23 de marzo de 2015

Mesopotamia antigua: la III Dinastía de Ur (2113-2004 a.e.c.)



Imágenes: arriba, un cono de arcilla de Ur-Bau, datado en la segunda dinastía de Lagash; abajo, vasija votiva en forma de embarcación-templo. III dinastía de Ur.

Desde la época de Naram-Sin, la inestabilidad de Acadia posibilita los asaltos a las fértiles tierras por parte del pueblo denominado Guti, nómadas establecidos desde antaño en las altas tierras de Mesopotamia, en la región de los montes Zagros. La irrupción de estos pueblos destruirá la ciudad de Akkad, destruyendo el estado acadio y afectando Elam y la baja Mesopotamia. Ocuparán algunos asentamientos se forma permanente. En virtud de que Sumer no sufrió tanto los embates de los Guti, se produjo una reacción de los antiguos núcleos sumerios y del sistema económico, religioso y político de la ciudad-templo autónoma que les era característico.
Será Lagash, con su segunda dinastía, la que adelante este proceso renovador, con sus ensi (entre los que destaca el famoso Gudea), ejerciendo como administradores terrenales del dominio de las divinidades y no como despóticos monarcas universales al modo acadio. Lagash en este momento ejecuta, por tanto, una cierta hegemonía sobra parte significativa del país de Sumer, aunque fuese manteniendo relaciones de colaboración con los Guti. Lagash se relanza económicamente y se convertirá en el predecesor del estado de Ur III. Se reelaboran los elementos tradicionales sumerios: surgen largos textos sumerios de carácter religioso y se exalta la emblemática figura del príncipe.
No obstante, la completa liberación de la Baja Mesopotamia de la mano de los Guti se produjo gracias a la labor de Uruk, cuya autonomía, como la de Lagash, fue notable. Será Utuhegal de Uruk quien oficialice, finalmente, la derrota Guti, lo que supondrá la victoria del pueblo y cultura sumeria. Los dioses sumerios apoyan al rey Utuhegal; por un lado, Enlil, que le encomienda la restitución de la realeza en Sumer; por otro, Inanna, que apoya en los combates, Dumuzi y Gilgamesh (este último héroe sumerio y patrono de Uruk). El soberano contó, así mismo, con el incondicional apoyo del sacerdocio de Nippur, clave para otorgarle legitimidad y para que pueda titularse rey de Uruk y “rey de las cuatro regiones”.
Ur III fue fundado por Ur-Nammu (2112-2095 a.e.c.), antiguo gobernador de Ur dependiente de Utuhegal. Incluso no es improbable que fuese pariente del antiguo rey de Uruk. De ahí que Uruk siempre gozara de especial respeto y funcionase como una segunda capital del estado. El primogénito del soberano de Ur ocupaba, de hecho, el puesto de gobernador de Uruk, y algunas princesas se residenciaron allí, quizá como una especial deferencia a Inanna, cuyos sacerdotes eran, en buena parte, miembros de la familia real. Tuvo que luchar, y derrotar, a Lagash y algunos textos todavía lo mencionan batallando contra los Guti. Este último hecho supondría, o bien un mecanismo propagandístico para limitar la gloria de Utuhegal, o bien que, en realidad, la expulsión de los Guti fue más difícil de lo que se supone, requiriendo el esfuerzo de varios reyes sumerios.
No es fácil detallar la extensión del nuevo estado de Ur III, pero lo cierto es que Ur-Nammu solamente adoptó el título de “rey de Ur” así como “rey de Sumer y Akkad”, una nueva titulatura que supone el reconocimiento de la dualidad de una región que tendría una única cultura. El arcaico “País de Sumer” amplía, de este modo, sus fronteras, tanto políticas como culturales. La labor de Ur-Nmmu, como el que restablece el antiguo orden, fue encomiable, pues reconstruye los grandes santuarios (Nippur, Eridu, Uruk, Ur), construye un palacio real en la capital, logra reabrir las antiguas vías comerciales y drena los campos y mejora el sistema de canalización del agua.
El estado de Ur III, bastante homogéneo, fue dotado de un buen aparato administrativo. Además, el principio dinástico consagró la dignidad de la monarquía. El sucesor de Ur-Nammu fue Shulgi (2094-2047 a.e.c.), un continuador de la obra de reorganización interna previamente iniciada. Lleva a cabo, en la política interior, una reforma de pesos y medidas, mientras que en política exterior instaura una suerte de pacifismo por mediación de alianzas matrimoniales. No obstante, se reedifican algunas murallas (Kazallu) y se hizo perentorio una reforma militar, indicios ambos de una pretendida expansión territorial. Al vigésimo año de su reinado, se auto titula como “rey de las cuatro zonas”, expresión de una nueva concepción imperial de la monarquía. De hecho, Shulgi inicia varias campañas y llega a controlar Assur. Ur III pudo disfrutar en su tiempo de un dominio sobre la Baja y Media Mesopotamia, así como una notable influencia política en regiones como Elam. El rey debe, más que ampliar sus territorios, defender los que ya controla, especialmente frente a las poblaciones nómadas septentrionales y frente a hurritas y semitas amorreos.
