25 de enero de 2016

Hattusa: la gran capital hitita


ARRIBA, IMAGEN PANORÁMICA DEL TEMPLO DEL DIOS DE LA TORMENTA Y LA CIUDAD BAJA. AL FONDO LA MODERNA BOGHAZKOY; ABAJO, LA PUERTA DEL LEÓN DE HATTUSA.

Hattusa contó, desde una perspectiva arqueológico-histórica, con cinco fases de existencia a lo largo del tiempo. La primera marcó la transición entre la Edad del Bronce Antiguo y  Medio, a comienzos del II milenio a.e.c. La segunda es la correspondiente al período de la presencia de las colonias asirias en Anatolia, que culminó con la destrucción propiciada por Anitta. Las fases tercera y cuarta corresponden a la época en la que Hattusa fue el asiento de la dinastía real hitita. La quinta y última coincide con el período frigio post hitita, durante el cual la ciudad fue reconstruida en una escala menor, tras su destrucción previa.
Las estimaciones de los eruditos al respecto de la población que habitó Hattusa abarcan una amplia variación que oscila entre los diez mil y los cuarenta mil habitantes, dependiendo de la época. La población de la ciudad fue, en todo caso, diversa y mixta, en términos de ocupación y también de clases sociales y orígenes étnicos. 
La fase tres corresponde a la ciudad del rey Hattusili I. Estuvo dominada por una acrópolis, que hoy se conoce como Büyükkale, en donde el mencionado monarca construyó el primer palacio real. El lugar fue nivelado con una serie de terrazas artificiales. Un viaducto conectaba esta acrópolis con el resto de la ciudad. No obstante, su vulnerabilidad a un ataque externo, una amenaza en los tiempos de inestabilidad como los que siguieron al asesinato de Mursili I, propiciaron la construcción de una espléndida muralla construida, con toda probabilidad, en época del rey Hantili II. Hacia 1400, Hattusa sufrió un saqueo y fue incendiada por parte de las fuerzas gasga que provinieron desde el norte. El saqueo gasga de la ciudad dejó apenas rastro de la existencia previa del núcleo urbano. Comenzaba así la cuarta fase, que duraría unos dos siglos. La restauración y rediseño de Hattusa debió haber comenzado con Suppiluliuma, o bajo el mandato de su padre, Tudhaliya III.
Aunque Muwatalli, transfirió el asiento de la realeza hacia el sur, a Tarhuntassa, Hattusa no fue enteramente abandonada, sino que quedó emplazada, administrativamente hablando, en la jurisdicción del escriba principal del rey, de nombre Mittannamuwa. Su declinar en estatus por la redirección de los recursos hacia la nueva capital debió haber conducido, irremediablemente, a su declive material. No obstante, un tiempo después Hattusa fue restaurada como capital bajo el mandato de Urhi-Teshub, hijo y sucesor de Muwatalli, pero probablemente durante su reinado también la ciudad siguió languideciendo. La guerra civil entre Urhi-Teshub y su tío Hattusili debió provocar la destrucción de un importante número de edificaciones públicas, incluyendo el tesoro real. En los últimos años del reino hitita la ciudad alcanzó una magnitud y magnificencia sin precedentes. Su nuevo concepto, diseño y ejecución se han atribuido al rey Tudhaliya IV.
La ciudad contó con dos sectores diferenciados. El original, llamado “ciudad baja” (la ciudad de Hattusili), ocupó el distrito norte de la capital y fue dominado en su sector sureste por la acrópolis real. Al noroeste se encontraba el más grande y relevante de los templos de la ciudad, el templo del Dios de la Tormenta. Más hacia el sur se encontraba ubicada la “ciudad superior o alta” llamada la ciudad de Tudhaliya. La muralla que rodeaba el asentamiento completo tenía varias puertas de acceso, alguna de ellas embellecida con escultura y relieves monumentales, como la llamada ¨Puerta del León, Puerta del Rey y las Puertas de la Esfinge.  Varios templos fueron erigidos en la ciudad superior, un hecho que confirmaría su carácter sacro y ceremonial. Este sector fue construido de acuerdo a un plan, en claro contraste al crecimiento orgánico de la ciudad antigua (la baja). Muy probablemente la ciudad entera simbolizaría la concepción cósmica de los hititas, con el palacio como el mundo terrenal y el templo principal de la ciudad como representación del mundo divino.
De las tres principales puertas arqueadas y flanqueadas por torres salían vías que conducían hacia el norte, para luego confluir sobre un saliente rocoso, en el que se construyó una fortaleza guardada por dos colosales esfinges, ahora llamadas Nisantepe[1]. Formaba un vínculo entre el sector del templo y el distrito del palacio. Las tres puertas estarían integradas, plausiblemente, de un modo que fuesen empleadas en ocasión de festivales y ceremoniales sagrados.
Hattusa debió transmitir una imagen simbólica relevante. Al final de su existencia Hattusa pudo haber desarrollado un carácter meramente sacro, de ciudad ceremonial. No obstante, otras ciudades regionales hititas, como Arinna, Nerik y Zippalanda, también fueron ciudades sagradas. En el mundo hitita, toda ciudad de cierto tamaño, dominada por la presencia de templos, habrá tenido una vida que giraba en torno a la necesidad de honrar a algún dios.
Las últimas fortificaciones de la ciudad fueron dispuestas más para impresionar al visitante y, tal vez, a las deidades, que para contener un eventual ataque militar. El rediseño final de la ciudad estuvo marcado por las grandes celebraciones en las que súbditos y extranjeros, además de los dioses, participarían.
