4 de septiembre de 2018

El fenómeno del Megalitismo al final del Neolítico







Imágenes (de arriba hacia abajo): mapa que muestra la presencia de monumentos megalíticos; conjunto megalítico de Knowth; algunas losas con grabados de Newgrange; dibujo en el que se aprecia la reconstrucción del túmulo de West Kennet, en el complejo ritual de Avebury y; una panorámica de la entrada al dolmen de Gavrinis.

El megalitismo es un término empleado para referirse a las construcciones que usan grandes piedras. En prehistoria se asocia a la primera arquitectura monumental que se conoce, que surge en el Neolítico en el área atlántica europea, y que se prorrogará hasta el Calcolítico. En ciertas zonas sus últimas manifestaciones coinciden con las primeras comunidades metalúrgicas. Desde Escandinavia (Suecia, Dinamarca), pasando por los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia, y hasta la Península Ibérica, la costumbre será la de inhumar a los fallecidos colectivamente en construcciones de piedra de gran tamaño, en sepulcros megalíticos. Algunas edificaciones tendrán una tipología ritual determinada, habitualmente desconocida, y no solamente funeraria.
El megalitismo se documenta en el Mediterráneo oriental, en el Egeo, durante el fin del Neolítico y la Edad del Bronce, aunque como se verá después, el fenómeno debe circunscribirse la fachada atlántica. Megalitismo, así, refiere también un territorio con un sustrato cultural común de carácter epipaleolítico, el cual recibe un estímulo externo en forma de economía productora, que coadyuva por tanto el surgimiento del fenómeno. Los sepulcros de carácter colectivo son invención de comunidades epipaleolíticas atlánticas del tipo Obaniense escocés, concheros del Tajo en Portugal o Tardenoisiense en la Bretaña. En tal sentido, el megalito es un fósil guía de las primeras culturas neolíticas atlánticas, en las que el sustrato indígena epipaleolítico es esencial. Esto significa que el megalitismo es una situación circunstancial común a poblaciones diferentes, a grupos cultural distintos en una época concreta, y no una edad, ni una época ni una cultura en sentido estricto. Las construcciones, tanto las atlánticas como las del Mediterráneo, son un  reflejo de nuevas concepciones religiosas y de los nuevos cultos relacionados con nuevas jerarquías de los grupos del período final del neolítico, con sociedades de mayor complejidad. Es muy probable que los enfrentamientos estratégicos entre comunidades o luchas por los recursos más básicos se viesen reflejados en estas construcciones megalíticas, que actuarían en consecuencia como indicadores de la propiedad de territorio frente a otros grupos.
Desde hace tiempo se planteó en los círculos académicos el origen del megalitismo. La perspectiva difusionista, aceptada hasta no hace mucho, señalaba que la génesis habría estado en el Mediterráneo oriental (Palestina, Siria, Egeo). Los tholoi micénicos serían los precedentes de ciertas tipologías funerarias de la Europa del Atlántico. En el proceso expansivo del nuevo ritual funerario habrían tenido un crucial papel los prospectores de metales a inicios del Calcolítico. Las dataciones por medios científicos, sobre todo con C14, de las construcciones de la Bretaña, de la Península Ibérica y de las Islas Británicas, muestran su mayor antigüedad en relación a las del Mediterráneo oriental. En la fachada atlántica, los ejemplos más antiguos se datan entre 4800 y 4500 a.e.c., mientras que en el Egeo no son anteriores al III Milenio. Así pues, el fenómeno, de sustrato indígena, surgió en la fachada atlántica, de manera que su extensión se produjo en dirección oeste-este. No obstante, existió un movimiento en sentido contrario, si bien más tardío, como se deduce de la presencia de objetos del Egeo en la Península Ibérica.
