28 de enero de 2013

La revuelta Amarniense en el Egipto del Reino Nuevo (II)

AJENATÓN Y NEFERTITI CON SUS HIJOS, BENDECIDOS POR EL DISCO SOLAR. MUSEO EGIPCIO, BERLÍN, HACIA 1340 A.N.E.

Aunque es exagerado hablar de monoteísmo, porque la solarización no descartó ningún dios, lo cierto es que con la revuelta Amarniense se produce la fusión de múltiples competencias en el Creador por excelencia, que es, naturalmente, el sol. El tono universalista, en cualquier caso, es evidente. La originalidad del faraón Ajenatón consistió en saber cristalizar un conjunto de rasgos divinos en el Disco Solar, manifestación tangible del Creador, y ponerlos al alcance de cualquier. Al ofrecer una imagen fácil de alcanzar puede prescindir de un clero especializado, el único capaz de servir de intermediario entre los hombres y deidades impenetrables. Con Atón la percepción de lo divino es inmediata, frente al ocultismo amoniano. El Disco Solar es el faraón celeste, inscribiendo su nombre en un cartucho, conformando un sistema tradicional de la hipóstasis: el rey es el equivalente terrestre del Creador.
En cualquier caso, el impacto reformista sobre la población fue escasísimo, como ya mencionamos, por no decir nulo, en tanto que la corte se reduce a un círculo restringido en torno al faraón, y el culto no parece corresponderse con las estructuras sociales. En tal sentido, el pueblo común siguió viviendo conforme a las bases religiosas tradicionales. Además, Ajenatón conservó el aparato retórico y propagandístico previo. La reforma no afectó la administración, y en el plano político se reforzó el absolutismo teocrático, siendo el rey el intermediario entre el Disco y los hombres. Es por eso que se convierte en objeto de adoración, representado en la entrada de las tumbas de los altos dignatarios. Aunque el culto divino al rey conlleva menosprecio hacia las otras divinidades, el hecho de vincular el porvenir funerario de los cortesanos al rey, no deja de ser una vuelta a los orígenes, retorno que encaja con la preocupación por el pasado característico del reinado de Amenofis III y de sus predecesores, traducido en las búsqueda de antiguos anales o de la tumba de Osiris en Abidos.
La reforma atoniana tuvo consecuencias estéticas y económicas. Desde el primer punto de vista, la creatividad se hizo más espontánea; se introdujo la lengua hablada en los textos oficiales. El lenguaje cotidiano entra en las grandes obras. Se radicaliza la tendencia al realismo en las representaciones propias y familiares, acercándose a la caricatura. La acentuación de la fisionomía y la aparente blandura carnosa propician una apariencia patológica. Aparecen temas nuevos: la imagen de la familia, que aparece en casi todas las escenas, sobre todo las de culto. No obstante, lo verdaderamente innovador es que la familia se emplea en escenas cotidianas, ofreciendo un aspecto muy humano a las representaciones y una cierta impresión de intimidad a las escenas. Desde la óptica económica, el faraón cierra algunos templos o limita sus actividades, vinculando los bienes clericales a la Realeza. Crece la centralización administrativa y su brazo ejecutivo, el ejército. Sin las instancias locales se desarrolló un sistema de corrupción elevado. El abandono del sistema de los dominios divinos arruinó el circuito de producción y redistribución, sin que ninguna otra estructura pudiera reemplazarlo.
Ya Tutankhamón empezó a adorar a Amón, lo que supuso que el país volviese a la normalidad pre amarniense. Por un edicto se restablece a Amón, su culto y el de todos los demás dioses; se devuelven los bienes a los templos y sus sacerdotes al orden del clero. También la antigua oligarquía recupera sus poderes. El retorno a la ortodoxia religiosa no supuso persecuciones a los seguidores de Atón. Incluso el antiguo rey siguió adorando a esta deidad. La persecución a la religión atoniana y a la memoria de los reyes amarnienses se produjo con Rameses II, ya en la Dinastía XIX.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Ciencias Sociales, UCV

21 de enero de 2013

La revuelta Amarniense en el Egipto del Reino Nuevo (I)

PINTURA MURAL CON LAS HIJAS DE AJENATÓN. PALACIO REAL DE TELL-EL AMARNA, MUSEO ASHMOLEAN, OXFORD.


