26 de junio de 2016

El concepto de bárbaro en la antigua Grecia

Aunque los griegos de la antigüedad consideraron su cultura superior a otras, muchos de sus habitantes admiraron culturas foráneas, particularmente la persa. Heródoto, sin ir más lejos, demuestra en sus escritos una atracción por lo persa, hasta el punto de acuñar el término philobarbaros, es decir, amigo de lo extraño. La actitud griega hacia los persas fue, muy probablemente, una compleja mezcla de fascinación y envidia. En Homero nunca aparece la palabra bárbaro, ni como adjetivo ni como sustantivo. Solamente el término barbarophônoi, que significa de dicción bárbara, foránea, aparece, y en una única ocasión, en la Ilíada, en concreto en referencia al contingente de los carios, que luchan del lado griego.
No fue sino hasta Los Persas de Esquilo, escrita para las Dionisias urbanas de 472 a.e.c., cuando los bárbaros fueron representados como un grupo estereotipado con una cultura homogénea. Este cambio fue el resultado, muy probablemente, de la invasión persa a Grecia, un evento que debió sembrar el pánico entre la población helena. El estereotipo pronto empezó a difuminarse a través de las artes plásticas, notablemente en las representaciones escultóricas que muestran las batallas entre Lapitas y centauros. Los inocentes y oprimidos Lapitas simbolizarían a los griegos, en tanto que los lascivos y agresivos, además de híbridos, centauros, representarían a los persas. Es, en resumidas cuentas, el triunfo de lo correcto sobre lo erróneo.
En sentido genérico, los bárbaros eran aquellas gentes que no hablaban griego, sino lenguas incomprensibles, al modo de los balbuceos ininteligibles. Los no hablantes de griego eran excluidos de participar en los Juegos Olímpicos, y de otras ceremonias panhelénicas, como el caso de los misterios de Eleusis. Únicamente más tarde, con el paso del tiempo, bárbaro también adquirió el peyorativo significado de bruto, salvaje e ignorante. El típico comportamiento bárbaro incluía beber cerveza, vino y leche, llevar ropas afeminadas y practicar la circuncisión. El propio Tucídides compara a los barbaros con los antiguos habitantes de la Hélade por llevar armas con ellos e ir vestidos cuando se ejercitan. Sin embargo, el mayor elemento portador, o generador, de barbarie es la subyugante degradación que reside en el sometimiento de la población a un solo hombre.
A pesar de estas convenciones, no hay evidencia que pueda sugerir que los bárbaros no fueron bienvenidos a cualquier polis, o que eran sometidos a maltrato si viajaban por el mundo griego. De hecho, muchos bárbaros figuraron prominentemente entre la población meteca (extranjera) ateniense durante el siglo IV a.e.c.  

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Junio del 2016.

17 de junio de 2016

Pueblos indoeuropeos de la antigüedad (III): germanos



Imágenes: mapa de los grupos tribales germanos, las fortalezas y legiones romanas en el siglo I; el sarcófago Ludovisi, datado en el siglo III. Se representa un enfrentamiento entre romanos y germanos. La figura principal pudiera ser Hostiliano.


