21 de febrero de 2017

Sistemas mortuorios en el Japón arcaico: Jomon y Yayoi


En la imagen, la tumba Tukamawari, en la que se señala la localización de figuras en terracota Haniwa. Prefectura de Gunma.

Desde el periodo Jomon Medio los muertos son enterrados en una posición flexionada. La mayoría de las cabezas apuntaban hacia el este, como se puede comprobar en el montículo de caparazones de Yoshigo. El depósito de los muertos, de algún modo junto a los vivos pero a la vez también separados (en función del concepto de cementerio), comienza a ser evidente en el Jomon Tardío. Los bienes en las tumbas no estuvieron muy presentes en las prácticas mortuorias, si bien en un pequeño número, aunque incrementado en los enterramientos tardíos, existieron ciertos ornamentos corporales y vestimentas, un hecho que es reflejo de la presencia de individuos socialmente más prominentes dentro del grupo. Se trata, principalmente, de brazaletes y pendientes femeninos, sobre todo en las inhumaciones en las regiones costeras.
Muchos sistemas de enterramiento prevalecieron en la etapa Yayoi. Los ataúdes de madera fueron bastante empleados en el norte de Kyushu en el período Medio Yayoi, luego reemplazados por jarras de enterramiento en el período Tardío. Aquí se encuentra el enlace con los enterramientos en ataúdes de las tumbas-montículo más antiguas. El uso tradicional de la madera de tejo para estos ataúdes se racionalizó en la historia mítica de Susano-o, quien lamentando la ausencia de oro y plata entendió como opciones válidas los recursos naturales. De este modo, arrancó cabellos de su cabeza y de su cuerpo con la intención de producir árboles, como el ciprés para palacios y santuarios o el tejo para los ataúdes. La historia viene a ser una explicación de las prácticas que se llevaban a cabo en época de Yayoi Tardío.
Las inhumaciones en ataúdes Yayoi incluyeron el método de aglutinar un mínimo de seis tableros[1]. Aunque este método se abandonó alrededor de comienzos del período Medio, la costumbre se propagó por el Mar Interior siguiendo ruta hacia Okayama, Hyògo y Osaka, lugares en donde la costumbre perduró hasta el Yayoi Tardío[2].
Existieron también grupos ocupacionales de cantantes y danzantes profesionales, conocidos como asobi-be. De ocho a diez días se requerían para los obsequios funerarios. Los enterramientos secundarios desde el Jomon Tardío, práctica continuada, o renovada, por las gentes yayoi, sugieren que para estas personas la muerte y la separación del espíritu del cuerpo no fue una consecuencia inmediata. La separación podía suspenderse, y si se producía, incluso revertirse, si se llevaban a cabo las ceremonias adecuadas con las que se solicitaba el regreso del espíritu. Tanto las fuentes escritas como las prácticas posteriores indican que una choza especial (moya), se construía con este propósito. Con el tiempo, la práctica se ritualizó llegando a convertirse en la costumbre mogari (período para llamar de vuelta al alma del difunto). Las Reformas Taika, tiempo después (en 645), prohibió la construcción de chozas, salvo para la realza. Para la familia gobernante, para unos pocos miembros de la aristocracia y, posiblemente, para algunos más, hasta que la capital Fujiwara se estableció en 694, el intervalo que se establecía entre el deceso y el enterramiento era de varios meses, incluso ocasionalmente, de años.
La elite construía sus propias tumbas durante su época vital. En el Kojiki se menciona la muerte de Ame-nowaka-hiko, la deidad-príncipe mensajera, que había fallecido a consecuencia de una flecha retornada, o de una arrojada por una deidad contrariada, que había empleado para disparar a un faisán. El clamor de su esposa fue oído en el cielo y la familia del muerto pudo construir una choza, de modo que estuvieron ocho días con sus ocho noches llorando y cantando una serie de cánticos.
Al igual que la metalurgia o el arroz algunos métodos de enterramiento fueron traídos con la llegada de personas en las primeras décadas del período Yayoi y, por tanto, preceden el período de Himiko. Los dólmenes, tumbas en cistas y enterramientos en tarros cerámicos se han atribuido, habitualmente, a inmigrantes, si bien las inhumaciones en vasijas se conocían en Japón desde el período de Jomon Medio, empezando en las áreas tierra adentro. Esta práctica fue empleada en Corea, de modo que pudo ser entonces una práctica derivada en Japón; aunque tampoco se puede desechar lo contrario, que pudieron ser los japoneses los que habrían introducido este tipo de enterramiento en Corea.
