16 de marzo de 2018

Deidades oraculares romanas: Carmenta, las Parcas, Fauna, Egeria y Fortuna


Las divinidades oraculares romanas fueron, mayormente, femeninas. Esta circunstancia se explica (también en el caso de aquellas de las tradición germana o griega), por su especial predisposición hacia la adivinación natural,  y por la particular susceptibilidad  femenina al influjo emocional. Estas deidades también eran las encargadas de acompañar con lamentos el cortejo fúnebre y quienes llevaban a cabo las supplicationes a los dioses. Con el tiempo, sin embargo, las divinidades oraculares femeninas no sólo perdieron sus facultades adivinatorias, sino su propia condición divina.
Carmenta fue una antigua diosa muy conocida desde la época arcaica por dos epítetos, el de Antevorta (Prorsa, Porrima) y el de Postverta o Postvorta. Su función primaria consistía en desempeñarse como diosa de las parturientas y protectora de los partos. Pero, a la par, Carmenta era una divinidad vinculada también a la adivinación y a la profecía. Por tal motivo, Servio (Ad Aen. VIII, 336), la consideraba una profetisa anterior a las célebres sibilas. Así mismo, no en vano, la denominada Porta Carmentalis estaba unida mediante una vía al templo de Apolo, deidad de la adivinación.
Las profecías de Carmenta pertenecían a la denominada adivinación natural o inspirada. Sus vaticinios se llamaban carmina, un vocablo latino que, inicialmente, incluía el sentido de oráculo, ofrecido en forma de estructura rítmica. Con anterioridad de que carmen tuviese el sentido de poema y de canto, anunciaba el destino del niño recién nacido.
En este orden de cosas, se hace explícito el hecho de que el epíteto Porrima-Antevorta acabó siendo explicado en referencia a que Carmenta daba a conocer el pasado, mientras que el de Postverta en cuanto que revelaba el futuro. Así pues, habría habido una doble autoridad de Carmenta: como diosa de los nacimientos y como deidad de la profecía. La antigua costumbre de las madres de solicitarle que anunciara el futuro porvenir a los niños proviene de esta relación vinculante.
Carmenta fue una de las divinidades más arcaicas de Roma. Ello se constata por la presencia, entre los flamines minores, de un flamen Carmentalis, así como por la inclusión de dos festividades, en el mes de enero (Carmentalia), en el arcaico calendario religioso romano.
Será en la época republicana, y a consecuencia de un proceso helenizante,  cuando Carmenta pierda su condición de divinidad. La misma literatura latina lleva a cabo una interpretación helenizante de la arcaica deidad. De este modo, Carmenta aparecerá en Ovidio (Fastos), en Virgilio y en Estrabón (V, 3,3), como una simple mortal, madre de Evandro, un héroe arcadio[1]. No obstante, seguirá conservando ciertas dotes proféticas.
La transformación final de Carmenta tuvo mucho que ver con la represión, de parte del estado romano, de la adivinación natural o inspirada (al modo del enthousiasmos griego), fuese la misma tanto practicada por deidades como por adivinas o matronas. El Senado y los colegios sacerdotales trataron, ya desde la etapa republicana, de alejar a la mujer de todo lo que tuviera que ver con la adivinación[2]. La posesión por parte de una deidad de una profetisa  se consideraba como dementia, esto es, una privación de mens.
La íntima relación entre el nacimiento y el destino estuvo muy presente en la Roma arcaica. Las Parcas ejercieron su labor como protectoras del nacimiento y, a la vez, como divinidades de la profecía. A pesar de algunas diferencias acerca de los nombres de las Parcas (Decima, Nona y Parca según Varrón), con el añadido de Morta en lugar de Parca, según Caesellius Vindex (Aul. Gel., NA II, 16, 11), los lingüistas afirman que se puede identificar, partiendo de la inscripción de Tor Tignosa, a Parca Maurtia con Morta[3].
Las Parcas tuvieron estatuas en el Foro romano. Las Parcas serán representadas, además, como hilanderas que limitan la vida de los seres humanos. De las tres, únicamente Morta parece haber tenido funciones propiamente oraculares, en tanto que Nona y Decima serían esencialmente protectoras del parto. Estas deidades fueron, en un principio, divinidades oraculares al tiempo que protectoras de los nacimientos.
Algunos autores han relacionado Nona Fata, deidad del noveno mes (o del noveno día desde el momento del nacimiento), con Fata Scribunda, una personificación del destino que menciona Tertuliano (De Anima, 39, 2). Esta divinidad se invocaba el dies lustricus, cuando el recién nacido era purificado y obtenía su praenomen.  La diosa se dedicaría a escribir los hechos futuros de la existencia del infante. 