Los germanos son el resultado de la indoeuropeización del sur de Escandinavia y de Dinamarca por parte de gentes provenientes de Europa central, portadoras de una cerámica cordada y de hachas. En la región meridional de Escandinavia y Dinamarca los indoeuropeos procedentes de Europa central hallaron  una cultura agraria, creadora de megalitos, la llamada cultura megalítica nórdica. Este impulso hacia el Norte debió ocurrir entre 3000 y 2500 a.e.c., alcanzando por un lado Bielorrusia, Rusia central y el área báltica en el Este, desde donde luego surgirían los baltos; y, por el otro, Dinamarca, el sur de Suecia y de Noruega, Holanda y el rincón noroeste de Alemania. En consecuencia, la cristalización de los germanos como pueblo se configuró a partir de la mezcla de estos dos elementos étnicos y culturales, si bien con la imposición de la lengua de los indoeuropeos centroeuropeos.
Desde la región escandinava, una expansión hacia el Sur parece haber comenzado ya en el II milenio a.e.c. A mediados del siglo VI a.e.c., los germanos habían alcanzado la cuenca del Rin, imponiéndose a la población celta que anteriormente había ocupado esa región.
La primera noticia que las fuentes históricas proporcionan acerca de los germanos se fecha en la última parte del siglo IV a.e.c. y se la debemos a un viajero y geógrafo griego, de nombre Piteas. Este autor menciona la tribu de los teutones, en esa época asentada a orillas del Mar del Norte. El primer testimonio escrito en lengua germánica se encuentra sobre un yelmo hallado en Negau, en el sur de Austria, datado, probablemente, en el siglo III a.e.c.
A finales del siglo II a.e.c. se produjo la primera confrontación directa entre latinos y germanos, los dos pueblos que resultaron decisivos en la conformación de la Europa moderna. Dos tribus germánicas, cimbrios y teutones atravesaron el Rin e invadieron la Galia. Los germanos alcanzaron también el río Danubio, que cumplió en el Sur el mismo rol de contención que el Rin en el occidente. Después de derrotar por dos veces a los romanos en terreno galo, se dirigieron hacia el norte de Italia. Mario, no obstante, los aniquila en 102 en Aquae Sextiae. Un año después hace lo mismo con los cimbrios en Vercellae.
Ya en el siglo I a.e.c. Julio César emprendió la total conquista de las Galias. En dicha empresa tuvo la oportunidad de contactar de modo directo y más prolongado con los germanos. En 58 a.e.c. se enfrento victoriosamente a la tribu de los suevos, capitaneada por Ariovisto. En el 9 a.e.c. Roma extendió sus fronteras desde el Rin hasta el Elba, sin embargo, no pudo resistir allí por largo tiempo, ya que en los primeros años de la primera centuria de nuestra era los germanos de allende el Rin se sublevaron, y al frente de Ariminio derrotaron a los romanos en la famosa batalla de los bosques de Teotoburgo. A partir de estos hechos, Tácito escribe su Germania a fines del siglo I. Con posterioridad, además de Ptolomeo en el siglo II y los textos escritos en Escandinavia, hay que esperar al siglo VI, con Jordanes y Gregorio de Tours, para obtener nuevas noticias sobre los germanos. Ya después se dispone de abundantes textos escritos en diversos dialectos germánicos.
Señala Cesar que las tribus germánicas eran independientes entre sí, y no parecían contar con una jefatura capaz de controlar y hacerse obedecer por todos los poblados en que la tribu se asentaba. Únicamente en tiempos de conflicto se elegían jefes que actuaban conjuntamente, sin que hubiera predominio de uno de ellos sobre los restantes. Tácito afirma que la jefatura era electiva, pero vitalicia. El caudillo debía pertenecer a una específica familia o clan. Su autoridad estaba investida de carácter religioso, civil y militar, pero no era hereditaria, sino que a su fallecimiento se procedía a una nueva elección. Tácito se refiere a los germanos que habitualmente se denominan occidentales, divididos en tres grandes variedades a las que nomina como ingaevones, istaevones, y herminones[1]. Él mismo ofrece una explicación mítica, según la cual cada una de tales divisiones correspondía a la descendencia de uno de los tres hijos que tuvo Mannus, el hijo del dios Tuisto, que a su vez era hijo de la diosa Tierra. Una variante de la leyenda, señala que Mannus habría tenido numerosos vástagos que habrían dado lugar a las diversas tribus. Desprovistas de su halo legendario, esas tradiciones pueden demostrar que los germanos, a pesar de su multitud de tribus y de la falta de unidad política entre ellas, poseían y compartían conciencia de su identidad étnica.
No parece haber existido un endoétnico para el conjunto de los germanos. El vocablo germano de las fuentes clásicas parece, realmente, un exoétnico que, probablemente, los romanos tomaron de los celtas. También es muy posible que estos tampoco designaran con tal nombre a toda la estirpe germana. Parece que era la forma en que los celtas, o algunos de ellos, denominaban a determinada tribu de germanos que habitase en su vecindad más próxima.
Los godos, atraviesan el Danubio en 376, huyendo de los hunos. Se alían con Roma y se asientan en Moesia como nuevos defensores del limes. Luego se dirigieron hacia el occidente, hasta que se asentaron en la península ibérica (visigodos) y en la itálica (ostrogodos). En 406 vándalos y suevos (junto con los alanos, que no eran germanos), atravesaron el Rin y cruzaron las Galia. Unos años después, los burgundios se asientan en la Galia como aliados de Roma. A mediados del siglo V, numerosos pueblos germánicos sin tierra y empobrecidos encuentran lo que creen su oportunidad en la penetración en el Imperio.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP-UGR.



[1] A los ingaevones pertenecen las tribus de anglos, frisones, sajones y jutos; por su parte, los herminones reciben el nombre genérico de suevos, si bien estaban divididos en múltiples tribus, como los marcomanos, los semnones (núcleo de la federación de tribus que llevó el nombre de alamanes), cuados y longobardos. A los istaevones, por fin, pertenecen tribus como los bátavos, ubios y los tréveros, además de  la confederación de tribus agrupadas bajo la denominación de francos, entre otras varias.

