30 de septiembre de 2014

Origen del poder y la política en la antigua Roma: la constitución romana (I)


El periodo arcaico del ordenamiento estatal romano se corresponde con el regnum (la monarquía) entre los años 753 y 509 a.C. y hasta con los dos siglos siguientes (V y IV a.C.). Durante estos siglos, la Civitas (ciudad originaria) Quiritium (patricios aptos para servir en el ejército) sufrirá la revolución plebeya; es decir, la lucha de la plebe contra los Quirites, para obtener el reconocimiento de una asociación política más amplia a la que los plebeyos pudieran pertenecer como ciudadanos de la civitas en términos de igualdad con los "quirites" y no ser meramente súbditos (buscaban la igualdad política, cultural, religiosa). En 367 a.C. se consigue el compromiso patricio-plebeyo, teniendo especial relevancia las Leges Liciniae Sextiae, las leyes propuestas por los tribunos de la plebe Gayo Licinio y Lucio Sextio, y que suponían el triunfo de los plebeyos contra los privilegios de los patricios, configurando las pautas básicas del régimen político republicano.
La civitas constituye la primera organización política, aunque antes hubo grupos pre cívicos. El primero de los grupos fueron las familias (familiae) de tres etnias diferentes: latinos, sabinos y etruscos, que se van asentando en las orillas del río Tíber. Cada familia tiene un jefe que recibe el nombre de pater familias, el que tiene la potestad sobre toda su familia. Los vínculos que unían a los miembros de la familiae con el pater van a ser varios: descendencia, matrimonio, adopción. El pater tenía una potestad jurídicamente total incluyendo el derecho de vida y muerte. Además, era el único titular del patrimonio familiar (todos los bienes son del pater, incluso los sueldos del resto de la familia; es el poseedor de todo). Al morir el pater, la familia se dividía en tantas nuevas familias como varones hubiera directamente sometidos a su potestad. Las familias que creían proceder de un tronco común (generalmente legendario) constituían una gens: grupos políticos compuestos por grupos de familias. Las gens también tenían un padre político, pater gentis. Inicialmente sólo estaban constituidas por Patricios (más adelante también surgirán gens plebeyas).
Después de las gens, la tradición romana habla de que la población de la ciudad estuvo dividida en tribus gentilicias, determinadas según su origen étnico: Tities (de origen sabino), Ramnes, (de origen latino), y Luceres (de origen etrusco). En el siglo VIII a.C. las tribus gentilicias dan origen a las Civitas Quiritum. Las gens fueron exclusivas de los patricios mientras estos monopolizaban el poder. Las familiae (que perdurarán a las gens) se vieron multiplicadas por la plebe (que tiene sus propias familiae ya que no tenían gens). En el s. IV a.C. las gens patricias pierden cualquier significado.
El pueblo se dividía en 30 curias (reunión de varones), y cada curia comprendía una serie de gens patricias y también familias plebeyas. El número de miembros de cada curia variaba de unas a otras. Las curias también se pueden entender como agrupaciones culturales. El pueblo se reunía en asambleas, las llamadas comitia curiata. En esta asamblea, los pater (de gens y de familias patricias) elegían a un rey vitalicio, símbolo de la ciudadanía y sumo sacerdote. Era el representante ante otros ciudadanos que iban surgiendo y también de la plebe. Además, este rey era el portavoz de los pater frente a los quirites (los patricios aptos para servir en el ejército). Dentro de esta asamblea, había recogidas ciertas leyes: las Leges Regiae (leyes reales), notificaciones orales que el rey daba a los quirites; los Foedera o tratados primitivos, que condujeron a las familias hacia las civitas; las Mores Maiorum, esto es, reglas o costumbres desarrolladas desde antaño en las gens y tribus para regular la convivencia pacífica entre grupos familiares (provenían de los maiores de la antigüedad). De las tres, solo se consideró ius (derecho) a las Mores Maiores y así, como estas eran comunes a los grupos, constituyeron el primer núcleo de Derecho Romano (Ius Quiritum).

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Caracas

23 de septiembre de 2014

El “imperialismo” en el Egipto de la antigüedad (II)

Mapa que muestra la extensión territorial de Egipto en época del faraón Rameses II. Dinastía XIX, siglo XIII a.C.