El período amarniense, instalado en el desarrollo de la Dinastía XVIII, comprende desde el reinado de  Amenhotep III y de su sucesor Ajenatón hasta el de Tutankhamón, momento en que la capital se ubica en Tell el Amarna. Se trata de un breve período, de unos treinta años, considerado una verdadera revolución, pero impulsada desde arriba (sin el pueblo), que afecta todas las esferas del territorio egipcio. Si bien sus objetivos básicos eran religiosos, lo cierto es que este momento es el inicio del fin del clasicismo egipcio. Se rompen los cánones que hasta ese instante regían la lengua, el arte, la literatura y la cultura en general, que los egipcios consideraban clásicos. Aunque la revolución religiosa fracasó, la cultura egipcia ya nunca fue igual. El período, considerado una crisis, acaba, por lo tanto, con el clasicismo. Ajenatón (Amenhotep IV, 1364-1347 a.n.E.), casado con Nefertiti, era un idealista absorto en especulaciones filosóficas y teológicas y, en consecuencia, un anti tradicionalista. Al comienzo del reinado mantuvo las formas tradicionales, pero después hace construir en Tebas un templo a la deidad solar Re-Haractes, sol inmaterial del firmamento, al que denominaba Atón. Los textos nos lo muestran creyendo en un dios único, en esencia bueno, el creador de lo que existe. Se rechazan los mitos de la religión tradicional egipcia. El hombre se consideraba la principal criatura obra de Dios. Estas especulaciones se oponían al pensar religioso del clero de Amón en Tebas, y el rey las apoyaba en el pensar del clero solar de Heliópolis. Hay, entonces, un enfrentamiento religioso y, a la vez, político. Surgen dos facciones: la clerical, apoyada en la oligarquía que controlaba la administración, y la real, que busca apoyo en nuevos sectores de la población que acceden ahora a los círculos del poder.
Amenhotep IV se auto nombró Gran Vidente, gran sacerdote de la deidad, lo que suponía que no acataba la autoridad suprema del gran sacerdote de Amón, al que le retiraba el poder espiritual (como sumo pontífice) y el temporal (al suprimirle la administración de sus bienes seculares.) En el año cuatro de su reinado rompe relaciones con el clero de Amón, abandona Tebas y funda una nueva capital, llamada Ajetatón (Tell el Amarna hoy). La revuelta amarniense se debió a una corriente de pensamiento real y al enfrentamiento entre la monarquía y el clero de Amón, si bien no dejó de ser una verdadera utopía. Su fracaso parece suponer el inicio de la decadencia de la civilización egipcia. El culto de Amón fue abolido, y sus inscripciones y representaciones escultóricas destruidas, instalándose en su lugar el culto al dios único Atón, deidad sin forma ni imágenes, cuyo sacerdote y profeta era el propio soberano, Se suprimieron los cultos a los restantes dioses, cerrándose templos y confiscándose los bienes de los mismos. Se suprime, además, la clase sacerdotal, y la vieja oligarquía social es apartada del poder debido a sus notables vínculos con el antiguo clero tebano. El rey elige a sus colaboradores entre las clases populares, probablemente, personas fanáticas de la nueva religión. Los profundos cambios propugnados por Ajenatón únicamente lograron la adhesión de pequeños círculos de fieles, interesados y fanáticos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV

15 de enero de 2013

Apuntes simbólicos de la orgía dionisíaca



La orgía es danza, música, alucinación, juego, estado contemplativo y transfiguración artística; por lo tanto, control de una emoción desbordada. Como consecuencia última y transfigurada de su agudo desenfreno, se produce una ruptura contemplativa, visionaria, artística, una suerte de separación de índole cognoscitiva. Estar fuera de sí, salir, estar en éxtasis, libera un excedente de conocimiento. El éxtasis es el instrumento de la liberación cognoscitiva, no el objetivo final de la orgía dionisíaca. Ésta comporta una liberación de los vínculos que atan al individuo empírico; es una quiebra de las condiciones de su existencia cotidiana, un estado nuevo de manía, de locura. El resultado de esta manía es una verdadera visión. Es por eso que la característica esencial de la orgía dionisíaca es el surgimiento de un estado alucinatorio. Del estado orgiástico nace, en consecuencia, una capacidad de adivinación. En resumidas cuentas, la orgía implica un instinto estético, es una liberación cognoscitiva y provoca una ruptura de la individualidad.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Ciencias Sociales. UCV

