28 de diciembre de 2017

La política expansiva del imperio Han hacia el sur de China

El gobierno del emperador Wu Di (141-87 a.e.c.), trajo consigo estabilidad económica y política. Hacia 115 a.e.c. la amenaza del norte había sido significativamente reducida, de modo que el interés se centró en un ambicioso plan de expansión territorial hacia nuevas y distantes zonas. En 108 los Han estarían controlando buena parte de la península de Corea en el noreste, el corredor del Gansu en el noroeste, Yunnan en el suroeste, Lingnan en el sur (lo que hoy es Guangdong y Guangxi), así como el norte y centro del Vietnam actual.
La política expansionista incluía la transferencia de colonizadores, el establecimiento de colonias militares y pequeñas guarniciones que protegiesen las rutas comerciales. El poder sería ejercido, localmente, a través de comandancias, que controlarían grandes territorios bajo el liderazgo de un gobernador, en ocasiones asistido por un comandante militar, aunque responsable tanto de los asuntos militares como civiles.
Los administradores Han, así como los soldados, colonos y comerciantes que habitaban en las comandancias periféricas, solían ser sobrepasados en número por los habitantes nativos quienes, muchas veces, se alzaban en violentas revueltas en contra de la presencia Han.
Las muchas poblaciones nativas encontradas en el curso de la expansión encajaban en una visión del mundo sinocéntrica cuyas raíces se encontraban en la dinastía Zhou. La geografía cultural reconocía un núcleo político y cultural rodeado por cada vez más grupos menos civilizados  cuanto más hacia la periferia se mirase.
El proceso expansivo condujo a la incorporación en 111 a.e.c. de Lingnan en la esfera político-administrativa china, un hecho que se repitió en Yunnan un par de años después. La expansión en ambas áreas incluyó la presencia de ejércitos y oficiales Han así como la de diferentes poblaciones nativas. Hubo rasgos comunes en las dos expansiones. En ambos casos los chinos encararon serias dificultades al desplazarse por un territorio con gran diversidad étnica y geopolítica. La topografía montañosa y el clima que se encontraron las tropas, los oficiales y demás migrantes fue una dificultad de gran relevancia. En el sur y el sureste, la oficialidad Han manejó las nuevas comandancias establecidas habitualmente de modo indirecto por medicación de líderes locales nativos. En Yunnan y Lingnan el gobierno Han se mantuvo, a veces precariamente, a través de interminables ciclos de rebeliones locales, muchas de las cuales propiciaron agrios debates en la corte en relación a la conveniencia de mantener una presencia en regiones distantes.
La evidencia de asentamientos y enterramientos sugiere un proceso de sinización, iniciado en época de Han Occidental y culminado en el período Oriental.
Tras la victoria, en 221 a.e.c. de Qin sobre los últimos vestigios de reinos independientes en China, el emperador despachó varios ejércitos hacia el sur. Cuatro de ellos se dirigieron directamente a Lingnan (Guangdong y Guangxi),  una región, a la sazón, distante e insalubre, habitada por varias tribus iletradas que solían ser conocidas en ese tiempo como las Yue. Las tropas Qin avanzaron a Lingnan no sin encontrar obstáculos, en especial el ofrecido por la resistencia de la población Yue nativa que lograría acosar las tropas imperiales. Sólo en 214 a.e.c. los Qin disfrutaron de algún éxito en el sometimiento de las poblaciones nativas de Lingnan, siendo entonces capaces de establecer tres comandancias (Nanhai, Guilin y Xiang, en los actuales territorios de Guangdong, Guangxi y la porción norte de Vietnam), cada una de ellas encabezada por un gobernador y un comandante militar. 
La muerte del Primer Emperador de Qin en 210 a.e.c. fue seguida por la pérdida de control del gobierno central sobre las regiones sureñas. En consecuencia, Zhao Tuo, un general Qin en Lingnan, vio la oportunidad de establecer su autoridad sobre las tres comandancias, proclamándose él mismo como el monarca del nuevo, e independiente reino, de Nanyue.  Zhao Tuo estableció su capital en Panyu, cerca de la actual ciudad de Guangzhou.
Reinó durante unos setenta años, hasta su muerte en 137 a.e.c. Adoptó las costumbres Yue y elevó a varios nativos a la dignidad de generales y oficiales. Su relación con los monarcas Han del norte estuvo marcada por períodos en los que rehusaba reconocer la soberanía Han. Incluso empleó fuerza militar para expandirse hacia territorio Han. En 112 a.e.c. el emperador Han Wu Di despachó una operación militar contra Nanyue, aprovechando una revuelta Yue. Este movimiento le permitió anexionar el reino al imperio y subdividirlo en nueve comandancias, de las cuales cuatro estaban en Lingnan (Nanhai, Yulin, Hepu y Cangwu), dos en la isla de Hainan (Zhu’ai y Dan’er), y otras tres en el Vietnam del centro y norte (Jiaozhi, Rinan y Jiuzhen).
Es muy probable que la expansión china hacia Lingnan fuese impulsada desde el principio, al menos en buena parte, por motivos comerciales más que por expresos impulsos civilizatorios. Para los dinastas Han, los productos deseados incluían cuernos de rinoceronte, colmillos de elefantes, plumas de Martín Pescador, perlas, caparazones de tortuga, ropas, plata, cobre, frutas y esclavos, todos ellos productos propios de regiones al sur de Lingnan. La conquista de Lingnan por Wu Di en 111 supuso el traslado de oficiales chinos al lugar para supervisar el comercio marítimo.
Si bien Panyu permaneció como un puerto de primer orden, otros puntos de embarque principales parecen haber sido localizados más al sur, en Hepu, al sur de Guangxi, y en Xuwen (Guangdong meridional), así como a lo largo de la costa septentrional de Vietnam.
La política expansionista de Wu Di se asoció con la extensión de las relaciones mercantiles con tierras todavía más distantes. La región no atrajo tantas gentes chinas como se podría pensar por la mala fama de estas regiones, consideradas como remansos de aguas pantanosas que producen enfermedades como la malaria, y por ser lugares en donde se exilaban criminales.
Los textos no aclaran si los oficiales Han en Lingnan se vieron forzados a confiar en ocasiones en las tropas Yue para controlar las rebeliones locales en algunas comandancias, algunas de las cuales resultarían desafectas por culpa de oficiales inescrupulosos. Hacia el siglo II, la tarea de administrar las comandancias de Lingnan había sido dejada en manos de oficiales locales, que se encargaban de cobrar los impuestos y de supervisar el comercio, no de “civilizar” a los Yue.
Entre los siglos VI y III a.e.c. han aparecido en más de doscientas tumbas en fosa verticales diversas cerámicas utilitarias, herramientas de bronce, armas, así como algunos bronces elaborados y campanas que pudieron ser importados (o copiados) del reino de Chu. La presencia de objetos elaborados en las tumbas más ricas, combinado con artefactos de estilos locales, no sugiere la presencia de oficiales de Chu en Lingnan, sino la existencia de elites locales que emulaban los estilos septentrionales y pudieron estar en contacto con Chu. Esta posibilidad surge de la concentración de tumbas en la zona norte de Lingnan.