No está nada claro si durante el Reino Nuevo Egipto mantuvo una presencia militar y civil permanente en las ciudades conquistadas. Algunas fuentes textuales y arqueológicas parecen sugerir la colonización de unas pocas ciudades de Palestina, que pudo haberse iniciado a partir de la persecución de los hicsos a finales del Segundo Período Intermedio. En base a las Cartas de Amarna y en función de la abundante presencia de objetos egipcios en yacimientos levantinos, la región de Siria-Palestina estaría dividida en tres zonas básicas: Amurru, al norte, Upe y Canaán al sur, en las que habría un gobernador egipcio. Una serie de pequeñas guarniciones en algunos asentamientos locales servirían de soporte a las tres regiones[1].
La presencia egipcia en la Baja Nubia durante el Reino Nuevo es muy significativa. Su motivación debió residir en la necesidad de obtener objetos por mediación del comercio. Las actitudes de los egipcios en relación a la población de Nubia resulta, en este momento, un indicio relevante. Existió una ideología xenófoba: los bárbaros nubios, muy estereotipados, aparecen representados en la literatura y el arte oficiales egipcios como representantes del caos y el desorden. Sin embargo, no debe olvidarse que muchos “extranjeros”, asiáticos y nubios vivían entre los egipcios en muchas ciudades de Egipto, y que Egipto llevó a cabo una política de aculturación en Nubia (y también en el Levante), por medio de la cual se animaba a las elites locales a que adoptaran los nombres y costumbres egipcios[2].
La imagen del “imperialismo” egipcio está orientada en función del pragmatismo económico y político de algunos faraones. La influencia ideológica, por su parte, es difícil de reconstruir, ya que nuestras fuentes de estudio son textos funerarios reales y religiosos. Las relaciones del antiguo Egipto con el extranjero se fundamentaban, en todo caso, en el prestigio y, debemos creer, en el poder. Los primeros contactos comerciales con las poblaciones y reinos vecinos debieron centrarse en la adquisición productos exóticos, escasos o en aquellos que pudieran justificar y reforzar el fundamento del poder individual o incluso grupal. Es necesario recordar que el comercio, regional, local, de ultramar, fue un elemento crucial de la formación, y posterior expansión, de los estados próximo-orientales. La importación de bienes y materiales debió verse acompañado, sin duda, de un flujo más o menos constante de gentes y, a la par, de influencias culturales (lingüísticas, estéticas particularmente), que trajo como consecuencia la creación de una sociedad egipcia cosmopolita y multicultural, al menos en el Reino Nuevo. Más allá de la tolerancia en relación a los extranjeros en la sociedad egipcia, Egipto logró dotar de gran continuidad a su cultura, valores y creencias nativas, una evidencia de fortaleza y flexibilidad cultural e identitaria sin parangón.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV.



[1] No obstante, la cultura material de los yacimientos egipcios en la zona del delta oriental es muy distinta de la de las ciudades de Palestina. En tal sentido, no es improbable que no hubiera muchos egipcios habitando entre la población local en ese territorio. El caso nubio, para la misma época, es muy diferente: la arquitectura y la presencia de objetos en Nubia durante el Reino Nuevo es mucho mayor.
[2] Algunos de los vástagos de estas elites locales eran enviados a Egipto para educarse y ser adoctrinados en los modos egipcios.

17 de septiembre de 2014

El “imperialismo” en el Egipto de la antigüedad (I)


Egipto en su período expansivo durante la Dinastía XVIII


Desde el Reino Medio, y, sobre todo, en el Nuevo, Egipto alcanzó cierto control comercial sobre las regiones de Nubia, al sur y Siria-Palestina, al noreste. Este hecho no significa, en cualquier caso, que hubiera habido una colonización socio-política y una conquista militar. Es más probable que la realidad consistiera  en incursiones esporádicas con la intención de salvaguardar las rutas de comercio y propiciar la consecución de botín de guerra y ciertos suministros. Parece difícil pensar que los motivos para este “imperialismo” hayan sido de carácter ideológico o socio-político.
Durante el Reino Medio, los faraones de la Dinastía XII usaron fuerzas militares en Nubia como medio de control de la región. Tal hecho se verifica gracias a la cadena de fortalezas allí existentes, cuya finalidad, en cualquier caso, habría de ser dominar el comercio del Nilo. En las fortalezas se han encontrado, en tal sentido, grandes almacenes. Su presencia aseguraría una continuada actividad militar en la zona y la posibilidad de enviar nuevas campañas a la Baja Nubia cuando hubiera necesidad de sofocar alguna amenaza. La presencia de grandes graneros en la fortaleza de Askut y en los palacios de campaña de Uronarti y Kor, parece sugerir que las fortalezas de la Baja Nubia en este período dinástico serían una forma de avanzada hacia el corazón de África, y no una frontera defendida con solvencia. La gran capacidad de almacenamiento pudiera implicar un acopio de materiales y productos importados por los egipcios cuyo final destino podría ser Tebas.
En el reino Medio, por el contrario, hay escasa presencia permanente egipcia en Palestina. No obstante, durante las Dinastías XII y XIII hubo contactos con el Egeo y el Levante, aunque no se puede saber el grado de control económico y político egipcio sobre estas regiones. Según algunos restos de los Anales de Amenemhat II, acontecieron dos incursiones en el Levante durante su reinado; la estela de Khusobek, por otra parte, menciona una expedición contra la ciudad palestina de Schechem en época del reinado de Senusret III. Un indicio de intervención militar en esta zona pudiera encontrarse en los títulos de la elite (un resabio inicialmente de magnificencia más que de realidad histórica), así como en la descripción de algunos productos adquiridos en Asia occidental (aunque no se pueda saber en qué condiciones se consiguieron). Desde la óptica arqueológica no se duda de la presencia económica egipcia, continua y relativamente significativa, en Biblos y Palestina, acompañada, quizá, de cierta presión militar de cuando en vez. Sin embargo, muchos eran los asiáticos que vivían en Egipto durante el Reino Medio, y algunos de ellos muy probablemente llegaron como prisioneros de guerra.
Las fuentes arqueológicas y textuales hablan de actividades egipcias en Levante durante el Reino Medio. Las estelas de victoria, los relieves templarios (que muestran elogiosos relatos acerca de los bienes conseguidos por el soberano para las divinidades) y las tablillas cuneiformes (Kamid el Luz, Taanach), documentan los pormenores de los lazos diplomáticos, económicos y hasta administrativos existentes entre los estados del Próximo Oriente[1].

