Los
griegos de la antigüedad imaginaron la génesis de una población de dos formas,
bien por medio de una migración, o bien a través de la autoctonía. El pueblo
latino sería el resultado de la fusión de dos elementos, indígena y foráneo. El
primero estaba conformado por los aborígenes (con el rey Latino a la cabeza),
mientras que el segundo por los troyanos, conducidos por Eneas. Tal esquema
aparece ya en los griegos Licofrón de Calcis y Calías de Siracusa, ambos de principios
del siglo III a.e.c.
A
partir de la idea originaria, se añadirán con posterioridad, nuevos elementos
gracias a la incorporación de tradiciones que, desde finales del siglo III, se
sumaron al bagaje legendario. El esquema extendido se encuentra en Varrón y,
sobre todo, en Dionisio de Halicarnaso. Según este último, el Lacio admitió de
modo sucesivo cinco capas de población griega, los aborígenes, los pelasgos,
los arcadlos de Evandro, los peloponesios del héroe Heracles y los troyanos de
Eneas.
En
el núcleo de la reconstrucción se sitúan los aborígenes. Su origen era
debatido. Para unos (Dionisio de Halicarnaso) tenían un origen transmarino;
para otros (Catón y Varrón) se ubicaba en Sabina. Estos aborígenes no contribuyen al desarrollo de la
civilización, pues no se les asocia con la fundación de ciudades o la
institución de cultos. Su función es, por consiguiente, específicamente
etnogénica; esto es, fueron ideados como la población que habitaba el Lacio en
el momento de la llegada de los troyanos. Así pues, su aparición y relevancia
es el resultado de una preocupación historiográfica, y no tanto una
consecuencia de la incorporación de arcaicas leyendas a la prehistoria mítica
del Lacio.
Parece
muy probable que los aborígenes fuesen creados en un ambiente latino en la
segunda mitad del siglo IV a.e.c. como respuesta local a la idea de la
autoctonía, que Atenas había desarrollado con fruición. Estaban gobernados por
reyes (el último sería Latino), quien a su fallecimiento entregó su reino a
Eneas. Éste, entonces, crearía el pueblo latino fusionando aborígenes y
troyanos y fundando la ciudad de Lavinium (llamada de tal modo en homenaje de
su esposa Lavinia, hija de Latino).
Sin
ninguna duda el más poderoso vínculo entre Roma y el mundo griego se identifica
con la figura de Eneas. Sin embargo, ni el héroe ni las poblaciones que
contribuyeron a la etnogénesis fueron los únicos y exclusivos elementos griegos
que tuvieron presencia en el Lacio más arcaico.
Las
leyendas griegas de fundación de ciudades latinas suelen reunirse, en función
de la procedencia de sus protagonistas, en determinados grupos. Así, hubo un
grupo siciliano, apoyado en los héroes sículos, como el caso de Lanovios, el
fundador de Lanuvium, Sículo de Crustumerium, los hermanos Galatio, Arquíloco
de Arida y Bío de Gabii. Son leyendas que se originaron a partir de la integración de Sicilia en el ámbito
romano, en la segunda mitad del siglo III a.e.c., con la finalidad de originar estrechos lazos con Roma. Otro grupo
es el argivo, conformado por personajes como Diomedes (fundador de Lanuvium), Dánae
(asociada con Ardea, fundada por el héroe local Pilumno) y Catilo, fundador de Tibur. Las leyendas argivas
probablemente mantuvieron su anclaje referencial en Juno, diosa de poderosa
presencia en la cuenca baja del Tíber, donde poseía santuarios en los que desde
antiguo había sido asimilada a la Hera de Argos. El grupo troyano es el que se
vincula directamente a Roma. En el Lacio mantuvo su centro, siendo su mayor expresión
Eneas, aunque a su lado figuraban también otros héroes.