9 de enero de 2013

La hembra heráldica del Neolítico en Anatolia y la Diosa del Dolmen del megalitismo de la Europa occidental


IMÁGENES: DEIDAD MADRE DE ÇATAL HÜYÜK, DATADA EN 7000 A.N.E. HOY EN EL  MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ANKARA; ESTRUCTURAS DE HABITACIÓN EN EL YACIMIENTO DE ÇATAL HÜYÜK.


En la escultura menor y en los relieves de Çatal Hüyük predominan las representacionesde figuras femeninas. En los relieves se pueden contemplar grandes efigies de una figura femenina estilizada, con brazos y piernas separados del cuerpo, con el ombligo resaltado y, en ocasiones, mostrando la vulva. Sin embargo, también las figuras masculinas tenían una cierta posición relevante. Quizá los relieves de cabezas de carnero y toros, así como los bucráneos, simbolizaran una deidad masculina. En otros casos, la divinidad masculina aparece como un joven cazador y como un señor de los animales (portando un gorro de piel de leopardo). De tal modo, la impresión es que existían dos deidades: la gran diosa y su amante. La denominada hembra heráldica la encontramos ya en la transición del Mesolítico europeo al Neolítico, en Lepenski Vir, en el VI Milenio a.n.E., como una escultura en piedra en forma de huevo. Para el III Milenio, su símbolo ya se había introducido en Egipto y el valle del Indo. En tal sentido, es muy probable que las representaciones de las Gorgonas del arcaísmo griego se remonten a esta hembra heráldica.
Como figura de madre primigenia mítica, creadora del orden esencial del mundo, se vincula con la muerte y, muy seguramente, ejerció el papel de soberana de los animales. En Hacilar, también en Anatolia, una serie de estelas encontradas se ha interpretado como efigies semi anicónicas de dioses que se venerarían en el culto doméstico. Esta misma deidad pareciera ser la representada en pequeños ídolos de arcilla muy esquematizados del mismo yacimiento. Así, ahora, además de la madre primordial y los antepasados, tendríamos la presencia de dioses masculinos que ocuparían una posición principal. Tales deidades podrían ser héroes culturales que, en un principio, desempeñarían su particular rol en torno a la madre primigenia, si bien posteriormente adquirirían rango divino. No obstante, las figuras masculinas pudieran ser también el símbolo de antepasados reales divinizados.
Como amuleto con ciertos poderes o como una figurita que ahuyenta el mal, esta hembra heráldica aparecería regularmente mediante la forma iconográfica denominada la hembra obscena. Una vez despojada de sus aspectos amenazantes, se convierte en una divinidad protectora de la casa, en donde vigilaba el hogar doméstico. Es posible, incluso, que encarnase la propia casa, en virtud de que la parte delantera de la misma, generalmente luminosa, y caracterizada por el hogar doméstico, representaba la luz, la vida y el elemento domesticado, por ende, femenino.
Más tarde, en el marco de la cerámica de bandas lineales de Centroeuropa, esta madre primigenia heráldica pervive en representaciones de sapos o de mujeres en la típica postura de dar a luz, factor que parece demostrar un continuum en la concepción del universo neolítica desde sus orígenes anatolios.
La efigie de la llamada diosa del dolmen aparece relacionada con las sepulturas y con los vestigios de ceremonias funerarias. Se representa como un retrato (incisión en una tumba), o como una pequeña escultura de bulto redondo en forma de estela. Presenta ojos redondos que se observan rodeados de una corona radiada. Los mismos pueden aparecer en su correcta ubicación anatómica, o como signos aislados, tanto en las tumbas como en las cerámicas empleadas en los sepulcros. Se trata de una deidad relacionada con la muerte o con el mundo subterráneo. No obstante, también porta un aspecto estrechamente asociado a la fertilidad, que hace referencia a los frutos del campo y al ganado. Su antecesora, una deidad de las cuevas vinculada a la cerámica de bandas, se relaciona con las matanzas de cerdos como un requisito propio de las ofrendas funerarias, así como con el crecimiento de los cereales. Ahora, tal relación es mucho más clara al asociarse la divinidad del dolmen con el arado y con el buey, animal por excelencia de la agricultura en Europa.
La diosa del dolmen no aparece representada como una figura antropomorfa. Su existencia suele manifestarse de modo insinuado, en menhires en miniatura y en diversas formas simbólicas, entre las que destacan los pechos femeninos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV 
Escuela de Letras, UCAB