Los visitantes oficiales de la urbe harían su entrada por la denominada Puerta del León, llamada así por la presencia de dos estilizados y nada fieros leones esculpidos en las jambas. Probablemente denotaban más la imagen de una dignidad real que otra de ferocidad. Debieron ser esencialmente emblemáticos en función de su servicio para recordar al visitante que entra en la ciudad que contenía el asiento real hitita.
La puerta sureste es conocida con el nombre de Puerta del Rey, pues presenta una figura humana esculpida en alto relieve a la izquierda de la misma, con profusos detalles anatómicos. Se trata de una figura masculina cuya vestimenta y equipo son las propias de un guerrero (casco, hacha y espada curva). No obstante, su aspecto es de benevolencia. A pesar del nombre, puede ser la representación de una deidad, quizá la deidad tutelar de Tudhaliya, Sharruma. Su presencia a la salida de la ciudad serviría para reafirmarle al rey que sería guiado y protegido en todo momento durante sus campañas militares. Esta puerta debió ser usada principalmente en ocasiones especiales, como procesiones ceremoniales, campañas militares o peregrinaciones religiosas.
La Puerta de las Esfinges se encuentra en el punto más elevado de la ciudad (Yerkapi). No era usada regularmente para entrar o salir de la ciudad. La pareja de esfinges, figuras femeninas, estaban esculpidas en las jambas de la puerta, una de ellas mirando hacia el exterior y la otra hacia el interior. Parecen representar las benevolentes fuerzas bajo cuya protección se encuentran todos los habitantes del recinto poblado.   
Desde la Puerta de las Esfinges se llega al barrio de los templos, en donde se han hallado unos veinticinco, de diferentes dimensiones. Eran cuadrados o rectangulares en su planta, con un portal de entrada que conducía a un pario interno con un pórtico con pilares, el cual daba acceso, a través de un vestíbulo al adyton o santuario interior, en donde la imagen del dios se guardaba. Además de las imágenes de culto, otras figuras pudieron haber servido para decorar los templos, además de la presencia de estuco pintado y frisos ornados. No obstante, los únicos vestigios arqueológicamente disponibles son pequeñas figuras y vasijas de libación
Las cellas de los templos parecen haber servido como habitaciones para archivos, pues todos los templos han producido un conjunto de material inscrito (sellos, bullae de arcilla, impresiones de sellos y tablillas en las que se registraron donaciones, procedimientos rituales y consultas oraculares). Tales hallazgos pueden proporcionar evidencia del rol de los templos como centros para el entrenamiento de escribas. Los templos tenían, así, funciones administrativas y económicas, además de las puramente cúlticas.
Otros templos importantes fueron el denominado templo 5, localizado cerca de la Puerta del Rey, y el templo 30, en las proximidades de la Puerta del León. El primero de ellos aparece complementado con un anexo palacial y pequeñas capillas. Este templo 5 fue erigido como un recinto privado del soberano, con capillas especiales dedicadas a la adoración de sus antepasados (en él apareció una figura en relieve vestida como un guerrero que portaba el nombre de Tudhaliya).
El más grande y suntuoso de los logros arquitectónicos hititas corresponde al monumental Templo del Dios de la Tormenta[2], un complejo construido en la ciudad baja, al noroeste de la acrópolis, y probablemente asentado sobre otro templo anterior, que data del reinado de Hattusili III.  El complejo entero estaba rodeado de un temenos, y consistía en tres elementos principales, típicos de la mayoría de los complejos templarios hititas: almacenes y talleres y habitáculos para el personal del templo. Era asimétrico en concepto y diseño. El patio estaba flanqueado en su cara norte y sur por casi un idéntico conjunto de habitaciones, quizá para acomodar las imágenes de aquellos que formaban el kaluti o círculo divino de las principales deidades del recinto.
El templo propiamente dicho estaba rodeado por carnicerías, tiendas para los alimentos y bebidas que se ofrendaban a la deidad, y para el equipamiento de ornamentos usados en los festivales y ceremonias, talleres y tesoros en los que se guardaban los botines logrados en combate y que se consagraban al dios. También había estancias que contenían archivos con tablillas de arcilla. De hecho, el templo del Dios de la Tormenta fue un relevante repositorio de tratados internacionales y con los estados vasallos y subordinados al poder hitita. Formaba todo el complejo, en fin, una comunidad dentro de una comunidad, una ciudad en pequeño.
La casa hitita básica de Hattusa estaba conformada por una estructura de madera y ladrillo, en ocasiones con unas estancias superiores a las que se accedía a través de una escalera exterior. El área residencial también contaba con edificaciones mayores erigidas sobre terrazas, tal vez, las viviendas del personal de más alto rango. Una parte significativa de la población viviría, no obstante, extramuros, si bien en los años finales un incremento de la población pudo propiciar el asentamiento de población intramuros. Tal hecho puede verse reflejado en la reutilización del recinto del templo 30 para residencias y talleres. Hattusa no fue, en fin, una ciudad estricta y puramente ceremonial, sacra.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP-UGR.