La existencia de enterramientos colectivos muy difundidos prueba que en la mayoría de Europa se produjo un cambio en el rito funerario, tal vez relacionado con transformaciones en el aspecto espiritual y, por descontado, en el político y social. En Malta, al igual que en la Cultura de Ozieri (Cerdeña, del IV milenio a.e.c.), fueron habituales los hipogeos funerarios y los templos megalíticos (Hagar Qim, Hal Saflieni, Ta’Hagrat, Mnandra), al menos hasta el 2000. En el sudeste de la Península Ibérica, a fines del V milenio antes, por tanto, de la Cultura de los Millares, existieron construcciones de círculos pétreos de función funeraria (Loma de la Atalaya), con ajuares que mostraron hachas pulimentadas, cerámicas finas y microlitos geométricos. Con posterioridad se vieron influenciados por aspectos del Mediterráneo oriental, apareciendo ya ídolos de piedra y hueso.
En las Islas Británicas destacan los megalitos irlandeses de la península de Knocknarea. Sobresale entre ellos el dolmen de Carrowmore, datado en 4700 a.e.c. Los asentamientos y ajuares, que contienen concheros, de mejillones y ostras,  así como dientes de cachalote, se vinculan con pobladores mesolíticos que apenas inician la cría de ganado. Se han constatado aquí prácticas antropofágicas. En Irlanda también es significativo el grupo de megalitos de Boyne, en donde destacan los dólmenes de Knowth y Newgrange, de fines del IV milenio. En este último abundan menhires y losas con grabados (presencia de espigas, espirales y zigzags). En Inglaterra, donde los megalitos más antiguos datan de 3900 a.e.c., además de tumbas con cámara, destacan los long barrows, largos túmulos que eran enterramientos colectivos flanqueados por fosos. Abundan en la región sureste de Wessex. Sobresale el de West Kennet, en el complejo megalítico de Avebury. En el sur de Escocia también existen long barrows. El foco megalítico más antiguo es el de Clyde-Carlington, si bien al norte del canal de Caledonia se aprecia una nueva  tradición megalítica que presenta sepulcros de corredor (Maes Howe).
En el III milenio a.e.c. aparecen en las Islas Británicas los henges. Uno de los mayores es el gran complejo ritual de Avebury, en Wiltshire, datado en 3000 a.e.c. Presenta un  foso, rodeado en el exterior por un muro y en el interior por menhires, además de cuatro entradas perpendiculares. En el interior, presenta dos círculos de menhires. Se hallaron allí multitud de hachas de piedra pulimentada. Dentro de Avebury se encuentra el montículo de Silbury Hill. Otro henge destacado es Durrington Walls (2600 a.e.c.), que muestra seis círculos concéntricos de postes que debieron soportar un techo hecho en madera. La presencia de restos domésticos es un indicio claro de que el recinto estuvo permanentemente ocupado. En tal sentido se cree que el henge pudo estar asociado a una suerte de residencia señorial. Stonehenge, en Wiltshire, es el henge más célebre y más estudiado del mundo. Sus fases primarias de construcción de han fechado en 3200 a.e.c. Los menhires se han datado entre 2500 y 2300, y en torno a ellos se estableció el doble círculo de monolitos pétreos. A la última fase constructiva, dentro de la Cultura de Wessex, en el Bronce antiguo, pertenece el semicírculo de los trilitos o menhires entrelazados por grandes dinteles. Parece probable que Stonehenge haya sido un lugar de culto al sol.
En Bretaña y Normandía se encuentran los sepulcros de corredor más antiguos de Francia, datables en el V milenio a.e.c. Algunos conforman complejos tumulares llamados cairn (túmulos pétreos con diez o más dólmenes de corredor, con cámaras de planta circular o poligonal). En Poitou-Charente y en el  túmulo de Bernet, en Aquitania se documentan varios enterramientos colectivos. En la necrópolis de Bougon (Poitou-Charente), se han recuperado dos centenas de esqueletos en cinco cairns con dólmenes de corredor. No obstante, el foco megalítico principal es Bretaña (isla de Guennoc, sepulcros de Kerkado y de Barnenez, en torno a 4800-4600 a.e.c.). Barnenez, que se utilizó hasta la Edad del Bronce, presenta arcaicos ajuares de la Cultura Chassey, a base de puntas de flecha de sílex, hachas de piedra pulida y algunas cerámicas.