La evidencia de una ocupación permanente está presente en un número de sitios del período Han a lo largo de Lingnan. El más destacable sitio de habitación es el llamado Palacio Nanyue, localizado en la parte baja de Guangzhou. En lo que parece haber sido un jardín de un palacio han aparecido multitud de ladrillos y azulejos, algunos de ellos decorados con marcas de cordajes e inscritos con caracteres, que incluyen los correspondientes a varios títulos oficiales, indicando un sistema administrativo similar al de la dinastía Han. Otros artefactos incluyen herramientas, armas, monedas (algunas del reinado de Wendi, 179-157 a.e.c.) y vasijas cerámicas, algunas de las cuales presentan nombres de lugares impresos.
En Guangdong oriental se encuentran un par de sitios de relevancia. Uno de ellos, de época Han Occidental, es el lugar de Shixiongshan, en donde los arqueólogos han identificado en las laderas de una colina restos parciales de un corredor y dos pequeñas edificaciones. El otro, el sitio de Guishan, presenta materiales distribuidos entre varias terrazas excavadas en una colina, que consisten en vestigios de edificios, un gran número de azulejos, incluyendo algunos de suelo, vasos cerámicos y unos pocos objetos de hierro y bronce.
En el norte de Guangdong deben destacarse otro par de yacimientos. El primero es el sitio de Zhouzi, cerca de la ciudad de Lechang, en donde los arqueólogos han identificado los restos de una muralla (del período Han occidental); el segundo es el yacimiento de Litouzui, ubicado en el condado de Shixing, y en el que destaca una muralla con un perímetros de casi medio kilómetro que rodeaba un área de forma triangular. Ambos sitios fueron localizados en comandancias al norte de Lingnan.
A lo largo de la línea costera meridional de Guangdong, en el condado de Xuwen, los sitios en las villas de Erqiao y Shiwei conservan restos arquitectónicos. En ellos se hallaron azulejos con caracteres inscritos, así como un sello en bronce con una inscripción de cuatro caracteres.
En el norte de Guangxi es relevante el yacimiento Wangcheng, localizado al norte de la comandancia de Yulin. En él se ha revelado la presencia de una muralla, puertas, un foso defensivo y diversos otros restos arquitectónicos dentro del recinto amurallado. Las investigaciones sugieren a los arqueólogos que la función principal del sitio fue la de servir como puesto militar.
En relación a las tumbas en Lingnan en época Han puede decirse que las del período Occidental suelen ser usualmente fosos verticales que contenían ataúdes de madera, mientras que en la etapa Oriental de incrementaron notablemente las tumbas con cámaras de ladrillos. En términos generales, la tendencia de la práctica funeraria es esencialmente Han en naturaleza. Los bienes funerarios incluían espejos, objetos laqueados, incensarios, figuras humanas, modelos cerámicos de aves, animales domésticos, graneros, viviendas y algunas herramientas de hierro.
Las tumbas Han en Guangdong mantienen varios artefactos que refuerzan la relevancia de los contactos con áreas al sur de Lingnan. Incluyen modelos cerámicos de viviendas apiladas (un método constructivo que todavía es visible en el sureste de Asia), modelos de botes y de grandes barcos en cerámica y madera y lámparas cerámicas asentadas sobre cabezas humanas con torso desnudo y largas narices, rasgos que sugieren su pertenencia a algún lugar del sudeste del continente asiático. Tanto los barcos como las lámparas son hallazgos comunes en las tumbas de Guangzhou del período Han.
Entre las tumbas que datan del período Nanyue destaca la de Zhao Mo, segundo soberano del reino de Nanyue, en Guangzhou. En ella se encontraron quince sacrificios humanos entre más de mil objetos diversos, que incluían sellos de jade y de oro, placas discos y figurillas de jade, campanas de bronce, contenedores de alimentos de varios tipos, una placa de vidrio y una vasija de plata. La presencia de trípodes ding de estilo Yue, así como de calderos de bronce, ilustran el mantenimiento de las tradiciones locales y regionales, como ocurre con el uso continuado de las campanas goudiao y la práctica funeraria del sacrifico humano. La presencia de vasijas del plata y vidrio, así como de objetos de marfil y perlas de varios tipos indican el contacto con regiones distantes.
Otro par de grandes tumbas del período Nanyue fueron encontradas en Luobowan, en el sur de Guangxi. Se trata de tumbas en foso con una rampa y con ataúdes de madera. El mantenimiento de las tradiciones locales se observa en la presencia de varios tipos de vasijas cerámicas, campanas de bronce, un tambor, también en bronce, además de las prácticas de los sacrificios humanos.
La distribución de las tumbas es muy relevante. Concentraciones de enterramientos se encuentran en Guangzhou, a lo largo de las líneas costeras y los ríos mayores, una distribución acorde a las referencias históricas al comercio, a la comunicación y la defensa. Otros concentraciones se observan a lo largo de la costa en Hepu y Xuwen (dos localidades mencionadas en los textos como relevantes puertos y productores de perlas durante el periodo Han).
El proceso de sinización atestiguado en Lingnan a lo largo del período Han se evidencia en los cambios en el comportamiento funerario, la arquitectura funeraria, la tipología y estilos de los artefactos, así como en el nuevo sentido de sensibilidad estética que se expresa por medio de jardines y estanques. La presencia de objetos de comercio exóticos (piedras preciosas o vidrio), o bien útiles que derivan de las condiciones locales, como los botes y los modelos de viviendas superpuestas, no significa un rechazo a las prácticas Han.
El siglo II a.e.c. atestiguó la gradual y, a la par, ardua expansión de los Han hacia el suroeste, una región que los textos delinean como geográficamente distante, militarmente inestable y étnicamente diversa. Todas las referencias textuales a esta expansión son posteriores al establecimiento de comandancias Han en el suroeste durante la segunda mitad de ese siglo. Las razones del empuje hacia lo que en la actualidad son las provincias de Guizhou y Yunnan fueron muy variadas. Incluían ambiciones territoriales e incentivos económicos.
Hacia el final del IV y comienzos del III siglo a.e.c., se puede constatar en los textos como el general de Chu, Zhuang Qiao, conquistó la tribu conocida con el nombre de Dian, en los que hoy es el Yunnan oriental[1]. Las referencias a la comunicación entre las tribus del suroeste durante la segunda centuria a.e.c. revelan el conocimiento Han, además del interés, de las redes comerciales. El comercio privado pudo haber vinculado a varias tribus del suroeste, como los Ba o los Shu (situados en el Sichuan actual), con los Dian. En el caso de ambos pueblos mencionados, el comercio incluía caballos, siervos y yaks.
Los Dian acabaron sucumbiendo a la expedición militar Han en 109 a.e.c., que fue el momento en el que se estableció la nueva comandancia de Yizhou. En esa época de la conquista se decía que los Dian tenían ciudades y asentamientos, así como un centro político localizado en el territorio en el que se establecería la comandancia de Yizhou. Se comentaba que los Dian eran agricultores sedentarios que practicaban la cría de animales.
En cualquier caso, la heterogeneidad cultural de la comandancia de Yizhou se desprende de los textos, que mencionan numerosos grupos étnicos cuya variedad estriba en sus costumbres y actividades de subsistencia.
El gobierno indirecto de los Han a través de líderes nativos se creía que era el método más efectivo y menos costoso de expandir el territorio imperial en regiones distantes. La ausencia de referencias textuales, por otra parte, refleja una ausencia de interés Han en la vida y la sociedad nativa. Tal gobierno indirecto tuvo evidente éxito en la creación de una base administrativa cuyos objetivos incluían el establecimiento de prefecturas y la documentación del número de pobladores nativos.  
El interés en el liderazgo (y en la población nativa), dependía de la necesidad de cobrar los impuestos en grano, sal u otros productos. A pesar de todo este control siempre hubo inestabilidad y peligros en estas zonas. Así, los textos (Han Shu en concreto), mencionan, al menos, siete grandes rebeliones nativas entre 105 a.e.c. y el último cuarto del siglo II. Estos hechos reflejan la presencia de un sistema marcado por la ausencia de una suficiente presencia Han capaz de controlar el descontento de la población nativa o de mitigar los conflictos que se producían entre muchas tribus de la región.  
La necesidad de enviar campañas punitivas cada cierto tiempo crearía arduos debates entre los oficiales Han en relación a si era conveniente o no establecer un gobierno permanente en una región cuya orografía montañosa y su remota ubicación dificultaban mantener una comunicación efectiva.
Los textos de la época de los Han Orientales hablan, de hecho, de tribus que vivían más allá de los límites de la China actual, quienes deseaban ser reconocidos como estados tributarios y estaban preparados para ofrecer a los Han regalos en forma de objetos de marfil, búfalos de agua, oro y borlas de pelo de yak. Fuese por la esperanza de obtener beneficios económicos de un futuro comercio o por temor a la ocupación militar Han, los deseos de estas poblaciones no reflejaban, necesariamente, un respeto por la civilización china.
Desde un punto de vista arqueológico los dos cementerios mejor conocidos y con más ricas tumbas en el área central de los Dian son los de Shizhaishan y Lijiashan.  En la periferia de la zona de la cultura Dian los cementerios son más pequeños, destacando los de Pujuhe y Batatai. Hacia el comienzo del período Han Occidental los ricos conjuntos funerarios Dian consistían principalmente de vasijas cerámicas y objetos en bronce. Entre estos últimos se incluyen una gran variedad de herramientas y armas, además de pequeñas figurillas, ornamentos diversos, piezas de armaduras y placas, algunas de ellas decoradas con escenas de combate entre animales. También son habituales los muy decorados tambores de bronce y los contenedores hechos con conchas de moluscos.
Si bien todos esos objetos son identificados como Dian, parece claro que algunos, sobre todo armas y vasijas, muestran rasgos generalizados en otras partes de China, lo cual incluye las tradiciones centro-septentrionales chinas. No hay duda de que la conquista Han fue asociada con un incremento en el número de artefactos chinos (o de copias de los mismos) en algunas de las más suntuosas tumbas Dian. Es el caso de espejos, monedas, jades, ciertos tipos de vasijas de bronce y sellos. En el periodo Han Oriental los modos funerarios parecen testimoniar una relativamente rápida transición hacia los conjuntos funerarios que consisten principalmente de artefactos típicos de los Han Orientales en otras regiones de China. Se incluirían en este caso, monedas, espejos, vasijas cerámicas y en bronce, incensarios, lámparas, modelos cerámicos de seres humanos y objetos asociados con las actividades productivas y domésticas.
Los conjuntos funerarios de los Han Orientales suelen vincularse con las tumbas de ladrillo de estilo Han, que reemplazan las tumbas en foso verticales de la cultura Dian en el Yunnan oriental[2].
En el área de Zhaotong, al noreste de Yunnan,  se han hallado un gran número de tumbas. Algunas de aquellas con cámaras en la zona, propias de Han Oriental, algunas veces han sido excavadas en las vertientes de los acantilados. 
Los procesos expansivos y sus resultados en Lingnan y en Yunnan parecen genéricamente similares, pues los aspectos clave están presentes: gobierno indirecto, incentivos económicos, levantamientos nativos, políticas civilizadoras, inestabilidad. No obstante, la arqueología sugiere ligeras diferencias en ambas trayectorias en lo tocante a la cada vez mayor homogenización y sinización a lo largo del período Han.
En contraste a Lingnan, en donde esos procesos son evidentes incluso antes de los Han, los restos de enterramientos de estilo Dian permanecen presentes al menos un siglo después de la acción conquistadora Han. A causa de que los oficiales chinos prefirieron, tal vez, un enterramiento de estilo Han, es probable que las ricas tumbas Dian fuesen aquellas de los líderes nativos que podrían haberse beneficiado de la política de gobierno indirecto Han asociándose con los oficiales Han y actuando como intermediarios de su propio pueblo.
Entre los rasgos de la expansión Han debe destacarse el tamaño del Imperio, incluso mayor que el romano y comparable con el aqueménida y el alejandrino, y cómo en el curso de la dinastía, tanto Occidental como Oriental,  los emperadores Han fueron capaces de mantener la integridad geográfica de un territorio que incluía porciones de Corea y Vietnam.
Un rasgo significativo de la presencia china en Yunnan y Lingnan durante la etapa Han parece haber sido la aparente inhabilidad de la oficialidad centralizadora para establecer relaciones estables con las poblaciones nativas. Las historias de ambas regiones hablan de regulares levantamientos y de debates cortesanos relativos a lo inadecuado o no de ocupar regiones tan distantes. El paisaje cultural, de hecho, permaneció fragmentado y poblado por varios grupos étnicos no asimilados, algunos de los cuales infligían pérdidas importantes a los chinos en épocas de batallas.
Aunque la expansión china hacia el sur y suroeste pudo haber sido inicialmente conducida por ambiciones territoriales y motivaciones económicas más que por un celo en civilizar distantes bárbaros, la necesidad de recaudar tributos y pacificar las poblaciones locales condujo, al menos en apariencia, después de algún tiempo, a llevar a cabo esfuerzos para hacer más chinas a esas poblaciones a través de la educación.
Parece claro que algunos reyes y jefes tribales, tanto en Yunnan como Lingnan, se beneficiarían de sus asociaciones con los oficiales Han. La evidencia mortuoria ayuda a ilustrar el avance Han en ambas regiones, al igual que arroja luz sobre el proceso de homogenización cultural y de sinización vinculado con el avance en tales regiones. Los datos disponibles permiten apreciar diversos escenarios, todos los cuales, se ha sugerido, soportan un modelo de dislocalización económica y cultural entre los comunes, de un lado, y los chinos y sus agentes nativos locales, del otro. La sobrevivencia de variadas identidades étnicas a lo largo de las periferias del sur y suroeste, hasta el día de hoy, sugiere que las costumbres y creencias dividían más que unían, a los muy diferentes sectores chinos e indígenas de la población que habitaba en tales territorios.
En definitiva, la imposición de un gobierno centralizado se combinó con un gran número de movimientos poblacionales de gentes Han hacia la periferia sur para proveer con ellos mayores oportunidades de integración.