El carácter profético, oracular de estas diosas fue perdiéndose con el transcurrir del tiempo. Pronto adquirieron funciones de divinidades del destino. Tal transformación de deidades del nacimiento y de la profecía en diosas de la fatalidad se produjo por la influencia de las moiras griegas. De este modo, en lugar de conferir destino se convertirán ellas mismas en fuerzas del destino. Acabarán siendo las que decidan, en consecuencia, la suerte de las personas.
Fauna suela aparecer como compañera, esposa, hija o hermana de Fauno, el arcaico dios romano que protegía a los pastores y sus rebaños y que encarnaba los aspectos primordiales de la primera cultura romana, el sedentarismo del agricultor. Eran también, uno y la otra, deidades oraculares. Sus palabras proféticas se escuchaban en las horas nocturnas.
Según Varrón (LL, VII, 36), los Faunos (Faunus y Fauna) solían predecir (fari) el futuro. Como empleaban únicamente la voz, siempre estuvieron algo alejados de la adivinación oficial.
Fauna, en concreto, disponía de varios epítetos: Fatua, (que se explica por el trance profético), Fenta Fatua y, asimilada con posterioridad a Bona Dea, Maia y Ops. Es Lactancio (Inst. div. I, 22, 9), quien señala que se llamaba Fatua (o Hadua) por su costumbre de predecir los hados a las mujeres, del mismo modo que  Fauno hacía lo propio con los hombres.
Ambos dioses tenían, según  la tradición, un origen común con el término fanum, el templo con su terreno, de ahí que se les hiciera equivalentes con el entusiasmo o el trance de los vates y los adivinos poseídos por la deidad.
Fauno perdió paulatinamente su carácter de divinidad. Pasó a ser identificado con uno de los primigenios reyes del Lacio, antes de la fundación de la ciudad por parte de Rómulo.  En tal sentido, Fauno era considerado padre de latino y uno de los soberanos previos a Eneas. A pesar de esta transformación, nunca perdería, al menos en un ámbito rústico, las dotes oraculares que poseía.
Por su parte, en época de Sexto Clodio, un rétor siciliano que fue maestro de Marco Antonio, parece que ya se había consolidado la noción, tal vez influida por Evémero, de que Fauna había sido originariamente una mujer corriente a la que después de su muerte se le empezó a rendir un culto. De las facultades mánticas de Fauna prácticamente no quedó recuerdo, si se exceptúa su eventual identificación con Bona Dea.
Egeria se consideraba una diosa de las fuentes, fuertemente asociada al culto de Diana en Nemi. Estrabón (quien sigue en este caso a Artemidoro) señala que en Nemi una de las fuentes se conoce con el nombre de Egeria. Pero al igual que las Parcas, o Carmenta, Egeria fue asimismo protectora de los partos. La llegada de Diana a Roma supuso que también Egeria recibiese culto, en concreto en el Celio, próximo a la puerta Capena. Tal circunstancia pudo haberse producido hacia mediado el siglo VI a.e.c.  Parece factible pensar que el borbotar de las fuentes fuera, desde fines de la Edad del Bronce, interpretado como una suerte de “habla”, lo cual conllevaba una antropomorfización. Con el paso del tiempo, de hecho, Egeria empezó a ser considerada como una de las ninfas de la fuente de la via Appia.
La tradición latina conoce a Egeria, esencialmente, por sus encuentros con el rey Numa (del que sería compañera y consejera), y al que dictaría su política religiosa. De esta manera, le enseñaría al soberano plegarias y conjuros[4]. No obstante, la historiografía romana (por ejemplo Livio, I, 19, 5, Valerio Máximo, I, 2, 1  o Floro, I, 2) rechazaba de plano la idea de que una diosa, siquiera una ninfa, pudiera vincularse con un rey y “dictarle” instrucciones, sobre todo si el rey ejercía de sacerdote principal y de fundador de los cultos nacionales más destacados.
Por este motivo, la naturaleza de Egeria fue presentada de una manera bastante confusa, bien como ninfa, como diosa, o bien como una lamia o una mujer mortal. Lo cierto es que el poder de Numa no podía, en consecuencia, fundamentarse en las revelaciones de una ninfa. Por tal razón, las fuentes prefieren recurrir al fingimiento del rey para poder justificar su presumible presencia.
Las ninfas fueron perdiendo paulatinamente, probablemente por influencia helenística, sus facultades mánticas, así como su capacidad de poseer a las personas. En la literatura de la época de Augusto serían ya consideradas como entidades o seres que dictaban la obra de los poetas y que, desde la óptica religiosa, protegían las aguas y los lugares en las que manaran fuentes.