Uno
de los más relevantes fue Odiseo, cuya aparición en el Lacio se relaciona con
su intrincado viaje de retomo a Ítaca tras la guerra de Troya. En una
interpolación (600 a.e.c.) a la Teogonia de Hesíodo, Odiseo se convierte
en el progenitor del pueblo latino (como padre de Latino y de Fauno, personaje
que se oculta tras el nombre griego de Agrios). Se alude a Odiseo, asimismo, en
un fragmento de Helánico de Lesbos, en el que el héroe figura en extraña
asociación con Eneas como fundador de Roma. La función de Odiseo se limita a
dos aspectos concretos: el de progenitor del pueblo latino y el de ascendiente directo
de los fundadores. Así, la ciudad de Praeneste se decía que había sido fundada
por un Praenestes, hijo de Latino y nieto de Odiseo, o por el hijo de éste,
Telégono; este último aparecía también como fundador de Tusculum, en tanto que una
tradición recogida por Jenágoras afirmaba que Odiseo y Circe habían engendrado
tres hijos, Rhomos, Anteias y Ardeias, respectivos fundadores de Roma, Antium y
Ardea.
Las
leyendas griegas que se conocen acerca de la fundación de Roma son abundantes.
Sus protagonistas principales son Rhomos
y Rhome, figuras ideadas a
propósito para el caso de Roma. A su lado aparecen con cierta
frecuencia figuras tomadas del fondo mitográfico indígena, como ocurre con
Latino y con Rómulo. Rhomos se inventa como fundador y epónimo. Incluso aparece
en ocasiones con una genealogía propia,
si bien suele figurar inserto en los ciclos de los grandes y principales héroes
presentes en el territorio latino; esto es, Eneas y Odiseo. Es mencionado habitualmente
unido a Rómulo, de donde se ha concluido que Rhomos sustituyó a Remo, el hermano
gemelo de Rómulo. Sin embargo, esto no está nada claro, pues Rhomos aparece,
casi siempre, por delante de Rómulo. Hasta la completa aceptación de la versión
romana de Rómulo y Remo, los griegos preferían identificar al fundador de Roma
con Rhomos.
Rhome,
por su parte, aparece por vez primera en Helénico como una heroína epónima. Se
la incluye en diferentes árboles genealógicos, y siempre en una relación de
parentesco próxima al fundador. Durante bastante tiempo Rhome se configuró como
el elemento femenino del entorno del fundador y la heroína epónima, hasta que
esta última función fue monopolizada por Rómulo, de modo que Rhome dejó de
tener significado, siendo sustituida por Ilia (madre de Rómulo) en las
tradiciones latinas más arcaicas. Rhome e Ilia son figuras paralelas; la
segunda es la versión latina de la primera. Ambas sirvieron para mantener un
vínculo entre Troya (Ilión) y Roma.
Rhome
cumplía, también, otra función mítica. En el fragmento de Helánico de Lesbos,
se dice que Eneas decidió quedarse en el Lacio y fundar allí Roma porque las
mujeres troyanas que viajaban con él, incitadas por Rhome, quemaron los barcos
impidiendo, por tanto, reanudar la navegación. Este motivo (incendio de los
barcos) es común en otras tradiciones sobre la fundación de Roma, casi siempre
con Rhome como protagonista. También lo es en otros sitios del Mediterráneo, y
siempre están presentes mujeres troyanas. Tal vez se trate en origen de un mito
fundacional y de regeneración del tiempo, en el que se expresa una vuelta al
punto de partida con la creación de la “nueva” Troya, en este caso Roma.
Si bien su origen era dardanio, Eneas fue una
personalidad distinguida entre los troyanos, aunque a la sombra de Héctor. Hijo
de Afrodita, Eneas es un protegido de los dioses, que velan por su vida y le profetizan un dominio sobre la Tróade. A
pesar de la fuerza de la tradición homérica, Eneas abandona la zona, bien como
prisionero de Neoptólemo, hijo de Aquiles (en el poema épico de Lesques, del
siglo VII a.e.c.), o bien como fundador de la ciudad tracia de Enea, según se
intuye a partir de unas monedas de finales del siglo VI. En cualquier caso,
Eneas se convierte en un héroe errante. Está dispuesto a viajar hacia
Occidente, como ya otros antes que él habían hecho.
