Ilustración: Idrimi, rey de Alalah (actual Tell Atchana)
Los
pueblos de lengua hurrita, designados de este modo en las fuentes, formaron a
fines del III milenio a.e.c. varias pequeñas principalidades en el norte y el
oriente de Mesopotamia. Durante un tiempo, estuvieron sometidas al imperio
acadio y a la III Dinastía de Ur, pero posteriormente, tras el colapso de
ambos, su ambición creció y se hicieron agresivos, expandiéndose hacia el
occidente a través del norte de Siria y en el sector oriental de la meseta
anatólica.
Se
enfrentaron con los hititas durante los reinados de Hattusili y Mursili, pero
acabaron aceptando la soberanía de Yamhad sobre buena parte del norte de Siria.
Muy probablemente establecieron relaciones diplomáticas con el reino de Yamhad.
La
destrucción de Yamhad por parte del rey hitita Mursili provocó un vacío de
poder en el norte de Siria que estos reinos agradecieron. Sobre todo, porque
los hititas no pudieron continuar sus éxitos militares en esta zona, ya que
Mursili fue asesinado no mucho después de las campañas contra Alepo y
Babilonia, de manera que se instaló un período de inestabilidad dentro del
territorio hitita que imposibilitaba su retorno a Siria durante un buen tiempo.
Tal circunstancia facilitó que los hurritas consolidasen su presencia en la
región.
De
este modo, en torno al siglo XVI a.e.c., emergió una poderosa confederación de
estados hurritas, el reino de Mitanni, que llegaría a ser el más fiero rival de
los hititas por el control del norte de Siria y el oriente de Anatolia.
Un
nuevo contendiente en Siria sería Egipto, en concreto a partir de algunos reyes
de la Dinastía XVIII. El fundador de la
dinastía, Ahmosis, había expulsado de Egipto a los soberanos foráneos de origen
sirio-palestino conocidos como hicsos, provocando la huída hacia sus tierras e
infringiéndoles en ellas algunas relevantes derrotas. Tiempo después, Tuthmosis
I (1504-1492 a.e.c.) continuó estas empresas militares con campañas en los
territorios del norte, lo que dio lugar a la conquista de Palestina y a la
conducción de sus ejércitos hasta el Éufrates, en donde erigió una estela
conmemorativa de su victoria. De esta forma, se estableció una contienda entre
Egipto y Mitanni por el control de las tierras ubicadas entre el río y el
Mediterráneo.
Sin
embargo, el hijo y sucesor del faraón, Tutmosis II, no mostró interés en dar
continuidad a las conquistas de su padre en la región sirio-palestina. Además, Hatshepsut
(madrastra de Tutmosis III), solamente puso especial énfasis en el desarrollo
comercial y en el establecimiento de vínculos mercantiles. En consecuencia, la
acción militar en Siria se detuvo por irrelevante, abandonándose las conquistas
previas de Tutmosis I. Esta medida, fruto del cambio de orientación de los
intereses de Egipto proveyó la oportunidad deseada para que se llevar a cabo la
primera expansión mayor del poder mitannio hacia el oeste, en específico en la
segunda mitad del siglo XV a.e.c. bajo el reinado del rey Parrattarna.
Su
primer objetivo era Alepo. Aunque el reino del que había sido capital, Yamhad,
había desaparecido, Alepo se había
recuperado de su destrucción por parte hitita y se había restablecido bajo una
nueva línea de reyes, de entre los cuales se conocen los nombres de algunos
(Sarra-el, Abba-el e Ilim-ilimma). Además, también había establecido una nueva
soberanía sobre un determinado número de estados próximos, entre ellos Amae,
Niya y Mukish. Se temía, de parte mitannia, el surgimiento de un nuevo gran
estado al norte de Siria cuya base fuese Alepo, lo cual era una amenaza mayor
para las intenciones de Mitanni de expansionarse por Siria. Por consiguiente,
Alepo tenía que ser conquistado.
El
reclamo de Alepo por parte de Idrimi se condujo finalmente a través de una ruta
diplomática con el rey mitannio Parrattarna, con el que acabaría sellando un
compromiso en forma de tratado. Sería instalado como rey, pero como vasallo de
Parratarna, y con autoridad únicamente en los sectores occidentales del antiguo
reino de Alepo (Mukish, Niya y Amae). Por si fuera poco, su asiento estaría en
Alalah, no en el núcleo de Alepo. Con ello, Parratarna garantizaría un virtual
estatus autónomo del resto de los territorios que había antaño comprendido el
reino de Alepo. De esta forma, Parrattarna afirmaba el control sobre la región.
