Roma careció de una mitología, a
diferencia de otras culturas indoeuropeas. No hubo antropogonías, ni
cosmogonías ni, por supuesto, teogonías. Además, Roma careció de poetas épicos
que ejerciesen las veces de profetas, adivinos o teólogos. No obstante, hubo
conciencia, desde muy antiguo, de esta ausencia de mitos propios, atribuida,
según algunas fuentes (Dionisio de Halicarnaso en sus Antigüedades Romanas) a
una decisión de Rómulo para, de esta forma, se pudiera pensar únicamente
aquello que es mejor sobre los dioses.
En todo caso, aparecieron relatos
míticos sobre dioses y héroes, aunque como resultado directo del proceso de
helenización. Es por eso que las divinidades que participan se consideran
afines a las griegas. Pero, además de ese proceso, lo cierto es que en el
patrimonio tradicional romano existieron narraciones con elementos fantasiosos,
aunque sus protagonistas hayan sido personajes considerados históricos por la
tradición romana. Es el caso de Numa Pompilio, Rómulo, Mucio Scévola u Horacio
Cocles. Por tal motivo, los relatos en los que son agentes principales pasan a
ser parte de la historia. No se puede descartar, así mismo, que Roma
desmitificara consciente e intencionalmente su patrimonio mítico (por tanto
existente), al producirse la consolidación y expansión del culto a Júpiter
Óptimo Máximo, lo que eclipsaría el pasado mítico previo. Por otra parte, Roma,
desde el siglo VII a.e.c. llevó a cabo una rápida transición hacia la
civilización urbana y en ausencia de artes plásticas y de poetas, no pudo
fijar, ni por escrito ni en imágenes, sus propios mitos. En esta fase
formativa, no obstante, Roma se vio envuelta e influida en un clima cultural
etrusco y griego, que formaron parte de la nueva formación urbana y
transmitieron algunos de sus repertorios iconográficos y mitológicos.
En las conocidas historias que se
tejen alrededor de los primeros reyes se reconocen con facilidad, rasgos,
motivos y tipologías que son singularmente propios de los modelos mitológicos.
En tal sentido, se puede observar con claridad la vinculación de Rómulo con el
mundo de los dioses (es hijo de Marte y rey de Roma por la voluntad explícita
de Júpiter). Los primeros reyes “etruscos”, envueltos en las tinieblas del
pasado remoto, así como ciertos relatos de conflictos (romanos y sabinos, por
ejemplo), pudieran tener una relación directa con el modelo de la ideología
tripartita indoeuropea y con tradiciones de estirpe indoeuropea.
Aunque ciertos episodios de la Roma
arcaica procedan de mitos antiguos propios del sustrato indoeuropeo, no se debe
olvidar que Roma ni se expresó ni se constituyó a través de mitos,
orientándose, más bien, hacia una “actualidad” histórica. A este fenómeno
habría contribuido la actividad de la analística de los pontífices, suerte de
memoria vital ciudadana, que ordenaron y definieron el patrimonio romano entre
los siglos IV y III a.e.c. Poetas y analistas posteriores habrían continuado
esta tradición y la habría perpetuado para la posteridad. Así pues, el pasado
mítico, desmitificado, se historizaba y se presentificaba; es decir, se hacía
actual, en tanto que la orientación ética (procedente del pasado
mitologizante), confluía en un modelo ético que configura el mos maiorum, la inveterada costumbre de
los antepasados.
La exaltación del rito, sin embargo,
contrasta de modo particularmente relevante con la ausencia de mitología. Quizá
por eso el término rito es latino y el de mito, por el contrario, griego.
Varrón, en palabras de San Agustín
(La Ciudad de Dios), señalaba la presencia de una trilogía tripartita en Roma:
la mítica, la de los poetas; la física, aquella de los filósofos; y la
cívico-política, que orientaba el papel de los ciudadanos y los sacerdotes en
el estado, y, por consiguiente, establecía qué dioses había que venerar y qué
formas de culto habrían de ser las más beneficiosas para el estado. Parece
indudable que fue por esta última por la que Roma se decantó.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Caracas