En relación a los cairns, se constata la presencia de muchos menhires, tanto aislados (Gigante de Manio, Locmariaquer), en alineamientos (Carnac, sobre todo Kermario y Le Ménec) o en crómlech en las cercanías de la bahía de Morbihan. En el IV milenio las plantas de los dólmenes de corredor bajo cairns se hacen más sofisticadas, con compartimentaciones internas y cámaras más grandes. Uno de los más destacables es el cairn de Gavrinis. Aquí, las losas verticales que configuran las paredes del corredor aparecen decoradas con grabados que representan figuras, como cruces, yugos, escudos, sierpes, hachas y diversas formas geométricas (espirales, arcos).
Ya a partir del 3500 a.e.c. surgen largos dólmenes de galerías cubiertos por túmulos, presentes no solamente en Bretaña o Normandía, sino más al sur y al norte, lo que supone un enlace con el megalitismo de los Pirineos occidentales y el nórdico. En el sudeste de Francia se generalizan los hipogeos usados como osarios colectivos (Fontvieille, de planta cruciforme, o Aude), que seguirán siendo empleados a lo largo del Calcolítico, en torno al 2100 a.e.c.
En los alrededores del Mar Báltico, sobre todo Países Bajos y la Escandinavia meridional, se destacó otro gran foco megalítico en el que sobresalen sepulcros de corredor y galerías cubiertas (Stävie en Suecia; Funen y Zealand en Dinamarca), cuyas dataciones no sobrepasan el 3500 a.e.c. Se mantendrán activo hasta el Bronce Antiguo. No obstante, más antiguas son algunas tumbas megalíticas pero no colectivas, llamadas langdysser, túmulos largos delimitados con grandes bloques en cuyo interior hay cistas.
En la Península Ibérica, por su parte, el foco más arcaico se ubica en la fachada atlántica portuguesa, en donde hay presencia de dólmenes de una antigüedad semejante a la de los bretones, en torno a 4700-4600 a.e.c. Son cistas megalíticas cubiertas por túmulos con enterramientos individuales o para pocas personas. En ellos, los ajuares estaban formados por microlitos geométricos epipaleolíticos, almagra y cerámicas lisas. Se destaca el anta 10 de Herdade das Areias y Marco Branco. En varios yacimientos, como los mencionados y algunos más (Gorginos 2, Palhota, Orca dos Castenairos), aparecieron unas placas de pizarra perforadas y decoradas. Ebel III milenio se alargan los pasillos de tal manera que se conforman espectaculares sepulcros de corredor, sobre todo en el Alentejo. Es aquí donde aparece, en los ajuares, el llamado ídolo-placa alentejano, un ídolo rectangular de pizarra decorado con incisiones geométricas en damero o retícula. Algunas de estas piezas planas presentan una modificación con la que presumiblemente se quería figurar una cabeza esquemática. En el Anta Grande de Olival da Pega se encontró un ajuar de más de una cincuentena de estos ídolos-placa. Otro ejemplo destacado del megalitismo portugués es el crómlech dos Almendres, cerca de Évora. Su última fase corresponde al Calcolítico, con presencia de tumbas en forma de tholoi y cavernas artificiales.
En las regiones de Cantabria y Galicia aparecen túmulos, algo más reducidos que los portugueses, datados en el último tercio del V milenio, y que contienen una serie de dólmenes de cámara poligonal (Chan da Cruz, del 4300 a.e.c.). En el siguiente milenio aumenta la diversidad formal, así como el tamaño de las cámaras, apareciendo los primeros dólmenes de corredor (Dombate). De hecho, desde 3600 a.e.c. únicamente aparecen dólmenes de corredor y durante el III milenio los ajuares ya muestran elementos campaniformes.
Cada uno de los grupos megalíticos atlánticos es fruto de una concreta cultura regional, con sus particularidades arquitectónicas y funcionales. No obstante, existieron vínculos entre los centros. Desde el Mesolítico hubo una cierta uniformidad en lo tocante a la cultura material y los elementos de subsistencia, centrados en las actividades orientadas al mar, en tanto que al comienzo del Neolítico comienza a darse un énfasis a las actividades interiores, sobre todo a la ganadería.