Mitanni surgió como el dominador politico del norte de
Siria y el sureste de Anatolia, un poder manifestado a través de una red de
estados vasallos. En parte, este predominio fue debido a la debilidad hitita.
Sin embargo, los acontecimientos en Egipto provocarían un nuevo giro en los
acontecimientos. La muerte de Hatshepsut abrió una nueva fase en las ambiciones
internacionales de Egipto. El corregente Tutmosis III se convirtió en faraón y
decidió retomar las empresas imperiales egipcias. En Palestina y en Siria, infringiría
una devastadora derrota a una coalición de fuerzas sirias en Megiddo, desde
donde dirigiría, una vez más, sus tropas hacia el Éufrates, conquistando de tal
modo, los territorios sometidos a Mitanni. Fue así como diversos reinos
próximo-orientales empezaron a reconocer al faraón como su nuevo señor. Así,
buscaron establecer relaciones diplomáticas con el faraón enviándole tributos y
regalos. Asiria, Babilonia y los hititas estuvieron entre los interesados por
organizar esas relaciones.
Las empresas asiáticas de Tutmosis no habían impuesto
más que un temporal predominio sobre Mitanni, sin darle a Egipto un control
permanente significativo sobre los estados sirio-palestinos conquistados.
Además, la influencia egipcia en la región había declinado tras las campañas
del faraón, a la par que la influencia mitannia había resurgido bajo la
presencia de un nuevo mandatario, Saushtatar. La décimo séptima campaña de
Tutmosis en Palestina y Siria, dirigida contra las ciudades de la Siria
central, concretamente Kadesh y Tunip, que se habían rebelado, fue muy
probablemente la última. Casi con seguridad, los rebeldes obtuvieron el apoyo
mitannio.
Saushtatar tenía otra preocupación en mente, en
particular el posible resurgimiento asirio, cuyo territorio se encontraba al
este de Mitanni. Si bien el antiguo Reino Asirio había finalizado por la
intervención de Hammurabi hacia 1762 a.e.c., un estado asirio, de reducidas
proporciones, aun subsistía, y podría llegar a ser una amenaza al territorio
mitannio mientras Saushtatar estuviese ocupado operando en el occidente.
Para minimizar el riesgo asirio, el rey invade Asiria
y saquea Asur, su capital tradicional. Asiria quedaba ahora absorbida dentro
del reino de Mitanni como un estado vasallo de Saushtatar. Además, eso dejaba
libre al rey mitannio para perseguir sus ambiciones territoriales en
Siria. Es bastante posible que en esa
época también Saushtatar entablara una
alianza con el rey de Kadesh, sobre el Orontes, quien era reconocido como el
señor del territorio sirio al sur de Alalah. Este acuerdo diplomático
resultaría muy beneficioso pues las nuevamente adquiridas regiones de la Siria
septentrional podrían estar en seria amenaza.
Cruzando el Tauro, la fortuna de los hititas había
tomado una dramática dirección (hacia mejor), con el ascenso al trono de
Tudhaliya. Tudhaliya estableció primeramente su autoridad sobre la mayoría de
la península de Anatolia, y tenía ahora la intención de restaurar el estatus de
Hatti como el mayor poder en el mundo del Próximo Oriente de Asia. Ello significaba, naturalmente, reasumir las
campañas hititas en Siria.
Uno de los primeros objetivos de Tudhaliya era la
ciudad de Alepo, cuyo gobernante local, ante la amenaza hitita, se encontraba
atrapado en un dilema: si mantenía una alianza con Saushtatar, podría esperar
represalias del ejército hitita, mientras que si hacía lo contrario, esperaría
el mismo trato del rey mitannio. Finalmente, decidió que el mandatario hitita
era el más fuerte y peligroso y, en consecuencia, trabó una alianza con él.
Probablemente, el rey mitannio presionó para que la alianza se hiciese con
Mitanni, porque lo cierto es que a la
llegada hitita, Tudhaliya devastó Alepo y mató al rey local.
Aunque no se sabe que sucedió con Saushtatar tras la
campaña de Alepo, lo cierto es que Mitanni (Hanigalbat) continuó existiendo, si
bien una parte importante de su territorio, particularmente el norte de Siria,
fue tomado por los hititas. En cualquier circunstancia, una revigorizado
Mitanni surgió de nuevo bajo el nuevo rey Artatama, sucesor (y probable hijo)
de Saushtatar.