10 de junio de 2016

Pueblos indoeuropeos de la antigüedad (II): ligures, frigios y armenios




Imágenes, de arriba hacia abajo: campana con un nombre real urarteo (Argishti). Entre 786-756 a.e.c.; fíbula frigia de la Anatolia central, datada entre los siglos VIII y VII a.e.c.; y fachada del templo rupestre frigio de Kümbet.

Tito Livio menciona en su obra una gens antiqua a la que los griegos dieron el nombre de Λίγυες y luego los propios romanos el de ligures. Plutarco, sin embargo, apunta que se auto denominaban ambrones, un nombre que coincide con el de una tribu germana, aliada de los teutones, que lo empleaba,  parece ser, como grito de combate. El nombre de este pueblo ha perdurado hasta la actualidad en la región italiana de Liguria, si bien en la antigüedad ocupó, de seguro, zonas mucho mayores (Costa Azul y la Riviera francesas). También habría que incluir las poblaciones ligures de ciertas islas, como Córcega y Elba.
En varias fuentes antiguas  se recogen diversas menciones del nombre “Liguria” en regiones meridionales de la Península Ibérica. Avieno, por ejemplo, habla de un lago Ligustino en territorio tartesio; Esteban de Bizancio menciona una ciudad ligur en esta misma zona y llama ligures a sus habitantes; el geógrafo griego Estrabón, citando a Eratóstenes, denomina a España con el nombre de Península Ligur; Tucídides, por su lado, asegura que una migración ligur expulsó a un grupo de iberos que habitaban junto al rio Sicano en Hispania y se fueron a morar a Sicilia.
Al margen de la posible filiación de los ligures, muy discutible, se puede precisar que cuando los romanos entraron en contacto con ellos, allá por el siglo III a.e.c., los ligures llevaban mucho tiempo sufriendo la presión e influencia de los celtas. Polibio señala que hacia mediados del siglo II a.e.c. había todavía numerosas tribus ligures que no estaban sometidas a Roma, y que, además, obstaculizaban el viaje terrestre de las legiones romanas hacia Hispania. La total anexión a Roma de toda Liguria solamente se produjo en 14 a.e.c. por obra de Augusto, momento en que se da inicio el proceso de su completa romanización. No obstante, por las referencias de Séneca y Plinio se sabe que en el primer siglo de nuestra era se continuaba hablando la lengua de los ligures.
Gracias, precisamente, a su contacto con los romanos nos han llegado algunas referencias de los ligures itálicos al respecto de su aspecto, hábitos, carácter y costumbres. Se describen delgados y no muy altos, pero resistentes; de tez oscura y belicosos, además de avezados marinos y comerciantes poco fiables. Las tradiciones conservadas por Catón y Varrón relacionan a los ligures con los sículos. En relación a su lengua, Plinio atestigua que hablaban de modo diferente a los galos, y Séneca afirmaba que era distinta del ibero.
No se cuenta, por desgracia, con ningún texto en lengua ligur. De lo poco que se dispone tenemos unas modestas glosas en varios autores antiguos: asia (centeno), bodinco (profundo, sin fondo) y sigynna mercader, comerciante, buhonero) se han catalogado como las más seguras. La toponimia, así como la antroponimia de la región de Liguria ofrecen una mezcla de elementos indoeuropeos y otros que no lo son. Aunque con algunas pequeñas reservas, se ha solido considerar ligur el sufijo -asco, que se encuentra en topónimos y etnónimos del tipo Comasco, Bergamasco o  Vinelasca, (Ademaseos, Carrasca o Panasca, entre otros, en la Península Ibérica).
Las primeras noticias acerca de los frigios se encuentran en las crónicas asirias, en las que reciben el nombre de muski. Según las crónicas, ya en el  siglo XII a.e.c. se habían convertido en una amenaza para el Imperio Asirio, y por ello Tiglat Pileser I se esfuerza en derrotarlos. El nombre con el que eran designados en las fuentes griegas es el de frigios, si bien ellos se llamaban a sí mismos Βρίγες (briges).