Tal vez sea el poeta siciliano Estesícoro de Hímera
(finales del siglo VI a.e.c.) el que ubique por vez primera a Eneas en Occidente.
Sin embargo, la primera noticia segura procede de Helánico de Lesbos, a partir
de un fragmento recogido por Dionisio de Halicarnaso. Helánico era el portavoz
de las ideas de Atenas, que rivalizaba con Esparta. La oposición entre ambas poleis se traducía también en el plano
mítico, de manera que los elementos legendarios que mejor se asociaban con
Atenas se extendían a sus aliados. Entre estos se encuentra la región troyana.
Es de esta forma que se explica que aquellas ciudades de occidente con las que
Atenas firma una alianza para aislar a Siracusa, se consideren fundaciones
troyanas. Roma se ve inmersa en semejante horizonte, probablemente porque era
concebida por los griegos como una ciudad etrusca.
Después del siglo IV a.e.c. la leyenda de Eneas se
estanca, aunque acaba revitalizándose de la mano de historiadores sicilianos,
como Alcimo y Calias. La función del héroe
se modifica; pierde el papel de creador de Roma, desplazado por Rhomos,
aunque se convierte a su vez en padre o abuelo del fundador de turno, mezclándose
además con personajes indígenas relevantes, como Latino y Rómulo. En la primera
mitad del siglo III a.e.c. Timeo certifica el asentamiento de la leyenda
troyana en el Lacio. La misma afecta a Roma además de a Lavinium, ciudad que se
convierte en una fundación de Eneas en el poema Alejandra, de Licofrón
de Calcis.
Eneas adquiere gran relevancia y prestigio en las
tradiciones romanas. Se introduce de lleno en la esfera política, en particular
en el momento en que se inicia la conquista del mundo griego por parte de Roma,
pues Roma se presenta en oriente como heredera de Troya durante la primera
mitad del siglo II a.e.c. La reacción griega es variada, aunque se pueden
aislar con claridad dos posiciones, una contraria a los romanos y la otra
diametralmente opuesta y, por tanto, favorable. La primera está representada por
Demetrio de Skepsis, según el cual Eneas no sobrevivió a Troya, de manera que
niega el desplazamiento de los Enéadas hacia occidente y, por consiguiente, el
origen troyano de Roma, que queda así como una ciudad bárbara. La postura
favorable a los romanos remarca su ascendencia troyana en función de ciertas
variantes. Una de ellas señala que Eneas murió en el Egeo, pero su hijo Rhomos
llegó a Italia y fundó Roma; otra incide en el hecho de que Eneas se dirigió a
Italia, pero su hijo Ascanio permaneció en la Tróade; y todavía otras defienden
que Eneas viajó, en efecto, a Italia, aunque posteriormente regresó a la
Tróade.
Los romanos siempre estuvieron a gusto con un origen
troyano, ya que tal posibilidad significaba una suerte de carta de nobleza en
el mundo griego, además de un referente ideológico y propagandístico de
bastante utilidad.
La leyenda troyana, con Eneas como héroe principal,
está muy presente ya desde las primeras composiciones literarias latinas,
incluso en aquellas históricas. Nevio fue el primer autor que abordó el tema de
Eneas en lengua latina en un poema llamado Bellum punicum. Su versión luego sería seguida por Ennio. Según
Nevio, Rómulo y Remo eran hijos de Ilía, hija a su vez de Eneas. Otros autores,
como Fabio Píctor, también hablaron sobre Eneas, aunque sus testimonios son
escasos.
