elementos humanos desde el norte, de origen dorio, que pudieron ir penetrando como mercenarios y asentándose en cargos de relevancia como escribas. A ellos habría que sumar las tensiones internas, la presión demográfica sobre la economía de los palacios. Así, malas cosechas, sumado a la agresión exterior y a tensiones internas, pudieron haber originado conflictos y luchas entre regiones y entre los elementos clave de la estructura social micénica, nobles, palacio y damos. Al desaparecer los palacios también lo hace la escritura, estableciéndose nuevas formas de organización social.
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV
Doctorado en Historia, UCV