25 de mayo de 2015

El antiguo Japón en la época Yayoi y Kofun




IMÁGENES: DE ARRIBA HACIA ABAJO, CAMPANA DOTAKU YAYOI; FIGURA HANIWA DE ÉPOCA KOFUN; Y KURA, DEPÓSITO PARA GUARDAR EL ARROZ. YAYOI.

Yayoi fue una cultura continental, procedente de territorio chino, que se extendió por el sur de Corea y el occidente de Japón, cuyo desarrollo cronológico se sitúa entre 300 a.e.c. y comienzo del siglo IV. Conforma una segunda etapa del Neolítico japonés[1]. Su llegada al archipiélago fue bastante rápida y relativamente brusca. Es ahora cuando empiezan a emplearse útiles de hierro y de bronce, sobre todo en campanas, lanzas, espejos y, naturalmente, espadas. En tal sentido, no es un error catalogar también la etapa Yayoi como una Edad del Bronce, aunque la difusión de los objetos de bronce no tuviesen todavía una difusión importante. Esta cultura se difunde hasta la llanura Kanto a fines del siglo I a.n.E, limitando a los Emishi (Ezo, es decir, Ainos), al norte (Hokkaido). Son, por tanto, mongoloides que llegan desde el sur de Corea trayendo influencias chinas. Entre su cultura material se destacarán los sables de piedra o sekken, de carácter honorífico, y las campanas de bronce (dotaku), propias de la aristocracia con una finalidad, quizá, vinculada con los cultos ctónicos.
La contribución primordial de la nueva cultura a la sociedad japonesa fue la introducción del cultivo del arroz, lo que no significa, por supuesto, el fin de las actividades económicas fundadas en la extracción de productos naturales o en la caza y la pesca. El cultivo del arroz llegó al archipiélago cuando parte de sus cultivadores empujados por invasores durante el imperio Han en China, tuvieron que buscar nuevas tierras. En su desplazamiento, hacia el siglo I, llegaron al sur de la península de Corea y, de allí a la isla de Kyushu. Los terrenos cenagosos y pantanosos que encontraron en Japón, en zonas costeas y cuencas fluviales, fueron lugares excelsos para continuar el cultivo. Las especiales condiciones topográficas y climatológicas, así como la escasa progresión de la ganadería, favorecieron el cultivo del arroz.
Con esta nueva producción agrícola se transformaron las formas de la vida económica imperantes hasta ese momento. Además, muy pronto el cereal influyó en la mentalidad religiosa. Los fenómenos naturales (tormentas, heladas, plagas de insectos, sequías), influyeron en las cosechas. La nueva sensibilidad ante los cambios atmosféricos implicó el nacimiento de nuevos conceptos que explicaban la fenomenología natural como una consecuencia del control que ejercían los espíritus sobre los cambios climáticos. Así, se empezó a creer que ciertos espíritus (inadama o kokurei), habitaban dentro de las plantas de arroz. Había entonces, que aplacar las iras de estas entidades y adorarlas en lo posible[2]. La fe religiosa, aunque todavía animista, se liberaba del concepto del demonio, y adoptaba la fe en los espíritus de los cereales.
La generalización del cultivo del arroz indujo el cambio de hábitat humano. Se produjeron traslados desde los estrechos y elevados valles, regiones silvestres y mesetas, a las zonas anegadas. En estas nuevas condiciones nacieron las viviendas elevadas y los hórreos (hazekura), para evitar que la humedad y los roedores, acabasen con la cosecha almacenada. El cultivo del arroz propició una planificación y la realización comunal de ciertas labores, como la desecación de zonas pantanosas o el regadío de terrenos áridos. Con este trabajo colectivo, los vínculos se favorecieron y se afianzaron las agrupaciones humanas o comunidades aldeanas. Algunas de estas (Kugahara, Karako) fueron relativamente grandes. El texto Wajin-den o Leyenda de los Japoneses, obra china de época Han, hacia el siglo I, menciona más de cien kuni o “naciones”, brotes de un primitivo estado o, si se quiere, aldeas-estado, en la región del occidente de Japón. Las comunidades eran comandadas por un jefe.
Hubo contiendas entre las comunidades tribales a lo largo de los siglos II y III, cuyo resultado fue que treinta de esas aldeas-estado se hicieron más grandes y poderosas. Estos estados de comunidades de aldeas tribales fueron hegemónicos en Kyushu, como Matsura, Nakoku, Tohma e Ito. Es en este momento cuando surgió una nación tribal conocida como Yamatai, en el norte de esta isla, gobernada por la mítica reina Himiko. El reino estableció diferencias de rangos sociales entre sus componentes nobles y plebeyos; habría nobles (taijin), aldeanos dedicados a la pesca y la agricultura (geko) y esclavos (seiko). No había, debe resaltarse, ni un país unificado, ni una monarquía hereditaria. El reino pudo poseer un poder político federado que ejercerían en conjunto los jefes de las tribus o comunidades autónomas.