Los siguientes soberanos, Amar-Sin y Shu-Sin tuvieron que atender las fronteras. Para ello, erigieron fortines para prevenir las incursiones nómadas. No obstante, no fue suficiente, pues ya con Ibbi-Sin, sucesor de Shu-Sin, la historia de Sumer como entidad política llegó a su fin. El fin se debió a la irrupción de poblaciones extranjeras, en particular, los amorreos (martu en sumerio[1]), que se habían introducido pacíficamente en las tierras de los sedentarios y se habían ido integrando en las estructuras socioeconómicas del estado neo sumerio a través del desempeño de ciertos oficios. Sin embargo, fueron los elamitas[2], tradicional enemigo del país se Sumer, apoyados por los su, población de los Zagros, los que dieron la puntilla definitiva.
El vértice del estado de Ur III lo ocupaba la institución monárquica. La relativa aproximación a lo divino de los soberanos les permitió justificar un intervencionismo en la vida política y social de los súbditos (casi al modo acadio), aglutinando prerrogativas que previamente se consideraban exclusivas de las divinidades, como la edición de las normas de convivencia, códigos y recopilaciones de leyes[3], o el nombramiento de sacerdotes. Los reyes se ocuparon de ordenar el territorio, fijando límites y territorios provinciales, cada uno de los cuales estaba gobernado por un ensi, ahora un funcionario supremo del gobierno provincial. A su lado podía estar un shagin, suerte de jefe militar pero también con funciones civiles de la administración, como las obras públicas. Por debajo había una multitud de oficiales, policías y capataces.
Tras el rey y su familia, estas personalidades conformaban una especie de aristocracia funcionarial. Más abajo, se ubicarían las fuerzas productivas, es decir, agricultores, artesanos, pastores, marineros. Entre los hombres libres había, no obstante, categorías: aquellos de posición desahogada, pero con estatus jurídico inferior a las personas de mayor poder adquisitivo (mushkenum), o los eren, obreros, trabajadores, quizá peones que realizaban actividades civiles pero también, eventualmente, militares, pues aparecen encuadrados en destacamentos. Los eren son dependientes, asignados al templo o a la realeza, dedicados a las actividades agrarias y a las obras públicas (sobre todo aquellas de limpieza). Los esclavos, finalmente, eran propiedad de un individuo o de una institución.
Desde una óptica económica, se puede decir que en Ur III coexistió el templo, todavía centro económico primordial, con un aparato organizativo estatal, dependiente del palacio. Los soberanos seguirán siendo fieles a la tradición que les comprometía a mantener el brillo de los santuarios, donando animales para los sacrificios, alimentos u objetos manufacturados. La tierra fértil es propiedad del templo o del palacio, parte de las cuales se arriendan a particulares. Es probable que hubiese una relevante difusión de la propiedad privada de la tierra. En la actividad artesanal destacaba el trabajo del metal, sobre todo oro y plata para la orfebrería, y plomo, cobre o estaño como valor de cambio. Algunos de estos metales debían importarse (el cobre de Anatolia oriental y Arabia, el oro del Golfo Pérsico, y la plata de Elam). Los centros metalúrgicos principales serán Ur, Umma y Lagash. Además de la metalurgia fue relevante la actividad textil, en cuyos talleres trabajaban esencialmente mujeres. La actividad económica en general se verá fuertemente apoyada por la apertura internacional que favorece los intercambios, y de soslayo, la actividad bancaria, a través de préstamos y compras a crédito.
La cultura de Ur III implica la continuidad del florecimiento de las ciudades sumerias, de ahí la denominación, para categorizar la época, de Renacimiento Sumerio. Se retorna a las formas tradicionales artísticas sumerias, aunque ahora el estilo es un tanto academicista fruto de la previa influencia acadia. Arquitectónicamente se contempla ahora la plasmación definitiva del zigurat o torre-templo, la edificación de palacios y mausoleos reales. El estado neo sumerio de Ur III era bilingüe, aunque el proceso de semitización fue muy impulsado, sobre todo en el antiguo territorio de Akkad. Es la época del florecimiento de la gran literatura sumeria (narraciones, textos sapienciales, poemas), como, por ejemplo, La Maldición de Akkad. La gran novedad serán los himnos dedicados a los reyes, quizá una modalidad relacionada con la divinización de los monarcas, ya que anteriormente solamente se destinaban a las divinidades. En la religiosidad, se yuxtaponen deidades semitas y sumerias, si bien son estas últimas las principales (salvo Ishtar, asimilada a Inanna). Esta síntesis será, en cualquier caso, el fundamento de la evolución religiosa posterior.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. Doctorado en Historia, UCV


