Imágenes (de
arriba hacia abajo): póster de Quo vadis, La túnica sagrada, Androcles y el
León, La leyenda de Eneas, Electra y La batalla de Maratón.
La
denominación péplum, referida a un género
cinematográfico centrado en el mundo grecorromano, fue acuñada por críticos
cinematográficos franceses en los comienzos de los años sesenta del pasado
siglo XX. Su origen procede del término griego que alude a una suerte de túnica
sin mangas. También conocido popularmente como cine de sandalia y espada
designa, de manera general, el cine histórico clásico, en buena medida teñido
de leyendas romanas, héroes y mitología griega. La épica histórica, pero
también bíblica (Judit y Holofernes,
de Antonio Molinari, 1920, película de referencia seminal) y mitológica
centrada en determinada antigüedad, fundamentalmente romana, fue su marco de
acción esencial, si bien otorgando una preeminencia a ciertos períodos en la
época más clásica del género, como fueron la época del segundo triunvirato o el
de la siempre llena de intrigas dinastía Julio-Claudia. No obstante, también
dejó un especio de relevancia, aunque menor, a la antigüedad griega.
Contó,
además, con una especie de muy exitoso subgénero, aquel relacionado con el
cristianismo, en el que se integrarían títulos como Ben-Hur de William Wyler (1959), el drama Quo Vadis, de Jerzy Kawalerowicz (2001), la controvertida, en su
momento, La Pasión de Cristo, de Mel
Gibson (2004), Poncio Pilatos, de
Irving Rapper (1962) o La Túnica sagrada,
de Henry Koster (1953). En todas ellas el martirio y la idea de inmortal
sacralidad fruto del poder divino están muy presentes. Santos y héroes se
confunden sin remisión.
El
interés primordial estribaba en narrar historias teñidas de aventura, con
grandes dosis de grandilocuencia, de épica y heroísmo en sus protagonistas. Se
evidenciaba dramatismo por mediación de los
juegos, las destrucciones, batallas y destacables hazañas heroicas, no
sin la presencia de melodrama, lo cual incluye ardientes pasiones amorosas de
por medio, como el afamado caso de Espartaco,
de Stanley Kubrick, (1960).
Se
trata, en consecuencia, de películas de acción, en las que los componentes
heroicos, mitológicos y las hazañas individuales se destacan sobremanera, como
se puede observar en la mencionada Espartaco,
en la que el esclavo acaba siendo un héroe imperecedero en la mentalidad
antigua, o en la Cleopatra de J.L.
Mankiewick (1963), en la cual la reina egipcia es tratada en esencia en su
imagen mítica e idealizada. Los hechos históricos eran contemplados y tratados,
en general, como un grandilocuente, antiguo y venerable telón de fondo, en el
que la verdadera historia (en esta oportunidad en minúsculas), la que
interesaba, estaba signada de aventuras, diversamente entrelazadas, de tipo
mítico-religioso o socio-político, habitualmente de tono y carácter individual.
Se
enarbolaban determinados valores y comportamientos emanados de una antigüedad
que podrían considerarse ejemplares, en especial aquellos de carácter moral,
aunque muy ideologizados. No obstante, un rasgo primordial siempre fue la
tendencia a la excesiva escenificación, más o menos tópica, a una ambientación
no siempre rigurosa, pero siempre de gran espectacularidad y una orientación a la
escasa estricta fidelidad a las realidades históricas. En tal sentido, solían
mezclarse episodios y personajes, a veces estereotipados, como astutos villanos
o héroes afamados, que no coincidían en el tiempo o en el espacio, o se
inventaban personajes históricamente inexistentes o directamente mitificados,
como el ejemplo de la película italiana Ursus,
Carlo Campogalliani (1961) o el del muy conocido Máximo Décimo Meridio, heroico
protagonista del Gladiator de Ridley
Scott (2000), quien actúa como un auténtico héroe liberador de monstruos, en
este caso en la persona del propio emperador romano Cómodo.
Abundaban,
entonces, los anacronismos en tópicos concretos como la vestimenta, los objetos
de la cultura material, como las armas, los adornos corporales, las estatuas y
hasta ciertas arquitecturas, si bien hubo notables excepciones (Julio César, Joseph L. Mankiewick,
1963).
Su
origen se remonta al cine silente, sobre todo italiano, aunque su esplendor se
produjo en las décadas de los años 50 y 60, tanto en Hollywood como en la
propia cinematografía italiana. En una época del cine mudo, catalogada como el
cine de romanos, este género sirvió como mecanismo de propaganda en el litigio
que enfrentaba al papado con la nación italiana que acababa de arrebatarle sus
posesiones. En ciertos filmes se defendía la posición de la Iglesia, y se
representaba a Roma como una civilización pagana, decadente, pecadora. Es el
caso especial de las primeras versiones de Quo
Vadis (de 1913 y 1924).
Con
el fascismo italiano, las películas de romanos se usaron para exaltar un
nacionalismo, mitológicamente establecido, y
justificar el colonialismo italiano. Este hecho es palpable en
películas, por ejemplo, como Escipión el
Africano, de Carmine Gallone (1937). Las fuentes de este cine de romanos
fueron, en su amplia mayoría, más o menos libres adaptaciones literarias de
novelas históricas, como pudo ser Los
últimos días de Pompeya, de Mario Bonnard (1959), o de obras teatrales,
caso de Androcles y el León, de
Chester Erskine (1952), a partir de la obra de Bernard Shaw, o bien de Golfus de Roma, de Richard Lester
(1966), a partir de las comedias de Plauto.
Desde
una perspectiva temática, estas películas tratan diferentes épocas históricas y
en variado grado, que abarca desde las leyendas y mitos de fundación, como La leyenda de Eneas, de G. Rivalta (1962); Rómulo y Remo, de Sergio Corbucci (1961), acerca de unos de los
principales mito indígenas de fundación de la ciudad eterna, o Las Vírgenes de Roma, de Vittorio
Cottafavi (1960), pasando por los distintos períodos de la República (Cartago en llamas, Carmine Gallone,
1959, o Aníbal, C.L. Bragaglia y
Edgar G. Ulmer, 1959), hasta el fastuoso imperio, con todas sus intrigas, caso
del Calígula, de Tinto Brass, (1979),
las persecuciones a los cristianos, como la mencionada La túnica sagrada, de Henry Koster; Demetrio y los gladiadores, de Delmer Daves, (1954), la
culpabilización cristiana del famosos incendio de Roma en época del emperador
Nerón (El signo de la cruz, Cecil B. DeMille, 1932), o su indetenible
derrumbe (La invasión de los bárbaros,
Robert Siodmak, 1969).
El
péplum de temática griega, por su
parte, mostró algunos ejemplos en los que el rigor histórico y el apego a las
fuentes fue algo más serio. Es el caso de títulos como Ulises, de Mario Camerini (1954), aunque sus personajes,
tremendamente heroizados, fueron, habitualmente, auténticos estereotipos:
personajes crueles, héroes fabulosos o mujeres o deidades malvadas. La escasez
de títulos, sobre todo en comparación
con las películas de romanos, pudo haberse debido a que no se definieron
temas-espectáculo grandilocuentes y no existieron tan numerosas novelas
históricas sobre el mundo griego (o no se han adaptado) o incluso, haya habido
determinadas complicaciones para hacerlo.
No
obstante, no se pueden relegar al olvido algunos buenos ejemplos de
adaptaciones de tragedias griegas, sobre todo de Sófocles y Eurípides, como la
recordada Edipo Rey, de P. P.
Passolini (1965), Electra, de M.
Cacoyannis (1962), Ifigenia, también
de M. Cacoyannis a partir de la tragedia griega de Eurípides Ifigenia en Áulide; las biografías de
notables personajes del pensamiento heleno, como el Sócrates de R. Rossellini (1970), los filmes acerca de conocidos
héroes panhelénicos, especialmente Heracles, como Los trabajos de Hércules, de Pietro Francisci (1958), basada en las
Argonáuticas de Apolonio de Rodas y
su secuela, titulada Hércules encadenado
o Hércules y la reina de Lidia, del
mismo director (1959), esta vez teniendo como referencia la tragedia de Esquilo
(Los siete contra Tebas) y la de
Sófocles (Edipo en Colono), o bien
señeros títulos que abordan directamente episodios míticos, especialmente Furia de Titanes, de Desmond Davis
(1981, sobre la que ha habido una reciente readaptación en 2010 dirigida por
Louis Leterrier). Trata de modo particular el mito de Perseo.
Algunas
de las películas de tema histórico se centraron en las Guerras Médicas, el
período que la historiografía denomina helenismo, así como en la conquista
romana del espacio cultural griego, como por ejemplo La batalla de Maratón, del afamado director Jacques Tourneur (1959), o La
destrucción de Corinto, del realizador Marco Costa (1960).
Uno
de los subgéneros del tema griego de mayor atractivo y alcance fue aquel
orientado por los mitos griegos, en los que se destaca cierta espectacularidad,
la recreación de los efectos especiales, caso de Jasón y los Argonautas, de Don Chaffey (1963), con efectos
artesanales magistralmente elaborados por Ray Harrihausen, o la mencionada Furia de Titanes, así como la
referencial aventura narrativa y visual, cargada de dificultades pero con un
final esperado y hasta feliz, caso de La
Odisea, Andrei Konchalovski (1997).
En
estas películas, musculosos héroes míticos como Sansón (Sansón y Dalila, de Cecil B. DeMille, 1949), Hércules o
Goliat, luchan contra fantásticos monstruos y no pocas veces rescatan
hermosas mujeres, relevando del trono, gracias a sus portentosas hazañas, a
malévolos reyes cuyo gobierno es espurio o ilegítimo. Estos héroes, referencias
morales, actúan muchas veces, en cierto sentido, en el espacio de una realidad
mítica, o histórica, que funciona más como un pretexto que como un contexto
propiamente dicho.
Otros
títulos que adoptan una cierta perspectiva mitológica la encontramos en los
tratamientos de personajes históricamente relevantes cuyas vidas han sufrido
cierta mitologización, o en sucesos que han adquirido una pátina mítica ya
desde la misma antigüedad, como La amada
de Júpiter, de George Sidney (1955); Atila,
rey de los Hunos, de Douglas Sirk, en producción de 1954, acerca del
legendario personaje “bárbaro”; la mencionada Aníbal, en la que se retrata al general cartaginés como un
auténtico héroe; La última legión, de
Doug Lefler (2007), basada en la novela de Valerio Manfredi, en la que el
tratamiento de la trama es épico y casi de leyenda; Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004) y; 300 (Zack Snyder, 2007). En la prestigiosa y visualmente impactante
300 se encuentra una verdadera apología de los valores heroicos de los
espartanos y su mítico sacrificio en honor a su esmerada educación.
Finalmente,
otros títulos de largometrajes relevantes (sin entrar en la multitud de series
contemporáneas, por ejemplo sobre Jasón, Hércules o incluso la Biblia, 2000,
2007, 2013), son Troya, de Wolfgang
Petersen (2004), que centra su atención en el Aquiles homérico, así como la muy
reciente Noé, producción de Darren
Aronofsky (2014), que hace un versátil y peculiar tratamiento del personaje,
héroe del mítico diluvio bíblico que narra el Génesis bíblico.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022.