La cultura Yayoi se extenderá hacia el este y se asentará en el oriente de Japón, en la meseta de Yamato (alrededor de la provincia de Nara), donde surgiría un centro fuerte, de gran nivel cultural, a partir de una federación de caciques-jefe, que lleva por nombre “poder de Kinki”, una contrapartida del reino de Yamatai en el norte de Kyushu. Bien  a través del sincretismo de los dos centros, o bien cada uno por separado, conforman el origen de Japón[3].
El uso de los utensilios de hierro aumenta el rendimiento agrícola porque facilita las labores agrícolas. Tal hecho suponía el incremento de la productividad y la rentabilidad, de manera que los terrenos se convirtieron en propiedades colectivas comunales de la aldea. Esto ayudó a que se fuese formando entre los miembros de la comunidad de aldea un fuerte sentido de solidaridad, sintiéndose ligados a la tierra y más unidos espiritualmente. Se suscitó, en consecuencia, la conciencia de las relaciones mutuas fundamentadas en la unidad de linaje, que es el cimiento de la comunidad local (uji o clan), integrado por hombres cuyo vínculo es étnico y también espiritual. Los miembros del uji trabajaban colectivamente y compartían las mismas convicciones religiosas, venerando los espíritus de ciertos antepasados como sus propios lares que protegían a toda la tribu. Surgieron, de este modo, los primeros esbozos de un culto a los antepasados o la veneración a los dioses titulares (ujigami-shinko), cuyo objeto era venerar a los dioses protectores y celebrar fiestas en su honor. Esta actitud, sistematizada teológicamente, y provista de regulaciones y fórmulas rituales, evolucionaría hasta conformar el shinto. Poco a poco se fueron eligiendo responsables de los actos cultuales (jefe del clan o jefe honorable), sobre todo ancianos o adivinos, cuya autoridad adquirió prestigio con celeridad. Paulatinamente, además, la tarea se hizo hereditaria y se amplió a todas las actividades de la comunidad. Este es el germen de la división de clases en el seno de la comunidad familiar, de una jerarquía que culminaba en este jefe de clan, que gobernaba con autoridad patriarcal a los demás miembros de la comunidad.
Tal distinción de clases y, a la postre, concentración de poder en algunos, pudo ocurrir entre distintos clanes también, de forma que los clanes más débiles se vieron obligados a aliarse con otros más poderosos. Esta fusión implicaba que las familias débiles eran absorbidas por las fuertes, entablándose entre ambas relaciones de convivencia, incluyendo aquellas de parentesco ficticio. Así, los clanes más débiles (subordinados o tributarios, kakibe), se vieron en la obligación de pagar tributos a los poderosos. Algunas contribuciones se especializaron, convirtiéndose en profesiones y cargos hereditarios, como el caso de los militares (mononobe), oribe, tejedores, o los alfareros (hajibe). Este sector tributario era, en la práctica, un estrato de semi esclavos al servicio de un clan poderoso, o siervos agrupados sobre el fundamento de un sistema familiar ficticio.
El poderío patriarcal de los clanes más fuertes se simboliza cuando en ciertas regiones de erigen grandes monumentos funerarios. Desde una óptica arqueológica, esta costumbre de edificar grandes túmulos, durante el siglo IV y hasta mediado el VII, recibe el nombre de “período de grandes túmulos” o kofun-jidai. La presencia de tales túmulos representa la preeminencia de aristócratas guerreros que gobernarían sobre comarcas de aldeas yayoi, representando un régimen político jerárquico. Entre la cultura material asociada a las grandes tumbas, muchas en forma de ojo de cerradura, se destacan los magatama, joyas curvas en forma de coma, usadas en las oraciones para obtener buenas cosechas y fertilidad, y las figuras haniwa, cilindros y figuras humanas y animales que se colocaban en las pendientes de las tumbas como sustitutos de enterramientos reales. Sus formas denotan el carácter marcial y aristocrático de la sociedad kofun.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV


[1] El avance técnico artesanal, verificado en utensilios de piedra más refinados y vasijas de barro hechas a torno, son las dos claves básicas para dividir el Neolítico japonés en dos etapas.
[2] De aquí surgió la costumbre de celebrar la festividad de las cosechas (shukaku-matsuri) en el otoño, época de recolección, y la fiesta del trasplante del arroz (taue-matsuri), en la primavera. Estos espíritus de los cereales acabaron por convertirse en dioses protectores de las comunidades centradas alrededor del cultivo del arroz.
[3] Según la mitología japonesa, los primeros indicios de un estado federal japonés integrado por clanes se empezaron a concentrar en la mitad occidental del país: en la región norte de Kyushu (Yamatai, Chikushi), en la costa noroeste del mar de Japón (Izumo), y en la zona de Kinki (Yamato). Los grandes túmulos funerarios estuvieron, precisamente, en esos territorios.

18 de mayo de 2015

Lenguas y etnias en el África de la antigüedad

Las lenguas y hablas de las gentes de África se integran en tres grandes grupos: lenguas camito-semíticas, negroafricanas y las particulares lenguas khoisánidas. No obstante, habría que sumar la lengua de los malgaches, habitantes de la isla de Madagascar, que presenta una notable influencia de Indonesia.
El primer grupo abarca tres familias, semítica, del África del norte, de Marruecos a Egipto, además de Etiopía y Eritrea (en donde coinciden con lenguas kuchitas) bereber, en el Sahara, en donde incluye el tifinagh y el guanche (de los aborígenes de las islas Canarias), y kuchita o camítico, desde el Nilo medio al Mar Rojo, y sectores de Etiopía y Somalia, así como zonas del occidente de Sudán. En el segundo se incluye el habla sudanesa[1], en toda el África occidental. Es probable que las poblaciones del sur de Sudán oriental pertenezcan a un grupo diferente al sudanés, el nilótico (que agrupa lenguas con características camíticas. Grupos nilóticos, de hecho, se mezclan entre las poblaciones camíticas y semíticas del África nororiental, como en Uganda y Kenia. El límite sur de las lenguas sudanesas nilóticas y de las camito-semíticas sirve de frontera septentrional del tronco de las lenguas bantúes. Las lenguas khoisánidas agrupan el habla hotentote y la bosquimana (famosa por los clicks, únicos en el mundo), hablas ambas aglutinantes. El primero puede derivar del camítico, aunque también pudiera estar emparentado al khoi-san, con el que pudo conformar un tronco común.
Entre los grupos étnicos son varios los que deben destacarse. Los pigmeos son cazadores de la región selvática húmeda. De pequeña estatura y de color negro, parece que descienden de antiguos pobladores del África ecuatorial desde el Holoceno. Los melanoafricanos pueblan el continente desde los confines de Sahara hasta El Cabo, y del litoral del Océano Índico al del Atlántico. Son de elevada estatura y color negro, y se dedican a la agricultura y el pastoreo. Su existencia puede provenir del Paleolítico, aunque no hay restos identificados de antepasados directos más arcaicos que el Hombre de Asselar, hallado en Mali. Los Capoides o Khoisan (llamados hotentotes y bosquimanos anteriormente), son arcaicas poblaciones de cazadores-recolectores, hoy apenas confinados al desierto de Kalahari. Son de pequeña y mediana talla, de pigmentación aceitunada. Bereberes, libios y egipcios, agricultores y también pastores, que hablan lenguas emparentadas entre sí, pueden aparecer mezclados con negros en la zona saharaui y en la cuenca del Nilo. Los eritreos, en la región este del cuerno de África, comprenden varias etnias, somalí, galla, abisinia y danakil, entre otras. Son de gran estatura y con extremidades alargadas y cabellos lisos. Los malgaches son de origen indonesio. Emigraron a la isla y allí se mezclaron con negros de habla bantú del África oriental. Sus características sobresalientes son su amarillenta y ocre pigmentación y sus rasgos asiáticos.