[1] Aquí se han encontrado sellos, bullae de arcilla y diversos documentos sobre tierras que datan del reinado de Suppiluliuma I. Dos viaductos vinculaban Nisantepe con la Ciudad Alta y con la acrópolis. Proveían el acceso al palacio de los funcionarios y oficiales al servicio del rey que habitaban fuera de los recintos palaciales, de los gobernantes vasallos que tributaban y de los embajadores o misiones diplomáticas que hasta la ciudad llegaban.
[2] Sin embargo, en el sancta santorum había dos santuarios, uno para cada uno de los dos dioses a la cabeza del panteón hitita, el Dios de la Tormenta del Cielo y la Diosa del Sol de Arinna, identificados en el reinado de Hattusili III con el Teshub hurrita y su consorte Hepat.

18 de enero de 2016

El dios Mitra: desde Persia a Roma


Imagen de un mitreo decorado con pinturas en Dura Europos. Datado entre los siglos II y III; y Mitreo de la basílica romana de San Clemente.

La primera mención del dios se encuentra en el tratado firmado por el rey de Mitanni, Mitawaza y el monarca de los hititas, Supiluliuma. No obstante es durante el imperio persa cuando se documenta la presencia del dios vinculado con el Sol, concretamente en el himno X del Avesta. Mitra es el dios más relevante de los yazatas o deidades que sirven al supremo Ahura Mazda. Es el que garantiza las alianzas, los juramentos y los contratos. Sobre todo asegura el pacto entre Angra Mainyu, señor del mal, y Ahura Mazda, deidad del bien. En el ámbito persa es una deidad del fuego, la justicia y de los sacrificios. Se trata de una divinidad guerrera responsable del ordenamiento cósmico, en particular del recorrido del Sol[1].
A finales del siglo I Mitra es, en Roma, el dios invicto, que posee una serie de fieles constituidos en hermandades cerradas y jerarquizadas, en las que, para participar, es necesario superar un conjunto de prácticas iniciáticas (de las que las mujeres estaban excluidas, de ahí su nombre de “hienas”). Las legiones romanas serán en vehículo propagador por antonomasia, si bien el culto también contará con el favor imperial. El Mitra romano es creador. Lucha contra un toro cósmico al que sacrifica. De ese animal sacrificado procede la vida vegetal y animal. La expansión del mitraísmo se debe a su conexión con el ámbito militar, en donde consigue el  firme apoyo de los mandos. Desde el ámbito militar se expande con posterioridad entre las masas de esclavos, los pobladores de las ciudades y los grupos aristocráticos.
A diferencia de lo que se consideraba hace unas décadas (que el Mitra oriental era el mismo que el venerado en Roma gracias a su difusión por parte de los magos persas tras la conquista alejandrina), el culto imperial romano es una creación de nuevo cuño, que emplea el nombre de la deidad y otras expresiones de raigambre oriental para conferirle verosimilitud y, además, exotismo[2]. No en vano, el mitraísmo fue un instrumento que favoreció la cohesión del conglomerado cultural y étnico del Imperio. El culto en Roma se fundamenta en la autoridad de la jerarquía, en la conformación de lazos personales por medio de hermandades y en la sumisión de sus acólitos. Los lazos de unión permitían que personas de orígenes diversos o de procedencias disímiles pudieran relacionarse a través de vínculos de solidaridad e identidad.
La renovación de este culto pudo tener lugar en la misma Roma o, incluso, en los reinos anatólicos, que habían estado gobernados por linajes de origen persa[3].
Los adeptos de Mitra podían iniciarse, según las propias fuentes cristianas, la epigrafía romana y los restos arqueológicos de varios mitreos[4], en siete grados diferentes, cada uno de ellos asociado a los planetas. Los fieles seguían una progresión perfectamente jerarquizada. El primer grado era el corax o cuervo, cuyo planeta asociado era Mercurio. El cuervo era un ave que se consideraba mensajero de las divinidades. El segundo grado se llamaba nymphus, es decir, “novio”. Se le relacionaba con el planeta Venus, probable alusión al matrimonio ritual entre el iniciado y Mitra (aquí con una funcionalidad femenina); el tercer grado es miles, soldado, al que corresponde Marte. Los iniciados en ese grado, según relata Tertuliano, recibían una señal en la frente, tal vez un tatuaje. Estos tres primeros grados eran los servidores n los banquetes rituales, en tanto que los demás (otros cuatro), eran los comensales en los mismos.
El cuarto grado era Leo, asociado con Júpiter, y cuya función ritual debía tener que ver directamente con el fuego. El quinto, Perses, estaba bajo el patrocinio protector de la Luna. Se ocupaba de las frutas en los banquetes ceremoniales, y se simbolizaba con un creciente lunar, con la guadaña y la espada persa falcada (falcatus ensis). El sexto y penúltimo grado es Heliodromus o mensajero solar que, estaba, naturalmente, vinculado con el Sol. Los atributos correspondientes eran la corona radiada, una antorcha y un látigo (para los caballos del carro solar). El último grado, el séptimo, era el Pater, representante directo del dios y jefe de la comunidad. Se vinculaba con Saturno y tenía como emblemas una vara de pedagogo, un anillo (símbolo de autoridad) y un gorro frigio, propio de Mitra.
La sangre del toro sacrificado por Mitra es la que fecunda y hace florecer de nuevo a la naturaleza[5]. Del rabo del toro pueden surgir cereales y de su líquido vital, al caer directamente sobre la tierra, beben varios animales, como símbolo de fertilidad.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV, Caracas. FEIAP-UGR, España


[1] Mitra es una deidad solar, de modo semejante a otras que proceden de Oriente, como Sabacio o Elegabal.
[2] La tauroctonía, sacrificio del toro, que representaría un mapa astral, se llevaba a cabo en el mitreo, que simbolizaba el Cosmos en miniatura.
[3] El nombre dinástico de los soberanos del Ponto (Mitrídates), es un recuerdo diáfano de la popularidad de la deidad. En Comagene, Antíoco I erigió un santuario (62 a.e.c.), concretamente en Nemrud Dag, en el que se conserva una imagen de Mitra-Apolo-Helios. La presencia de la imagen podría relacionarse a la absorción de Mitra y a su probable culto en el mundo helenístico.
[4] La mayoría hallados en Roma y Ostia, y construidos entre los siglos II y III.
[5] El más notable ejemplo de tauroctonía es el del relieve que se encontró en la antigua Nida (Alemania), datado en el siglo II. También es relevante el mitreo hallado en el subsuelo de la basílica de San Clemente, en Roma.

11 de enero de 2016

Los héroes vencidos celtas: Viriato, Vercingetórix y Boudicca

Las tres personalidades históricas casi tienen vidas análogas, ya que les correspondió intentar salvar a sus respectivas tierras (Península Ibérica, la Galia y Britania, respectivamente), enfrentándose al invasor romano, que finalmente los derrotó.
Entre 159 y 139 a.e.c. Viriato encabezó veinte años de lucha por mantener la independencia de Lusitania, que fueron calificados por ciertos historiadores romanos como la guerra de fuego. El pueblo céltico de los lusitanos, cuyas ciudades más importantes fueron Norba (Cáceres), Aeninium (Coimbra) y Ebora, (la Évora actual), nunca esperaban a que los romanos les atacasen, sino que ellos toman la iniciativa, en virtud de que sus condiciones sociales y económicas habían desarrollado la práctica del bandolerismo por tierras turdetanas como modo de ganarse la vida.
En 155 a.e.c. un tal Púnico fue el elegido para dirigir un escaso ejército de un millar de lusitanos y vetones. Aunque obtuvo bastantes victorias y llegó hasta el Mediterráneo, no consiguió que les turdetanos renunciasen a sus tratados con los romanos. Le sustituyó Césaro, que continuó con sus victorias, aunque finalmente fue vencido.
Los ejércitos del pretor de la Hispania Ulterior, Servio Sulpicio Galba, y de Lúculo, pretor de la Citerior, se internaron en Lusitania, en 151 a.e.c., en donde atacaron pequeñas ciudades. Además incendiaron los campos y los bosques. Galba convocó a las diversas tribus lusitanas para ofrecerles un tratado especial, que consistía en el reparto de tierras a cambio de que abandonasen las incursiones contra los romanos y sus aliados. Los que acudieron fueron separados en tres campamentos levantados para la ocasión, y se les pidió que, como amigos que ya eran, dejasen fuera las armas. Muy pocos escaparon vivos a la encerrona. El resto fueron vendidos a los mercaderes de esclavos. Entre los pocos jóvenes que consiguieron escapar de la encerrona de Galba, estuvo Viriato, un hombre caracterizado por su vida austera.
En el 147 a.e.c. Viriato disponía ya de un ejército de unos diez mil hombres, conocedores de los pasos de las montañas y preparados militarmente por sus colaboradores, llamados devoti, una suerte de cuerpo de élite que juraba defender a su jefe con la propia vida. Su primera gran victoria se produjo frente a las legiones de Cayo Plautio, que contaban con ayuda celtíbera; después cayó derrotado ante Quinto Fabio, pero de desquitó con las de Quinto Pompeyo. Muchos celtíberos acabaron engrosando su ejército, aunque no consiguió acuerdos a largo plazo para confeccionar un frente común organizado entre las diversas tribus.
Su principal baza contra el contingente romano fue el bandolerismo y la guerra de guerrillas; es decir, ataques rápidos y por sorpresa en bosques, montañas o desfiladeros. Así causaba cuantiosas bajas y podía replegarse con suficiente rapidez como para impedir el contraataque romano. Era el tipo de guerra llamado por los romanos latrocinium. También empleó la táctica de la falsa huída, al simular una retirada que provocaba una confiada y poco ordenada persecución romana.
A partir de 146 a.e.c., Roma comienza a enviar a Hispania cónsules en vez de pretores. Tal medida supone un ejército con el doble de legionarios y de tropas auxiliares. Esta vez fue Serviliano el que se internó en Lusitania. Curio y Apuleyo, probablemente jefes de bandoleros consiguieron un momentáneo freno a sus intenciones. Serviliano acabó arrasando pequeñas comunidades lusitanas y consiguiendo numerosos esclavos. Cuando esta incursión llegó a oídos de Viriato, rehízo su ejército. El primer enfrentamiento le resultó favorable. Ofreció al cónsul un tratado por el que se le reconocía el dominio de la tierra conquistada. Serviliano aceptó y cada parte conservaría los territorios como los tenían hasta ese instante. Sin embargo, el nuevo cónsul, Servilio Cepión, llegó a la Península Ibérica, autorizado por el Senado para romper el tratado. Viriato intentó evitar
un final previsible, y por ello se allega al campamento del cónsul Lenas, en la Citerior, para proponerle un nuevo tratado. El romano impone la entrega de desertores y antiguos aliados y, sobre todo, la entrega de las armas, a lo cual Viriato se opone.
Tres de sus hombres de confianza, Audax, Ditalco y Minuro le proponen negociar con el otro cónsul, Cepión. Tras la entrevista con el cónsul, regresan y le dicen a Viriato que lograron comenzar las negociaciones. Ahora serían los cuatro los que fuesen a concluir el tratado. Sin embargo, a traición asesinan a Viriato, quizá buscando alguna recompensa en forma de tierras o previendo la necesidad de evitar un aplastamiento militar inminente. El resto del ejército, fiel a su memoria, se enfrentó, al mando de Táutalo, a campo abierto con romanos, sufriendo una derrota inevitable.
El escenario en el que se desarrollan las peripecias de Vercingétorix es la Galia Trasalpina, con su némesis, el procónsul romano Julio César al mando de varias legiones, y un gran número de tribus celtas bastante desorganizadas.
César estaba dominando a placer el territorio galo, consiguiendo alianzas y haciendo que la Galia fuese una tierra prácticamente sometida. Sin embargo, los galos que no se habían entregado totalmente a la causa romana lograron ponerse de acuerdo. En 52 a.e.c. aparece públicamente la figura de Vercingetorix, perteneciente a la tribu de los arvernos. Del mismo modo que actuó Viriato, el líder galo organizó guerrillas usando jinetes en operaciones rápidas y contundentes. Con esa estrategia impedía la llegada de forraje para las guarniciones, destruía los depósitos de cereales e. incluso, derribaba puentes. Además, configuró una red de exploradores como informadores para espiar los movimientos de los enemigos. Consiguió unir a una mayoría de las tribus galas existentes.
Vercingetórix utilizó la táctica de tierra quemada, a lo cual hay que añadir el incendio de ciudades para que cuando pasasen por allí las legiones de César  no tuvieran más avituallamiento. Consigue algunas victorias sobre los contingentes romanos. Tras el fracaso en la defensa del asedio de la ciudad bituriga de Avaricum, y la masacre allí efectuada por los romanos, nuevas tribus se unen a Vercingetórix, que se ha refugiado, por entonces, en la ciudad de Gergovia, prácticamente inexpugnable. Cesar, en su base de operaciones de Noviodunun (Nyon), provee a las legiones y mantiene como rehenes a miembros de familias nobles de algunas tribus que garantizan los lazos de amistad. Se le complica conseguir mercenarios galos y por ello tiene que acudir a germanos. Decide dirigirse hacia Gergovia, tras los pasos Vercingetórix. A pesar de una victoria inicial, los celtas salen de la ciudad y se enfrentan a campo abierto con sus enemigos romanos, un hecho que comportó la victoria de César.
La definitiva contienda tuvo lugar en Alesia, en 52 a.e.c., una ciudad bien fortificada de los mandubios, donde se había refugiado con todos los que habían podido escapar de Gergovia. Para evitar una nueva masacre, César exige la entrega de Vercingetórix y los restantes jefes tribales. Finalmente, éstos salen y depositan sus armas a los pies del jefe romano, señal de sumisión y rendición. Vercingetorix fue llevado a Roma encadenado y exhibido como un auténtico trofeo de guerra.
Boudicca (Boadicea) reina de los iceni, apodada la Victoriosa[1], personificación de Morrigan, la diosa de la muerte y la destrucción, es otro ejemplo más de líder celta que combate con ardor al poder romano.
En las islas británicas, las tribus celtas estaban compuestas por clanes, un conjunto de familias descendientes de un antepasado común. Estos clanes solían tener el nombre de un animal totémico. Las pugnas y rivalidades intertribales formaban parte de la vida cotidiana, lo mismo que los pillajes irlandeses, desde el oeste y de los pictos, desde el norte.
Por orden del emperador Claudio, las legiones romanas controlan todo el sur y centro de Britania a mediados del siglo I de nuestra era. Un episodio en particular se convertirá en detonador de la participación de una nueva personalidad céltica, esta vez en las islas británicas. Prasugatos, rey de los iceni, una pequeña tribu que ocupaba los actuales territorios de Norfolk y Suffolk, es aliado de los romanos. Ha sido forzado a declarar al emperador romano (Nerón) heredero de sus tierras, conjuntamente con dos hijas. A cambio, la tribu icena se libraría de ataques y destrucciones. Pero al morir Prasugatos, los romanos irrespetan el tratado y penetran en territorio iceno tomándolo como propiedad suya, ya que en Roma no se reconocían los derechos hereditarios a las mujeres.
Boudicca, la viuda del rey, encabeza un levantamiento por el que pretende que se mantenga el pacto firmado por su difunto esposo. La reacción romana es brutal: la azotan y violan a sus hijas. Además, los jefes territoriales iceni son desprovistos de sus derechos. Esta y otras acciones romanas más, provocan que muchas tribus tomen sus armas.
A la cabeza de varias tribus, sobre un carro de guerra, Boudicca se enfrentará a los romanos dirigidos por Suetonio, pero acabará perdiendo el combate. La mujer guerrera se quitará la vida antes de caer, definitivamente en manos romanas, en el año 61.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB-FEIAP. Enero del 2016.


[1] Existen muchas leyendas celtas en las aparecen mujeres guerreras (las banfennid irlandesas). Es el caso de Criedne, que guerreó junto a los guerreros fianna, de Onomaris, reina de los Scordisi, quien combatió a los ilirios, o de Chiomara, en la Galia, quien logró decapitar al centurión que la había raptado.

6 de enero de 2016

Bardos, filidh y el mundo feérico celta

Caldero de plata de Gundestrup, hallado en Dinamarca. Edad del Hierro, hacia el siglo II a.e.c. Presenta diversos motivos ornamentales relacionados con la mitología celta. Se pueden observar deidades como Cernunnos, Dagda o Taranis, y diversos animales.

Los bardos eran, a la vez, músicos, narradores e historiadores. Se trataba, básicamente  de los poetas celtas, si bien sus funciones iban mucho más allá de entretener a su audiencia, pues también eran los que mantenían viva la historia de las tribus y los clanes. Conocían las genealogías y conferían una especie de vida eterna a los grandes héroes. Eran maestros en la forma de contar historias para así producir un determinado efecto deseado. Los bardos satíricos, mencionados en las leyendas irlandesas, eran muy prestigiosos, y a la par temidos,  ya que algunos de sus versos podían acabar con la reputación de alguien, traerle mala suerte, enfermarlo e, incluso, matarlo. Además, podían hacer conjuros especiales (glam dicin) destinados a los que no quisiesen pagar sus servicios.
El repertorio de los bardos incluía diversas modalidades de historias, como muertes violentas, destrucciones y robos de ganado, viajes, expediciones, aventuras, emigraciones, asedios y batallas, cortejos, partos y banquetes, inundaciones o amores, entre otros. Muchos bardos acabaron reciclándose como trovadores de la corte. El bardo más famoso fue, muy probablemente, Oisin (Ossian en Gales), del que se decía que había penetrado en el interior de la Tierra de la Eterna Juventud.
Los filidh ofathi, por su parte, poseían algunas funciones comunes con los bardos, en concreto en lo referente a narrar los relatos históricos y épico-mitológicos que formaban el ámbito tradicional. Sin embargo, su principal función era hacer vaticinios por medio de una atenta observación. Interpretaban casi cualquier cosa, desde árboles, animales, el vuelo de las aves, nubes, estrellas, llamas y ruidos del bosque,  hasta los gritos lejanos,  juegos infantiles y los hígados de animales (a veces, seres humanos) sacrificados para la ocasión. Estas personalidades daban también consejos a los reyes.
Los seanchai eran los historiadores de la Irlanda celta (en Gales llevaron el nombre de cyfarwyddion). Además de la historia propiamente dicha, debían conocer genealogías y multitud de cuentos históricos, tal vez  una de las mejores maneras de enseñar historia a la gente, en los que abundaban las peripecias de sus héroes y villanos y sus aventuras extremas. Se convertirían, por consiguiente, en los cuentacuentos irlandeses especializados en el mundo feérico, por lo que se les consideraban con especiales habilidades para comunicarse con la daoine maite (o buena gente) o habitantes del siempre temido sidhe. Cada comarca tenía su seanchai, un hombre o una mujer de provecta edad.
Han permanecido en las tradiciones celtas las leyendas y los cuentos de multitud de seres sobrenaturales, pobladores de bosques, colinas, lagos y montañas. De todas ellas forman parte los leprechauns de Irlanda, los pixies de Escocia, los korrigans de Bretaña, las anjanas de Cantabria y los gwyllion de Gales. Tales seres feéricos eran los míticos Tuatha Dé Danann que acabaron retirándose, por voluntad propia, a un mundo paralelo (ocupando muy probablemente el mismo espacio pero en un distinto tiempo), por lo que únicamente en ciertos momentos muy específicos del calendario era posible la comunicación entre ambos mundos. No es imposible que se tratase simplemente de espíritus de muertos.
Algunas historias citan a personas que han escuchado la oran sidhe, la música del sidhe, como uno de los acontecimientos portentosos que ocurren de vez en cuando. La interpretación cristiana, por su parte, señaló a estos seres como ángeles caídos que no participaron en la rebelión de Lucifer, pero como tampoco la combatieron, padecieron una diseminación por remotos lugares, en las profundidades del mar, en el aire o en el subsuelo. Con el nombre genérico de hadas se les engloba a todos ellos. Son seres, hay que remarcarlo, de temperamento impredecible.
Además del sidhe, en origen colina, a donde se retiraron los Tuatha Dé Danann, o de la mítica Avalon (Avalanch o Isla de las Manzanas) lugar a donde fue llevado el rey Arturo, en Irlanda se creía en una serie de mundos, dimensiones y planos de existencia. Es el caso de la Otra Tierra, la Tierra de la Juventud, la Gran Llanura, la Tierra de las Mujeres, la Tierra de los Vivos, de la Promesa y Submarina, así como la Isla de los Benditos o Bienaventurados.
Una significativa cantidad de leyendas hablan de immrama, los viajes marinos a alguno de tales lugares sobrenaturales. Estas peculiares aventuras podrían referirse a descripciones de rituales iniciáticos o, quizá, a una suerte de peregrinaje interior en busca de una experiencia trascendente, en tanto que el barco simboliza la entrada en otro mundo. Los viajeros tienen, entonces, que enfrentarse a sus propias obsesiones y terrores en forma de monstruos o tentaciones que intentan apartarle de la meta, para, en consecuencia, regresar puros. Muchos, sin embargo, no tienen un final exitoso, sino que acaban con la muerte, que se considera que también es una forma de dar por completado en viaje y entrar en otro plano de existencia.
Estos periplos fueron tan populares que incluso permanecieron vigentes en la época cristiana, pero con el nombre de navigatio. El viaje de Maelduin es, probablemente, el más célebre de estos viajes. Había, asimismo, otro tipo de aventuras, en las que héroe simplemente se internaba en algún otromundo, que recibían el nombre de echtrai, como es el renombrado El viaje de Bran, en el que este personaje, y unos cuantos compañeros de fatigas, visitan la paradisíaca Isla de la Mujeres.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB-FEIAP (UGR). 

2 de enero de 2016

El reino de los casitas en Babilonia: orígenes y cultura

Kudurru de Melishipak I (1186-1182 a.e.c.), hallada en Susa. Presenta símbolos divinos en la parte superior. Museo del Louvre, París.