Prof. Dr. Julio López Saco.
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre, 2017



[1] Un pasaje del Shiji, datado en 122 a.e.c., reporta la situación de los emisarios Han que intentaron cruzar el territorio Dian en busca de una ruta comercial terrestre hacia el reino indo-griego de Bactria, en el actual Afganistán, a través de India. 
[2] Las tumbas de ladrillo de los Han Orientales están habitualmente cubiertas por un elevado montículo de tierra y, en ocasiones, asociadas con estelas de piedra inscritas, un factor que podría sugerir que el propietario de la tumba era “chino”. 

19 de diciembre de 2017

Vídeos (XV). Del mito a la razón


Vídeo documental en el que se traza la historia de la ciencia desde la antigüedad hasta nuestros días. Muy valioso. J.L.S.

9 de diciembre de 2017

Iberos en la Península Ibérica: organización, economía y sociedad (II)



En las imágenes (arriba), la Dama de Baza, hallada en la necrópolis de Baza, Granada. Atribuida a los bastetanos, ha sido datada en el siglo IV a.e.c; y (abajo), tésera de hospitalidad celtíbera de Uxama (Osma), Soria. Hoy se exhibe en el Museo Numantino de Soria.

En términos muy generales se podría distinguir entre los iberos una aristocracia militar, el conjunto de la población libre, en esencia campesina, campesina y que sería el fundamento de los ejércitos y, tal vez, un grupo de esclavos[1]. Este es, en cualquier caso, un esquema genérico muy poco clarificador. La aristocracia basaría su prestigio en su rol militar, y en su riqueza económica, que provendría de la tierra y la ganadería entre los pueblos del interior, así como del comercio entre los costeros.
Además de una más que presumible atomización política, algo característico de las poblaciones iberas sería la mentalidad heroica y aristocrática, que busca esencialmente el prestigio personal por acometidas audaces que por empresas concienzudas y planificadas. Estos rasgos parecieran ser los que caracterizan la sociedad ibérica, pues en ella, a pesar de la consolidación de las urbes, los vínculos interpersonales, tanto de parentesco como de clientela, de seguro desempeñaron un papel relevante en la articulación social.
A la cabeza de la sociedad se encontraría una rica aristocracia, representada por los reges, principes, basileis y senatus, cuyo patrimonio procedería de la posesión de ganado y tierras, así como de la práctica de actividades mercantiles y la piratería. Luego, habría un extenso grupo de personal dependiente de esta aristocracia, dentro de la propia ciudad, que le ayudaría a cimentar su poder político y que, casi con seguridad, los acompañarían en el combate. Inmediatamente por debajo de ellos, se encontrarían los individuos (al modo de los que se pueden ver en grupos en ciertas cerámicas de Liria, con cota de mallas, lanzas y escudos), que pudieran configurar una suerte de falange que combatiría a las órdenes de los aristócratas.
Desde la perspectiva política, entre los iberos se alternaban la monarquía y las formas, digamos, republicanas. Se conocen relativamente bien algunas monarquías ibéricas, como es el caso de la de Indíbil y Mandonio sobre los ilergetes y otros grupos, como ausetanos y lacetanos. Según Polibio ambos son basileis, en tanto que según Livio, serían reguli y principes. Primero fueron aliados de los cartagineses, para posteriormente serlo de los romanos. En cualquier caso, la alianza de ambos reyes con los romanos fue inestable[2] y se sublevaron en determinadas ocasiones, particularmente con la intención de saquear.
La monarquía ilergete se extendía sobre un grupo de ciudades y populi, aunque no semeja ser igual a las monarquías turdetanas. Pareciera estar fundamentada en el ámbito militar que en cualquier otro factor, un hecho que recuerda más los caudillajes galos (incluyendo la dualidad regia del vergobret), que las monarquías ibéricas. Esta monarquía se constata con posterioridad a sus famosos reguli, cuando Catón reciba a Bilistages, rey ilergete.
Otra monarquía que se atestigua en las fuentes es la de los edetanos, entre los que destaca Edecón. Igualmente, primero aliada de los cartagineses, esta monarquía cambió su actitud y acabó pasándose a los romanos de Escipión una vez que cayó Cartago Nova.
Un rey también conocido es Amúsico, un régulo de los ausetanos partidario de los cartagineses. Muy a finales del siglo III a.e.c. hacia 205, los ausetanos aparecen ya bajo el mando de los reyes ilergetes Indíbil y Mandonio.
Las monarquías ibéricas parecen haber sido francamente inestables. El soberano viviría rodeado de familiares y de un grupo, más o menos numeroso, de clientes y amigos que lo acompañarían en las embajadas y también en las guerras. Esta familia real podía ser desalojada del poder o verse forzada a salir de la ciudad o poblado sobre el que reinaba. Su mantenimiento en el poder dependía mucho, muy probablemente, de su fortuna militar. Es posible, aunque no haya evidencias al respecto, la existencia de algunas reglas sucesorias. De hecho, quizás los matrimonios con algunas princesas les confiriesen un lugar preferente en la sucesión dinástica.
Ciertas comunidades ibéricas parecen haber estado gobernadas por consejos aristocráticos, presididos por magistrados. Parece haber sido el caso de los volcianos, que acogieron mensajeros romanos tras la caída de Sagunto. Los bargusios parece que tuvieron también un consejo análogo. Tales consejos estarían compuestos por aristócratas. En las regiones del interior, un tanto más autárquicas, harían las veces de verdaderos patres familiarum. En todo caso, la existencia de los consejos, con su portavoz al frente (el más anciano, por ello investido de autoridad y experiencia) no es incompatible con las monarquías militares. De hecho, el clima de guerras generalizado que implicó la conquista romana debió favorecer el desarrollo de tales monarquías de la mano de carismáticos líderes, especialmente duchos en la guerra.
La constitución saguntina se asemeja algo a la de las ciudades griegas. Se trata de una las primeras ciudades iberas en acuñar moneda, en tanto que su clase dirigente debió estar conformada por propietarios agrícolas y comerciantes. Cuando se produjo el ataque de Aníbal, Livio comenta acerca de la presencia de un senado y de un pretor en la ciudad[3]. Es factible pensar, en consecuencia, que la constitución saguntina era la propia de una república aristocrática (tal vez por influencia de Ampurias o de Marsella), o quizá como producto de la evolución de la sociedad local.
Alrededor de la fides se organizaban varias instituciones, como era el  caso del hospitium, la clientela y la devotio. Todas ellas jugaban un relevante papel en las relaciones socio-políticas en el mundo ibérico, lo mismo que en las de otros pueblos prerromanos. Estas instituciones poseían en la Península  ciertos diferentes matices a aquellos de las instituciones romanas. En la Península Ibérica se conoce, gracias a las fuentes epigráficas y literarias, la existencia de múltiples pactos de hospitalidad y clientela fundamentados en la fides (esto es, en la buena fe o la mutua confianza que debía presidir las relaciones entre personas y entre estados)  así como la presencia de una peculiar institución, los devotos o soldurios.
Las inscripciones, mayormente sobre bronce, que refieren pactos de hospitalidad y clientela, se conocen con el nombre de tesserae hospitales o tabulae hospitales. Abundan en la Península desde el siglo I a.e.c. y se continúan en las primeras centurias imperiales. Estos pactos de hospitalidad y clientela eran alianzas o tratados que vinculaban  dos partes: o bien dos personas o un par de comunidades, o bien un individuo y una comunidad. La diferencia entre hospitalidad y clientela, desde la perspectiva del derecho romano, era que el pacto de hospitalidad (hospitium), se contraía sobre un plano de igualdad para las dos partes, en tanto que la clientela suponía en sí misma una desigualdad, pues una parte tenía más poder que la otra. En la hospitalidad ambas partes se concedían derechos y deberes recíprocos, mientras que en la clientela, el sector poderoso, es decir, el patronus, poseía el derecho de obsequio y el deber de asistencia hacia la parte débil, el cliente, el cual, a su vez,  debía al patrono apoyo de todo tipo, militar, social o electoral.
El caso de fides más antiguo que se conoce en Hispania es el de los saguntinos. Al respecto, Livio menciona una fides socialis, que mantuvieron hasta su destrucción final.  Los reyes Indíbil y Mandonio tuvieron también, en principio y según Polibio, un pacto de fidelidad y clientela con Aníbal y los cartagineses, que posteriormente cambiaron por otro con el general romano Escipión. Una clase especial de clientela fue la militar, en función de la cual un patrono con mucho poder podía reclutar una tropa entre sus varios clientes. De hecho, los políticos de mayor importancia tuvieron clientelas en Hispania.
Una institución esencialmente hispana, y específicamente ibérica, fue la de los devotos (soldurios). Se trataba de un tipo especial de clientela, cuya sanción se llevaba a cabo por mediación de un juramento religioso por el cual los soldurios se comprometían a no sobrevivir a su jefe si este fallecía trabando combate. A cambio de semejante fidelidad extrema, los devotos participarían de modo preferencial en el botín así como en los honores que se derivasen de una victoria militar. La institución, por consiguiente, proporcionaba séquitos de íntima fidelidad hacia jefes y generales. Además de Sertorio, también Augusto, al principio de su mandato, empleó soldurios hispanos como guardia personal.
La devotio ibérica se diferenciaba de la romana de un modo patente. En el caso romano, el general de un ejército se consagraba a los dioses infernales para asegurar la victoria de su ejército a cambio de su propia vida, mientras que en el caso hispano, los soldados que se consagraban unían inextricablemente sus vidas a las de su comandante.
En relación a la religiosidad ibérica, aunque parece evidente una influencia de cultos fenicios y púnicos sobre la religión turdetana y bastetana, en la zona ibérica da la impresión que la influencia externa parece fundamentalmente griega. Estrabón, sin ir más lejos, señala que los iberos recibieron del mundo heleno el culto de la Ártemis efesia, con sus ritos propios. Por su parte, Plinio (Historia Natural, XVI, 215), afirma que en Sagunto existía un templo de Diana, cuyo culto habría sido importado por los colonizadores zacintios.
La evidencia arqueológica referida a los aspectos religiosos es, en cualquier caso, muy pobre. Entre los ejemplos más relevantes se encuentra una serie de thymiateria (quema perfumes) de terracota, de la zona de Alicante, que representan la cabeza de la diosa Deméter. No tienen restos de combustión, de tal manera que muy probablemente no se usaron para su específica función. Proceden de tumbas y también de contextos domésticos. No se puede atestiguar con ellos la existencia de un culto de Deméter. Ahora bien, su imagen pudo sufrir una reinterpretación por parte de la población indígena como diosa de la fecundidad y la abundancia agrícola, algo que justificaría su presencia en las viviendas, o también como deidad de ultratumba, lo que haría comprensible su hallazgo en sepulturas.
Otro buen ejemplo (Serreta de Alcoy) es un grupo en arcilla roja que pudiera representar a una diosa sentada en un trono y amamantando a un par de criaturas. Aparece rodeada de otras figuras, entre ellas un ave y un flautista. Gracias a la presencia de esta imagen, así como a la famosa Dama de Elche, se puede inferir la creencia de los iberos en una divinidad nutricia de la fecundidad, incluso de las cosechas, y en otra que sería una suerte de señora de los muertos. Esta última podría ser, incluso, un aspecto distinto de la misma diosa.
Algunas cerámicas ibéricas llevan pintadas la imagen de una figura femenina que surge de una flor y se vincula a un ave. Del mismo modo, existen ejemplos de otras en las que se observa un individuo masculino que se asocia a una hoja en forma de corazón y a un lobo o, en su defecto, un animal carnívoro[4]. Ambas figuras pueden aparecer aladas o no. La figura del lobo parece vincularse en el mundo ibérico a la idea de muerte y el Más Allá, un factor que coincide con su condición de principal depredador en la región mediterránea.
Se conoce, así mismo, por manifestaciones de época romana, el culto a un dios de los montes que, ulteriormente, se identificó el Júpiter romano. El Montgo, por ejemplo, situado cerca de Ampurias, deriva su nombre de un Mons Iovis.
Una diferencia básica en relación a la zona meridional peninsular radica en que en la zona ibérica no parecen existir santuarios rurales tan propios del sur. Se conoce la existencia de algunos santuarios “urbanos”, en coincidencia con las noticias literarias que mencionan templos dentro de las ciudades ibéricas.
El ritual o modo funerario principal en el mundo ibérico es el de la incineración. La cremación del cadáver suele hacerse en un ustrinum, junto el ajuar. Las cenizas se depositan en una urna cerámica que luego se coloca en la tumba. La forma, las dimensiones y, sobre todo, el aspecto de las tumbas varían en función de la importancia social y económica del difunto.
Las principales son las principescas, cubiertas con un monumento del tipo de los pilares, coronados en ocasiones por esculturas de esfinges, toros y leones. También son relevantes las tumbas de guerreros, en las que aparecen armas, específicamente falcatas, umbos de escudos y puñales. En las tumbas de mujeres, así mismo, se depositan espejos, ungüentarios, vasos de perfumes y demás objetos de tocador.
Por otra parte, es habitual la presencia de pebeteros o de quema perfumes en las tumbas, así como de jarros rituales de bronce. Dichos objetos ofrecen una cierta idea de unos posibles rituales, probablemente de purificación. De las célebres esculturas ibéricas, como la Dama de Baza o la Dama de Elche, cuyo contexto funerario es totalmente seguro, parece deducirse que en el mundo ibérico se creía en una deidad de los muertos, al estilo de la Perséfone griega, quizás protectora de almas y señora del inframundo.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-UGR. Diciembre, 2017.