La antigua tradición historiográfica romana atribuía la fundación de los más antiguos santuarios de Fortuna (deidad que destacó enormemente por sus cualidades oraculares) en Roma al  rey etrusco Servio Tulio. La tradición presenta al soberano como un protegido, y hasta un amante, de la diosa.
El descubrimiento de una sors, esto es, una tablilla empleada en los santuarios oraculares itálicos para anunciar lo que le depararía el futuro al que hace la consulta, y que fue datada en el siglo IV a.e.c., pudo proceder de un antiguo templo de Fortuna en las Marcas.  
En cualquier caso, con el inicio del período republicano  y el fin de la etapa etrusca, el carácter oracular de Fortuna prácticamente desapareció de Roma. Desde ese momento, fue conocida únicamente  como una deidad del paso (social y cósmico).
La diosa Fortuna de Praeneste, a diferencia de la de Roma, era una auténtica divinidad oracular, si bien también ejercía de diosa-madre[5]. Por tal motivo se la representaba amamantando a Júpiter y a Juno infantes. Las mujeres eran las devotas principales, así como las consultantes, del oráculo.
Gracias a Cicerón (De divinatione, II, 85-86), se conoce la liturgia de las consultas oraculares praenestinas. Un infante (puer) era el encargado de extraer las sortes, después de haberlas mezclado. Era, por tanto, la inspiración de la diosa (Fortuna monitu) la que guiaba la mano del niño. Los niños, las personas jóvenes y las mujeres (los iuvenes de Veyes, las virgines de Lanuvium[6]), constituían magníficos receptores, dada su predisposición psicológica, para recibir la inspiración y los dictados de la deidad.
La Fortuna de Praeneste fue despojada de sus atributos oraculares. No obstante, el culto praenestino pudo haber sido asimilado por Roma pero con determinadas condiciones, entre ellas la renuncia a ciertos rasgos, entre los cuales destacarían el oráculo y el culto a un Júpiter niño. La nueva Fortuna, que se conocerá como Fortuna Publica, tendrá rasgos en común esencialmente con la Tyche griega.
Por su parte, la Fortuna de Antium, en la región volsca (tal vez con prácticas oraculares de antecedentes orientales, probablemente cartagineses), poseía funciones de carácter fecundante y oracular. Protegía a la mujer en parto así como al recién nacido.
En cualquier caso, frente a las dos Fortunas itálicas mencionadas, ninguna de las romanas (Fortuna Muliebris, Fors Fortuna, Fortuna Viscata o Fortuna Virilis), tuvo funciones mánticas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, marzo de 2018.



[1] Virgilio, como también Estrabón, la presenta como madre de Evandro, aunque relegada a la condición de ninfa y, por tanto, de naturaleza intermedia entre dioses y mortales. La poesía augústea, por su parte, la evocará como una mujer o una ninfa de poderes proféticos. Incluso será considerada anterior a la llegada de la Sibila a Italia. Eso sí, ya no será vista como una diosa de las mujeres y de los partos.
[2] Todas las leyendas o las tradiciones de inspiración griega que hacían de mujeres notables célebres adivinas, caso de Roma o Lavinia, fracasaron por completo.
[3] Morta parece estar más en relación con el arcaica denominación del dios Marte (Maurs) una divinidad ligada al nacimiento de Roma, que con mori.
[4] Marciano  Capella (II, 67) comenta que al lado de fatui y fatuae, las ninfas también adivinan el futuro. Destaca, en cualquier caso que, a diferencia de las deidades, tras una larga y próspera vida, fallecen. Señala que muchas moraban en cuevas. De ahí, probablemente, que Plinio (NH, II, 208) hable de cuevas proféticas, cuya exhalación embota los sentidos y capacita para vaticinar el futuro. La influencia de las ninfas sobre los hombres fue, por esta razón, mal considerada en Roma, porque los hacían delirar o enloquecer.
[5] Una lamina de bronce, del siglo III a.e.c., contiene una inscripción en la que una tal Orcevia dice haber ofrecido un don a Fortuna Diovo fileia Primogenia por haber tenido un buen parto. Otra inscripción, de una época posterior, menciona el voto de las Aretinae matronae a Fortuna. El propio Cicerón (De div. II, 85) afirma que el santuario de la diosa era piadosamente venerado por las matronas.
[6] Desde una perspectiva ideológica se aceptaba que las mujeres, en su calidad de sujetos pasivos y, por consiguiente, no responsables, se dejasen orientar por lo fortuito. Un hombre, por el contrario, no podía hacerlo, pues era un sujeto familiar y cívicamente activo, y su orientación debía dirigirse hacia el consilium y la razón. Un hombre que venerase a Fortuna era descalificado, ya que no era algo propiamente viril. Además, para Roma la fortuna era una noción opuesta al fatum y al orden preestablecido, que era el que garantizaba Júpiter.

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