Uno de los principales objetivos de Artatama era
reconquistar algunos de los territorios mitannios perdidos a manos hititas, y
reclamar la soberanía sobre las tierras de
los anteriores súbditos del reino en Siria. Los problemas que
experimentaban los hititas para mantener su autoridad sobre los súbditos
anatólicos les distrajeron, durante un tiempo, de las nuevas amenazas de
Mitanni, un factor que el rey Artatama pudo aprovechar en su beneficio. Sin
embargo, el rey fue muy cuidadoso de no arriesgar al precipitarse a hacer algún
movimiento sobre los estados norteños sirios. Un intento prematuro en tal
dirección podría provocar el retorno de las fuerzas hititas a la región.
Además, también había que contar con otro actor
habitual, Egipto. La influencia del país del Nilo sobre Siria y Palestina había
declinado, ciertamente, desde los tiempos de las campañas de Tutmosis III,
aunque Egipto todavía mantenía activos intereses en la región. Dicho interés
estuvo detrás de un par de campañas del sucesor de Tutmosis, su hijo Amenhotep
II, y animó las de su nieto Tutmosis IV. En cualquier caso, los intereses
territoriales mitannios al occidente del Éufrates se focalizarían primeramente
en los estados del norte de Siria, en tanto que la Siria y la Palestina central
y meridional eran zonas remotas para Mitanni.
Por mediación de un tratado, Egipto permitía a Mitanni
despacharse libremente en la Siria septentrional, lo cual debía satisfacer las
ambiciones de ambos reinos y proveer los fundamentos de una alianza entre ellos
contra un tercer poder, el de los hititas.
De este modo, se alcanzó un acuerdo entre Artatama y
Tutmosis IV, de forma que se estableció una frontera entre sus territorios en
Siria. El acuerdo cerraba la puerta de la región de Siria a los hititas. No
obstante, los hititas estaban en este tiempo más preocupados de Anatolia que de
la exclusión de Siria de su esfera de influencia.
Los levantamientos en Anatolia condujeron por esa
época a una crisis que amenazaba la propia existencia de Hatti. Alrededor de la
propia casa de los hititas, las fuerzas enemigas eran abundantes: los pueblos
Gasga en el norte, Arzawa en el sur y sureste, los intrusos de las tierras de
Isuwa y Azzi al este y noreste. El territorio madre de los hititas fue invadido
y ocupado, e incluso Hattusa destruida. La familia real escapó y estableció una
residencia temporal en Samutha, hacia el este. Desde este punto comenzaría la
tarea de reganar las tierras a los enemigos, una operación de recuperación que
resultaría exitosa, esencialmente gracias al príncipe hitita Suppiluliuma, el
principal arquitecto de la restauración del reino.
Con Suppiluliuma los hititas volvieron a estar en la
cumbre del poder militar y político de
la época. El rey lograría la destrucción del reino de Mitanni y remplazar su
señorío sobre las posesiones sirias. El rey hitita contaría en esta empresa de
control de Mitanni con la circunstancia de la muerte del rey Artatama que fue,
finalmente, sustituido por Tushratta, uno de sus nietos, aunque discutido por
otro pretendiente que, al parecer, contaba con el apoyo de la población. Esta
incertidumbre fue bien explotada por el rey hitita.
Suppiluliuma
condujo una expedición que cruzó el Éufrates hasta la tierra de Isuwa, que
permanecía entre el territorio hitita y el mitanio. Formalmente sujeto al territorio de Hatti, Isuwa
no se alinearía con Mitanni. En la
directa confrontación con Tushratta, de acuerdo a una carta de este rey al
faraón Amenhotep III, fue Mitanni el que obtuvo la victoria.
Para garantizar la derrota de Mitanni y la destrucción
de su imperio, Suppiluliuma necesitaba emplear un conjunto de estrategias que
incluían la fuerza militar pero también la habilidad política.