[1] Está bien documentado el empleo de esclavos en las minas de Cartago Nova. De aquí se infiere su uso también en las explotaciones agrícolas. Sin embargo, la presencia de población esclava parece asociada a la esfera económica cartaginesa y, por lo tanto, no sería necesariamente tan característico de la economía indígena.
[2] El pacto (fides) contraído con Escipión era de tipo personal. En consecuencia, los reyes ilergetes lo habrían considerado disuelto con el  presunto fallecimiento del general romano.
[3] El senado seria un órgano timocrático compuesto por los propietarios agrícolas de mayor renombre y por mercaderes. El pretor, por su parte, pudiera ser un magistrado electivo que presidiría el senado y haría ejecutar sus resoluciones.
[4] En dos pateras de Tivissa (en Tarragona) el umbo central se muestra decorado con la cabeza de un lobo en relieve. Una de ellas muestra, además, una profusa decoración interna con la presencia de un personaje sentado en un trono, unas figuras aladas que sacrifican un ciervo y un animal carnívoro que ataca a su presa, entre otras varias. Podría interpretarse que tales objetos rituales se habrían empleado en un determinado ritual funerario.

2 de diciembre de 2017

Iberos en la Península Ibérica: organización, economía y sociedad (I)




En la imagen, un vaso ibérico pintado de los puñales (antenas atrofiadas o empuñaduras de frontón) y las granadas (arborícolas de seis frutos). Tumba 400, Cigarralejo. Siglos IV-III a.e.c.