[1] Los amorreos, de lengua semítica occidental, eran un pueblo nómada “sin casa” y “que no conocen el grano”, para sumerios y acadios. Parece factible que la región nuclear de los amorreos haya estado en Siria, aunque su localización nunca debió ser única ni fija.
[2] Los elamitas fueron una civilización que yuxtapuso la agricultura en la región sur de Irán y la minería y recursos forestales de las zonas limítrofes. Estuvieron muy influidos por la cultura sumeria: el arte, la concepción monárquica o la escritura cuneiforme. Shulgi había convertido la zona de Susa en un protectorado dependiente de Ur III, permitiendo que algunos elamitas se integrasen como mercenarios en las tropas del estado neo sumerio, pero sus sucesores fueron menos hábiles en el mantenimiento de esta política pragmática con Elam.
[3] La obligación del rey de garantizar un orden justo y la armonía entre los súbditos, justifican la facultad que poseían de promulgar leyes, aunque sea por delegación de las deidades. De lo que ha sobrevivido, sabemos que las leyes consistían en disposiciones relativas a la familia, a la vida agrícola, los esclavos y a las penas por lesionar a otra persona. Se destacan la imposición de multas y las compensaciones monetarias en lugar de los castigos físicos.

16 de marzo de 2015

Libros. Apuntes del mundo de la antigüedad


En este nuevo libro, Apuntes del mundo de la antigüedad. Una retrospectiva en imágenes (edic. Publicia, Barcelona-Saarbrücken, 2015, ISBN 978-3-639-55228-7, 225 pp.) se emprende la labor de reivindicar, entre otras propuestas, el hecho de que los ámbitos de la antigüedad no son islas sin conexión entre sí. Los procesos históricos de la protohistoria y la historia antigua no están aislados, y un conocimiento más caleidoscópico de los mismos requiere establecer asociaciones, analogías, referencias, vínculos. En tal sentido, se ofrecen visiones sobre aspectos del mundo antiguo, asociadas a casi sesenta ilustraciones. En unos días estará en la calle. Se distribuirá en librerías en Europa y en algunos países latinoamericanos (Brasil, Chile, Colombia, México y Ecuador). Para nuestro país tendré varios ejemplares que regala la editorial al autor. La ilustración de portada es la tumba de Humayún, emperador mogol en territorios de Afganistán e India en la primera mitad del siglo XVI.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-Caracas

12 de marzo de 2015

Los inicios del Imperio Parto Sasánida: Ardashir I y Shabuhr I


MONEDAS SASÁNIDAS DE COSROES II (KHUSRO II, 591-628)