Será Catón el que proceda a conformar, de manera
prácticamente definitiva, la tradición referente a los orígenes troyanos de
Roma. Señala con claridad la partida de Eneas de la Tróade, remarcando la dignitas
del héroe; además, presenta a Latino, un rey de los aborígenes, acogiendo a
Eneas y ofreciéndole en matrimonio a su hija Lavinia. Catón describe las
guerras, en cuyo desarrollo muere Eneas, y que finalizan con el triunfo de su
hijo Ascanio. Éste, que llega al Lacio adulto, entra en conflicto dinástico con
Lavinia, quien se ve obligada a escapar y da a luz en el bosque a un hijo póstumo
de Eneas, de nombre Silvio. Finalmente se reconcilian y Ascanio funda la ciudad
de Alba, donde muere sin descendencia, de manera que le sucede Silvio. De esta
manera desaparece la rama troyana de Eneas y se confirma la “indígena”, que
será ya copartícipe de los orígenes latinos. Esta versión fundamentará el
núcleo de lo que se narre Virgilio en la Eneida.
La idea de que la ciudad se originaba gracias a la
acción de un fundador de origen griego fue trasladada al ámbito latino. La
función fundacional pasó, así, a héroes pertenecientes a su propia tradición. De
este modo se puede observar que en algunas ciudades, al lado de las leyendas
que atribuyen su fundación a personajes griegos, surgen otras en las que el
protagonismo lo encaran figuras locales. Roma es uno de tales casos, como se
aprecia en las hazañas de su héroe local, Rómulo. Otro ejemplo, vinculado a una
ciudad, es el de Praeneste, con su fundador Caeculo,
La dinastía mítica lacial estaba conformada por cinco
miembros, Jano, Saturno, Fauno, Pico y Latino. Los dos primeros presentan una
doble personalidad, de dioses y de reyes. Su lado humano se localiza en el
futuro suelo romano, pues hasta Roma llegan por mar, tras ser exiliados, y
fundan un par comunidades. Uno (Jano) lo hace en el Janículo y el otro (Saturno)
en el Capitolio. Ambas figuras eran consideradas como las responsables de la introducción
de la agricultura. No obstante, al tiempo, poseían aspectos negativos, especialmente
en su faceta divina (sobre todo Saturno). La fiesta consagrada a esta deidad,
los Saturnalia, significaba la suspensión temporal de aquellos aspectos que
definen a la civilización, pues se permitían excesos de distinta consideración,
con lo cual Saturno participaba activamente en la ruina del orden. En cualquier
caso, Saturno representa la edad áurea, de modo semejante a Cronos en la
mitología griega. Muestra, por tanto, una completa ambigüedad, habitual característica
de los héroes.
Pico y Fauno están plenamente inmersos en el fondo
mitográfico latino. Pico parece ser una figura estrictamente mítica (se ignora
su culto).
En la mitología latina Pico desempeña el papel hijo de Saturno, que configura su
propio reino en Laurentum, al sur de Roma. Las fuentes le consideran un augur
célebre, un aspecto que le vincula con la tradición de los reyes latinos.
Estaba adiestrado en el arte adivinatorio, una cualidad que se refleja en su
imagen de ave (correspondiente al círculo de Marte) y dotado de evidentes
virtudes oraculares. Al lado de elementos civilizadores, Pico es así mismo definido
como un ser agrestis, salvaje, incivilizado, morador de los bosques y
predispuesto a las metamorfosis.
Fauno, por su parte, era considerado hijo de Pico y su
sucesor en el trono de Laurentum. Se le identificó con el griego Pan y con
Silvano. Le estaba consagrado el muy arcaico ritual romano de los Lupercalia.
Fauno es (según Horacio) una divinidad agraria, protectora del ganado. Al igual
que su padre también aglutinaba dotes adivinatorias, ya que se le identificaba
con las voces invisibles que se oyen en el bosque, y que se creían que poseían
valor ominal. Era, en esencia, un personaje del bosque, representante de una
cultura pre urbana y salvaje, con una conducta muchas veces tramposa y un
carácter violento, así como con un voraz apetito sexual. El carácter agreste de
Fauno no impide, sin embargo, su inclusión entre el grupo de los héroes
civilizadores (en su condición de rey de Laurentum y de fundador de cultos), o por
haber sido (según Lactancio y Gelio) uno de los primeros legisladores del
Lacio.