La mayoría de los monumentos megalíticos desempeñaron una función religiosa funeraria, de tal manera que pueden concebirse como centros de culto, sitios sacros o santuarios. La aparición de las inhumaciones colectivas así como los motivos iconográficos presentes en los megalitos, transmiten una más que probable evolución de la mentalidad espiritual y, por tanto, sugieren la aparición de una nueva concepción religiosa. El valor social y simbólico de los monumentos megalíticos debió ser relevante, aunque no se pueda especificar cualitativamente.
Muchos estudiosos han tratado de averiguar cómo se produjo el surgimiento del mundo megalítico. Según el célebre erudito C. Renfrew, los megalitos manifestarían un comportamiento asociado a las preocupaciones territoriales de parte de sociedades segmentadas (grupos independientes y autosuficientes sin subordinación a una entidad mayor que los controle económica y políticamente) por mor de presiones demográficas sobre esos territorios. En consecuencia, además del papel funerario y cultual, los monumentos servirían para delimitar el espacio de cada grupo independiente. El centro territorial del grupo sería el relevante, siendo su uso funerario o como lugar de ceremonias o de festividades. Por tanto, el megalito cumpliría la función de centro territorial, convirtiéndose en la referencia fija de tales grupos, con hábitats de escasa entidad, de una vida relativamente nómada y de poblamientos dispersos, con una agricultura itinerante y una ganadería no estabulada. En el III milenio, en el Calcolítico, se constata un aumento de la sedentarización, lo que puede asociarse al paulatino declive del fenómeno. Otros autores (R. Chapman), siguen la teorización de Renfrew, si bien apuntando que el fenómeno se vincularía a un proceso de presión en relación a la ocupación de las mejores tierras. Así en las zonas atlánticas, la presión sobre los recursos económicos pudo ser consecuencia de la aparición de nuevos intereses, lo que conllevaría nuevas exigencias territoriales.
Las tumbas colectivas pudieron ejercer el rol de elemento aglutinador y a la vez redistribuidor entre los grupos que los erigirían, lo cual supondría la posibilidad de estrechar lazos de solidaridad (algo que iría de la mano con su función de marcadores territoriales). Estaríamos, entonces, otorgándoles el papel de reorganizadores sociales, con capacidad de formar equipos que trabajasen en tareas determinadas del ciclo agrícola, estableciéndose cada equipo como un auténtico “linaje”. Su funcionamiento sería como mecanismo integrador y organizador del grupo de parentesco gracias a las reuniones en el complejo ritual funerario. Es por eso que es factible que en muchos casos los poblados podrían estar cerca de los propios monumentos (la presencia de útiles líticos y cerámicas apuntan hacia esta dirección).
Algunas otras teorías han querido ver en los monumentos megalíticos la plasmación práctica de los desacuerdos internos de una sociedad que está dejando de ser igualitaria, momento que correspondería, precisamente, al neolítico, cuya economía de producción daría pie a importantes desigualdades sociales. Siguiendo esta línea argumental, los monumentos megalíticos se originarían alrededor de un culto a los antepasados de parte de las familias con mayores recursos. De esta manera, las primeras tumbas megalíticas, precisamente individuales como las de la fachada portuguesa, se ajustarían a los representantes fundadores de los clanes familiares de mayor repercusión. Las colectivas intentarían ser el aporte de los grupos menos favorecidos para equipararse y combatir la diferenciación y desigualdad social.
Con la expansión de la metalurgia, que trajo consigo cambios sociales e ideológicos, dejaron de construirse monumentos megalíticos. Sería en torno a 2500 a.e.c. se ha dicho que los nuevos modelos de sociedad jerarquizada, sociedades jefatura, primarían lo individual sobre lo colectivo, de forma que los enterramientos grupales megalíticos perderían su sentido. Dicho de otra manera: el carácter ideológico del megalitismo habría tocado a su fin.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, Septiembre, 2018

Bibliografía referencial

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