Entre las divinidades creadoras del
ámbito andino destaca, por encima de todos, Viracocha,
dios antropomorfo y andrógino, portador de báculos (de ahí su asimilación al
proclive Dios de las Varas presente en todo el ámbito andino pre inca). Crea el
Sol, la Luna y las estrellas, ordenándolas, y promueve que los hombres se
cultiven, haciéndolos salir de huecos, ríos, cavernas o sierras. Al final de su
predomino se va hacia el este y se pierde en el mar. Sus características lo
acercan al Inca como héroe cultural del incanato y, posteriormente, de las
modernas repúblicas.El hijo primordial del Sol, y primer Inca, es Manco Cápac (a veces emparejado con Mama Ocllo), quien cambia el mundo con una vara o báculo, que hunde
en la tierra para poner fin a un mundo agreste, salvaje, silvestre y dar
comienzo a uno cultivado (razonable, justo, ordenado en clanes). Este personaje
y sus efectos culturales, también se observan en el ámbito amazónico (los tucano-cubeo de la región de la Amazonía
colombiana, entre los que hundir la vara significa el advenimiento de la
cultura y las reglas de convivencia). En esencia, la divinidad solar instaura
desde el mundo silvestre una sociedad humana culta, con reglas y costumbres. El
emblema aquí es la vara, a veces ornamentada con plumas o en ocasiones como
sonajero (vara sonajera). La agitación y el hundimiento implican también la
mediación entre los humanos y el inframundo. La deidad solar se vincula con el
Inca y con el chamán, que suele llevar varas sonajeras.
Un referente mítico habitual en la
región andina, como ocurre en Mesoamérica, es el de las humanidades sucesivas
(mito de Con, de Vichama, de la costa central, Kon
Tici Viracocha en Cuzco). Se suele hablar en las crónicas (el manuscrito de Huarochiríde Francisco de Ávila, del
siglo XVI, Guamán Poma de Ayala y Santa Cruz Pachacuti), de cuatro edades o
dioses sucesivos, aunque los testimonios contemporáneos de carácter oral
refieren tres (quizá fruto de los ideales franciscanos en la evangelización).
Los poderes míticos asociados con
el inframundo o mundo subterráneo son Pachamama
o Madre Tierra, con su contrapartida Achkay,
los Espíritus Tutelares de montañas, colinas o cerros, llamados wamani, apus, y el wachoq, el amaru y las illas. Pachamama se entiende de tres modos, cada uno asociado a un período
del año determinado, pero siempre es un principio generador de vida, concretamente
agrícola. Puede ser tierra y virgen. Parece que únicamente se conoció en los
Andes sureños, mientras que en los septentrionales se destacó su contrapartida,
Achkay, vinculada con lo agreste,
como pedregales, cactus en zonas desérticas e insectos, dañinos para la
agricultura. Los espíritus de los Cerros y Colinas se contemplan como
divinidades masculinas, agresivas con los varones y seductoras con las mujeres,
aunque son esterilizantes. Se asocian con lo salvaje y con lo externo al pueblo
(centro de las normas sociales). De hecho, el nombre usado para el espacio que
rodea la villa andina es pampa (silvestre, ajeno, indiferente, también
relacionado con el término purum). De
este modo tenemos una doble dicotomía polarizante: Pachamama con Achkay (cultivo
y fertilidad frente a inculto y estéril) y Pachamama
frente a Espíritus Tutelares (fertilidad-esterilidad; valle-colina; cultura
y naturaleza domeñada-naturaleza salvaje, agreste; tiempo presente-tiempo
pasado y Humanidad actual, con reglas y orden-Humanidad anterior, arcaica y
salvaje). Así pues, también cada entidad es, en sí misma, dual y polarizante;
los mismos Espíritus Tutelares de Montañas y Colinas son ambivalentes: los wamani, vencidos (como ídolos falsos)
por el catolicismo, tienen carácter demoníaco, siendo telúricos, pero también
protegen y por ello se les rinde culto (se personifican en cóndor, en Santiago
Apóstol o en un mestizo), siendo aéreos y deidades; en la Pachamama se resalta más su aspecto reproductor y benéfico, pero
posee uno un tanto severo, enojándose y castigando, dejando a los hombres sin
protección frente a los fenómenos atmosféricos (granizo, vientos huracanados,
nieve), mientras que en los wamani se
resaltan los aspectos amenazantes y violentos, pero pueden ser protectores y
benéficos. El wachoq, por su parte,
es un héroe legendario que hace huecos en las montañas para que brote el agua
de los manantiales; el amaru es una
entidad ctónica asociada a la
serpiente y, por analogía, a los desplazamientos de tierras con motivo de
lluvias torrenciales, y las illas son
entidades materializadas en amuletos por parte de los campesinos para proteger
el ganado y los cultivos. Se asocian al relámpago y al apóstol Santiago,
invocado por las huestes españolas en el siglo XVI como mecanismo protector.
Los espíritus maléficos y benéficos
tuvieron una gran presencia. Los primeros, llamados Anchancho, se consideran responsables de las enfermedades. Pueden
tomar posesión de la gente cuando el alma (Jukkui
Ajayo) deja el cuerpo durante el sueño; generan mal de ojo y pueden
succionar la sangre del corazón de una persona. Se encuentran en los lugares
montañosos aislados y se hacen visibles con las tormentas, siendo su voz como
el rebuzno de un asno. Los segundos, Ekkekko,
son dioses domésticos de la prosperidad y buena suerte. Se representan como
pequeñas figuras que irradian felicidad y bondad, y suelen ser objetos de uso
doméstico y personal. Suelen llevar un poncho rojo y capa. Su culto se conecta
con algunas ferias anuales en La Paz, Cochabamba y Oruro, llamadas Alacitas.
Con respecto a las almas humanas
podemos señalar que en la región andina se cree en la presencia de dos almas
humanas: Athum Ajayo o Espíritu
Vital, que deriva de la Pachamama
(diosa de la fecundidad y sostenedora de la natura), y que otorga el movimiento
y la conciencia. Es un alma que sobrevive la muerte corporal; Jukkui Ajayo o Pipisao, es al alma responsable de mantener cuerpo y mente en
armonía y saludables. Puede dejar el cuerpo durante el sueño. Al morir una
persona el alma Athum Ajayo permanece
en la casa ocho días, comiendo con la familia. Luego retorna cada año. Se
conocen rituales en los que se hacen ofrendas simbólicas de comida y bebida a
las almas en los cementerios, pues se cree que las almas de los fallecidos continúan
existiendo en lugares concretos o en zonas naturales como montañas y ríos en
forma de espíritus locales.
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia y Doctorado en Historia, UCV
Escuela de Letras, UCAB
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
Maestría en Historia de las Américas, UCAB