Adoptando la premisa de “divide y vencerás” buscó la
manera de aislar a Tushratta de sus principales soportes por medio de una serie
de alianzas diplomáticas. Entre las mismas incluyó un tratado con el
pretendiente al trono mitannio, Artatama en el cual, presumiblemente, el
soberano hitita reconocería a Artatama como el legítimo rey de Mitanni si le
prestaba ayuda o, al menos, tomaba una postura benevolentemente neutral en el
conflicto con Tushratta. Por otro lado, el rey hitita deseaba mantener al
margen de la guerra al faraón, para lo cual dejó claro que no quería conflicto
alguno con Egipto, ni tenía intención de extender las operaciones militares
contra Mitanni en los territorios faraónicos al sur de Siria y Palestina. En esa época, el trono egipcio estaba ocupado
por Amenhotep IV, el “rey hereje”. Suppiluliuma se obligó a que las relaciones
con el faraón fuesen de lo más cálidas y cooperativas.
El rey hitita llevaría a cabo una campaña de un año de
duración contra Mitanni y sus súbditos
en Siria. Se la conoce como la Gran Guerra Siria (hacia1340 a.e.c.). Los dos objetivos
principales en esta campaña eran la destrucción del corazón de Mitanni, en el
norte de Mesopotamia, y la conquista de los estados en Siria que habían sido o
súbditos o aliados de Mitanni.
Un estado de gran relevancia que Suppiluliuma ganaría,
eventualmente, por medio de la diplomacia más que por la fuerza, sería el reino
de Ugarit, localizado en el noroeste de Siria. Ugarit nunca había sido un reino
que destacase por su poder militar, sino por sus riquezas y ubicación
estratégica, motivos por los cuales atraía los intereses de las grandes poderes
de ese tiempo.
Ugarit había permanecido independiente de alguna de
esas fuerzas. Su rey Ammishtamru se encontró en una encrucijada cuando Mitanni
y los hititas entraron en conflicto. Si se asociaba con Mitanni en la guerra, y
Suppiluliuma conseguía vencer y tomar las tierras del norte, su reino sería,
casi con seguridad, tomado por los hititas. Por el contrario, si se arrojaba a
los brazos de Suppiluliuma, y Tushratta lograba expulsar a los hititas fuera de
Siria, las represalias de Mitanni vendrían con total certeza. La neutralidad
también podría ser arriesgada, pues daría la impresión de que Ugarit podría ser
atacado en cualquier momento sin grandes excusas y sin que nadie acudiera en su
auxilio. La única vía admisible para el rey de Ugarit fue aliarse con el faraón
egipcio, hecho que acabaría siendo un astuto movimiento, pues Mitanni, muy
improbablemente, arriesgaría su alianza con Egipto atacando Ugarit, del mismo
modo que Suppiluliuma no desearía
entorpecer las cordiales relaciones con Egipto establecidas en su alianza
previa.
De este modo, Ammishtamru se sintió a salvo al
distanciarse tanto de Mitanni como al rechazar los pretendidos avances de Suppiluliuma.
Pero a la muerte del rey de Ugarit, el soberano hitita convenció a su hijo y
sucesor Niqmaddu II, a través de una misiva. Sus vecinos, los soberanos de Mukish y Nuhashshi, ambos aliados de Mitanni,
atacaron sus tierras y le sometieron a un castigo, antes de que el rey hitita
tuviese la oportunidad de responder a su solicitud de ayuda. Cuando
Suppiluliuma respondió logró retirar a los intrusos hasta sus propios
territorios y restauró a Niqmaddu lo que le habían sustraído.
La estrategia de Suppiluliuma en esta Gran Guerra fue,
en principio, cruzar el Éufrates y golpear al corazón medular del poder de
Mitanni, ocupando con ello el territorio nuclear de Tushratta antes de que el
adversario tuviese tiempo de organizar una defensa adecuada. Casi todo le salió a pedir de boca.
Washshuganni, la capital de Mitanni cayó y fue devastada. Sin embargo, el rey
mitannio logró evadirse y llevar con él algunas tropas.
El rey hitita también impuso su autoridad sobre todos
los reinos locales formalmente sometidos a Mitanni, desde el río Éufrates hasta
el Mediterráneo. Así, conquistó Mukish,
Niya, Alepo, Qatna, Arahtu y Nuhashshi, además de las regiones meridionales
hasta la frontera de Damasco, donde comenzaba el terreno egipcio.
Depuso a cada gobernante y los desterró, con sus
familias, a Hattusa. Fue una campaña muy exitosa, pero todavía restaba pos ser
sometido un poder mayor mitannio al occidente del Éufrates, la ciudad de Carchemish.
Acabó resistiendo más de una década, tras un prolongado sitio, llevado a cabo
hacia 1327 a.e.c. Finalmente, Tushratta fue ejecutado. Entre sus asesinos
estuvo su propio hijo, Shattiwaza.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR.