En referencia al cristianismo se pueden distinguir tres conjuntos de fuentes no cristianas, integradas en las paganas grecorromanas, de principios del siglo II, las paganas de Sirio-Palestina, esencialmente del siglo I, y las judías de los siglos iniciales de la era cristiana.
En relación las primeras se destaca, en primer término, Tácito y sus Anales. Además de suscribir el carácter supersticioso del cristianismo, señala algunos aspectos relevantes, entre ellos que Jesús murió en época de Tiberio y durante la prefectura de Pilato, que se extendió entre 26 y 36, que lo hizo siguiendo el modo de ejecución romano más tradicional, la crucifixión, y que el cristianismo ya se había difundido por el Imperio para la época en la que escribe (el siglo II), afirmando que existía en Roma una comunidad cristiana importante en época de Nerón. También es referencial Cayo Plinio Segundo o Plinio el Joven, del que destaca la correspondencia con Trajano en la que consulta al emperador acerca de los mecanismos de persecución a los cristianos. A través de estas misivas se pude inferir una significativa presencia de cristianos en Asia Menor, la validez de los procedimientos contra los cristianos como una política de gobierno a comienzos del siglo II, y la asidua práctica de reuniones y algunos rituales cristianos.
Una fuente también destacada es el orador romano Marco Cornelio Frontón, que vivió en la primera mitad del siglo II. Escribió una Oración contra los Cristianos en la que plasma acusaciones de diverso tipo quizá originarias de comentarios callejeros. En Sobre la muerte de Peregrino, el autor satírico Luciano de Samosata (segunda mitad del siglo II, entre 120 y 190), menciona a los cristianos, descritos como ingenuos y poco sagaces. Luciano sitúa el origen del cristianismo en Palestina y afirma que Jesús, tildado de sofista, fue crucificado por los romanos.
Otro autor correspondiente a este primer grupo señalado es Suetonio (Vida de los Doce Césares), quien comenta la expulsión de la comunidad judía de Roma, encabezada por un tal Cresto, probablemente en torno al año 49, aunque muy probablemente alude aquí a Cristo y la predicación cristiana. De hecho, el nombre cristianos aparece escrito en ciertas obras romanas como chrestianos (derivado de Cresto, posible deformación de Cristo), en tanto que el nombre de Cresto está ausente en los epitafios de las tumbas judías del siglo I. Quizá Suetonio se refiera a los inicios del cristianismo en Roma y a las subsiguientes disputas y discusiones que la presencia cristiana generaría entre los judíos.
Otras muy parcas referencias se encuentran en los estoicos Epicteto, en sus Diatribas (55-135) y Marco Aurelio, en sus famosas Meditaciones (121-180), quienes etiquetan a los cristianos de irracionales, confiados, sumisos, dramáticos e irreflexivos.
En cuanto a las fuentes paganas de la región de Siria y Palestina se destaca, esencialmente, una carta de Mara bar Serapion, recogida en un manuscrito siriaco del siglo VII, que hoy se encuentra en el British Museum londinense, y que pudo haber sido escrita a fines del siglo I. En dicha carta se cataloga a Jesús como un rey sabio, a la altura de Pitágoras y Sócrates, cuya sabiduría sobrevive a su muerte, causada por los judíos, a través de su enseñanza.
En las fuentes judías, por su parte, Jesús y sus seguidores eran considerados, en términos generales como herejes, malditos y apóstatas. Se pueden destacar las Dieciocho bendiciones (Semoné esre), un texto-plegaria empleado como rezo en las sinagogas. El Talmud de Babilonia atestigua que la plegaria fue adaptada en Jamnia contra los cristianos en tiempo del rabí Gamaliel II, a fines del siglo I.
Otro texto es una baraitha del siglo II conservada en el tratado Sanhedrin del mencionado Talmud de Babilonia, en el que se menciona la muerte de Jesús y se le etiqueta como idólatra y hechicero. Es posible que dicha alusión corresponda a un tal Jesu, un mago discípulo de un rabino del siglo I a.e.c. No se olvide, no obstante, quesemejantes acusaciones contra Jesús aparecen en el Nuevo Testamento. En el tratado sobre el ayuno pTa‘anit, es probable que la referencia a una falso profeta o mesías sea vinculable con la figura de Cristo. Otro tratado de la literatura rabínica, en este caso el Tratado b‘Aboda zara, dedicado a la idolatría del Talmud de Babilonia, refleja la convivencia cristiano-judía en Palestina, aunque también se intenta desacreditar la figura de Jesús.
También entre las fuentes judías hay que mencionar a Flavio Josefo, que vivió en el siglo I, y que escribió una obra titulada Antigüedades Judías, en la que se encuentran informaciones sobre Jesús, enmarcadas en el llamado Testimonio Flaviano, cuya autenticidad se discute. El fragmento pudiera ser una interpolación posterior de un copista cristiano. No obstante, en lo que subyace del autor judío, Jesús es presentado como un hombre docto, sabio y con grandes capacidades para obrar milagros.
Un hecho incontrovertible que las fuentes no cristianas señalan, en general, es la existencia histórica de Jesús. Según todas ellas, Jesús fue un predicador errante, sabio y hacedor de milagros y prodigios que terminó sus días crucificado bajo el poder romano.
En relación las primeras se destaca, en primer término, Tácito y sus Anales. Además de suscribir el carácter supersticioso del cristianismo, señala algunos aspectos relevantes, entre ellos que Jesús murió en época de Tiberio y durante la prefectura de Pilato, que se extendió entre 26 y 36, que lo hizo siguiendo el modo de ejecución romano más tradicional, la crucifixión, y que el cristianismo ya se había difundido por el Imperio para la época en la que escribe (el siglo II), afirmando que existía en Roma una comunidad cristiana importante en época de Nerón. También es referencial Cayo Plinio Segundo o Plinio el Joven, del que destaca la correspondencia con Trajano en la que consulta al emperador acerca de los mecanismos de persecución a los cristianos. A través de estas misivas se pude inferir una significativa presencia de cristianos en Asia Menor, la validez de los procedimientos contra los cristianos como una política de gobierno a comienzos del siglo II, y la asidua práctica de reuniones y algunos rituales cristianos.
Una fuente también destacada es el orador romano Marco Cornelio Frontón, que vivió en la primera mitad del siglo II. Escribió una Oración contra los Cristianos en la que plasma acusaciones de diverso tipo quizá originarias de comentarios callejeros. En Sobre la muerte de Peregrino, el autor satírico Luciano de Samosata (segunda mitad del siglo II, entre 120 y 190), menciona a los cristianos, descritos como ingenuos y poco sagaces. Luciano sitúa el origen del cristianismo en Palestina y afirma que Jesús, tildado de sofista, fue crucificado por los romanos.
Otro autor correspondiente a este primer grupo señalado es Suetonio (Vida de los Doce Césares), quien comenta la expulsión de la comunidad judía de Roma, encabezada por un tal Cresto, probablemente en torno al año 49, aunque muy probablemente alude aquí a Cristo y la predicación cristiana. De hecho, el nombre cristianos aparece escrito en ciertas obras romanas como chrestianos (derivado de Cresto, posible deformación de Cristo), en tanto que el nombre de Cresto está ausente en los epitafios de las tumbas judías del siglo I. Quizá Suetonio se refiera a los inicios del cristianismo en Roma y a las subsiguientes disputas y discusiones que la presencia cristiana generaría entre los judíos.
Otras muy parcas referencias se encuentran en los estoicos Epicteto, en sus Diatribas (55-135) y Marco Aurelio, en sus famosas Meditaciones (121-180), quienes etiquetan a los cristianos de irracionales, confiados, sumisos, dramáticos e irreflexivos.
En cuanto a las fuentes paganas de la región de Siria y Palestina se destaca, esencialmente, una carta de Mara bar Serapion, recogida en un manuscrito siriaco del siglo VII, que hoy se encuentra en el British Museum londinense, y que pudo haber sido escrita a fines del siglo I. En dicha carta se cataloga a Jesús como un rey sabio, a la altura de Pitágoras y Sócrates, cuya sabiduría sobrevive a su muerte, causada por los judíos, a través de su enseñanza.
En las fuentes judías, por su parte, Jesús y sus seguidores eran considerados, en términos generales como herejes, malditos y apóstatas. Se pueden destacar las Dieciocho bendiciones (Semoné esre), un texto-plegaria empleado como rezo en las sinagogas. El Talmud de Babilonia atestigua que la plegaria fue adaptada en Jamnia contra los cristianos en tiempo del rabí Gamaliel II, a fines del siglo I.
Otro texto es una baraitha del siglo II conservada en el tratado Sanhedrin del mencionado Talmud de Babilonia, en el que se menciona la muerte de Jesús y se le etiqueta como idólatra y hechicero. Es posible que dicha alusión corresponda a un tal Jesu, un mago discípulo de un rabino del siglo I a.e.c. No se olvide, no obstante, quesemejantes acusaciones contra Jesús aparecen en el Nuevo Testamento. En el tratado sobre el ayuno pTa‘anit, es probable que la referencia a una falso profeta o mesías sea vinculable con la figura de Cristo. Otro tratado de la literatura rabínica, en este caso el Tratado b‘Aboda zara, dedicado a la idolatría del Talmud de Babilonia, refleja la convivencia cristiano-judía en Palestina, aunque también se intenta desacreditar la figura de Jesús.
También entre las fuentes judías hay que mencionar a Flavio Josefo, que vivió en el siglo I, y que escribió una obra titulada Antigüedades Judías, en la que se encuentran informaciones sobre Jesús, enmarcadas en el llamado Testimonio Flaviano, cuya autenticidad se discute. El fragmento pudiera ser una interpolación posterior de un copista cristiano. No obstante, en lo que subyace del autor judío, Jesús es presentado como un hombre docto, sabio y con grandes capacidades para obrar milagros.
Un hecho incontrovertible que las fuentes no cristianas señalan, en general, es la existencia histórica de Jesús. Según todas ellas, Jesús fue un predicador errante, sabio y hacedor de milagros y prodigios que terminó sus días crucificado bajo el poder romano.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas; UGR, Granada.