Imágenes:
ídolo-placa con ojos del calcolítico; e ídolo-placa con forma trapezoidal, del
Cerro de la Cabeza, en Sevilla. Datado a finales del III Milenio a.e.c.
A
lo largo del período final del Neolítico y en el Calcolítico, durante el IV y
III milenios a.e.c., estuvieron muy difundidos, especialmente en el sur de la
Península ibérica (aunque también se han hallado en otros contextos del
Mediterráneo, como Chipre, Anatolia, Próximo Oriente), unas pequeñas figuras
sobre distintos materiales que sugieren representaciones humanas a las que se
han denominado como ídolos, si bien algunos
de ellos nunca lo fuesen. Se trata de un proceso de representación simbólica de
enorme interés. Han sido puestas en relación con la figuración mueble que aparece desde el
Paleolítico Superior.
Destacan
tres variedades. Por un lado, los ídolos-placa, hallados esencialmente en un
contexto funerario de tholoi y dólmenes.
Fueron considerados como representaciones de una Diosa Madre, del tipo que se
adoraría desde el Paleolítico, si bien hoy se tiende a interpretarlos como
indicadores de linajes y grupos familiares de los individuos enterrados. En tal
sentido, su función sería heráldica o, dicho de otro modo, harían las veces de
medios de identificación de una comunidad humana en un tiempo y un espacio
preciso. Se incluirían tanto a las
personas vivas como a las fallecidas. Cada uno simbolizaría un clan o linaje
diferente.
En
segundo término, se encuentran los ídolos cilíndricos oculados antropomorfos,
hallados en poblados, específicamente en el interior de viviendas, en un
contexto diferente al de las placas y, muy probablemente, con una función distinta.
Aunque son representaciones asexuadas, se han asociado con divinidades
femeninas por haber sido halladas en un ámbito habitacional. Se les ha relacionado
con creencias centradas en el culto a la fertilidad y, en consecuencia,
vinculadas a las sociedades agrarias sedentarias.
Finalmente,
un tercer grupo lo conforman los ídolos
antropomorfos, relacionados con la aparición de las élites sociales y los
primeros indicios de jerarquización. Es probable que se trate de
representaciones masculinas con la concreta función de identificar la posición
preeminente de determinados individuos
en su grupo social y ante otros grupos de poder. Serían un mecanismo de legitimación
y sacralización de su estatus, elevándolos a una categoría religiosa, básicamente
como intermediarios entre la sociedad y las creencias míticas de esas gentes.
La decoración predominante en todas estas piezas podría aludir a tatuajes o a
un tipo de pintura facial.
La
crítica especializada, aunque sin consenso, habla de estos ídolos como objetos
de culto y, por consiguiente, de representaciones de alguna divinidad de origen
neolítico, aunque una parte de los especialistas se decantan por ver en estos
ídolos la representación de carácter simbólico de las personas a las que se les
asocia en los enterramientos. En algunos casos, la presencia de oculados sobre
huesos largo o cilindros, en claros ambientes funerarios, podría aludir a un
posible carácter de deidad funeraria, con una función protectora de las
sepulturas. En ciertos oportunidades también se han puesto en relación con la
divinidad femenina mediterránea llamada de ojos de lechuza, propia del Próximo
Oriente desde el IV milenio. En este caso, los famosos ojos simbolizarían a una
diosa ave, mientras que el tatuaje de la cara el agua fluyendo. También han
sido vinculados con la diosa de los ojos de fuego, deidad de los metalúrgicos
del cobre.
Otras
corrientes hermenéuticas entienden a los ídolos como la representación de
antepasados, de ahí que algunos pudiesen actuar como elementos heráldicos. En
este sentido, los ídolos-placa serían emblemas asociados a la identidad del
muerto, representando la filiación genealógica. En todo caso, la variedad
formal de los ídolos así como sus variedades regionales apuntan a la
inexistencia para estas arcaicas épocas de un pensamiento religioso monoteísta,
lo cual supondría estimar la existencia de una creencia en distintos entes
divinos (con sus probables, aunque desconocidos, contextos míticos),
relacionados con actividades de la vida y de la muerte (incluyendo la
concepción del más allá).
Los
ojos muy abiertos podrían implicar una suerte de mensaje codificado, en forma
de mirada divina, protectora, vigilante o, incluso, de advertencia. En
definitiva, la superestructura simbólica, asociada con el ámbito funerario,
parece muy diáfana en relación a estas figuras, aunque no se pueda calibrar
contexto mítico alguno, lo cual no es un motivo para desechar esa posibilidad
como plausible.
UM-AEEAO-UFM, abril, 2022.