1 de noviembre de 2012

Elementos fundamentales de la mitología andina I



Entre las divinidades creadoras del ámbito andino destaca, por encima de todos, Viracocha, dios antropomorfo y andrógino, portador de báculos (de ahí su asimilación al proclive Dios de las Varas presente en todo el ámbito andino pre inca). Crea el Sol, la Luna y las estrellas, ordenándolas, y promueve que los hombres se cultiven, haciéndolos salir de huecos, ríos, cavernas o sierras. Al final de su predomino se va hacia el este y se pierde en el mar. Sus características lo acercan al Inca como héroe cultural del incanato y, posteriormente, de las modernas repúblicas.El hijo primordial del Sol, y primer Inca, es Manco Cápac  (a veces emparejado con Mama Ocllo), quien cambia el mundo con una vara o báculo, que hunde en la tierra para poner fin a un mundo agreste, salvaje, silvestre y dar comienzo a uno cultivado (razonable, justo, ordenado en clanes). Este personaje y sus efectos culturales, también se observan en el ámbito amazónico (los tucano-cubeo de la región de la Amazonía colombiana, entre los que hundir la vara significa el advenimiento de la cultura y las reglas de convivencia). En esencia, la divinidad solar instaura desde el mundo silvestre una sociedad humana culta, con reglas y costumbres. El emblema aquí es la vara, a veces ornamentada con plumas o en ocasiones como sonajero (vara sonajera). La agitación y el hundimiento implican también la mediación entre los humanos y el inframundo. La deidad solar se vincula con el Inca y con el chamán, que suele llevar varas sonajeras.
Un referente mítico habitual en la región andina, como ocurre en Mesoamérica, es el de las humanidades sucesivas (mito de Con, de Vichama, de la costa central, Kon Tici Viracocha en Cuzco). Se suele hablar en las crónicas (el manuscrito de Huarochiríde Francisco de Ávila, del siglo XVI, Guamán Poma de Ayala y Santa Cruz Pachacuti), de cuatro edades o dioses sucesivos, aunque los testimonios contemporáneos de carácter oral refieren tres (quizá fruto de los ideales franciscanos en la evangelización).
Los poderes míticos asociados con el inframundo o mundo subterráneo son Pachamama o Madre Tierra, con su contrapartida Achkay, los Espíritus Tutelares de montañas, colinas o cerros, llamados wamani, apus, y el wachoq, el amaru y las illas. Pachamama se entiende de tres modos, cada uno asociado a un período del año determinado, pero siempre es un principio generador de vida, concretamente agrícola. Puede ser tierra y virgen. Parece que únicamente se conoció en los Andes sureños, mientras que en los septentrionales se destacó su contrapartida, Achkay, vinculada con lo agreste, como pedregales, cactus en zonas desérticas e insectos, dañinos para la agricultura. Los espíritus de los Cerros y Colinas se contemplan como divinidades masculinas, agresivas con los varones y seductoras con las mujeres, aunque son esterilizantes. Se asocian con lo salvaje y con lo externo al pueblo (centro de las normas sociales). De hecho, el nombre usado para el espacio que rodea la villa andina es pampa (silvestre, ajeno, indiferente, también relacionado con el término purum). De este modo tenemos una doble dicotomía polarizante: Pachamama con Achkay (cultivo y fertilidad frente a inculto y estéril) y Pachamama frente a Espíritus Tutelares (fertilidad-esterilidad; valle-colina; cultura y naturaleza domeñada-naturaleza salvaje, agreste; tiempo presente-tiempo pasado y Humanidad actual, con reglas y orden-Humanidad anterior, arcaica y salvaje). Así pues, también cada entidad es, en sí misma, dual y polarizante; los mismos Espíritus Tutelares de Montañas y Colinas son ambivalentes: los wamani, vencidos (como ídolos falsos) por el catolicismo, tienen carácter demoníaco, siendo telúricos, pero también protegen y por ello se les rinde culto (se personifican en cóndor, en Santiago Apóstol o en un mestizo), siendo aéreos y deidades; en la Pachamama se resalta más su aspecto reproductor y benéfico, pero posee uno un tanto severo, enojándose y castigando, dejando a los hombres sin protección frente a los fenómenos atmosféricos (granizo, vientos huracanados, nieve), mientras que en los wamani se resaltan los aspectos amenazantes y violentos, pero pueden ser protectores y benéficos. El wachoq, por su parte, es un héroe legendario que hace huecos en las montañas para que brote el agua de los manantiales; el amaru es una entidad ctónica asociada a la serpiente y, por analogía, a los desplazamientos de tierras con motivo de lluvias torrenciales, y las illas son entidades materializadas en amuletos por parte de los campesinos para proteger el ganado y los cultivos. Se asocian al relámpago y al apóstol Santiago, invocado por las huestes españolas en el siglo XVI como mecanismo protector.
Los espíritus maléficos y benéficos tuvieron una gran presencia. Los primeros, llamados Anchancho, se consideran responsables de las enfermedades. Pueden tomar posesión de la gente cuando el alma (Jukkui Ajayo) deja el cuerpo durante el sueño; generan mal de ojo y pueden succionar la sangre del corazón de una persona. Se encuentran en los lugares montañosos aislados y se hacen visibles con las tormentas, siendo su voz como el rebuzno de un asno. Los segundos, Ekkekko, son dioses domésticos de la prosperidad y buena suerte. Se representan como pequeñas figuras que irradian felicidad y bondad, y suelen ser objetos de uso doméstico y personal. Suelen llevar un poncho rojo y capa. Su culto se conecta con algunas ferias anuales en La Paz, Cochabamba y Oruro, llamadas Alacitas.
Con respecto a las almas humanas podemos señalar que en la región andina se cree en la presencia de dos almas humanas: Athum Ajayo o Espíritu Vital, que deriva de la Pachamama (diosa de la fecundidad y sostenedora de la natura), y que otorga el movimiento y la conciencia. Es un alma que sobrevive la muerte corporal; Jukkui Ajayo o Pipisao, es al alma responsable de mantener cuerpo y mente en armonía y saludables. Puede dejar el cuerpo durante el sueño. Al morir una persona el alma Athum Ajayo permanece en la casa ocho días, comiendo con la familia. Luego retorna cada año. Se conocen rituales en los que se hacen ofrendas simbólicas de comida y bebida a las almas en los cementerios, pues se cree que las almas de los fallecidos continúan existiendo en lugares concretos o en zonas naturales como montañas y ríos en forma de espíritus locales.

Prof. Dr. Julio López Saco 
Escuela de Historia y Doctorado en Historia, UCV
Escuela de Letras, UCAB
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
Maestría en Historia de las Américas, UCAB

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