Hacia 238 a.e.c., los arsácidas, tribu nómada de Asia central, habían invadido la zona oriental de la meseta irania y establecieron una nueva dinastía que heredó un pasado persa y greco-macedónico. No obstante, gravitaron en torno a la cultura persa, de la cual adoptaron los ideales que habían establecido sus antiguos gobernantes. Mandatarios locales, los frataraka, gobernaban el área, denominada Fars. Allí, a comienzos del siglo III, una familia persa conocida como Sasan logró expandir su poder más allá de la antigua Istakhr, lo que dará pie al inicio del Imperio Sasánida. Ardashir I (Arsaces) derrotó a Ardawan (Artabano IV), el último rey arsácida[1], en la llanura de Hormozgan en 224, estableciendo los cimientos del futuro Imperio Sasánida. Ardashir toma el título de Rey de Reyes y comienza, sin dilación, la conquista de un territorio que se llamó Iranshahr. Las campañas para controlar la provincia de Persis o Fars habían comenzado unos años antes, en 205-206, cuando el padre de Ardashir I, Pabag, a la sazón, según las fuentes, sacerdote del templo del fuego de Anahid (Anahita[2]) en la ciudad de Istakhr, logró destronar al gobernante local de Istakhr, que pertenecía a la familia Bazrangida.
Ardashir invadió Siria, Armenia y la capadocia turca, pero con ello entró en conflicto directo con Roma, cuyo emperador en ese momento era Alejandro Severo. No obstante, en las guerras que los enfrentaron, entre 231 y 233, ninguno resultó vencedor. El equilibrio se rompió cuando el emperador romano murió, y Mesopotamia, Carrhae, Nisbis y Hatra fueron entonces territorios invadidos por los sasánidas. Consolidadas estas nuevas regiones, Shabuhr I, su hijo, continuaría sus conquistas y la expansión imperial.
Para conmemorar sus victorias, mandó erigir los relieves sobre las rocas en Firouzabad, Naqsh-i Rajab y Naqsh-i Rustam. En los relieves de este último lugar, Ardashir quiere mostrar, y hacer creer a los demás, que gozaba del beneplácito de los dioses para gobernar el territorio que las inscripciones denominan Iranshahr (el reino de los iranios o Aryos[3]), y a las gentes llamadas Eran (iranios). Esta idea fue aceptada por la población zoroastriana del imperio, así como por aquella que no lo era, sobreviviendo en la memoria colectiva de los persas entre los varios y diferentes estratos de la sociedad irania. Según el sacerdote zoroastriano Kerdir, Persis, Parthia, Babilonia, Mesene, Adiabene, Azerbayán, Isfahan, Kerman, Sistan, y Gurgan, hasta Peshawar, serían las provincias de Iranshahr, mientras que Siria, Cilicia, Armenia, Georgia y Albania, bajo control sasánida también, no serían propiamente hablando territorios Eran o iranios, es decir, “bárbaros”.
Ardashir se consideró a sí mismo un adorador de Ahura Mazda (Ohrmazd), así como un descendiente de la divinidad, quizá del epónimo de la dinastía, designado Sasan como una deidad zoroástrica, aunque tal dios no aparece mencionado en el Avesta[4]. No obstante, en el siglo I, en Taxila, se hallaron monedas con el nombre Sasa que pudieran conectarse con el mencionado Sasan, pues el emblema en las monedas encaja con aquel visible en el escudo de armas del propio Shabuhr I.  Además, el poema épico persa Shahnameh, de Ferdosi, también menciona conexiones orientales para Sasan, lo que podría hacernos creer que la familia vino del este. En cualquier caso, el rey se consideraba descendiente de los dioses (yazdan). Esta es una idea que puede ser reflejo, en parte, del pasado helénico de Irán, en tanto que Alejandro Magno y los reyes seléucidas se consideraron descendientes de theos. El arte del período sasánida corrobora esta sugerencia, ya que la imagen de Ohrmzad y la de Ardashir son análogas en los relieves visibles en Naqsh-i Rustam.
El hijo de Ardashir, Shabuhr I (Sapor I), se convierte en co-regente en 240. Esta medida la toma el rey porque tenía otros hijos que actuaban como gobernadores de provincias y podrían desear asumir el trono. El método de sucesión se basaba inicialmente en la elección que hacía el rey precedente a cargo, pero con posterioridad, fue la nobleza y el sacerdocio zoroástrico, quienes asumirían tal decisión.
Shabuhr I emprende guerras contra Roma. En 243, el emperador Gordiano invade Mesopotamia para recobrar lo que había sido dominado por Ardashir después de la muerte de Alejandro Severo. Según las inscripciones partas, Shabuhr fue capaz de matar al emperador en Misikhe en 244, cerca del Éufrates. Lo cierto es que Gordiano murió en Zaitha, en el norte de Mesopotamia, ese mismo año. Según el rey sasánida, el emperador romano había acudido con fuerzas de godos y germanos, que habían sido derrotadas en batalla. La derrota romana le costó a Roma, en efecto, la pérdida de un gran territorio y una suma en oro como compensación de guerra, de quinientos mil denarios. Los sasánidas tomaron de Roma grandes porciones deMesopotamia y Armenia. No se puede dejar de lado, también, que los dinastas sasánidas luchaban en Armenia contra una rama de la familia arsácida.
Shabuhr I conmemoró su victoria en relieves en Naqsh-i Rustam, y en Ka’be-ye Zardosht en Persis, en donde se muestra subyugando a dos emperadores romanos a su voluntad. En sus res gestae provee información de su convicción religiosa, linaje, las zonas sobre las que gobernaba y el destino sufrido por los romanos. En un contexto doctrinal zoroastriano los romanos representaban el concepto del desorden y el embuste, mientras que los persas eran los representantes de la verdad y el orden. La segunda campaña del rey comenzó en 252 contra otras fuerzas romanas en Barbaliso, cuyo resultado fue otra derrota de Roma. Varias ciudades de Siria y Mesopotamia fueron, según las inscripciones persas, tomadas. Una tercera campaña se produjo en 260, en la que Shabuhr I tomó la Mesopotamia oriental, Siria y la costa oriental del Mediterráneo. En esta campaña fue capturado el emperador Valeriano[5], además de un grupo de soldados y senadores, y fueron deportados a territorio sasánida. Es ahora cuando eslavos, godos y romanos, además de otras poblaciones próximo-orientales, son incorporadas al imperio. Los límites entre Persia y Roma fluctuaban entre el Tigris y el Éufrates. Armenia siguió siendo, hasta el final del imperio, el punto focal de desencuentros entre Roma y los sasánidas. De gran valía económica y estratégica, Armenia actuaba de amortiguador entre ambas potencias. Pero como una rama de la familia real parta permanecía en Armenia, debemos imaginar que Shabuhr quería poner fuera de circulación a sus representantes. A ello pudo deberse que planease el asesinato del rey Xosrov e instalase en el trono armenio un rey leal llamado Tirdates (Tirdad), quien gobernaría desde 252 a 262. 
Durante el reinado de Shabuhr I, la “iglesia” zoroástrica fue formada por Kerdir, quien intentó establecer un cuerpo legal, canonizar el Avesta, unificar el sistema de creencias, crear una doctrina común y establecer, finalmente, una jerarquía religiosa zoroástrica vinculada al estado. Al mismo tiempo, Mani emergía en Mesopotamia. Según las fuentes maniqueas, Mani, durante los últimos años de Ardashir I se había dirigido hacia India, pero en época de Shabuhr I había regresado a las tierras del Imperio sasánida, donde sería honrado y se le permitiría pregonar y difundir su doctrina.
El imperio centralizado de Ardashir I y Shaburh I necesitaba un aparato administrativo considerable. Según las res gestae, había gobernadores (šahrabs), virreyes (bidaxš), un administrador de la propiedad real, un comandante de la guardia real (hazarbad), además de escribas, tesoreros, jueces e inspectores de los mercados. Naturalmente, se mantenían reyezuelos locales (šahrdaran), príncipes de sangre real (waspuhragan), notables mayores (wuzurgan), una nobleza menor y otros oficiales. La gran nobleza permaneció sometida a los sasánidas. No obstante, a muchas de estas familias, como los Waraz, Suren, Karen o Andigan, se les concedieron honores y cargos, como ser maestros de ceremonias en el otorgamiento de la corona. A la par, se les permitía portar su emblema de clan o su escudo de armas sobre sus gorros, tal y como se desprende de los relieves rocosos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Doctorado en Ciencias Sociales, UCV