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas



[1] El principal archivo egipcio al respecto es el que conforman las casi cuatrocientas tablillas encontradas en Amarna, en el Egipto Medio, en las que se hallan cartas intercambiadas entre el faraón y varios mandatarios foráneos hacia finales de la Dinastía XVIII, en el siglo XIV a.C. Las Cartas de Tell el Amarna informan sobre las relaciones entre Egipto y las potencias orientales, caso de Mitanni y Babilonia, así como de las peculiaridades políticas de las pequeñas ciudades-estado imperantes en Siria-Palestina, en unas ocasiones en conflicto entre sí, en otras, aliadas de las potencias del momento: los Hititas, Mitanni y, por supuesto, Egipto.

12 de septiembre de 2014

Tartessos en las fuentes antiguas


IMÁGENES: ARRIBA, PECTORAL DE ORO DEL TESORO DE EL CARAMBOLO. MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA; ABAJO, BRONCE CARRIAZO CON FIGURA FEMENINA (QUIZÁ SEÑORA DE LOS ANIMALES), Y CON PEINADO AL MODO EGIPCIO ENTRE DOS AVES, PROBABLEMENTE ACUÁTICAS. MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA.

Los documentos y escasas noticias existentes sobre la, hasta ahora, mítica Tartessos[1] hablan de una ciudad amurallada en la Andalucía atlántica, cuyos habitantes vivían de modo opulento gracias al comercio de metales. Cartagineses y marineros fenicios señalaron que cargaban ingentes cantidades de plata en Tartessos. El poema geográfico griego del siglo VI a.C., Ora maritima, traducido por el poeta latino Rufo Festo Avieno en el IV de nuestra era, describe las rutas marinas que unían las islas bretonas y Marsella (colonia griega en la época, con el nombre de Massilia), y relata los accidentes costeros, así como sus pobladores, entre los que se cuentan los tartesios. El poema centra buena parte de su desarrollo en la descripción del supuesto territorio tartesio. La Biblia, por su parte, menciona que el estaño de Sidón y Biblos procedía de una remota tierra denominada por los semitas como Tarshish (hoy reconocida por los lingüistas como la Tartessos de los griegos).
Heródoto comenta que a mediados del siglo VII a.C. un tal Kolaios, navegante jonio de Samos, arribó por accidente a Tartessos, lugar que describe como un gran mercado. No obstante, el mismo historiador de Halicarnaso dice que el descubrimiento oficial de Tartessos no fue llevado a cabo por Kolaios, sino por los marineros de Focea, ciudad jonia de Asia menor, quienes llegados a la ciudad fueron cordialmente acogidos por su legendario rey Argantonio[2]. De allí regresaron cagados de riquezas en metales como la plata.
Los tartesios debieron pertenecer a los grupos célticos atlánticos, responsables de las construcciones megalíticas en todo el occidente europeo. La llegada de los semitas fenicios en el siglo X a.C., con iniciales intenciones mercantiles, pudo haber desplazado a los tartesios. Justino menciona una leyenda que afirma que los gaditanos (Gades fue una colonia fenicia fundada en torno a 1100 a.C.) vencieron en un combate naval a las tropas de un rey tartesio de nombre Theron. Es probable que esta mención haga referencia al fin del reino libre de Tartessos y al comienzo de la dominación fenicia del territorio de la legendaria ciudad.
Los griegos denominaron a los pueblos descendientes de Tartessos (en realidad sucesores más que herederos en línea directa), como Turdetanos. Estrabón, en su célebre Geografía, afirma que se trata del pueblo de mayor cultura entre los iberos, ya que tuvieron una escritura propia, desarrollaron la poesía, lograron confeccionar crónicas históricas y hasta consiguieron elaborar leyes.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV


[1] El marco cronológico de Tartessos abarcaría desde, probablemente, antes del siglo X y hasta 500 a.C., en tanto que el de los Turdetanos comprendería desde el final tartésico hasta en torno al 180 a.C.
[2] Argantonio, “hombre de plata”, es considerado el último soberano tartesio. No obstante, en virtud de su dilatada vida (unos trescientos años), su nombre pudiera referirse, en realidad, a una dinastía. En última instancia, está íntimamente asociado en las fuentes griegas, tanto desde un punto de vista comercial como militar, a los foceos minorasiáticos. Otros reyes míticos que le precedieron fueron Gárgoris, inventor de la apicultura, su hijo Habis (o Habidis), creador de la agricultura, así como un tal Nórax que, al mando de mercenarios iberos, habría fundado la ciudad sarda de Nora.

10 de septiembre de 2014

Fuentes romanas: la Historia Natural de Plinio


La Historia Natural es una enciclopedia de la naturaleza, que describe el universo, el hombre, los otros reinos de los seres vivos, acompañados de su farmacopea característica, y el mundo mineral. A lo largo de la obra, cuyos referentes son, sin duda, Varrón y Catón, aparecen también dilatados excursus al respecto de la organización social romana (en particular el orden ecuestre), y de las actividades culturales humanas, como la pintura o la escultura.
Es una obra dedicada al emperador flavio Tito (79-81), que se puede entender como la contribución del autor a la regeneración moral de Roma. En función de que la virtud se fundamenta en el conocimiento, Plinio considera su obra como didáctica, con el fin de convertir a sus conciudadanos en más sabios y, por ende, en mejores personas. El espíritu que anima al autor de Historia Natural es la pretensión de dejar constancia e inventariar la mayor cantidad posible de hechos naturales, sin que exista pretensión alguna de explicarlos o interpretarlos. En tal sentido, no estamos ante una obra de talante científico, sino frente a una auténtico archivo, un inventario.
La Historia Natural pliniana es una obra de consulta, más que un trabajo de literatura. Está concebida como un depósito de saberes. Esta obra tiene como tema primordial la naturaleza como contexto, entendida como providencial porque está al servicio de la especie humana, a la que ofrece dones de distinto tipo a cambio de un cúmulo de ingratitudes: el ser humano abusa de ella, la ignora y, además, la transforma para convertir sus preciados dones en innecesarios lujos o en mecanismos destructivos. En tal sentido, Plinio intenta con su Historia Natural, estimular a las personas a conducirse a través de un comportamiento austero y a llevar una sencilla forma de vida ajustada a la natura y análoga a la de los antepasados.
Esta postura en contra de violentar a la naturaleza no deja de estar signada por una intención moralizante, pues tal actitud continúa la línea tradicional de los propios moralistas romanos, defensores a ultranza de la disciplina y la tranquilidad frente al lujo oriental, que conduce al pueblo romano a la molicie y la decadencia[1]. La obra, dominada por una visión antropocéntrica de la naturaleza, aparece ordenada en un modo que ha sido descrito como decreciente: primero el continente y la geografía, después el contenido (en estricto orden): seres humanos, animales, plantas. Se sigue la orientación animado-inanimado; del hombre a los minerales.
Indudablemente, Plinio parece estar al margen y, por tanto desinteresado, de los cánones aristotélicos de veracidad propios de los saberes científicos. En especial su zoología[2] se inserta en la tradición de Teofrasto y en los mirabilia, en los hechos sorprendentes y extraños, centrándose en la inteligencia de los animales y en los vínculos, amistosos y de simpatía, entre estos y el ser humano.
Historia Natural fue, por consiguiente, un producto concebido como un depósito de prácticos saberes. En este orden de cosas, se convertiría en un modelo a seguir por los enciclopedistas de la antigüedad tardía y medievales. Influyó de manera notable en autores cristianos como San Agustín y San Jerónimo, quienes abrieron el camino, a través de Plinio, de la exégesis de la alegoría bíblica.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, septiembre 2014


[1] En este sentido, Plinio es claro deudor de la visión estoica que apunta hacia la consideración de una naturaleza benigna que gira, en todo caso, (y siguiendo las enseñanzas de Posidonio) en torno al ser humano.
[2] La fuente principal en este caso fue Aristóteles, en particular Investigación sobre los animales.