26 de febrero de 2014

Aspectos mítico-religiosos de los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua

Los más remotos precedentes de estas competiciones deportivas, de homenaje y rituales parecen encontrarse en los juegos honoríficos de carácter aristocrático que recuerda el mito, algunos de carácter funerario, como fueron los celebrados en honor de Patroclo tras ser muerto en batalla por Héctor, tal y como se recoge en la Ilíada, en su capítulo XXIII. Otros juegos míticos relevantes fueron los organizados en honor de Odiseo en el país de los Feacios, según recoge la Odisea en su octavo capítulo, o las ceremonias fúnebres celebradas en homenaje de Anfidamante, el histórico rey de Calcis, en Eubea, reseñadas por Hesíodo, en Trabajos y Días, e Higino en sus Fábulas. Estos actos procuraban conmemorar ciertos acontecimientos notables de carácter socio-político, en numerosas ocasiones el fallecimiento de un líder, príncipe o caudillo. La tradición mítico-literaria atribuye a un personaje de nombre Ífito la organización de los primeros juegos ya institucionalizados. En estas arcaicas contiendas los jóvenes aristócratas y nobles hacían una demostración de sus destrezas, centradas no en sus habilidades militares sino en la representación de la areté, propia de la nobleza de nacimiento. Insertos en el seno del ideal panhelenista y de la unidad de lo griego frente al otro (bárbaro e inculto), tales enfrentamientos agonísticos encuentran su mayor consolidación, desplegando su máxima capacidad de exaltación honorífica. Los concursos olímpicos se dedicaban al héroe Pélope, y por eso se asociaron, desde el principio, al dios Zeus, sus templos y áreas sacras. Antes y durante su realización se llevaban a cabo diversas ceremonias y sacrificios diversos. La relación con los héroes, su vínculo con los valores nobles y aristocráticos, y la expresión de una religiosidad ritual, convierten a estos juegos y competencias en ejemplos de festividades sagradas que deben ser recordadas y reactualizadas cada cierto tiempo.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV, Escuela de Historia. Doctorado en Historia

20 de febrero de 2014

El inicio de Grecia y los griegos


IMÁGENES. ARRIBA, MAPA QUE MUESTRA LOS PROBABLES RECORRIDOS DE LOS MOVIMIENTOS MIGRATORIOS DE POBLACIONES; ABAJO, MAPA DE GRECIA DURANTE LA ETAPA CULTURAL MICÉNICA.

Varias han sido las teorías que intentan explicar el comienzo del mundo cultural griego. En síntesis serían las siguientes. Entre aquellas que mencionan la llegada de los griegos a partir de una invasión o penetración, se destaca la que señala que en el Heládico Medio, hacia 1900 a.C., habrían llegado a Grecia los primeros greco-hablantes, migrantes o invasores, cuya cerámica característica sería la denominada minia o miniana. Otra señala que hacia 1900 quienes entraron en Grecia no serían todavía los griegos, sino pueblos de la familia indoeuropea, (luvitas anatolios), vinculados lingüísticamente a gentes no griegas conocidas en Asia Menor, que portarían los sufijos –ssos y –nthos, que se nos documentan en algunos nombres geográficos. Desde esta óptica, los griegos, habrían llegado más tarde, entre el Heládico Medio II y ΠΙ, hacia 1700 a. C. Otra teoría más comenta que los hablantes de lengua griega penetraron en Grecia mediante unos movimientos lentos a lo largo de la Edad del Bronce Antiguo y Medio, y no en momentos determinados. Esta inmigración paulatina resulta arqueológicamente detectable por la expansión de un tipo de sepultura de túmulo (la cultura Kurgan), que es posible rastrear en regiones como Macedonia, Epiro, Tesalia, la Grecia central y el Peloponeso. Así pues, los griegos no entraron en la Hélade en un cierto momento particular, sino que se dio una gradual difusión de los hablantes de griego y una ulterior helenización de los sustratos pre griegos. Esto supone que el elemento que denominamos griego para la época histórica, esto es, lengua y el pueblo que la habla, surge a partir de una secuencia que estaría conformada por una entrada, una integración paultina, una evolución y la formación que tuvo lugar durante un dilatado período temporal. 
Entre las teorías que abogan por una evolución local y la ausencia de invasiones o penetraciones externas, destaca la que señala que la nueva cultura de finales del heládico, que se inicia en tomo a 1600 a. C., no provino de una penetración de inmigrantes. En consecuencia, las novedades no tienen que ver con movimientos poblacionales, sino con una poderosa influencia cretense. En consecuencia, los griegos no entran en Grecia en ningún momento determinado de la Edad del Bronce, sino que estaban ya allí presentes desde tiempo inmemorial, al menos desde el Neolítico. Estamos hablando, por lo tanto, de una evolución cultural in situ.
En resumidas cuentas, tendríamos las siguientes orientaciones. O el elemento que será griego en la época histórica estaba ya en Grecia, y se habría formado en Grecia por evolución in situ; o los griegos habrían ido entrando, filtrándose, o a través de una inmigración masiva, a lo largo de la Edad del Bronce, sobre todo desde el final del período del Heládico Antiguo (hacia 2000 a.C.)
Parece bastante probable la existencia, en el escenario griego, de lenguas anteriores, todas ellas en una pluralidad de substratos. En tal sentido, el Bronce Reciente pudiera ser ya una Hélade de griegos, lo cual significa que la civilización micénica era, por tanto, esencialmente griega. También es una posibilidad que los habitantes de Grecia durante el Bronce Medio fueran griegos, pero unos griegos de lengua en estadios arcaicos.

Bibliografía

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Caskey, J.L. (1973): “Greece and the Aegean Islands in the Middle Bronze Age", Cambridge Ancient History, II, 1, Cambridge, pp. 117-140.
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Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV

16 de febrero de 2014

La presencia genética del Neandertal

Expertos genetistas (Sriram Sankararaman, Svante Päävo, Benjamin Vernot, Joshua M. Akey y David Reich), han señalado que los europeos y asiáticos de hoy poseen algo de neandertal, concretamente, un 1,3% de genes de neandertal, frente al 0,08 de los africanos, genes asociados a los ojos y la piel. En tal sentido, los neandertales se cruzaron con los arcaicos humanos modernos (sapiens). En cualquier caso, la presencia de genes neandertales hallados en los genomas humanos actuales no están distribuidos de modo uniforme, sino que se concentran en ciertas regiones de genoma y están prácticamente ausentes en otras. Son las llamadas regiones “enriquecidas” , relacionadas  en este caso, con genes asociados con la queratina, que se encuentra en el pelo y la piel, un hecho que sugiere que los alelos, o variantes de genes, neandertales pudieron ayudar a los humanos modernos a adaptarse a un medio ambiente no africano. Así pues, las dos especies se cruzaron y produjeron algunas crías fértiles, de modo que porciones del ADN neandertal pasaron a la siguiente generación, a pesar de que la mezcla de ambas especies se encontraba en la frontera de la compatibilidad biológica.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB

12 de febrero de 2014

La moneda romana antigua IV: la iconografía

MONEDA ROMANA CON POMPEYO EN EL ANVERSO Y NEPTUNO EN EL REVERSO.


Las imágenes se producían golpeando la moneda en un molde previo al corte. En la etapa republicana el control de estado sobre la acuñación se llevaba a cabo a través de magistrados (primero tres, luego cuatro), llamados tresviri aere argento auro flando feriundo (a.a.a.f.f.). Estos magistrados favorecieron las imágenes clásicas como las de Iove, Roma, Marte o la Victoria. En las piezas monetales del siglo II a.n.E., aparecieron series de monedas en las que se representaban cuadrigas, aunque desde 135 a.n.E. los tresviri empiezan a favorecer la aparición de sus historias familiares, marcas locales, eventos contemporáneos y la efigie de miembros de sus lealtades personales. Se evitaba la representación de los gobernantes, probablemente porque en las monedas griegas tal imagen se reservaba a reyes y tiranos, hecho nada acorde con los principios republicanos romanos. Las leyendas se hacían en líneas verticales u horizontales, pudiendo continuar, si era necesario, en la cara opuesta de la moneda.
En las monedas romanas pueden aparecer representadas muchas alegorías de divinidades, héroes y animales míticos, como Calíope, Herakles, Lares, Eneas, Amaltea, Can Cerbero, Esfinge o Luperca. Son muy habituales las personificaciones femeninas de emociones, sentimientos o virtudes (Abundantia, Aequitas, Aeternitas, Caritas, Clementia, Concordia, Fortuna, Eirene, Felicitas o Patientia, entre otras muchas).
Las monedas romanas del período imperial suelen tener en sus anversos los rostros de los emperadores, llevando una corona radiante o de laurel. En muy raras ocasiones, se muestra un miembro destacado de la familia imperial. Son verdaderos retratos, algunos idealizados y otros muchos más realistas. La variabilidad dependerá del emperador en particular, de las situaciones de su reinado y de las convenciones artísticas cambiantes. A partir de Constantino, los retratos imperiales se hacen más estandarizados, convirtiéndose en una norma la representación uniforme del emperador, al margen de sus características físicas. Muy excepcionalmente se puede encontrar alguna moneda en la que el emperador use S C o Senatus Consulto, cuya significación en el contexto imperial debe ser la que refiere el apoyo del senado. La leyenda rodea a la moneda en el sentido de las agujas del reloj, empezando desde la parte inferior izquierda.
El reverso de las monedas imperiales podían llevar una amplia variedad de imágenes y diseños. Sobre las antiguas monedas de bronce a menudo se representaba la proa de un barco. Las monedas de mayor valor mostraban temas diversos: monumentos, como la columna trajana, templos o el coliseo, además de proyectos de ingeniería promocionados por el estado romano (acueductos, puentes, puertos, sobre todo el de Ostia). Algunas imágenes portaban un sentido simbólico, como la del cocodrilo encadenado a un árbol de palma, que representa la conquista imperial de Augusto. En otras se simbolizaba la subyugación de Egipto al poder de Roma. Las monedas provinciales, acuñadas en cecas locales, representaban héroes y dioses locales, monumentos o símbolos religiosos locales, como los vasos cánopes en los reversos de algunos ejemplares de Alejandría. Ciertas monedas, incluso, pueden también representar monumentos perdidos o arruinados.

Bibliografía

Albiñana, C. H., Introducción a la numismática antigua. Grecia y Roma, ed. Complutense, Madrid, 1994.
Blanchet, J. A., Les monnaies romaines, Petit bibliothèque d'art et d'archèologie, Leroux, París, 1896.
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Sear, D. R., Roman coins and their values, Millennium edic., Londres, 2000
Potter D.S. (edit.), A Companion to the Roman Empire, edic. Wiley-Blackwell, Londres, 2009.
William E. M., The Oxford Handbook of Greek and Roman Coinage, Oxford University Press, USA, 2012.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV. Escuela de Letras, UCAB

9 de febrero de 2014

La moneda romana antigua III: amonedación imperial


IMÁGENES: ARRIBA, UN DENARIO DE ÉPOCA DEL EMPERADOR GALBA; ABAJO, UN SESTERCIO EN BRONCE DE ÉPOCA DE TITO, CON EL COLISEO EN SU REVERSO. (LA PRIMERA ES UNA CORTESÍA DE www.tesorillo.com).

Fue Julio César quien primero usó la imaginaría en las monedas en su beneficio como recurso propagandístico. Sin embargo, fue Augusto quien reformó las denominaciones de las más pequeñas monedas y creó un nuevo sistema que sería el fundamento de la acuñación monería romana durante tres siglos. Las monedas de plata inferiores al denario fueron reemplazadas en 23 a.n.E. por el sestercio y el dupondio de latón (aleación de cobre y zinc) y oricalco, mientras que el as era acuñado en cobre o bronce. El denario argénteo siguió como hasta entonces, mientras que los aureii de oro correspondían a 25 denarios cada uno. Algunos núcleos, como Lugdunum y Lyon en la Galia, o Antioquía, Cesarea y Alejandría, en el Cercano Oriente y Egipto, además de otros, emitían moneda de modo autónomo, aunque de forma esporádica. La proliferación de acuñaciones monetarias se agudizó con los Severos; gran número de ciudades emitían sus propias monedas, si bien eran todas ellas convertibles a los valores romanos.
Diversos problemas financieros de los emperadores, sobre todo los Severos, así como la falta de metales con los que acuñar moneda, dieron como resultado una serie de medidas por medio de las cuales se redujo el contenido de metal precioso en la amonedación, sobre todo de la plata. El Antoniniano, sin ir más lejos, producido por Septimio Severo y Caracalla equivalía a dos denarios, cuando en realidad no llegaba ni a la mitad de uno. Las monedas de plata vieron reducido el porcentaje de ese metal de cincuenta a solo dos por ciento. La moneda falsa fue muy común. Ciertos profesionales, llamados nummularii, eran los encargados de analizar las monedas bajo sospecha. Con las invasiones bárbaras la proliferación de monedas falsas fue mucho mayor y su control mucho más difícil. Desde la época de Aurealiano en adelante, las monedas fueron estampadas señalando el contenido de metal. Diocleciano hizo una reforma para garantizar el contenido de oro del áureo (luego el sólido, que sobrevivió al fin del imperio), y acuñó una nueva moneda de plata con algo de bronce, conocida como nummus. Además, los diseños y leyendas se homogeneizaron.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV