DISEÑO EN MANDALA DEL GIGANTE DE LA EXISTENCIA.
Antes de comenzar la construcción
de un templo, la tierra debe ser arada por doce toros con doce arados, un acto
de naturaleza cósmica, que alude al sendero del sol a través de los doce signos
del zodíaco[1].
Una vez la tierra haya sido sembrada y se haya recogido la cosecha, las vacas
paridas pueden pacer con libertad en el terreno, para purificarlo con su
auspiciosa presencia[2].
El Vastupurushamandala, es el diseño del gigante de la existencia
sobre el que el templo permanece. Es un asura o demonio del caos representado
como una figura incrustada en la planta del templo, que será conquistado por
los dioses que representan el orden. Sojuzgado por el sthapati, el sacerdote-arquitecto que dirige a los trabajadores,
acaba siendo renombrado como vastupurusha
o gigante de la existencia, como arquetipo de la construcción. El demonio,
símbolo de la pasividad, llega a ser el purusha,
el hombre perfecto que mira hacia el cielo. El prana o hálito que anima el macro y microcosmos, discurre a través
de los puntos vitales de la planta del templo. Esa suerte de centros nerviosos
se denominan marmans, puntos vitales,
pero vulnerables, que no deben ser obstruidos siendo incorporados en muros,
pilares o puertas. La analogía entre el templo, un cuerpo místico, compuesto de
cinco elementos cósmicos, y el cuerpo humano psico-físico, es poderosa. El plinto cuadrado conectado a la tierra se
refiere al cuerpo entre los pies y las rodillas; los muros, conectados con el
elemento agua, evoca la porción entre las rodillas y las ijadas; la cubierta
del santuario interno, correlativo al fuego y al triángulo, es la parte entre
las ijadas y el corazón; el kalasha,
en el santuario interno, alusivo al elemento aire, se refiere al cuerpo entre
el corazón y las fosas oculares, mientras que el pináculo, símbolo del éter y
el espacio, es igual al área del entrecejo y la cima de la cabeza. Así, el
templo es el cuerpo de la deidad y de sus adoradores.
El proceso de consagración y
transmutación se videncia en el trazado de la planta del templo. Un poste se
erige en el centro del terreno elegido, conformando un eje ideal alrededor del
cual el edificio debe ser construido, casi como si fuese una espiral convertida
en piedra, símbolo de la expansión y el ascenso. Se traza un círculo, y la
sombra del poste marcará los puntos cardinales este y oeste sobre la
circunferencia. Ambos puntos se unen con una línea, y ambos puntos se emplean
como centros para trazar otros círculos que tiene como radio el diámetro del
primer círculo. Las intersecciones de los dos grandes círculos coinciden con el
norte y el sur, entre los cuales se dibuja otra línea recta para formar una
cruz que simboliza la expansión del Primer Principio hacia las cuatro
direcciones principales. Usando los puntos tangenciales de la línea norte-sur
con el círculo como centro para el círculo y la distancia entre los dos puntos
como radio, se diferencian otras dos circunferencias. Las intersecciones de los
cuatro círculos basadas sobre los puntos cardinales, marcan las cuatro esquinas
de un cuadrado. Con ellos se obtiene una cuadratura de un círculo, alusión al
paso de lo profano a lo sacro. Así, la tierra es transfigurada y consagrada,
además de transformada en la “novia” del cielo. Si consideramos el punto
ocupado por el poste y la cruz creada desde él, como el elemento inicial,
tenemos el primer tipo de plan templario, manduka,
fundamentado sobre un módulo de cuatro cuadrados centrales divididos en una
parrilla de sesenta y cuatro. El segundo tipo básico de planta de templo, el paramashayin, se fundamenta en un módulo
de nueve cuadrados dividido en una parrilla de ochenta y un cuadrados. El paramashayin tiene su origen en el
cuadrado, símbolo relativo al Absoluto en su forma más burda y manifiesta.
Evoca la condensación, la estabilidad y la solidez, refiriéndose al elemento
tierra y al espacio humano. El plan del terreno evoca, por tanto, el paso de lo
Uno a lo múltiple y, de este modo, a la manifestación, pero también la ruta
inversa; esto es, la resolución de la pluralidad cósmica en la Unidad divina.
El armazón de doce cuadrados que
rodea los cuatro centrales del manduka,
se refiere a las doce casas del zodíaco y, de esta manera, al sol. El armazón
final de veintiocho cuadrados es dedicado a las otras tantas nakshatra, casas de la luna. Los ocho
cuadrados en el paramashayin que
rodean el cuadrado central no están conectados únicamente a las direcciones
principales en el espacio, sino también al sol, la luna, los cinco planetas
(Mercurio, Venus, Júpiter, Saturno y Marte), así como a Rahu, el demonio del
eclipse, con el sol en el centro.
El simbolismo de la arquitectura
templaria se puede leer desde la cima hasta el plinto, o viceversa: el descenso
de la divinidad y la génesis del Universo o, de modo alternativo, el ascenso
del ser humano y la disolución del Cosmos. La interpretación vertical se
acompaña de otra horizontal, que contrasta los muros exteriores, cubiertos de
estatuas y diversa ornamentación, con la austera desnudez del santuario
interior. El exterior del templo es la forma, mientras que el interior la
esencia. El contraste entre lo externo, multiforme, iluminado y temporal, y lo
interno, unitario, oscuro y atemporal, es el sendero del goce místico que rige
el templo.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
[1] En tal sentido, la presencia de
agua es fundamental, bien en el frente o a la izquierda de la construcción.
[2] La vaca, por su naturaleza
benevolente, es particularmente sacra a través de sus cinco productos: leche,
mantequilla, ghee o mantequilla
clarificada, orina y excrementos, elementos básicos en el ritual y en la vida
cotidiana. La leche y la mantequilla se emplean en las ofrendas; la bosta seca
se usa como combustible y la orina para desinfectar y como un mecanismo para
exorcizar el medio ambiente.