Asentados en Asia Menor, sin embargo su lengua no pertenece a la rama de las lenguas anatólicas. Según cuentan las tradiciones griegas y macedonias recogidas en Heródoto, los frigios habrían invadido Asia Menor procedentes de Tracia antes de la Guerra de Troya. Otra tradición independiente asegura que  habrían entrado en Asia Menor con posterioridad a la caída de Troya. En cualquier caso, el origen balcánico de los frigios parece indiscutible. De hecho, la denominación muski de las fuentes asirias se pone en  relación con el tema Mus- y Mys- que está presente en los Balcanes en etnónimos como moesios y misios[1]. En cualquiera de los casos, su presencia en Asia Menor es segura desde el siglo XII a.e.c.
Es muy probable que hayan sido los frigios, asociados tal vez con los gasgas, uno de los elementos clave en la caída del Imperio Hitita. No obstante, el momento de mayor apogeo del reino frigio se produjo hacia el s. VIII a.e.c., cuando ocupó prácticamente la  mitad occidental de la Turquía actual. Es la época a la que pertenece el célebre rey Midas. La prosperidad del reino frigio fue cercenada por la incursión de los cimerios, un pueblo procedente de las estepas, quienes derrotaron al ejército del rey Midas, el cual, según reza la tradición, se suicidó. Con el inicio de la decadencia de Frigia el liderazgo en Asia Menor recayó, de lleno, en  manos de Lidia.
En el siglo VI a.e.c. Frigia pasó a ser parte del imperio persa. De hecho, varios de los miembros del ejército persa de Jerjes que  trabó contacto con los griegos eran frigios. En su imparable declinar,  los frigios fueron objeto de comercio esclavista en los mercados de las polis griegas. En 275 a.e.c., una nueva incursión de parte de otro grupo indoeuropeo, ahora de filiación celta, los gálatas, propició la división del territorio frigio en dos. Su parte occidental se integró en el reino de Pérgamo, en tanto que su sector oriental quedó en poder de estos gálatas. Desaparece desde ese momento el nombre de Frigia, sustituido de ahí en adelante por el de Galacia.
La sociedad, cultura y religión frigias son una mezcla de elementos indoeuropeos y pre indoeuropeos, aunque su lengua es claramente indoeuropea. La deidad principal es la diosa Kubila una diosa madre (la Kubaba de los luvitas, la Kybeba de los lidios y la Cybele de los griegos). También era adorada una deidad masculina de la bóveda celeste, Mazeus. Se cree que los frigios fueron una aristocracia guerrera que se impuso sobre una población preexistente, aquella del reino hitita que, a su vez, había sometido a la población previa, hatti, que hay que considerar pre indoeuropea. La fama de los frigios fue adquirida por sus habilidades artesanales y estéticas. A ellos se atribuye la invención del arte del bordado y la de ciertos instrumentos musicales, en particular la flauta. Se les considera, además, inventores de las fabulas de animales, si bien probablemente solamente fueron el vehículo transmisor de elementos que hay que remontar al ámbito sumerio. 
Al respecto de la lengua frigia han quedado glosas en diversas fuentes griegas, nombres propios y, especialmente, varias inscripciones. Las inscripciones corresponden al frigio antiguo, que  discurre entre los siglos VIII y VI a.e.c., sobre todo en objetos hallados en sepulturas, y al frigio tardío, que discurre entre los siglos II y IV, mayormente en inscripciones funerarias.
La región oriental de la Turquía actual fue ocupada por una notable cultura que se conoce con el nombre de Urartu. Las primeras noticias de este pueblo se hallan en las fuentes asirias hacia el siglo XIII a.e.c. La época de mayor esplendor de Urartu se constata entre los siglos IX y VIII a.e.c., una etapa truncada por las incursiones de los cimerios en el siglo VII y de los escitas en la siguiente centuria. Las debilidades acumuladas en Urartu fueron aprovechadas por el naciente poderío de los medos para incorporarlo a su imperio. Probablemente se trata de las gentes que aparecen mencionadas por Heródoto con el nombre de alarodios. Además, el historiador de Halicarnaso los menciona como un grupo armado a las órdenes de Jerjes cuando decide atacar Grecia. En la inscripción de Behistán correspondiente al reinado de Darío, el padre de Jerjes, se menciona, asimismo, el nombre de arminiyas. Los armenios ocuparon el antiguo solar histórico de Urartu y desplazaron parte de sus habitantes pre indoeuropeos hacia las regiones al este del monte Ararat, sometiendo a los demás, quizás gracias al poder de una aristocracia guerrera.
No se sabe con seguridad el momento concreto en que los armenios entraron en Urartu ni desde donde procedieron. Heródoto, una vez más, dice que eran antiguos colonos frigios. La opinión especializada más generalizada supone que irrumpieron en Asia Menor hacia 1200 a.e.c. como uno de los famosos Pueblos del Mar, procedentes de los Balcanes. Una centuria después se habrían asentado en las regiones occidentales de lo que es la Armenia histórica. Luego la ocuparían por completo posteriormente. Sin embargo, últimamente se ha puesto en duda la identificación del armenio con el frigio. Además, como no aparecen mencionados de modo diferenciado los armenios entre los Pueblos del Mar se cree que la presencia minorasiática de este pueblo es mucho más antigua de lo que se suponía. Un argumento al respecto se fundamenta en la aparición de los nombres Armanam y Armanim en las inscripciones acadias del rey Naramsin (hacia 2250 a.e.c.), cuya homofonía con el nombre de los armenios en las inscripciones persas (Arminiya) no parece ser una mera coincidencia.
Por otra parte, en el vocabulario armenio existen préstamos tomados al hitita y luvita, que no pueden explicarse a partir de lo que permaneció de las lenguas anatolias tras la caída del Imperio de los hititas. Algunas palabras hititas son, de hecho, préstamos armenios. El nombre con el cual los armenios se auto denominan es hay, y a su país Hayastan. Las fuentes hititas del siglo XIV a.e.c. mencionan claramente una región del Asia Menor ubicada al sureste del Imperio Hitita, a la que aplican el nombre de Hayasa, que se traduce como “tierra de los hay”. Si se valoran convenientemente los préstamos armenios en hitita y los hititas en armenio, todo parece indicar que la presencia armenia en Asia Menor es bastante más antigua de lo que se suponía hasta ahora, remontando muy probablemente, al III milenio a.e.c.
Bajo la conducción de los armenios, la antigua región de Urartu nunca alcanzó una  pujanza semejante a la de antaño.  Pronto quedó bajo el dominio persa, y luego griego, tras la conquista de Alejandro Magno. A comienzos del siglo II, el emperador Trajano anexionó Armenia al Imperio Romano. No obstante, Adriano, pensando que la lejanía de esos territorios debilitaba a Roma, hizo retroceder la línea fronteriza hasta ubicarla en el Éufrates. En los siglos posteriores, Armenia se convirtió en un habitual  teatro de conflictos, al encontrarse cogida entre dos potencias fronterizas, Roma al oeste, y los partos al este.
Un hecho relevante es la conversión de Armenia al cristianismo. A principios del siglo IV, el rey armenio Tiridates III se convirtió al cristianismo, influido por San Gregorio el Iluminador, y lo declaró religión oficial del Estado. Este acontecimiento capital acabó orientando a Armenia hacia occidente, alejándola de la influencia persa. Otro factor decisivo fue la invención de un alfabeto propio, realizada en el siglo V por San Mesrop. Por su parte, la lengua del siglo V, que se conoce como armenio clásico (garbar en armenio), se continuó utilizando hasta el siglo XIX, por la gente instruida, y todavía hoy es la lengua de la Iglesia de rito armenio.


Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Junio del 2016

[1] Algunos eruditos piensan que muski designaría en realidad a los armenios. Incluso quienes eso creen, no dejan de admitir que los frigios habrían entrado en Asia Menor en la misma penetración que los muskis. Ambos pueblos, frigio y armenio, se denominarían con la raíz mus-, pero con una formación diferente. La mayoría de las gentes minorasiáticas los habrían confundido y llamado indiscriminadamente con el vocablo muski, que propiamente señalaba únicamente a los armenios. Con  los luvitas del I milenio a.e.c. se habrían distinguido, llamándoles musas a los frigios y muskis a los armenios.

5 de junio de 2016

Pueblos indoeuropeos de la antigüedad (I): ilirios, dacios y pueblos anatólicos (licios, lidios y carios)




Imágenes, de arriba hacia abajo: pizarra de plomo dacia de Romula. Se representan dacios, tracios o jinetes danubianos volando sobre el dragón dacio, que se encara heráldicamente a la gran madre Bendis; necrópolis rupestre licia de Pinara; y otra necrópolis rupestre licia, en este caso la de Myra (Demre).


Las primeras menciones históricas de los ilirios se encuentran en las fuentes griegas, y se fechan en el s. v a.e.c. Heródoto y Aristófanes los mencionan, así como Estrabón, que señala el nombre del lugar que habitaban como Iliria. Los romanos tomaron el nombre de los griegos y llamaron al territorio de estos pueblos Illyria o Illyricum. Apiano, por su parte, dice que el nombre deriva del de Ilirico, su mítico fundador, un hijo del ciclope Polifemo y de la ninfa Galatea.
La Iliria histórica estaba ubicada en territorios que hoy corresponden a la ex Yugoslavia y Albania, a orillas del Adriático. Hacia el Sur la región iliria se extendía hacia Macedonia y el Épiro griego. Si bien algunos arqueólogos han creído encontrar razones para pensar que los ilirios llegaron a sus regiones históricas en tomo al 1000 a.e.c., como portadores de la cultura de Hallstatt, los lingüistas señalan que hablantes de la variedad indoeuropea que conocemos como ilirio pudieron haber estado en la zona desde antes y haber absorbido la migración del I milenio y asimilado ese horizonte cultural sin cambiar su identidad.
Es el siglo III a.e.c. cuando comienzan a proliferar las noticias relativas a los ilirios. Así, por ejemplo, en 231, aliados con Macedonia, y encabezados por un rey de nombre Agron, vencieron a los etolios. La viuda de este soberano, Teuta, envió una escuadra contra Sicilia con la intención de conquistar las colonias griegas costeras. Sin embargo, incidentalmente entraron en conflicto con Roma quien, después de dos siglos, acabaría anexando Iliria y convirtiéndola en provincia romana.
Los ilirios, al igual que otras poblaciones indoeuropeas, se dividían en tribus. De ellas son históricamente conocidas la de los Ardeos, Albanos, Dálmatas, Dárdanos y Molosos. Si bien cada tribu era una unidad política independiente, gobernada por un consejo de ancianos que escogía cada cierto tiempo un mandatario, en ocasiones una de las tribus adquiría un liderazgo relativamente duradero sobre las demás, y lograba agruparlas en una suerte de reino (como el del mencionado Agron y Teuta). Buenos  luchadores y marineros expertos ejercieron la piratería en el Adriático a bordo de naves ligeras. El imperio romano aprovechó para su causa el carácter belicoso de los ilirios, en tanto que los empleó habitualmente  en las legiones. Ilirios fueron, así mismo, algunos emperadores, como Diocleciano, Aureliano y el mismísimo Constantino el Grande. Con la división del Imperio romano, el Illyricum pasó a ser parte del sector oriental, posteriormente incorporado a la esfera de influencia de Bizancio.
Hay constancia, según San Isidoro, que el ilirio todavía se hablaba entre la gente inculta y sin cristianizar a finales del siglo IV o principios del V. No obstante,  no tenemos testimonio explícito de este estado de cosas hasta el siglo VII, cuando los eslavos penetraron en los Balcanes y eslavizaron la antigua Iliria. Si el albanés es el descendiente moderno del ilirio, como parece muy probable,  resultaría palmario que la romanización nunca fue verdaderamente completa en la región.
En torno al epígrafe ilirio se ubican cuatro conjuntos lingüísticos, el véneto, el mesapio, el albanés y el ilirio en un sentido estricto del término. De la lengua hablada, no obstante, se sabe muy poco. Solamente se cuenta con algunas glosas, como deuadai, denominación dada a los sátiros, y sabaia o sabaium, una bebida, especie de zumo hecho de trigo. En la onomástica, sobre todo en la toponimia, existen, sin embargo, algunos ejemplos notables, como Bulsinus, Metubarbis, Nedinum, y Pelso. También entre los nombres propios de persona, como es el caso de Oplus, Darmocus, Oplica y Vescleves, Kalas, Clevatus, Etuta, Gentius, Apio, Apludus, Baracio, Barcinus, Cato o Panentius y Varro, entre otros.
La antigua región de Dacia se encontraba ubicada en la ribera septentrional del Danubio, delimitada en el norte y el nordeste por los Cárpatos Orientales. Sería una prolongación septentrional de Tracia. En las fuentes griegas su mención es realmente  tardía. Sin embargo, es posible que hacia la cuarta centuria a.e.c. hubiera dacios en los mercados de esclavos atenienses y que se aluda a ellos a través del nombre de esclavo Daos, muy usual en la comedia ática. Ya en la época helenística se sabe que los dacios empezaron a explotar las minas de hierro, oro y plata y a comerciar con Grecia. Es muy probable, también, que los dacios sufrieran la influencia de sus vecinos orientales, los escitas.
Las diferentes tribus dacias hacían vida la mayor parte del tiempo sin organización política centralizada ni cohesión. Sin embargo, hacia 60 a.e.c. un tal Burebista consiguió unificar bajo su reino casi toda la Dacia histórica. Si bien a su muerte el reino se dividió, los dacios comenzaron a atravesar paulatinamente la frontera y a saquear territorios del Imperio romano. En tal sentido, Augusto se vio obligado a establecer en Moesia una guarnición. Tras etapas de relativa paz, se renovaron periódicamente los conflictos, que se tradujeron en la definitiva conquista de Dacia y su anexión al Imperio por mediación de Trajano en 106.
Un sector de la población fue masacrada y una parte obligada a desplazarse hacia el Norte. Fue en este instante cuando Dacia fue colonizada por gentes romanizadas provenientes de diversas regiones del Imperio, específicamente de Siria y Asia Menor. No obstante, la ocupación romana fue realmente efímera y despreocupada. Hasta tal punto fue de esta manera que a fines del siglo III Aureliano abandonó la región de Dacia[1].
Algunos de los rasgos característicos dacios se pueden desentrañar de los relieves en la columna de Trajano. Habría dos clases de dacios,  los agricultores y los guerreros. Con posterioridad a la conquista, y a pesar de haber sido en su mayoría diezmados o deportados, parece que los dacios continuaron divididos en dos clases sociales. Por un lado, la clase alta (pileati), que portaba una especie de gorro de fieltro (pileum) y, por la otra, la baja (capillati) que usaba el pelo largo. Característica esencial de Dacia es la presencia de lugares de asentamiento fortificados en lugares elevados, tal y como se puede observar en el emplazamiento de lo que fue su capital, Sarmizegetusa, en donde se han descubierto una serie de construcciones, algunas de carácter religioso.
A partir del abandono romano, Dacia estuvo sometida a una auténtica marea de invasiones. Por su territorio pasaron godos, gépidos, avaros, eslavos, búlgaros, pechenegos, kumanos y magiares. Restos de su lengua, dacio o daco-misio, se encuentran, muy pocos, en la onomástica, por ejemplo en algunos topónimos, caso de Cárpatos y Odessa, o en nombres como Acidava, Pratidava y Rusidava.
El antiguo reino de Licia debió centrarse en las estribaciones occidentales de las montañas del Tauro. Licia aparece mencionada en los textos egipcios, hititas y ugaríticos  del II milenio a.e.c. En la Ilíada figura como una aliada de Troya contra los aqueos. Sarpedón, su rey, pierde la vida en esa guerra, al igual que ocurre con Glauco, un honorable héroe que cambia su armadura de oro por una de bronce a su amigo Diomedes. Asentados en la costa, los licios disponían de una escuadra con la que atacaban de vez en cuando Chipre. En varios documentos egipcios se les menciona como aliados de los hititas contra Ramsés II en la célebre batalla de Kadesh. En consecuencia, es muy probable que fuesen tributarios del Reino Hitita si bien no se descarta que desde aquella época existiera ya en Licia cierta influencia griega.
Las ciudades licias estaban gobernadas por consejos de ancianos (especie de senados). Un rasgo que pudo ser adquirido del substrato pre indoeuropeo tiene que ver con elementos propios de instituciones matriarcales que se vislumbran en la sociedad licia, pues según relata Heródoto, en Licia perduraba la descendencia matrilineal. La lengua de Licia es la forma que el luvita o quizá un dialecto luvita adoptó en el I milenio a.e.c. Es bastante posible que existieran dos dialectos licios, el licio propiamente dicho, en el que se encuentran la mayoría de las inscripciones halladas, y el denominado milio.
Al norte de Licia estarían ubicados los lidios quienes, a diferencia de los licios, no aparecen mencionados en ninguna de las fuentes del II milenio a.e.c. Homero sitúa en la región aparentemente ocupada por Licia al pueblo de los meones. Algunos estudiosos opinan que los lidios serían mismo pueblo que Homero llamaba meones. Las crónicas asirias nos proporcionan, a mediados del siglo VII a.e.c., en época de Asurbanipal, la primera mención histórica de este pueblo y de su rey Giges. En virtud de esta mención tan tardía pudiera concluirse que fueron los lidios inmigrantes recientes en la región.
El reino de Lidia surgió, en cualquier caso, en medio de los trastornos que en el siglo VII a.e.c. acontecieron en la zona por culpa de la invasión de escitas y cimerios, aprovechando la destrucción del reino de Frigia, su más poderoso vecino septentrional. La primera mención griega de los lidios la encontramos en Mimnermo, que rememora en sus poemas la conquista de su ciudad natal, Colofón, por el mencionado soberano Giges en 630 a.e.c. El monarca lidio más conocido es, con diferencia, Creso, famoso por su legendaria opulencia y porque fue el responsable de la conquista de Éfeso a mediados del siglo VI. No obstante, el reino de Lidia tuvo una vida realmente efímera, de algo más de un siglo. Hacia 540 a.e.c. fue asolado y anexionado al Imperio Persa. Algo que, sin embargo, han dejado a la posteridad  los lidios pudo ser la moneda acuñada, pues se han considerado, según varias tradiciones griegas, los inventores de la moneda como instrumento del comercio.
Por su parte, el territorio que en la antigüedad se conoció con el nombre de Caria, estaba situado en la región costera al norte de Licia. Los carios hablaban una lengua de  filiación indoeuropea anatolia que se vincularía dialectalmente con el licio y con otras dos lenguas del grupo luvita, conocidas como el pisidio y el sidético.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Caracas. FEIAP-UGR.



[1] Para algunos especialistas la retirada romana habría sido únicamente militar y administrativa, en tanto que las poblaciones latinas de Dacia se habrían mantenido en su sitio, más o menos estables, sobreviviendo a una serie de invasiones posteriores. En cambio, para otros, la cadena de invasiones acabó con la población romanizada originaria, erradicando el latín. Posteriormente se produciría una nueva latinización a manos de los valacos balcánicos, que habrían emigrado desde regiones meridionales. De hecho, los valacos se tienen a sí mismos como descendientes directos de las poblaciones romanizadas de Iliria, Moesia y Dacia.

1 de junio de 2016

Los orígenes de la escultura griega clásica




Imágenes (de arriba hacia abajo): Apolo kitharoidos, obra de Escopas. Copia romana de un original griego, 300 a.e.c. Museos Vaticanos. En realidad, es Pothos, dios de la añoranza, el anhelo y el deseo; figura masculina en bronce con casco. Hacia 440 a.e.c.; y panel en el Templo C de Selinunte, en el que se observa una hierogamia. Hacia 470 a.e.c.

La eclosión del arte escultórico en la Grecia de la antigüedad se produjo en el siglo V a.e.c. y se continuó la centuria siguiente. Varios son los factores que explican esta irrupción. Las invasiones persas de principios de la quinta centuria habían destruido una buena parte de las obras arcaicas, realizadas fundamentalmente en los siglos VII y VI a.e.c., en especial, las ubicadas en la Acrópolis ateniense, lo que motivó la necesaria labor de reconstrucción. La victoria ante los persas fue atribuida a los dioses por los griegos, de ahí el interés, como retribución, en dedicarles estatuas.
Un nuevo sentimiento de orgullo nacional o patriótico va a impulsar la veneración de héroes, la idolatría de los reyes míticos de las ciudades más importantes y el homenaje de los ancestros divinizados de linajes. Muchas personalidades se convirtieron en protagonistas de obras que evocaban la guerra de Troya, entendida como un prestigioso antecedente del conflicto contra los persas. La presencia de los griegos por el ámbito del Mediterráneo se simboliza ahora por mediación de la figuración escultórica de Heracles y de sus memorables hazañas.
El apogeo artístico escultórico del siglo V a.e.c. responde, esencialmente a la bonanza económica de las polis, un hecho que permitiría erigir esculturas de gran magnificencia  y de un carácter profundamente innovador. Se crea ahora un estilo griego común, al margen de las diferencias regionales del período arcaico. Procedimientos y prácticas eran, en esencia, los mismos en todas partes, incluyendo la decoración policromada de las esculturas[1]. Se impone el naturalismo y, al tiempo, se busca una representación realista de las actitudes y de los cuerpos, en marcado contraste con el anterior hieratismo arcaico. Se entiende que el cuerpo humano es un conjunto armónico y articulado. Tanto en reposo como en movimiento se intenta su representación de un modo equilibrado.
El ideal de belleza deriva de la necesidad de distinguir con claridad a las deidades de los seres humanos. Al imaginar las divinidades de modo antropomórfico, las divinidades, en su marco escultórico, tenían que mostrar una perfección inalcanzable para cualquier mortal. Ahora bien, el cuerpo humano ideal había de ser representado con verosimilitud y perfección. Es por ello que el modelo fue el cuerpo musculado, joven y desnudo, del atleta, que frecuentaba la palestra y el gimnasio y se exhibía en las variadas competiciones panhelénicas.
La simetría y el canon (o representación proporcional de las partes del cuerpo), eran las premisas básicas del llamado desnudo heroico, cuyo máximo representante fue el Policleto del Diadumeno y el Doríforo. En el siglo IV a.e.c., escultores como Lisipo o Escopas, añadieron a la perfección anatómica, elementos de expresividad, más o menos contenida, y movimiento. La concepción estética escultórica se basaba en profundos conocimientos anatómicos, que incluía la inseparabilidad de los aspectos anímicos y físicos.
El escultor era un técnico; en puridad, entonces, un artesano, si bien gozaba de gran consideración social y de sobrados recursos económicos. Los escultores trabajaban en talleres, en donde resguardaban sus creaciones. Era allí en donde las mostraban a sus potenciales compradores y clientes para que hiciesen su particular elección. En el siglo IV a.e.c. muchas de las esculturas clásicas tuvieron su lugar concreto en espacios públicos de las polis.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Caracas. FEIAP-UGR. Junio del 2016



[1] En el fondo, en la antigüedad griega se creía que la escultura era dependiente de la pintura, como reseña Plinio en su Historia Natural. El mármol pulimentado era el soporte ideal para la pintura. El policromado resaltaba la sensación de vida, de realidad. Las esculturas se pintaban con vivos y brillantes colores.