Los reyes míticos de la región del Lacio son figuras
ambiguas, que reúnen aspectos positivos y negativos en permanente
contradicción. Pero, en todo caso, no dejan de ser representantes destacados
del tema mitológico del héroe civilizador.
Latino es un hijo de Fauno y de la ninfa Marica. Se
trata de un héroe epónimo cuyo origen remonta a finales del siglo VII a.e.c.,
pues se documenta por vez primera en una interpolación a la Teogonía hesiódica,
en la que se menciona a Agrios y Latino, hijos de Odiseo y Circe, que reinan
sobre los tirrenos. De hecho, parece probable que Agrios sea la versión griega
de un personaje indígena, tal vez Fauno, vinculado por parentesco con Latino.
Sea como fuere, a lo largo del siglo VII los latinos fueron tomando conciencia
de su identidad étnica y cultural, un proceso que se refleja en la relevancia
de su héroe nacional, Latino.
En las tradiciones griegas acerca de la fundación de
Roma su función primordial es la de soberano indígena que enlaza el pasado
latino con Eneas. Actúa, en el fondo, como un punto de unión entre la prehistoria
mítica y la histórica del Lacio. La primera estaba representada por los reyes
legendarios, mientras que la segunda lo estaba por Eneas y sus inmediatos
sucesores. Eventualmente, su posición preponderante entre los indígenas parece
que pasa a ser desplegada por Turno, un enemigo de Eneas, y finalmente portavoz
de los valores tradicionales frente a los inherentes a la presencia extranjera.
Será con Eneas con quien se introduzca una nueva etapa
en la evolución mítico-histórica de la región lacial. El héroe troyano es
considerado fundador de la ciudad de Lavinium y, además, ascendiente de una
dinastía, la albana, que culminará en Rómulo. En las versiones más arcaicas,
Rómulo y Remo son descendientes directos de Eneas, quien figura como abuelo (o
bisabuelo) de los gemelos romanos. Sin embargo, los desfases cronológicos,
evidenciados durante el helenismo, a finales del siglo III a.e.c., entre la
caída de Troya (principios del siglo XII a.e.c.) y la fundación de Roma (siglo
VIII) y, por tanto, entre Eneas y Rómulo, propiciarían la invención de la
dinastía albana o silvia.
Esta dinastía albana es una construcción ficticia,
evidenciada en las distintas versiones de los diferentes autores, en las
disparidades cronológicas y en el número de monarcas o sus propios nombres.
Diversos indicios llevan a pensar que fueron autores griegos los creadores de
la dinastía, tal vez Cástor de Rodas o Alejandro Polihistor, ambos expertos
genealogistas. En último caso, la dinastía albana debió de nacer a lo largo del
siglo II a.e.c., por necesidades básicamente cronológicas; esto es, para salvar
la distancia cronológica existente entre Troya y Roma.
El joven Rómulo aparece integrado en un universo
salvaje, mítico, presentando unas características que se encuentran en otros
héroes latinos. Pero ya
como primer rey y fundador, se incluye en un mundo civilizado y ordenado, al
modo de un monarca “constitucional”.
Según reza la tradición canónica, tras haber expulsado
a su hermano Númitor del trono de Alba y dado muerte al hijo de éste, Amulio
obligó a su sobrina Rea Silvia-Ilía a entrar en el colegio de las vestales, porque
así garantizaba que su sobrina no tendría descendencia que pudiera competir con
él por el poder. Marte frustró esta estratagema porque viola a Rea, quien
concibe a los gemelos Rómulo y Remo.
Tras el alumbramiento, Amulio ordenó matar a los
infantes, pero el criado encargado de llevarlo a cabo hizo caso omiso y les
depositó en una balsa en el Tíber. Las aguas del río depositaron, finalmente,
la balsa al pie del monte Palatino, junto a la higuera Ruminal, muy cerca de la
cueva Lupercal. Allí, una
loba se acercó y les
ofreció sus mamas para que se alimentasen.