Hoy la antropología y la etnografía aceptan en África la presencia de dos secuencias raciales, una en el África septentrional, y otra al sur del Sahara, sumadas a una tercera, lo que daría lugar a tres secuencias: una afroaustral (capoide), otra congoide, y la tercera caucasoide, catalizadora de las anteriores. La secuencia capoide se puede remontar al Paleolítico Medio, en el horizonte Ateiense. Se le asignan cráneos fósiles bosquimanos, los concheros de Homa, en Kenia, Florisbad y Fish Hoek en Sudáfrica. La secuencia congoide se pudo manifestar al sur del Sahara en el Pleistoceno. Se le atribuyen fósiles como el Hombre Chelense III, la calota craneana de Saldanha, y el cráneo de Broken Hill, con dataciones de unos 500000 mil años[2]. La llegada de los bosquimanos pudo propiciar una miscegenización con los primitivos capoides. A la secuencia caucasoide se le atribuyen útiles líticos en hoja, identificados en Egipto, en Kom Ombo, datados en 12000 a.e.c. Es probable que también le corresponda a esta secuencia las osamentas de los hombres coetáneos del Capsiense halladas en Tanzania y Kenia. Son individuos de gran altura, nariz achatada y maxilar prominente, quizá fruto de la miscegenación entre negros y caucasoides. Las gentes del Capsiense, de hecho, se antojan caucasoides, probablemente mediterráneos, aunque los primeros moillianenses de la costa argelina y marroquí eran diferentes[3].
En el Egipto prehistórico los cazadores y depredadores del valle del Nilo presentaban un componente genético nativo africano, mientras que los agricultores del Neolítico, asentados en las márgenes del río, pudieron ser ya caucasoides procedentes de la región de Siria-Palestina o, incluso, de Anatolia. Al final del protodinástico ambos grupos se habrían miscegenizado. En Nubia ha salido a la luz la secuencia racial caucasoide en algunos yacimientos mesolíticos, con la presencia de cráneos dolicocéfalos, frentes huidizas, prognatismo alveolar y mandíbulas muy robustas. Los restos de egipcios dinásticos parecen tender hacia las formas caucasoides. Sin embargo, la franja africana del norte del Sahara originalmente tuvo una población no caucasoide. Cuando los caucasoides llegaron se mezclaron con algunos nativos, relegando a los demás hacia el sur. Sucesivas oleadas caucasoides posteriores provocaron que la población del norte de África fuera cada vez más caucasoide[4]. La secuencia incluyó, en consecuencia, muchas gentes leucodermas, los actuales árabes y otras etnias análogas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. Doctorado en Historia.



[1] En el conglomerado sudanés los expertos han señalado la presencia de diversos grupos, el nigrítico mande, el sudanés del interior y el semi bantú.
[2] El origen de los negros y pigmeos es un enigma. Sin embargo, hay indicios de que el este y el sur del continente no conoció población humana hasta la llegada de los portadores de hendedores y mandorlas achelenses.
[3] Los esqueletos de las grutas de Taforalt en Marruecos y Afalou-Bu-Rhummel, en Argelia, parecen pertenecer, como algunos hallados en las Canarias, a gentes de elevada estatura, cráneo macizo, mandíbula fuerte y fosas nasales anchas. Les denominan cromagnones africanos, al margen de su evidente aire caucasoide-leucodermo. Sus orígenes raciales, aunque se hayan mezclado con indígenas, podrían encontrarse en las gentes del ateriense.
[4] En el África colonial, ya a partir del siglo XVII, el tráfico de esclavos empezó a invertir esta clara tendencia.