El norte de China contó con enterramientos en vasijas desde la época prehistórica y hasta la etapa Han, si bien esta práctica de cuidar al muerto fue tan común y natural en áreas de avanzada producción cerámica que hasta que se consigan datos fiables de datación tipológica de la cerámica y haya condiciones de campo comparables que puedan coordinarse, estas cuestiones al respecto no podrán ser respondidas con total seguridad. 
Los dólmenes yayoi no son muy abundantes y no tienen el tamaño de los prototipos coreanos. A diferencia de sus homólogos coreanos, que pueden tener solamente cistas y  un modesto número de bienes funerarios, los japoneses pueden tener tanto cistas como vasijas. Primeramente, los dólmenes fueron construidos en Fukuoka, si bien un grupo de los mismos fueron también establecidos en Nagasaki, Saga, Kumamoto y Oita, en donde se cree que marcaban las tumbas en los lugares en los que se habían asentado inmigrantes. Probablemente, condiciones sociales fueron las causantes del declive de los dólmenes, como se atestigua por la presencia de tumbas de cámaras de piedra posteriores.
El mejor ejemplo de enterramiento en cistas (paneles pétreos que forman una suerte de ataúd) se encuentra en el cementerio de Doigahama, en donde los muertos fueron enterrados con un alto contenido de caparazón pulverizado. Aquí la mayoría de los esqueletos tenían sus cabezas hacia oriente, y se encontraban en posición extendida o flexionada. La mayoría de niños se encontraba en la parte central del cementerio. Las cistas para enterramientos colectivos se fueron agrandando paulatinamente con el propósito de inhumar varios cuerpos. Algunas decoraciones en jaspe y caparazón fueron empleados como ornamentos corporales o, incluso, como vestimenta.
Los varones adultos recibieron un trato preferente, incluso con la presencia de algunas mujeres a sus pies. También ciertos individuos están próximos a las cistas, con cuyos ocupantes pudieron haber tenido alguna relación de parentesco. Desde tiempos históricos es conocida la costumbre en algunas villas de pescadores del occidente de Japón de inhumar a los “de fuera”, que se habían casado en el seno de la comunidad, al margen del centro del cementerio,
La inhumación de hombres juntos es una curiosa práctica porque  existió un tabú acerca del enterramiento conjunto que se mantuvo en tiempos históricos, En el Nihon Shoki se cuenta una historia del tiempo de Jingu al respecto que podría ser explicativa. Los cielos se habían oscurecido durante varios días y la gente se preguntaba por la causa de tal fenómeno. Dos sacerdotes (hafuri) de santuarios separados, que fueran en vida buenos amigos, fueron enterrados juntos. Se investigó la tumba y se verificó el hecho, de manera que se volvieron a inhumar los individuos, ahora en ataúdes separados, lo que provocó que la condición de azunai (desastre o falta de sol) desapareciera. En Doigahama el parentesco de los fallecidos pudo favorecer el agrandamiento de cistas para recibir diversos enterramientos, en lugar de confeccionar otras individuales.
En el norte de Kyushu se enterró a los muertos de todas las maneras conocidas en esas épocas de la antigüedad japonesa: en ataúdes de madera, en cistas, dólmenes (en el período Yayoi Antiguo), en cistas y tarros de inhumación en el período Medio, y en fosas o en ocasionales ataúdes de madera, en el período Tardío.
Cuando grupos de migrantes y sus descendientes se asentaron, la cultura en el período Yayoi Medio prosperó. Se incrementaron los sitios en número y tamaño, en tanto que las posesiones personales empezaron a localizarse cada vez más con el muerto. Este fue el caso, principalmente, del norte de Kyushu.
Kinki, en el corazón de la región Kansai, desarrolló su propia historia acerca de los sistemas mortuorios. Hacia el Yayoi Medio la tendencia fue los llamados enterramientos en fosos de forma cuadrada (hòkei-shûkòbo). En ellos, una trinchera central es rodeada por otras cuatro, formando una ordenada formación cuadrada. La central, diseñada, en la mayoría de los casos, para contener un ataúd de madera, debe suponerse que se empleó como el destino final de descanso del más importante individuo del grupo de esa generación. Hoy ya no hay restos humanos y casi no hay objetos tampoco. Los enterramientos en vasijas para niños fueron depositados, a veces, en las zanjas.
Los cuatro lados de las zanjas eran suficientemente largos como para contener múltiples inhumaciones. Contempladas como un grupo, el arreglo de cinco trincheras se asemeja a lo que podría ser un ideal y simétrico tamaño apropiado para toda una familia. Este “plan” incluía la reserva de un terreno para una cierta unidad poblacional y denota, además, un respeto jerárquico. 