Después de unos pocos días apareció Faustulo, el pastor que cuidaba los rebaños
de Amulio, quien recogió a los gemelos y se los entregó a su esposa Acca
Larentia para que los criase de ahí en adelante.
La tradición señala que la juventud de Rómulo y Remo
se desarrolló en un ambiente silvestre y pastoril. Con el tiempo, conformaron
un grupo de jóvenes y formaron una banda, a cuyo frente se pone Rómulo. Organizados
de este modo, protegen su ganado y persiguen a los ladrones, si bien, en
ocasiones, ellos mismos actúan también como cuatreros.
Al llegar a la edad adulta los gemelos advierten su origen. Pergeñan un golpe
contra Amulio, y logran que sea expulsado de Alba.
Además, liberan a su madre y le devuelven el trono a su legítimo poseedor, su
abuelo Númitor.
En un momento determinado, quisieron fundar una ciudad
en el lugar donde habían sido amamantados por la loba. Para decidir cuál de los
dos haría las veces de “fundador”, consultaron a las divinidades, para lo cual
Remo se ubicó en el Aventino mientras que Rómulo en el Palatino. Remo fue el
primero en divisar las aves, pero acto seguido a Rómulo se le presentaron en
una mayor cantidad. Entonces surgió la discusión sobre qué debía prevalecer, si
la primacía o el número de aves, a lo que siguió una pelea que condujo a la
muerte de Remo.
Rómulo quedaría, así, como el único protagonista de la
fundación de Roma, que se llevó a cabo según el Tuscus ritus, para lo
cual hizo venir de Etruria a sacerdotes especializados en estas ceremonias. La
Roma de Rómulo posee su referente en el monte Palatino, a cuyo alrededor el fundador
trazó el pomerium e irguió una muralla. En este momento, Rómulo asume la
apariencia de un oikistés, pues
crea la ciudad físicamente, y también le proporciona su primera constitución.
Asume la función regia, instituye un Senado y divide a la población en tres
tribus y treinta curias.
Ideó, por otra parte, la institución de la clientela. En resumen, las
instituciones civiles y militares se atribuían a Rómulo.
La nueva ciudad tenía un importante déficit de
población, motivo por el cual Rómulo instituyó un lugar de asilo en el
Capitolio (Asylum), a
donde acudieron gentes procedentes de todo el Lacio, especialmente
personas de baja extracción, marginados de toda condición, fuera de la ley y esclavos
fugitivos. Por si fuera poco, la mayor parte de los pobladores de Roma eran varones,
por lo que existía el riesgo de que, en una generación, la ciudad desapareciese
ante la carencia de ciudadanos. Por tal motivo decidió que había que atraer a
las mujeres. Aquí reside el origen del rapto de las sabinas. En la celebración
de las fiestas en honor a Consus, que reunieron en Roma a gentes de todas las
regiones, los romanos secuestraron a las jóvenes sabinas con la finalidad de convertirlas
en sus esposas. La acción desencadenó un conflicto con los sabinos, comandados
por su monarca, Tito Tacio, que se enfrentaron a las fuerzas de Rómulo en una
batalla sobre el valle del Foro. Con la mediación de las propias mujeres y la
creación de una doble monarquía (con la asociación al poder de Tito Tacio), se
concluyó el conflicto. El reinado de Rómulo implicó también el inicio de la
expansión romana, ya que fue un rey guerrero.
Acerca de la muerte de Rómulo, dos versiones fueron
las más populares. La primera, bastante más antigua, narra cómo Rómulo fue
envuelto en una nube y elevado al cielo. En consecuencia, se creía que había
sido admitido entre los dioses, identificándose directamente con Quirino. La
segunda versión le presenta como un tirano, protegido por la guardia de jinetes
(los celeres) y, por
consiguiente, opuesto a los senadores, quienes le asesinarían, descuartizando
su cuerpo.