[1]Ardawan I llevaba pasando ciertos apuros por esa época, tanto externa como internamente. Por una parte, se había enfrentado al emperador Caracalla y sus tropas cerca de Nisibis, en 217, mientras que internamente había sido desafiado por Balash (Vologases VI). Estos hechos pudieron ayudar sobremanera a que un guerrero local y su familia en la provincia de Fars (Persis), pudiera conquistar esos territorios con bastante rapidez.
[2] Esta diosa era, desde antaño, fuente de devoción en el Avesta, principal texto sacro zoroástrico, por parte de guerreros, héroes y reyes. Tanto su antiguo culto en Persis, así como su templo, pudieron servir como elementos prestigiadores de un lugar donde se mantendría viva la tradición persa. El carácter guerrero de Anahita surgió de la simbiosis de la Ishtar próximo-oriental con la griega Atenea.
[3] El término empleado para denominar al territorio tenía su precedente en el Avesta, en donde designaba un territorio mítico, hogar de los Aryos, y que ahora se traspasaba a la región en la que los sasánidas gobernaban.
[4] En algunos óstraca donde, presuntamente, aparece el nombre, podría referirse también a Sesen, antiguo dios semita encontrado en ugarítico ya en el segundo milenio a.e.c.
[5] En un relieve en Persis, Valeriano es mostrado arrodillado ante Shaburh I. Entre las ruinas de la ciudad de Bishabuhr existe un lugar marcado como la “prisión de Valeriano”. En algunas fuentes romanas, la derrota de Valeriano se debió a su paganismo y como un castigo por haber atormentado a los cristianos.

6 de marzo de 2015

Los Celtas: sus orígenes en las fuentes clásicas y la arqueología



Imágenes: lúnula con símbolos religiosos, animales y cabezas de ser humano. Tesoro de Chao de Lamas, Portugal, siglo II a.C.; modelo de etnogénesis de la entidad céltica, según Colin Renfrew.

Las poblaciones de centro Europa (el este de Francia, sur de Alemania, occidente de Austria y el norte de Suiza, compartían, hacia casi tres milenios, una serie de elementos culturales, como las costumbres, la lengua, la organización socio-económica, la cultura material y, quizá, ideas y creencias. Tal identidad aparece reflejada en las fuentes griegas y romanas con el nombre de Céltica. El final de la Primera Edad del Hierro, lo que se conoce como mundo hallstáttico, conformó la fundamentación étnico-cultural de la que surgirán los keltoi, los celtas, primer pueblo conocido al norte de los Alpes. A partir del siglo IV a.C. estos celtas se adueñaron de una significativa porción de Europa, instalándose en Grecia, Italia y Asia Menor, entre otras regiones.
En Hecateo de Mileto y en Heródoto hallamos las primeras referencias históricas escritas referidas a los keltoi. Para el primero, se encontraban en las cercanías de Massalia, mientras que para el segundo, se ubicaban en torno al río Istro (Danubio) y más allá de Gibraltar. En el siglo IV a.C., Éforo de Cumas señala a los celtas como uno de los pueblos bárbaros asentados al occidente (escitas, libios y persas estarían al norte, sur y oriente, respectivamente, de la periferia del ámbito griego). Según la Ora Marítima de Avieno (del siglo IV pero que recoge un periplo massaliota de hacia el siglo VI a.C.), los celtas habían desplazado a los ligures de la región atlántica europea, teniendo que movilizarse hacia el sur. Esto implicaría la presencia de la “entidad céltica” a finales de la mencionada Primera Edad del Hierro. Keltoi, término quizá recibido por los griegos de tradiciones orales, sería una suerte de etiqueta para las gentes del noroeste de Europa[1].
El término “céltico” puede tener varias significaciones y acepciones dispares. En primer lugar, podría referirse a las poblaciones denominadas de este modo por los autores griegos y romanos; en segundo término se referiría a pueblos que se auto denominan así; en tercer lugar, podría hacer alusión a un grupo lingüístico concreto definido por los estudiosos; en cuarto lugar, haría referencia al complejo arqueológico de la Segunda Edad del Hierro del centro occidente de Europa, llamado La Téne; en quinto, aludiría a un estilo artístico de esta mencionada edad; en sexto lugar, haría referencia a un hipotético “espíritu céltico”, cuyos rasgos, determinados por las fuentes clásicas, serían el heroísmo, la belicosidad o el individualismo, aspectos francamente mitificados y mitificadores; en séptimo lugar, se aludiría a un específico arte irlandés del primer milenio de nuestra era (de la Alta Edad Media, por tanto) y; finalmente, a los actuales “valores”, heredados del celtismo, presentes en la sociedad occidental. Apreciaciones como el espíritu o la herencia céltica carecen de rigor histórico y son fruto de una visión historiográfica romántica decimonónica.
Desde una óptica tradicional, el origen de los pueblos celtas se establecía linealmente desde la primera indoeuropeización de Europa con los kurganes de las estepas de Rusia y desde los portadores de la denominada “hacha de combate” del III milenio a.C. Tal continuidad se vería reflejada en culturas de la Edad del Bronce (Campos de Urnas, por ejemplo), y acabaría dando lugar a los celtas históricos. En el siglo V a.C., desde el área hogar céltico, los celtas migrarían por toda Europa y Asia Menor. Para estudiosos como Colin Renfrew, la indoeuropeización se asociaría con la introducción de la agricultura en Europa, cuya expansión difundió una lengua indoeuropea arcaica no diferenciada. Desde el sustrato común indoeuropeo habría habido evoluciones independientes, pero también contactos, a lo largo del tiempo, produciéndose una especie de acumulación de celticidad. Los dialectos en zonas con redes de intercambios explicaría el surgimiento de diferentes entidades célticas en el I milenio a.C., con lo que se desecharían las idea del hogar céltico y de las invasiones. Del indoeuropeo occidental hablado por los habitantes de los Campos de Urnas de la Edad del Bronce, aparecerían las lenguas célticas. Esto significa que los celtas estarían ubicados desde el principio en centro Europa, es decir, desde el Neolítico.
La cultura hallsttática occidental (región al septentrión de los Alpes) parece corresponderse con las más arcaicas manifestaciones de la entidad céltica. Torques, puñales de antenas y brazaletes de oro configuran elementos de la cultura material aquí bien delimitada. En esta cultura se produciría una jerarquización social, encabezada por los llamados jefes de las tumbas de carro. Esta diferenciación social parece comprobarse en los grandes hábitats fortificados, en los túmulos funerarios cercanos a ellos y en los ajuares funerarios de la fase Hallsttat D (entre 600 y 450 a.C.). La coincidencia del área nuclear hallsttática con el mundo céltico de la Segunda Edad del Hierro supondría que estos celtas serían antepasados de los celtas latenienses y que las poblaciones de la Primera Edad del Hierro serían proto célticos o celtas arcaicos.
Hacia 500 a.C., tal vez debido a crisis sociales y políticas, así como a dificultades para mantenerse activos en el comercio mediterráneo, los centros hallsttáticos principales pierden preeminencia y casi desaparecen los enterramientos fastuosos. El centro hallsttático se desplaza al norte (Renania, Bohemia), en donde pudo darse el cambio socio-cultural que implica el comienzo de la Segunda Edad del Hierro o cultura de la Téne. Ahora, las ciudades de esos jefes que antes mencionábamos desaparecen y son sustituidas por aldeas o granjas, no siempre fortificadas. Además, las tumbas aristocráticas se mezclan con otras en necrópolis y las diferencias de riqueza se hacen menos evidentes. Los carros ahora son de combate, con dos ruedas, y los puñales dejan su lugar a las espadas largas y las jabalinas. Por otra parte, parece evidenciarse un nuevo estilo artístico, que fusiona tradiciones indígenas autóctonas con motivos mediterráneos, como el loto. Las nuevas jefaturas guerreras asumen nuevas formas de explotar la tierra y de dominar el comercio. Un presumible crecimiento demográfico posibilita su expansión hacia el este y también hacia el oeste (norte de Francia, Península Ibérica, Reino Unido).
Aunque hoy en día no se sostienen ni invasiones ni migraciones masivas de los celtas, no se debe descartar la presencia de movimientos de población que recogen los textos clásicos (el ataque a Roma en 390 a.C., la expedición a Macedonia de 280 a.C. y el asentamiento de los Gálatas en Asia Menor). Estas expansiones pueden responder a mecanismos complejos de difusión, que impliquen la difusión de tipos como aspectos de estatus o a través de artesanos itinerantes (que explicarían los diferentes estilos artísticos). La interrelación entre cultura material y etnicidad es muy compleja de resolver para el caso céltico.
En los dos últimos siglos antes de Cristo, surgen en el mundo céltico centros urbanos de gran tamaño (oppida), y algunos pueblos logran desarrollar formas de organización estatal, que conforman estados tribales, cuya desaparición, por asimilación, se producirá a partir de la conquista romana.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Escuela de Letras, UCAB