6 de enero de 2013

Arte y religión en la antigüedad India VII: los ghats de la sagrada ciudad de Varanasi


Varanasi (Benarés), en Uttar Pradesh, es una de las más antiguas ciudades del mundo hoy todavía habitadas. Su nombre deriva de dos riachuelos, el Varuna, al norte, y el Assi al sur[1]. Sin embargo, la urbe se única en la margen norte del sagrado río Ganges. Los ghats de la rivera del río significan para muchos el destino final de la vida mortal. Es aquí donde el drama de la vida y la muerte se representa cada día, cuando el devoto se baña en las sacras aguas del río y reza por una mejor reencarnación, cuando los sacerdotes, sadhus y residentes comunes representan el ciclo sin fin de los rituales diarios, y cuando los fallecidos son traídos para sus ritos finales en la creencia de que serán liberados del ciclo de renacimientos y alcanzarán Nirvana.
Los ghats ocupan unos seis kilómetros a lo largo de la bancada occidental del río, formando un semicírculo desde Assi Ghat hasta Adi Keshava Ghat. Varanasi es considerada la morada de Shiva en la tierra, cuya presencia que todo lo invade se manifiesta a través de su emblema, el lingam o símbolo fálico, en numerosos pequeños santuarios a lo largo de los ghats, pero sobre todo en el templo Vishwanah. Construido hacia el siglo XI, fue destruido un siglo más tarde, cuando las mezquitas reemplazaron a muchos santuarios[2]. Se reconstruyó en el siglo XVI y su lingam fue ubicado en Gyan Vapi. La presente estructura, ordenada por la reina Ahilya Bai, data del último cuarto del siglo XVIII y cuenta con un techo dorado. El Ghat Dasashwamedha, lugar del sacrificio de los diez caballos, es, probablemente, el lugar más sacro de Varanasi. Fue donde Brahma preguntó por el sacrificio que debía hacer el rey de Kashi. En los ghats Chauki y Narad fue donde el propio Buda meditó; en los denominados Harishchandra y Manikarna es donde se crema a los fallecidos; el ghat Tulsi se llama así en honor del santo y poeta Tulsidas, autor de la traducción del Ramayana del sánscrito al hindi, mientras que el Anandamayi, y el ashram a pocos metros, se denominan así a partir del santo bengalí del siglo XX Anandamayi Ma.
Varanasi es, al tiempo, el principal centro de aprendizaje del sánscrito de todo el norte de India. Desde tiempos pretéritos, santos y sabios han residido aquí, enseñando los Vedas y los significados más profundos de la práctica del yoga. Desde antiguo, muchos estudiantes se han trasladado hasta aquí para estudiar en la Universidad hindú de Banaras, una de las más antiguas y prestigiosas del país, así como una de las más renombradas en relación al estudio de viejos manuscritos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas, enero 2013


[1] Es conocida como Banaras, una corrupción del nombre original. No obstante, también es llamada Kashi o Ciudad de Luz por los devotos, un término que expresa el prestigio de un centro con numerosos templos y ashrams en donde los que buscan entender el enigma de la existencia pueden venir  en busca de respuestas.
[2] La mezquita Alamgir, la más pequeña de todas las de Aurangzeb, se erigió sobre un templo de los Marathas dedicado a Visnú.