En el término Iberia persiste un concepto étnico-cultural pero también geográfico. En las fuentes griegas Iberia es la Península Ibérica. Aunque en Polibio el término se refiere a la zona mediterránea, con la conquista romana las fuentes griegas extienden su denominación a todo el territorio peninsular. En sentido restringido, el vocablo iberos se aplica a las poblaciones peninsulares que se ubicaron en la costa levantina. Así son citados, como una etnia propia, en Avieno (Ora maritima). Por su parte, Hecateo, en el siglo V a.e.c. habla de los  esdetes (edetanos) y los ilaraugates (ilergetes o ilergavones), mientras que Éforo, un siglo después, también los diferencia como pueblo, distinguiéndolos de los celtas, y otorgándoles un  sentido cultural.
Esta región evoluciona culturalmente en los siglos VI y V a.e.c. En estas épocas se constata un fuerte aumento demográfico que conlleva la aparición de ciudades de tramas urbanas complicadas. Este hecho trae consigo una jerarquización del territorio en núcleos poblacionales principales y otros secundarios, el desarrollo de manufacturas, especialmente a partir de la metalurgia del hierro, así como de cerámica con decoración en bandas, semicírculos concéntricos y hasta composiciones figurativas; y también el empleo de una escritura, atestiguada arqueológicamente en documentos contables, inscripciones funerarias y cartas diversas.
En semejante desarrollo es capital la influencia de los pueblos colonizadores mediterráneos, específicamente los griegos, sobre las poblaciones autóctonas. Estas poblaciones eran una continuidad, sin aparente interrupción, del poblamiento de la Edad del Bronce; esto es, del segundo milenio a.e.c.
Un factor relevante es que entre la cultura material y el léxico (toponimia y onomástica) de esta zona existieron elementos indoeuropeos. Esto se debió, muy probablemente a la difusión, primero, de la Cultura de los Campos de urnas en la región catalana y aragonesa (siglos XI-IX a.e.c.), y de la cultura de los Campos de Túmulos (Aragón y Navarra), durante los siglos VIII y VII a.e.c., después. La presencia de estas culturas supone la llegada a la Península Ibérica de poblaciones de centro Europa. Su no permanencia en la región pudo deberse a que estos grupos no fueron lo suficientemente abundantes para la implantación de su lengua y cultura y, por consiguiente, serían absorbidos por el substrato lingüístico y étnico de la Edad del Bronce, o también pudo deberse a una poderosa expansión de la lengua y cultura ibéricas a partir del siglo V a.e.c. por la zona. Tal expansión, tal vez, habría sido la de las elites desde sus territorios originales en el oriente de la península hacia Cataluña y el sur de Francia.
Según refieren autores antiguos (Estrabón, en su Geografía, III, 1.6-7), no había una uniformidad cultural entre los iberos, y su fraccionamiento político era muy evidente. Este comentario parece corroborarse  en la existencia de dos lenguas y un par de sistemas de escrituras distintas en el área ibérica (como mínimo). Se trata del  ibérico meridional (Murcia y Alicante), y el septentrional (Aragón y Cataluña). Incluso dentro de cada una de estos grupos hubo diferencias internas. Es por tal motivo que hoy los especialistas (M. Salinas de Frías) hablan de “Complejo Ibérico”.
Las fuentes antiguas facilitan una enumeración bastante discordante de pueblos en estas regiones ibéricas. Es casi seguro que, con el paso del tiempo, hubo movimientos poblacionales y fusiones de unos pueblos con otros. Además, naturalmente, no todos coexistieron en el mismo tiempo. Lo más seguro que puede referirse en la actualidad, es señalar la situación de los pueblos ibéricos existentes en los siglos III y II a.e.c. En la zona costera estarían ubicados los contestanos, edetanos, ilergavones, cesetanos, layetanos  (lacetanos) e indigetes; en el interior, los beribraces, los ilergetes y los ausetanos, mientras que, finalmente, otro grupo sería el de los pueblos pirenaicos de los olositanos y castellanos, ceretanos, bargusios y bergistanos, andosinos y arenosios.
Las referencias a los contestanos son  bastante tardías. La más antigua hace alusión  a los preparativos de Sertorio, en 76 a.e.c., para  enfrentar la llegada de Pompeyo. Plinio, por su parte, ubica la Contestania en la costa, al norte de la Bastetania. En su interior menciona a Cartago Nova, Ilici (Elche), Lucentum (tal vez Alicante). Las referencias de Ptolomeo coinciden en lo esencial con Plinio. Habría que situar a los contestanos, en consecuencia, en la costa sudeste, entre Cartagena y el río Júcar. Desde los bárquidas cartagineses será cuando los contestanos formen su identidad propia, caracterizada por una poderosa iberización.
Hecateo menciona a los esdetes, habitualmente identificados con los edetanos. Estrabón, por su parte, los sitúa entre Cartago Nova y el Ebro, mientras que Plinio establece el río Júcar como el límite entre Contestania y Edetania, en cuya costa ubica la colonia de Valentia, Sagunto y el río Turia. Ptolomeo, finalmente, coincide con Plinio en el límite sur de Edetania, pero considera Valentia contestana. Hace llegar la Edetania por el interior hasta Caesaraugusta. En el actual estado de conocimientos se puede identificar el emplazamiento de la antigua Edeta en el cerro de San Miguel de Liria, con presencia de un oppidum ibérico de extrema relevancia. Ciudades destacas serian, entonces, Sagunto (de nombre ibérico Arse) y Valencia.
Es Plinio quien sitúa a los ilergavones entre el rio Udiva (el Mijares actual) y el Ebro, al norte del cual habitarían los cesetanos. Livio  corrobora los datos de Plinio y aquellos de Ptolomeo cuando afirma que Asdrúbal (en 217 a.e.c.), cruzó al norte del Ebro y allí instaló su campamento en territorio ilergavon. Cesar (en De Bello Gallico) cita a los ilergavonenses entre los pueblos del norte del Ebro que se le asociaron. Entre las ciudades identificadas de este pueblo se encuentra Dertosa (Tortosa), probablemente la que Livio denomina Hibera.
Plinio cita la Cossetania al norte del Ebro, con su ciudad principal Tarraco. Gracias a algunas monedas con letras indígenas se conoce nombre ibérico de la ciudad, Cese y, por consiguiente, el de la región y el del pueblo debían ser los de cesetania y cesetanos. Cese es, quizá, la Cissa que mencionan Polibio y Livio.
Los textos clásicos mencionan dos pueblos, layetanos y lacetanos. Su diferenciación es una cuestión difícil y espinosa. Estrabón menciona dos pueblos diferentes, leetanos y lartolaietanos, en la costa. Plinio, por su parte, señala a los leetanos en la costa y a los lacetanos en el interior, al lado de los ausetanos. La existencia de laietanos aparece testimoniada en monedas con el epígrafe laiescen. Según refiere Ptolomeo, sus ciudades principales serian Baetulo (Badalona), Barcino (Barcelona) y Blanda (Blanes). Los lacetanos se ubicarían hacia el interior. De los núcleos urbanos que les asigna Ptolomeo se identifican Bacasis (Manresa), Stelsis (Solsona) y Aeso (Isona), entre otras.
Los indigetes son mencionados en el periplo de la Ora marítima. Avieno los describe como feroces y habilidosos en la caza. Estrabón, que señala que estaban divididos en cuatro grupos, los ubica entre el Ebro y los Pirineos. Plinio coincide con dichas apreciaciones. El etnónimo se encuentra atestiguado en monedas ibéricas con la leyenda Untikesken.
Entre los indigetes es en donde se establecieron las colonias griegas de Ampurias y Rosas. Aunque Tito Livio comenta que Ampurias poseía una estructura doble, una ciudad griega y otra ibérica, separadas por una muralla, no existe evidencia arqueológica alguna de esto. Lo que, probablemente, si pudiera ser es que lo descrito por Livio corresponda al par (tal vez sociedad comercial) Ampurias-Ullastret (la Cipsela de Avieno), siendo esta última una ciudad ibera situada en las proximidades de la colonia griega.
Los ilergetes son uno de los pueblos ibéricos interiores del que más se conoce. Ello se debe a la oposición que llevaron a cabo frente a los romanos, y a favor de los cartagineses, en el principio de la conquista. Han trascendido dos de sus jefes, Indíbil y Mandonio. El nombre que los identifica presenta un elemento Iler- que aparece así mismo en el de los ilergavones y en el de su principal ciudad, Ilerda.
Polibio y Livio citan a los ilergetes como el primer pueblo sometido por Aníbal después de cruzar el Ebro. Cneo Escipión, desde Ampurias, sometió a los ilergetes y luego a los ausetanos. Finalmente invernó en Tarraco. Así,  en el momento de la conquista romana, los ilergetes parecen un pueblo poderoso que estaría asentado al norte del Ebro.
Estrabón  les atribuye también la ciudad de Osca (Huesca), capital de Sertorio (en las monedas ibéricas aparece como Bolsean). Ptolomeo también les atribuye  las ciudades mencionadas, además de otras que llevan por nombre Bergidum y Bargusia (quizá Berga y Bargus, urbes epónimas de bergistanos y bargusios)[1].
Los ausetanos aparecen en varias fuentes como aliados de los ilergetes. Parece evidente su relación (salvo que sean los mismos), con los ausoceretes que menciona la Ora marítima. Estos pueblos fueron, según cuenta Livio, dominados por Aníbal en 209 a.e.c. junto con los bargusios, ilergetes, y lacetanos. El propio Livio menciona a su princeps Amusico, y los ubica en las cercanías del río Ebro y de los lacetanos. Su ciudad capital sería Ausa (Vich). Según Ptolomeo, no obstante, también serán ausetanas Gerunda (Gerona) y Aequae Calidae, tal vez Caldas de Montbuy.
La presencia de los Sedetanos (distintos de los edetanos) se supuso (G. Fatás) a  partir de la mención de Plinio, que habla, sin motivo de duda, de una regio Sedetania. En modo semejante, Livio les atribuye un ager Sedetanus, localizado en la vecindad de pueblos como los suesetanos e ilergetes. Además, un factor decisivo fue el hallazgo de una ceca de nombre sedeisken. En los sedetanos debe observarse un pueblo ibérico que estaría emplazado en el valle medio del Ebro, con su ciudad principal ubicada en Salduie (la antecedente de Caesaraugusta).
Diversas fuentes aluden a un conjunto de pueblos pirenaicos cuya relevancia y personalidad grupal son muy escasas. Se trata de los arenosios y andosinos, ceretanos, castellanos y olositanos. Los ceretanos, tal vez los más relevantes, son divididos (por parte de Plinio) en augustanos y julianos. La capital de estos últimos sería Iulia Libica. Estarían ubicados en una región no de habla ibérica sino vasco-aquitana. Por su parte, el pueblo pirenaico de los bargusios o bergistanos es situado, en Livio y Polibio, entre los Pirineos y el Ebro. Según Livio, además, habrían sido los primeros aliados de los romanos en Hispania.
El elemento predominante principal de la economía ibérica es el significativo desarrollo agrícola,  que tuvo que ser el fundamento del despliegue demográfico observable tras la proliferación de poblados a partir del siglo V a.e.c. y su transformación en verdaderas ciudades. Esta actividad se completaba con la ganadería (ovejas, cabras y cerdos).
Se trata, en cualquier caso, de rasgos bastante generalizadores, en virtud de que en la gran extensión geográfica que ocupaban los pueblos iberos, habría regiones diferentes y, por tanto, diferencias, menores o mayores, entre la economía de unos pueblos y otros. Tales diferencias estarían condicionadas por la diversa orografía y la distinta fertilidad de las tierras, o por la posición de algunas poblaciones respecto al mar y a las colonias fenicias, griegas y cartaginesas.
Muy predominante en todo el mundo ibérico fue la agricultura de secano, llevada a cabo esencialmente por pequeños propietarios en explotaciones familiares. No obstante, al lado de esta agricultura de secano debió de haber existido también una agricultura de huerta y de regadío. Las especies cultivadas principales eran el olivo, el cereal y la vid, de los que se han hallado algunas semillas. Se cultivaban, del mismo modo, legumbres y frutales.
Por otra parte, actividades como la apicultura, la caza y la pesca, fueron relevantes. La apicultura se conoce en Levante desde el Eneolítico, tal y como atestiguan ciertas pinturas prehistóricas. En consecuencia, pudo  seguir practicándose, lo cual parece corroborarse por el descubrimiento de colmenas cerámicas en territorio edetano. La caza y la pesca, por su parte, serian actividades que podrían señalarse como complementarias.
Pudieron existir algunos cultivos especializados (lino), pues los tejidos de Saitabi (Játiva) y los de la zona de Tarragona fueron prestigiosos en época romana. La viticultura y la oleicultura han dejado, asimismo, testimonios arqueológicos.
Manufacturas cruciales en el mundo ibérico fueron las propias de la alfarería y los productos metalúrgicos. La cerámica ibérica característica es una cerámica a torno, de color ocre y con unos ornamentos realizados con pintura roja. El torno de alfarero debieron de recibirlo los iberos de las colonias costeras, griegas y fenicias. La excavación de talleres asociados a los hornos facilitar inferir que los alfareros no estaban especializados, de manera que  un mismo productor proporcionaba a toda la región los productos cerámicos que requiriese. En algunos casos, además, se debió de trabajar por encargo.
Una de las características peculiares de la cultura ibérica es la generalización de la metalurgia del hierro. En el registro arqueológico, de necrópolis y de poblados, abundan los objetos de este metal, tanto en forma de armas como de objetos cotidianos o útiles de labranza. Entre las armas se destaca la presencia de falcatas, puñales y espadas. No obstante, el bronce siguió empleándose, en específico para fabricar calderos, trípodes o escudos.
La arqueología parece mostrar la existencia de la propiedad privada familiar. En los poblados predominaba la pequeña explotación familiar. En las ciudades, por el contrario, se especula con la posibilidad de que hubiese habido grandes propiedades agrarias en el entorno rural, propiedad de la aristocracia local. La vida cotidiana de esta aristocracia se repartiría entre las fincas en el campo y la ciudad, sede de los templos y otras edificaciones públicas, en donde ejercerían su actividad política. Si bien no se puede descartar la presencia de esclavos en las grandes extensiones, lo cierto es que serían los pequeños productores libres el fundamento reclutable de los ejércitos ibéricos. Es el caso de las figuras representadas en las cerámicas como tropas de infantería o de los individuos armados de espada y escudo ligero, al modo de peltastas, que se observan en los bronces ibéricos.
El extenso territorio de las poblaciones ibéricas estaba surcado por dos grandes vías de comunicación. Por un lado la terrestre vía Heraklea, que bordeaba la costa desde el sur de Galia hasta el Levante, Cartagena y el curso alto del Guadalquivir. Por el otro, se encontraba la vía fluvial del valle del Ebro y sus afluentes[2]. El río Ebro fue una valiosa fuente de navegación comercial y de “iberización”, por tratarse de una inmejorable vía de penetración cultural desde la costa al interior.
El comercio de metales y de minerales debió ser realizado a mediana escala. El comercio externo, por su parte, estuvo fuertemente mediatizado por las colonias griegas, cartaginesas y fenicias. Es factible que antes de la conquista romana se exportasen aceite, textiles, vino y cereales. Sin embargo, lo que se conoce mucho mejor son los productos de importación que traían los colonizadores. Se trataba, en esencia, de objetos suntuarios, particularmente, perfumes, joyas y, sobre todo, cerámica griega, específicamente cerámica ática de figuras rojas. Durante dos siglos (V y IV a.e.c.) estas piezas inundan los territorios del sudeste, Andalucía y la zona de la costa catalana.
Las relaciones comerciales con los griegos peninsulares fueron muy significativas. Hasta tal punto fue así que la impronta griega es perfectamente apreciable en elementos específicos de la cultura ibérica, como la cerámica, la escultura o las armas. A pesar de la desconfianza que Livio señala como rasgo en las relaciones comerciales entre griegos e iberos, de algunos hallazgos arqueológicos parece inferirse que en las mismas empresas comerciales estaban asociados griegos, iberos y, en casos, algunos foráneos, tal vez etruscos.
Un aspecto esencial de la economía ibérica es la aparición de la moneda, concretamente a partir de mediado el siglo III a.e.c. En ello tiene mucho que ver la influencia griega, además de la púnica. Las colonias griegas de Ampurias y Rosas emitían moneda desde el siglo V a.e.c. Estas piezas, como también otras monedas de ciudades griegas de Jonia, Sicilia y el sur de Italia, probablemente fruto de intercambios comerciales o como paga de los mercenarios ibéricos alistados en los ejércitos cartagineses y griegos de Sicilia (siglos V y IV a.e.c.), circulaban entre los iberos.
Será en los territorios de mayor contacto con las colonias griegas en donde surjan las primeras acuñaciones ibéricas. Estas primeras piezas corresponden a las ciudades de Kese (Tarragona), Arse (Sagunto), Kastilo (Castulo) y Saitabi (Játiva). Las emisiones son unos pocos años anteriores a la Segunda Guerra Púnica y, por consiguiente, se relacionarían con las obligaciones militares de las ciudades iberas con sus aliados cartagineses o griegos.
En el área de influencia griega (Levante, Cataluña y valle del Ebro) se acuña moneda de plata, en tanto que en Andalucía, una zona púnica, lo que se acuña es moneda de bronce. La falta de emisiones de plata en la región que será posteriormente la Hispania Ulterior parece haber sido consecuencia de la política fiscal romana. Se cree que, desde el momento del comienzo de la actividad de Catón en la Península, hacia 195 a.e.c., se les prohibió a las ciudades de la Ulterior acuñar monedas de plata. En esa región, por lo tanto, la moneda que va a circular es la de plata y la de bronce romanas, además de la acuñación de bronce local. La Citerior, por el contrario tiende, a partir de la fecha señalada, a una uniformidad de sus emisiones, que se extienden al interior catalán y al valle del Ebro. Aparecerán, de esta manera, los denarios ibéricos de plata, caracterizados por presentar una cabeza masculina en el anverso y un jinete (con lanza o con palmas y garfios) en el reverso. A esto se suma que se va a generalizar el empleo de la escritura ibérica levantina para redactar las leyendas de las monedas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre, 2017