Según consta en la Lista de los Reyes Babilonios gobernaron la ciudad de Babilonia treinta y seis reyes casitas durante un período de casi seiscientos años. Si se compara con la Lista de los Reyes Asirios se puede concluir que la dinastía casita finaliza en torno a 1155 a.e.c. Los primeros soberanos debieron haber sido, en consecuencia, contemporáneos se Samsu-iluna (1749-1711 a.e.c.). Es probable, en cualquier caso, que los antiguos reyes casitas de la mencionada lista babilonia fuesen antepasados que no reinaron o que, en su defecto, lo pudieran haber hecho en algún otro sitio.
El origen de los casitas es muy poco claro. Se les menciona por vez primera durante el reinado de Samsu-iluna. Antaño se creyó que se trataba de bárbaros incivilizados que habrían penetrado en Mesopotamia desde alguna de las regiones montañosas de Irán. Actualmente, por el contrario, se sugiere una migración pacífica desde alguna región no conocida. Los hechos que acontecieron tras la caída de Babilonia ante el poderío hitita hacia 1595 a.e.c. permanecen en el anonimato, pero parece bastante probable que desde fines del siglo XV y hasta el XII a.e.c., los reyes de Babilonia fueran casitas. Los textos encontrados en Tell Muhammad y Sippar, pertenecientes al período antiguo babilónico, identifican a los casitas con trabajadores agrícolas en su mayoría.
De la lengua casita se desconoce, así mismo, casi todo. Solamente existe la referencia de una lista de vocabulario casita-babilonio con unas pocas palabras, diecinueve nombres casitas con sus respectivos equivalentes babilonios y ciertos nombres propios. Además, algunas palabras sueltas, esencialmente términos técnicos, se pueden observar en textos acadios. Más seguro es que los casitas adoptasen el modo de vida babilonio. El período casita representaría, en consecuencia, la continuación de la antigua cultura babilónica[1]. De hecho, restauraron muchos templos de los arcaicos dioses de Mesopotamia (un factor que no implica que careciesen de los suyos propios[2]).
En la dinastía casita, la tercera de Babilonia, se constata que la familia reinante poseía nombres casitas, pero es improbable que los casitas formaran parte activa de una elite administrativa o que representaran una amplia capa de población. Los centros casitas por antonomasia eran Babilonia y la zona en torno al río Diyala, en la región occidental de Irán. Más hacia el norte de estos territorios la población era eminentemente hurrita en su gran mayoría. Los casitas se organizaron en tribus que, a su vez, se agrupaban en casas, que podían llevar el nombre de un ancestro epónimo (Karziabku, sin ir más lejos). Estas casas se fundamentaban en las relaciones de parentesco sanguíneo por el lado masculino y, por tanto, estaban dirigidas por un bel biti o señor de la casa. Se puede decir que no estaban muy integrados en la sociedad babilónica. Prácticamente nada se sabe de cómo eran las relaciones entre esas casas y la familia en el poder.
El primero de los reyes casitas conocido a través de las inscripciones fue Karaindash (hacia 1420 a.e.c.), quien fue el responsable de la construcción de un templo dedicado a Inanna en Uruk. Mantuvo correspondencia con el faraón, como también hicieron sus sucesores Kadashman-Enlil I y Burnaburiash II (entre 1360-1333 a.e.c.). Las principales preocupaciones de estos monarcas fueron la concertación de matrimonios y la política del intercambio de regalos. Tras el deceso de Burniburiash, su hijo y, por tanto, sucesor, no logró apoderarse del trono porque fue asesinado. Sin embargo, el soberano asirio, a la sazón Ashur-uballit I intervino decisivamente para instalar en el trono de Babilonia a Kurigalzu II[3] (1332-1308 a.e.c.). Este rey llevó a cabo reconstrucciones de templos en Ur, Isin y Uruk y es, probablemente[4], el responsable de erigir el templo y el palacio de Dur-Kurigalzu, donde todavía se conservan las ruinas de un zigurat y del palacio, de más de nueve hectáreas y con varios bloques de patios. Kurigalzu II se destacó, asimismo, como estratega militar. Algunas crónicas señalan que derrotó a los elamitas y a los mismísimos asirios. Tal es así, que en Susa se han hallado inscripciones que le mencionan.
El momento clásico del poder casita se puede ubicar en el período de tiempo (más o menos un siglo) que transcurren entre el reinado de Kurigalzu II y Kashtiliash IV (1232-1224 a.e.c.). En Nippur salieron a la luz varios miles de tablillas, la mayoría documentos económicos, que corresponden a este período, y que están fechadas según el año de reinado del soberano, no con el nombre del año. Los casitas normativizaron los textos sumerios y acadios. La literatura tradicional fue copiada, precisamente, en este período. Por otra parte, fueron los casitas los que introdujeron un tipo de documento novedoso, el kudurru, para conmemorar las cesiones de tierras. Solía ser un monumento en piedra labrada de aproximadamente un metro de largo, con ilustraciones simbólicas de las deidades que testifican las transacciones. Aunque los más antiguos ejemplos se datan en el siglo XIV a.e.c., su frecuencia es notable en los siguientes siglos, XIII y XII.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP. 2 de enero del 2016


[1] La mayoría de las inscripciones en las que aparecen los reyes casitas están escritas en sumerio, mientras que los contratos y cartas en babilonio. Unos pocos reyes casitas del período final tuvieron nombres babilonios.
[2] Es el caso de Shimaliya y Shuqamuna, protectores de la familia real. Se trata de unas deidades que figuran, además, en la literatura de Ugarit. Otros dioses casitas fueron Mirizir, Sah, deidad solar, Shuriash, Shipak, dios lunar, Maruttash, vinculado con la guerra y Harbe, la divinidad principal del panteón y que también estuvo presente entre los hurritas.
[3] El rey asirio tenía claros intereses pues había casado su hija con el monarca casita.
[4] Existen ciertas dudas razonables sobre si fue este rey o Kurigalzu I el que llevó a cabo estas construcciones.