12 de mayo de 2015

El Neolítico del Bajo Egipto (II): Merimde Beni Salama



Imágenes: puntas de flecha de Fayum (uc 2705 y uc 2709, respectivamente)


Aunque hoy en día el área que rodea a Merimde es desértica, hace siete mil años un brazo del Nilo proveía agua a las zonas cercanas. Merimde fue ocupado entre 5000 y 4100 a.e.c., si bien no lo fue de manera continuada. Se han distinguido tres culturas bien diferenciadas que representan este sitio. La comunidad inicial consistió, con toda probabilidad, de unas pocas familias vinculadas por lazos de sangre y matrimonio, que se dedicaban a cultivar cebada, trigo, lentejas, habas y lino, entre otros cultivos, y a pastorear vacas, ovejas y cerdos. Esta población, la más arcaica de Merimde, parece haber vivido en campamentos con casas de adobe y cañas. Sus estilos cerámicos, así como la presencia de ciertos artefactos, indican con cierta claridad, algunas conexiones con las culturas Sirio-Palestinas, de posterior desarrollo.
Tras un breve período de abandono, Merimde fue reocupada por gentes que pueden haber sido descendientes de las culturas del Sahara. En esta segunda fase de ocupación, el lugar llegó a convertirse en un asentamiento permanente compuesto de casas ovales simples hechas de madera y paja. En esas casas había hogares y jarras cerámicas para el almacenaje de productos ubicadas en el suelo. En esta segunda fase cultural, los restos de enterramientos, colocados entre los lugares de habitación, muestran los cadáveres contraídos. Las herramientas de piedra son semejantes a las puntas de proyectil  que se hallaron en el Fayum, aunque los útiles más destacados son las puntas de arpones. Ambos sugieren que la pesca constituía la mayor parte de la economía del lugar. Se hallado en esta fase, incluso, modelos cerámicos de botes, un indicador, quizá, de que el Nilo era ya una significativa arteria de transporte, y no solamente una fuente de irrigación.
La tercera fase cultural en Merimde se desarrolló entre 4600 y 4100 a.e.c., momento en que el sitio se convirtió en una gran villa agrícola, con casas ovales subterráneas (excavadas a una profundidad de cuarenta centímetros, con muros de paja revocados con adobe. Las estructuras eran techadas con armazones de ramas o cañas. Las casas contenían jarras para el agua, hogares y arcones para el grano. Se organizaban a lo largo de lo que pareciera ser una suerte de calle. En este momento se encuentran algunas figurillas cerámicas y objetos de marfil y hueso. Algunas de las primeras semejan formas humanas, en tanto que unas pocas han sido identificadas como representaciones de ganado vacuno. Las figurillas proto humanas se encuentran entre las más antiguas representaciones humanas conocidas en Egipto. Los enterramientos ahora muestran grandes pozos verticales ubicados en torno a la comunidad, la mayoría de los cuales contienen restos de niños y adolescentes. Es probable que los adultos fuesen inhumados en áreas separadas de la comunidad.
Merimde representa, en esencia, el momento de transición entre el neolítico y los períodos predinásticos egipcios.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas

5 de mayo de 2015

El Neolítico del Bajo Egipto (I): la agricultura en el Fayum


Diversas hojas de Kom W, Fayum. Museo de Petrie, 4400 a.e.c.

Las evidencias arqueológicas principales de este período proceden del oasis de Fayum y de Merimde Beni Salama, en un período que abarca desde 6000 a 4000 a.e.c. Las comunidades neolíticas del Bajo Egipto se centraron en el cultivo de la cebada y el trigo, probablemente introducidos desde el suroeste de Asia. Sería una economía que contrastaba con aquella sahariana, basada en la explotación de plantas no domesticadas.
Se han barajado diversos orígenes de la cultura neolítica del Bajo Egipto. La primera hipótesis establecería que muchas de las gentes que vivían en el valle del Nilo entre 9000 y 7000 a.e.c., en lugares del Alto Egipto, pondrían su atención en las ricas fuentes del Nilo y sus bancadas, más al norte, en los antiguos wadis que se extienden al margen de lo que ahora es el Sahara occidental y oriental. Una segunda hipótesis incluiría la presencia de gentes de lo que posteriormente fue la Nubia egipcia y Sudán, gentes que se dedicaban a la caza y la recolección pero que quizá fueran también agricultores, sobre todo de sorgo y mijo. No obstante, estos granos fueron virtualmente desconocidos en el Egipto dinástico. Una tercera hipótesis al respecto de los antecesores de la cultura neolítica del Bajo Egipto, advierte la presencia de pobladores del suroeste de Asia, agricultores de cereales y pastores de animales domesticados. Aunque gentes sirio-palestinas emigraron a Egipto, es difícil imaginar una migración en gran número. Finalmente, la más verosímil y probable hipótesis de los orígenes de la cultura neolítica del Bajo Egipto, menciona las poblaciones neolíticas saharianas, que se habrían dirigido al valle del Nilo y al Delta cuando creció la aridez, hacia 5100 a.e.c., en su lugar de origen, los márgenes desérticos, y en donde habrían adoptado el modo de vida agrario.
En el Fayum, el período Qaruniano y sus moradores, tecnológicamente del epipaleolítico (antiguo Fayum B), floreció en los márgenes del lago de Fayum entre 8000 y 6000 a.e.c., sobre la base de la pesca, la depredación forrajera y la caza, en una adaptación que semeja la de las gentes distribuidas por el Sahara en esta misma época. No hay evidencia en el registro arqueológico de plantas o animales domesticados, ni herramientas de piedra o cerámica. Serían gentes que habrían subsistido fundamentalmente de pescado. La mayoría de los sitios qarunianos contienen pequeñas hojas de sílex entre grandes cantidades de espinas de pescado. Estos pobladores habrían vivido en el Fayum durante los períodos o estaciones en los que la pesca sería fácil. Esta cultura qaruniana declinó hacia 6000. Posteriormente, agricultores de cereales se reasentarían en la zona poco antes del 5000 a.e.c. Es probable que poblaciones remanentes de gentes qarunianas se hubieran adaptado a la agricultura, pero lo más probable es que agricultores colonizadores se hubiesen desplazado hacia el Fayum desde el valle del Nilo o desde lo que hoy en día es el Desierto Occidental. Ahora, el Neolítico de el Fayum contiene cerámica, hoces y otras herramientas agrícolas que no se encontraban en los sitios qarunianos. En los sitios de estas gentes neolíticas se hallaron restos de hogares rodeados de masivas cantidades de herramientas de piedra y de fragmentos de cerámica. Cerca de los hogares se hallaron evidencias indiscutibles de agricultura de cereales con la presencia de 165 hoyos que formaron silos para contener cebada y trigo domesticado. De hecho, algunos se encontraron con restos de cereales, hoces de piedra y madera. Los silos se ubicaban no demasiado lejos de donde habitaban sus supuestos propietarios, en Kom K y Kom W, lugares en donde se han encontrado las mayores concentraciones de artefactos neolíticos en el Fayum. Los sitios cerca de los silos contenían evidencia de agricultura, con hoces hechas en sílex, cerámica y vestigios de animales domesticados, desde vacas y cerdos, hasta ovejas y cabras, además de peces y otros animales. No obstante, ninguno de estos lugares muestra evidencia de haber contenido lugares de habitación permanentes. Únicamente unas pocas trazas de posible arquitectura en las ocupaciones neolíticas de el Fayum se han encontrado en la zona norte del lago, en la forma de una serie de huecos para postes, pero esto es una poco conclusiva evidencia de un tipo de arquitectura de villa agraria como las que aparecen en muchas áreas del valle del Nilo después de 4000 a.e.c. La conclusión es que estos primeros agricultores de Fayum fueron migrantes estacionales en el área o gentes que vivieron en cobertizos sujetos con postes que han dejado escasa traza arqueológica[1].
Algunos de los objetos decorativos hechos de caparazones de especies de crustáceos propias del Mar Rojo sugieren que la agricultura pudo haber sido introducida por medio de botes que surcaban las costas del Mar Rojo, y no tanto a través de rutas terrestres desde la región Sirio-Palestina cruzando el delta hasta el Fayum. Ahora bien, si los campos de los pastores fueron predominantemente temporales en el Fayum, se puede implicar que los antiguos agricultores de Fayum fueron los inmediatos descendientes de pastores que cuidaban vacas, ovejas y cabras que cruzaron el Sahara. No obstante, desde 8500 a.e.c. en adelante, las gentes en las áreas sirio-palestinas vieron el crecimiento de diversos tipos de cebada y de trigo, quizá fundamentos de las gentes de Fayum y después de todo Egipto. Ciertas trazas de ocupación neolítica, en la forma de cabras domesticadas, que datan entre 6000 y 5000 a.e.c., se han hallado en la cueva Sodmein, cerca de Quseir, en la costa del Mar Rojo. Su actividad encajaría bien con la presencia de complejas rutas de comercio por las que se transportaban muchas mercancías, como obsidiana, cornalina, lapislázuli, cobre, oro y bienes exóticos de distinto tipo, que estaban activas a través de Anatolia, Persia, Mesopotamia y Sirio-Palestina. Aunque Egipto estaba en la periferia de esa red de intercambios, hacia 7000 a.e.c. caparazones de moluscos y caparazones de ostras, así como otra serie de bienes, circulaban ya por el valle del Nilo y sus márgenes, incluso hasta Nubia.
El Fayum parece haber sido abandonado hacia 4300 a.e.c. Únicamente unos pocos sitios pueden ser datados en este período; pudieron ser campos estacionales para cazar y pescar.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Escuela de Letras, UCAB, Caracas