[1] Bergistanos y bargusios parecen poseer nombres indoeuropeos, lo cual es evidente en el topónimo Bergidum. Tal circunstancia, y el que Osea en fuentes como Plinio, se atribuya a los suessetanos, al frente de cuyo ejército estaba (en Livio) Indíbil, propician la visión de los ilergetes como un pueblo ibérico poderoso que, a fines del siglo III a.e.c., estaría expandiendo su hegemonía sobre otros pueblos. La región del poblamiento ilergete es el territorio que registra la entrada de la cultura de los Campos de Túmulos durante los siglos IX y VIII a.e.c., que representan la llegada de gentes indoeuropeas con una economía en esencia ganadera. A partir del VI a.e.c. comienzan a llegar a la zona influencias desde la costa mediterránea, donde se configura la cultura ibérica, que se podría vincular con la configuración del pueblo ilergete, caracterizado por una economía agraria y una monarquía de tipo militar. Se podría interpretar que bergistanos, bargusios y probablemente suessetanos serian gentes indoeuropeas, asociadas con los Campos de Túmulos, sobre los que se imponen, desde la quinta centuria a.e.c., los ilergetes iberos.
[2] Los valles de los ríos mediterráneos, caso del Júcar, el Llobregat y el Turia fueron también importantes vías naturales de comunicación hacia el interior.