Sobre la figura de Rómulo incidieron de forma específica
criterios políticos e ideológicos, sobre todo desde el momento en que el
fundador se transforma en un modelo de gobernante (particularmente como influencia
helenística), a fines de la República. Muchas de las personalidades romanas
principales del siglo I a.e.c. tuvieron mucho interés en apropiarse de su
figura, ya que al presentarse como salvadores de la patria y como refundadores
de la ciudad, venía muy bien identificarse con el verdadero fundador.
Mucho se ha escrito acerca de la posibilidad de que
hubiese habido un origen griego de la tradición sobre Rómulo. Existen, de
hecho, muchas leyendas griegas en las que el héroe, apenas nacido, es abandonado
en la naturaleza salvaje aunque sobrevive por los cuidados de un animal. En
otras muchas, además, el protagonismo lo tienen gemelos. En tal sentido, se ha
hablado de Míleto, fundador de la ciudad, que fue amamantado por lobas, cuyo
conocimiento habría llegado, eventualmente, a los romanos por mediación de los
etruscos, o incluso de Pelias y Neleo, hijos de Poseidón y de Tiro, que fueron criados
por una yegua.
Lo cierto es que hacia 200 a.e.c. la leyenda de la
fundación de Roma era ya conocida en los ambientes griegos, tal y como
demuestra una inscripción en Quíos en la que se hace referencia a la misma. Sin
embargo, no hay razones relevantes para focalizar la mirada en el mundo griego,
pues toda la leyenda se desenvuelve en un ambiente claramente latino. Además,
también son latinos los testimonios más
antiguos.
Las primeras menciones que se conocen de Rómulo
proceden de autores griegos de Occidente, caso de Calias y Alomo, en cuyos
relatos sobre la fundación de Roma se entremezclan personalidades griegas con figuras
indígenas. Estas referencias facilitan la suposición de que tales
historiadores, de la segunda mitad del siglo IV a.e.c., conocían las
tradiciones latinas, aunque decidiesen otorgar el protagonismo a figuras
griegas. En esa época existían, sin duda, versiones indígenas sobre los
orígenes de Roma, como se deduce de testimonios de procedencia local. Así,
Livio menciona que en 296 a.e.c. los ediles curules Cneo y Quinto Ogulnio
colocaron al lado de la higuera Ruminal un conjunto escultórico con una loba y los
gemelos, un motivo que se reproduce en un espejo prenestino. La leyenda de
Rómulo y Remo estaba asentada a
comienzos del siglo III a.e.c., lo que implica una formación previa. En el
siglo IV la figura romúlea se convierte en el fundador de Roma, pero no es
descabellado pensar que muy probablemente existía con anterioridad a ese siglo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-Braga. Enero, 2019.
Antes
de Latino habrían reinado otros soberanos, configurando así una dinastía, la de
los reyes míticos del Lacio. Habrían sido Jano, Saturno, Pico y Fauno. Estos
cuatro primeros reyes (a diferencia de Latino) son personajes civilizadores y
fundadores, ya que crean reinos, instituyen cultos y promulgan leyes,
instaurando la civilización sobre una población semisalvaje.
Según Tucídides los etruscos también se aliaron con
los atenienses y participaron militarmente en la expedición contra Siracusa que
terminó en un rotundo fracaso para Atenas.
No obstante, san Agustín (Civ. Dei, XVIII,
15) le incluye entre los dioses asociados con la agricultura y la tradición.
Menciona un arcaico culto dedicado a él que habría sido introducido por Rómulo
o, incluso, por Fauno.
Entre los reyes se encuentran aquellos vinculados a la
tradición latina de Rómulo, independientes de la dinastía y unidos luego a ella
(Proca, Amulio y Númitor), además de otros que son una ampliación (Amulio y
otro Rómulo, a veces mencionado como Arramulio o Arémulo). Unos más son
explicativos de topónimos y étnicos (Latino, Tiberino, Alba, Aventino).
Finalmente, están aquellos tomados de la onomástica griega (Atys, Capis, Eneas,
Capeto, Apis y Epytus), unos copiados de los ancestros de Ascanio, otros
asociados a la familia real lidia y, por consiguiente, a Troya, y unos más,
simples latinizaciones de personajes míticos griegos.
Los
héroes latinos, en general, presentan varias características específicas. La
primera de ellas es su relación con el fuego, manifestada específicamente por
mediación de Vulcano y de Vesta, divinidades asociadas al fuego creador y
purificador. La segunda es su predisposición adivinatoria. Y una tercera, en
fin, es su carácter agreste, en permanente contacto con una naturaleza salvaje.
Sus leyendas se refieren a las preocupaciones elementales del ser humano, a la
fertilidad, a la agricultura, a la guerra, o al cuidado del ganado. La
condición de cuatreros, bandidos o ladrones de ganado, que exhiben ciertos
héroes implica una moralidad ciertamente laxa y una vida al margen de la
organización estatal.
Una tradición menos conocida, atribuida a un tal
Promathion por Plutarco, (Rom., II,
4-8), describe la concepción de los gemelos de otro modo. Señala que en la
residencia del palacio de Tarquetio, el rey de Alba, apareció un falo, de cuya
semilla nacería un niño valiente y fuerte, según le transmitió un oráculo al
soberano etrusco. Tarquetio incita a una de sus hijas a que se una al falo,
pero ésta, a su vez, delega tal mandato en una esclava. Finalmente, sin
alternativa, la esclava dará a luz gemelos, a los que el rey (sabiendo lo
sucedido) ordenó exponer. Sin embargo, fueron salvados por una loba, y cuando
se hicieron adultos asesinaron a Tarquetio.
El abandono y exposición en la naturaleza agreste es
la expresión mítica de un ritual de iniciación, en el cual el héroe, infante y
desvalido, se ve inmerso en un mundo salvaje, al margen de la civilización y
del ordenamiento. Una vez superada esta etapa-prueba, adquiere las aptitudes
necesarias para llevar a cabo el destino predestinado. Personalidades como
Sargón de Akkad o Ciro el Grande, fueron ilustres antepasados de Rómulo.
En la leyenda, la loba significa el desorden
primordial y el universo marginal, agreste, salvaje, anterior a la
civilización, que representa la ciudad, en cuyo seno los gemelos se introducen
a través de un ritual iniciático que les conducirá al estado adulto. También es
factible, no obstante, que la loba fuese incluida en la leyenda de Rómulo y
Remo por tratarse de un animal perteneciente al círculo del dios Marte.
El robo de ganado entre las sociedades pre urbanas,
asentadas en una economía de componente pastoril, no era una actividad rara ni
una infamia para el que la practicaba. De hecho, se introdujo entre las
disciplinas necesarias para la educación de los jóvenes. Es el caso de los
lucanos; también estaba, al parecer, presente en el mundo homérico o entre los
germanos.
Los jóvenes gemelos se educan en el vigor del cuerpo
así como en la fortaleza del espíritu, buscando desarrollar aquellas virtudes
imprescindibles para el liderazgo. Según el epítome de Trogo Pompeyo (Justino,
XXIII.1), los lucanos enviaban al monte a sus hijos al comienzo de la pubertad,
para convivir con los pastores en duras condiciones, dedicándose, entre otras
cosas, al saqueo o al robo como necesario medio de subsistencia. Se trata,
entonces, de un fenómeno de carácter iniciático, en el que los jóvenes deben
demostrar sus aptitudes para que puedan ser considerados hombres y guerreros.
Desde esta perspectiva social, Rómulo escogió entre la
muchedumbre a los cien individuos más destacados, a los que denominó patres,
e introdujo en el Senado a sus descendientes (confiriéndoles el nombre de
patricios), con los que creó la
aristocracia. Al resto los relegó a la condición de plebeyos, la plebs.
En la narración acerca de los orígenes y la juventud
de Rómulo y Remo, Plutarco menciona como referencia, entre otras, a Diocles y a
Fabio Píctor.