[1] En 2008, un equipo alemán-estadounidense encontró una primera posible evidencia de una comunidad neolítica intacta en el sector norte del oasis, cerca de la ciudad romana de Karanis, con herramientas y restos faunísticos, aunque no está claro si tales restos domésticos sugieren hoyos en forma de casas o estructuras rectangulares hechas de adobe.

1 de mayo de 2015

Grecia antigua: de la tiranía a Clístenes y la democracia de Atenas


Harmodio y Aristogitón, copia romana a partir del original griego de Kritios y Nesiotes. hacia 477 a.C. Museo Archeologico Nazionale de Nápoles.

El legislador Solón había remediado ciertas injusticias cuando eliminó las hipotecas sobre la tierra y abolió la esclavitud por deudas, pero la consolidación de las estructuras sociales y económicas de la polis, así como la imposición de la autoridad del Estado fue obra del tirano. La forma de gobierno denominada tiranía aparece a mediados del siglo VII a.C. en muchas polis como un mecanismo para solventar una serie de necesidades. En el marco de la stasis el tirano se presenta como un auténtico caudillo popular que se hace con el poder por la fuerza, ejerciéndolo, inicialmente, contra la aristocracia. En una mayoría de casos, el tirano surge de entre la aristocracia, imponiéndose sobre sus pares gracias a grupos de leales y mercenarios y con la anuencia del pueblo.
Algunos de estos personajes, y hasta dinastías de tiranos, fueron comunes durante esta época. El rey Fidón en Argos instaura un gobierno autocrático y, muy probablemente, impulsa una reforma hoplítica; los Cipsélidas (Cipselo y Periandro), quienes expulsan al clan de los Baquíadas, dominaron Corinto con mano férrea; en Sición fueron determinantes los Ortagóridas, esto es, Ortágoras y Clístenes, mientras que en Megara, Teágenes se hizo muy popular y en el Ática, en donde el regionalismo de las facciones y la poca operatividad de la Constitución política soloniana se hicieron célebres, Pisístrato arrinconó a los Eupátridas. Además, tanto en las islas del Egeo como en la costa de Asia menor, el tirano demagogo también tuvo preponderancia, como el caso de Pítaco de Mitilene, Lígdamis de Naxos o Trasíbulo de Mileto.
La tiranía supuso una consolidación de las estructuras socio-económicas y culturales de las polis en donde tuvo vigencia. Para paliar la crisis agraria, los tiranos repartieron tierras confiscadas a sus enemigos políticos, prestaron aperos de labranza para trabajar la tierra y promovieron la fundación de colonias con sus familiares o allegados. Con ellos se instaura una paz social que estabiliza al campesinado como clase, grupo social que será eje fundamental en los regímenes isonómicos de las democracias y las oligarquías que se construirán posteriormente. El régimen tiránico se instaló en lugares en los que la economía urbana, sobre todo el comercio, se había consolidado. Bajo su patrocinio, se crearon y consolidaron barrios de artesanos y de mercaderes. En este sentido, por ejemplo, Periandro organiza los puertos de Corinto, Teágenes erige un acueducto, Polícrates de Samos hace construir un túnel para trasladar el agua al centro del caso urbano y los Pisistrátidas hacen de Atenas una ciudad en toda su amplitud, al reorganizar el espacio sacro de la Acrópolis, al ampliar el ágora y al construir el famoso barrio de artesanos del Cerámico, entre otros logros. Así pues, con los tiranos se engrandecía el centro político de la comunidad, con sus instituciones comunes para todos, y se reforzaba la idea de Estado, marginando a los poderes o facciones locales.
Por si fuera poco, surgió una ligera concepción financiera del Estado a través de la recaudación de impuestos, las tasas aduaneras y la acuñación de moneda oficial. Además, en el ámbito cultural los tiranos se prestigiaron al convertirse en mecenas de artistas de todo tipo. Son los grandes animadores de los cultos y fiestas de las polis y los verdaderos creadores de un hogar espiritual para la población de la comunidad.