En el sitio clásico de Hirabaru, en la prefectura de Fukuoka, aparecieron unos cuarenta espejos. Sumado a ello, la presencia de rosarios y espadas han sugerido que las tumbas son Yayoi y las regalías, que reaparecen en Kansai también, ilustran la conquista por parte de las jefaturas de Kyushu de Kinki y el establecimiento allí de Yamatai.
Física y psicológicamente estos enterramientos en fosas de forma cuadrada estuvieron aparte de las áreas residenciales. La exclusividad de este tipo de enteramiento recuerda los cementerios erigidos en los sitios de batalla. El número de inhumaciones es demasiado alto para corresponderse a la elite de la comunidad, y demasiado escaso para reflejar todos sus habitantes. Las inhumaciones en fosas de forma cuadrada pueden representar más que rangos individuales la presencia de una clase social o agrupación superior. Las teorías al respecto, incluyen la unidad familiar más pequeña, asociaciones de trabajadores agrícolas o grupos corporativos que reivindican su herencia territorial[3].
En los enterramientos secundarios el fallecido era inhumado y posteriormente exhumado. Se seleccionaban ciertos huesos y se enterraban en vasijas, mientras que el resto eran cremados. En ocasiones, el cadáver era diseccionado tras el deceso con el fin de separar la carne de los huesos, de manera de seleccionar aquellos huesos que se iban a cremar, mientras el resto se enteraban en una vasija. Se explica este último procedimiento señalando que se haría para prevenir el retorno del espíritu, pues la gente viva temía ser poseída por los espíritus de los fallecidos. Los enterramientos primarios yayoi se podían efectuar en hoyos, pero en los secundarios los restos se depositaban en vasijas. Diversas de estas vasijas con restos podían, no obstante, ubicarse juntas en un hueco más grande.
Entre una y diez vasijas arracimadas se encuentran en Izuruhara, prefectura de Sano, Tochigi. Izuruhara contaba con treinta y siete hoyos de enterramiento. Uno de ellos tenía diez postes organizados en un anillo parcial, quizá dejando espacio para más. Además, apartado de las demás vasijas había una con una cara en relieve, quizá perteneciente al patriarca o a cierto miembro prominente de la familia. Los enterramientos múltiples en vasijas cerámicas en hoyos suscitan tantos cuestionamientos como las inhumaciones en zanjas de forma cuadrada. La comunidad debió mantener un lugar específico, subterráneo o de otro tipo, para la descomposición de los cadáveres. Después de un cierto tiempo tras el fallecimiento, el cadáver era exhumado, se limpiaban los huesos, se rompían y, quizá, algunos se quemaban. Estos enterramientos podrían ser reconocibles como propios de alguien de alto estatus, si bien se ha reivindicado la presencia de una sociedad igualitaria en Honshu oriental a causa de la general ausencia de bienes funerarios y de enterramientos diferenciados.
En el sitio de Oki II, en Fujioka, se recuperaron huesos para su limpieza, así como algunos dientes que fueron perforados para ser llevados por los parientes de su antiguo propietario. Los huesos fueron entonces enterrados en una vasija en el hoyo principal y solamente algunos fragmentos excedentes fueron cremados. Algunos huesos de animales fueron añadidos, quizá como ofrendas y, eventualmente, algunos de los dientes en posesión de los parientes regresaban al foso principal. Con los dientes perforados se confeccionaban amuletos especiales. Los dientes y huesos de cerdos sacrificados se han reportado en diferentes yacimientos, especialmente en el sitio Shimogòri-kuwanae, en la prefectura de Òita. Se han encontrado, así mismo, mandíbulas inferiores perforadas y colgadas o empaladas en postes, un ritual bastante extendido.  
Este sistema de enterramiento secundario fue superado en época de Yayoi Medio por los recintos de fosos con forma cuadrada, en el que el estatus estaba ya previamente fijado antes del fallecimiento. No obstante, el sistema de inhumación secundario nunca desapareció hasta el siglo VII, después de la construcción de la capital Fujiwara, cuando la experiencia resultante de la presencia de cadáveres en el mismo ámbito de la vida de la ciudad se hizo intolerable.  
Los enterramientos secundarios son evidentes en algunos de los restos humanos preservados en las tumbas de montículo, como los de la tumba Fujinoki, cerca de Hòryû-ji, en la prefectura de Nara. La pintura roja, todavía empleada sobre los huesos, tiene sus antecedentes en el período Jomon. El Nihon shoki ilustra cómo el proceso de inhumación secundario se formalizó dentro del período mogari. La muerte, mogari, y los enterramientos de los gobernantes después de Sujin (230-258), quien abrió el período Kofun, están bien documentados. La práctica mogari estaba en pleno funcionamiento cuando se construyeron las primeras tumbas en montículos.
El procedimiento del entierro secundario incluía el pensamiento de que la muerte no es un evento repentino sino todo un proceso. Los huesos eran considerados indestructibles y representaban la permanencia del espíritu que continuará su actividad en otra existencia. Debe asegurarse su comodidad por parte de los sobrevivientes, porque en caso contrario les causarán a estos daños y tormentos. Desde la tónica daoísta estas acciones suponían una llamada de regreso al alma, una idea inseparable del esfuerzo daoísta de prolongar la vida a toda costa.
Otro método de inhumación yayoi, limitado a la región San’in en Honshu, y eventualmente concentrado en el área de Izumo, se conoce con el término de montículo de tumba con cuatro esquinas en proyección (yosumi tosshutsugata funkyûbo). Estos sepulcros son montículos cuadrados o rectangulares, bajos y con laterales en pendiente. En la cima, a menudo cerca del medio, se encuentran uno o más hoyos muy cuidadosamente escavados, con dos escalones, que resultan ser los receptáculos para guardar los restos de los líderes y de los parientes cercanos. En estas tumbas se ha encontrado abundante cerámica ceremonial. La cerámica del tipo Shònai, del área Makimuku en la prefectura de Nara, y del norte de Kyushu y el sur de Corea, ha sido hallada en otros sitios en Shimane, que cubría las antiguas provincias de Izumo, Iwami y Oki. El tipo de tumba con proyecciones en las esquinas llegó a ser un consistente tipo en uso al final del período Yayoi Tardío. No obstante Las mismas fueron eliminadas al comienzo del período Kofun a favor de tumbas en montículo cuadradas de dos simples escalones.
Desde el reinado de Suiko (593-628) comenzó la práctica de localizar el cadáver dentro del complejo del palacio. Los cambios mayores en las prácticas mortuorias tuvieron lugar en dos aspectos principales: por una parte, la dilatación del período del mogari[4], un hecho que no significa que su duración tenga que ver con la necesidad de finalizar la construcción de la tumba y, por el otro, la reducción de las tumbas a sepulcros más simples. A estos cambios contribuyó el budismo.
Durante el periodo Kofun  en la región de Izumo se construyeron tumbas en forma de ojo de cerradura, con montículos redondeados. Las artesanías y los bienes funerarios empezaron a ser abundantes. Desde el período Kofun Medio se hizo preeminente la demanda de rosarios tubulares (kudatama) y joyas curvas conocidas como magatama.  El jaspe de Izumo comenzó a ser muy apreciado como ofrenda funeraria en las tumbas Yamato más antiguas. Particularmente valiosos fueron los brazaletes en forma de azada (kuwagata-ishi), copias de los brazaletes de caparazón yayoi, además de los de forma de rueda,  sharinseki, y de anillo (ishikushiro). En la tumba  Shimanoyama, en Kawanishi-chò, collares, brazaletes y diversos rosarios tubulares son frecuentes, lo cual sugiere que  Shimanoyama fue la tumba de un chamán femenino. Además, aparecieron tres espejos cerca de la cabeza, y no se encontraron espadas de hierro.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-Granada.




[1] La inhumación en un simple ataúd de madera, cubierto por un montículo de tierra, describe el estilo que se materializó en la región de Yamato alrededor de la época de la muerte de la reina Himiko (175-248).
[2] En cualquier caso, los enterramientos del período Yayoi fueron, como veremos más abajo, muy variados: en dolmen (Satodabaru, Nagasaki); en cistas (Òtomo, Saga); doble enterramiento en vasijas (Yoshinogari, Saga); en ataúdes de madera (Yasumi, Osaka); en forma de trincheras cuadradas (Saikachido, Yokohama, Kanagawa); enterramientos secundarios en hoyos (Izuruhara, Tochigi).
[3] En el Shinsen shòjiroku (Nueva Compilación del Registro de Familias), del siglo IX, se establecen las distinciones de linaje reconocidas que venían de épocas pretéritas. Las familias todavía estaban separadas en tres grupos, kòbetsu, shinbetsu y shoban, o banbetsu; aquellos que descendían de los emperadores, los que descendían de las deidades del cielo y la tierra y los que lo hacían de los inmigrantes. Se podría sugerir que los enterramientos en fosos de forma cuadrada fueron los del tercer grupo, que habían encontrado su exclusividad al ser políticamente útiles, lo cual les permitiría mantener un alto estatus social. 
[4] El período mogari fue, en principio, instaurado para seleccionar el sucesor del gobernante y conducir las ceremonias de acceso al trono. Estaba presidido por un conjunto selecto de mujeres (la esposa del chamán, la esposa y la madre del fallecido), quienes se abocaban a proteger el mitama, esto es, el poder del gobernante muerto, que tenía que ser transferido al sucesor en la línea hereditaria

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