[1] Las descripciones sistemáticas de los celtas son muy tardías: Julio César en La Guerra de las Galias, Diodoro Sículo y Estrabón (Geografía), recogiendo este último, probablemente, datos de Posidonio. Todos ellos, entre el siglo I a.C. y el I de nuestra era. En estos autores vemos el uso de Keltai y Galli para grupos de la Galia, a su vez diferentes de los grupos de los Península Ibérica. Otros autores hablan de Galos y Gálatas como sinónimos de celtas. El contenido del vocablo celtas varió con el tiempo y puede referirse a una entidad que no es uniforme ni homogénea.

2 de marzo de 2015

El origen de los Tracios y su estructuración social



Arriba, tumba tracia de Sveshtari, Bulgaria; abajo, tumba nº 43 en la necrópolis eneolítica de Varna. V milenio a.e.c.

Las fuentes escritas, particularmente los poemas homéricos, mencionan a los tracios como una población sedentaria a fines del II milenio a.e.c., noticia que haría probable su presencia en la Edad del Bronce del III milenio. La arqueología ha sacado a la luz vestigios en el actual territorio búlgaro de culturas neolíticas y eneolíticas (entre los milenios VII y IV a.e.c.), con presencia de túmulos, necrópolis (como la de la ciudad de Varna) y poblados, además de cerámica y pequeñas figurillas. Las excavaciones de Ovcharovo, Gradeshnitsa o Stara Zagora proclaman la existencia de una arcaica civilización en la Península de los Balcanes entre el V y el IV milenio a.e.c., que fue destruida por la llegada de tribus nómadas desde el norte y noroeste, en donde puede hallarse la etnogénesis de las tribus tracias de la Edad del Bronce. Los portadores de la cultura de la Edad del Bronce en Tracia son, sin dudas, indoeuropeos.
Las interpretaciones lingüísticas de los topónimos, las diferentes excavaciones arqueológicas y ciertos datos antropológicos, indican que los tracios fueron una población indoeuropea del Bronce que se estableció en la región actualmente búlgara, en regiones de cultura eneolítica, a partir de diversas migraciones.
Los procesos etnogenéticos de la Edad del Bronce dieron origen a los tracios (cuyo nombre fue mencionado, hipotéticamente, en algunos textos micénicos) que se conformaron como población principal en el centro y este de los Balcanes. Según la Ilíada, con el nombre de la tribu, que vivía en la Tracia del Egeo, se denominó a varias tribus con lengua semejante. En el Catálogo de las Naves se menciona, entre los pueblos balcánicos, a ciconios, peonios y tracios. A partir del II milenio a.e.c. el nombre tracio se generalizó para designar a la población que habitaba entre los Cárpatos y el Egeo, hasta el Mar Negro. Quizá los tracios vivieran también, inicialmente, en la Hélade y en Asia menor, hasta su final asimilación. El conjunto mayoritario de las tribus tracias habitó al sur del Danubio en el I milenio a.e.c., mientras que al norte del río se habían asentado los dacios o tracios nórdicos, en donde se acabaría conformando el más grande y destacado de los estados de los tracios, el reino de los Odrisios, que terminó siendo destruido por Filipo II a fines del siglo IV a.e.c.
En la épica homérica, los tracios vivían al norte de la Hélade micénica, en el Ródope y la Tracia egea. Sus tierras eran, se dice, muy fértiles. Además, criaban caballos y ovejas, producían vino, vivían en poblados fortificados (como Poltimvria o Melsavria, la posterior Mesembria en el Mar Negro) y eran destacados mineros. La Ilíada manifiesta también que los tracios fueron una población emparentada con los troyanos, de ahí el apoyo tracio a los troyanos. A fines del II milenio a.e.c., centro y norte de la Península balcánica estaban habitadas por tracios (actuales Bulgaria, Rumanía, Grecia y parte de Turquía), mientras que en el occidente vivían las tribus ilirias. Según Heródoto los más numerosos de los tracios fueron los odrisios. Sus vecinos eran los besios (en la zona de Filipópolis-Pulpudeva, Plovdiv hoy). En el norte de la Bulgaria actual vivirían mesios, tribalios y getas, en el oeste, los denteletios; en el sudeste, tinios y astios.
Entre los siglos X y VI a.e.c., época precedente a la formación del estado tracio, la cultura tracia se desplegó en los valles fértiles de las regiones centrales de los Balcanes, el sur de Bulgaria. Esta zona, conocida en el mundo helénico como Hebros, estaba surcada por varios ríos navegables, que fueron las principales vías acuáticas de comunicación entre los griegos y las tribus tracias. En los valles de estos cursos de agua se establecieron las más relevantes de las poblaciones tracias, algunas posteriormente convertidas en ciudades, como el caso de Kabile, Filipópolis, Masteira, Uskudama y Sevtópolis, entre otras. Además, florecieron fortalezas, poblados de las poblaciones montañesas, en torno a las cuales se erigieron algunos santuarios rupestres asociados al culto del sol.
La clase gobernante tracia la conformaba la aristocracia tribal, que se agrupaba alrededor de un soberano local. El propio Homero describe las riquezas de esta aristocracia en forma de tierras y ganado, además de reconocer sus privilegios sacerdotales, militares y judiciales. Buena prueba de la fastuosidad que rodeaba a la aristocracia es la presencia de numerosos hallazgos en los grandes túmulos, como el sepulcro abovedado de Kazanlak[1], así como los monumentos megalíticos, sobre todo dólmenes. Esta aristocracia poseedora de la tierra tenía derechos sobre la población campesina sometida. Además, se constata la presencia de la esclavitud, muy probablemente ya desde el siglo VII a.e.c. Tales esclavos era, fundamentalmente, pastores en las haciendas de los gobernantes y también sirvientes domésticos. Un tema recurrente en las fuentes antiguas es la exportación de esclavos desde Tracia hacia las diferentes polis helénicas entre los siglos V y IV a.e.c.
En el primer tercio del siglo V a.e.c. los odrisios unificaron otras tribus tracias y crearon un reino tracio, que desempeñó un significativo rol en las relaciones políticas de los Balcanes, participando, incluso, en la Guerra del Peloponeso del lado ateniense[2]. Hacia mediado el siglo IV a.e.c. el estado tracio padeció muchos reveses debido a la acción de los gobernantes macedónicos más renombrados, Filipo II y su hijo Alejandro Magno. Al final, Tracia quedó incluida en el sistema de estados helenísticos, primero sometida al poder de los estrategos macedónicos y luego plenamente integrada en el reino de los antigónidas.
En diferentes regiones, no obstante, se fueron formando estados menores verdaderamente independientes, como el de los medas, el de los astios, el de los mesios y el de los denteletios. En estas condiciones de nuclearización los tracios entraron en contacto con la expansiva república romana. A fines del siglo I a.e.c. se creó la dinastía de los sapeos en torno a la ciudad de Viza. Aunque intentó mantenerse, el reino tracio así formado fue avasallado por Augusto. En el 45 a.e.c., finalmente, Tracia pasó a ser una provincia romana.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV


[1] La tumba de Kazanlak, del siglo IV a.e.c., descubierta en 1944, está relacionada íntimamente con Seutópolis, localidad fundada por el rey tracio Seutes III a finales del siglo IV a.e.c., de fuerte influencia helenística griega. Es posible que la tumba, de hecho, decorada con escenas militares en el corredor y la bóveda, y con un banquete funerario en la cúpula, pueda ser la del propio monarca, quien luchó contra el diadoco Lisímaco.
[2] De hecho, en Atenas se hablaba mucho de los tracios, y se representaban algunos de sus mitos, en las tragedias y en las comedias. Incluso se conoció en la polis ateniense un culto tracio, el de la diosa Bendida. Las carreras de caballos nocturnas con antorchas eran habituales como un medio de honrar a la diosa.