Los tiranos cayeron en desgracia porque todo poder autocrático depende de las cualidades, prestigio y carisma de su titular. Más allá de su inicial, e indudable, popularidad, los tiranos se extremaron en sus comportamientos, sobre todo en las tendencias represivas frente a amenazas individuales o de grupos, lo que provocó que su dominación acabase por ser vista como odiosa, despreciable. Además, con el tiempo se volvieron superfluos, banales, a ojos de los ciudadanos, una vez que controlaron a la vieja aristocracia, quedando para la posteridad como los precursores de una atrofia política.
En Atenas, como en otras polis, fue un certero golpe de mano el que le puso fin a la tiranía de Hipias, hijo de Pisístrato. La caída definitiva de los tiranos pisistrátidas no fue obra del pueblo ateniense, sino de un clan, los Alcmeónidas, apoyado en Esparta (que invade el Ática en 510 a.C.) y en el prestigioso oráculo délfico. La vida política retomó el sendero de la constitución timocrática de Solón (es decir, oligárquico), pero se oficializaron también las luchas de las facciones por el cargo del arcontado epónimo, ya que el demos estaba excluido de las magistraturas.
La rivalidad se estableció entre Clístenes, cabecilla de los Alcmeónidas, e Iságoras, quizá un Eupátrida, que había alcanzado el arcontado y tenía el apoyo espartano. Clístenes, según Heródoto, incluyó al pueblo en su facción y con ello en la ekklesía pudo imponer ciertas leyes, que incluyeron la democracia. Ante este logro de Clístenes, Esparta envió un contingente al mando de Cleómenes para auxiliar a Iságoras, pero la población ateniense se movilizó para defender a Clístenes y lo que representaba: la isonomía y la independencia. Libre de su oponente, Clístenes pudo llevar a cabo reformas constitucionales, que trastocaron la praxis política y establecieron un nuevo concepto de Estado. El Alcmeónida estableció una nueva organización administrativa con nuevas magistraturas. El territorio del Ática se dividió en tres zonas, costa, ciudad de Atenas e interior, treinta circunscripciones (tritias) y un número determinado de demoi o ayuntamientos. Los ciudadanos se distribuyeron en tribus, cada una con tres tritia. Se mantuvo, por su prestigio y tradición, el Consejo del Areópago, como garante de las leyes. Sin embargo, para contrarrestar su conservadurismo, conformó dos instituciones: la boulé o Consejo de los Quinientos, y la ekklesía o Asamblea popular, (con poder legislativo), para posibilitar la soberana participación ciudadana, al menos en teoría. Para regularizar y hacer efectiva la ekklesía, antes las facciones organizadas o el absentismo, se hizo menester la creación de la boulé, un órgano auxiliar con criterios democráticos. La vida militar también fue regulada siguiendo los mismos principios, pues cada tribu reclutaba una de las diez unidades tácticas del ejército ateniense.
La reforma de Clístenes emergió a partir de un espíritu isonómico, racional y secularizado. El territorio ateniense se concibió como un abstracto geométrico carente de regionalismos y se configuró en virtud de criterios de unidad e igualdad política. Los ciudadanos conformaron también una abstracción idealizada en la que votar, hacer la guerra y gobernar se convertía en un todo unitario, con lo que las influencias, las clientelas y las tradicionales presiones quedaban diluidas en el nuevo entramado administrativo. El ciudadano se politizaba de modo continuado y se institucionalizaba el civismo en la polis de Atenas.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Caracas