2 de marzo de 2019

Historias del mito (I): enseñanza, aprendizaje y ejemplo


Uno. ¿Por qué hay que estudiar los mitos o leer los clásicos y para qué hacerlo (y no solamente los occidentales)?. Interrogante nada retórico que pulula en la mente de algunos (afortunadamente no demasiados) estudiantes, de esos que aborrecen (por ignorancia crasa) el latín, el griego o la filosofía, alentados por los febriles mercados de trabajo de futuro, centrados en más de un 95% en especializaciones tecnológicas. Será que soy uno de los últimos, y abatidos, románticos. Un par de míseros ejemplos de los muchísimos que se podrían ofrecer. Algunos saben que la Eneida, al margen de sus virtudes como poema épico, fue una obra empleada para explicar la historia romana. Gracias a un buen número de sus elementos (formales, técnicos) la obra fue reconocida y valorada en todos los tiempos, lo cual la ubica en alta estima. De entrada, la gran cantidad de comentarios que surgieron a finales del imperio occidental habla por sí solo (el perdido de Elio Donato, el de Servio, el de Macrobio), estudios que condicionaron la imagen medieval de Virgilio. Y claro, la intensa (y extensa) pervivencia en la posteridad deja a las claras su potencial. Aparte del papel de guía para Dante en la Divina Comedia, fue una referencia modélica en el épica del Renacimiento (Torcuato Tasso, con Jerusalén Liberada;  Luis de Camões con Os Lusiadas; Alonso de Ercilla y su La Araucana; y el gran John Milton, con su Paraíso Perdido), pero también en Schiller y en T.S. Elliot. Pero no se queda en la literatura la influencia. Hay que destacar la relevancia de la Eneida en Dido y Eneas, ópera barroca inglesa de Henry Purcell; los conocidos motivos y episodios presentes en las artes plásticas (Tiépolo, con el Mercurio exhorta a Eneas a que parta de Cartago;  Barocci y su Eneas huye de Troya; P. da Cortona y la Venus que se le aparece a Eneas; Thomas Jones, con Paisaje con Dido y Eneas; Guercino y La muerte de Dido; van Dyck, con la célebre Venus en la fragua de vulcano; N. Poussin… ¿y qué decir de la Metamorfosis ovidiana, de ese poema épico-mitológico o épico-didáctico que humaniza el mito, de esa obra de mitos y leyendas, de transformaciones de héroes y dioses?. Su sensibilidad y potencia visualizadora repercutió en su posterior influjo, tanto en las artes plásticas como en el cine o la creación literaria. Baste recordar unos pocos nombres, tales como Botticelli, Rubens, Delacroix; Canova; su presencia en Chaucer, Dante, Ezra Pound o Christa Wolf. O la influencia musical en piezas operísticas de Monteverdi o su reelaboración cinematográfica en manos de realizadores como Pasolini o Woody Allen…y lo que restaría por decir.
Dos. La muerte está vinculada con el espacio. Es, incluso, un elemento de la representación de aquél. En la ciudad clásica griega la norma, como es bien sabido, era que no se enterrase a los fallecidos dentro de la misma, pero había algunas excepciones, como los niños (caso de Tarento, Esparta, Megara) y, sobre todo, una relevante categoría de personas, los héroes. Un héroe puede ser enterrado tanto en el ágora (Adrasto, Teseo y los fundadores de ciudades, como Temístocles en Magnesia, o Brasidas en Amphipolis), en las murallas y puertas de la ciudad (Etolo) o en las fronteras del país (Koribo, el célebre primer vencedor olímpico que menciona Píndaro). Son tres lugares equivalentes desde la óptica de la representación del territorio. En virtud de esto, se podría argumentar que la función principal de un cadáver objeto de tales honores era que montase guardia, defendiese el territorio y asegurara la victoria (como la osamenta de Orestes). El héroe vendría a ser, entonces, una suerte de figura metonímica del territorio. Pero todavía tenemos que sumar a estos los personajes enterrados en lugares secretos (caso peculiar el de Periandro, tirano de Corinto, o el menos renombrado de Edipo en Colono). El secreto de la sepultura  reforzaba la eficacia de la “protección”. El tirano Periandro (y hasta aquí quería llegar por motivos no tan oscuros como pudiera parecer para mentes sagaces) quería evitar la suerte que había corrido su sobrino Cípselos, cuya sepultura había sido violada después de su derrocamiento. Nicolás Damasceno cuenta que el pueblo arrojó su cadáver fuera de la frontera, dejándolo sin sepultura, violó las tumbas de sus antepasados y retiró las osamentas. No creo necesario advertir ese fuera de la frontera, lo que implica que el cadáver, lejos de ser benéfico, se vuelve una especie de pharmakós a expulsar, sin dilación, del territorio para siempre jamás.
Tres. El contraste tajante entre blanco y negro no existe ni en el mito ni en la vida. En ambos existen zonas grises, y no siempre resulta fácil, ni sencillo, distinguir el héroe del villano, ni siquiera en cualquier contienda, en donde a veces se blanquea al vencedor y se ennegrece al vencido. En consecuencia, hay grises en la realidad y blancos y negros en la ficción. El que gana puede ser el duplicado del oponente vencido. Veamos unos pocos casos. El odioso enemigo (léase en la mitología griega Pitón, Tifón o Medusa, por ejemplo) es un horripilante monstruo que se metamorfosea, envía pestes y plagas, asesina, masacra, viola, roba, secuestra o siembra todos los males habidos y por haber. Del mismo modo vale decir cosas semejantes del mismísimo Zeus, que también mora en cavernas, se transforma en toro o sierpe, lanza rayos destructores o envía tempestades, diluvios; encarcela y tortura o rapta doncellas. Incluso se concilia rastreramente con todos los dioses celestes para encerrar en una caja todos los males y enviarlos a los hombres. El elegante Apolo se transforma asimismo en serpiente, en lobo, en halcón; envía pestes sobre los hombres, usurpa templos o lanza destrucciones sobre los ejércitos aqueos. El héroe panhelénico por antonomasia, Heracles, es en ocasiones cruel, arbitrario y destructivo como ninguno. Asesina a Lino, su maestro de música, masacra a sus propios hijos obnubilado por una personificada Manía y se deja llevar de mortíferos ataques de ira (o de temperamento vehemente). Así pues, los héroes se transforman en villanos. ¿Y los villanos en héroes?. ¿Acaso es muy distinto el Tifón que asalta los cielos del Zeus que antes los toma por asalto también?; y ¿en dónde reside la diferencia entre Pitón que guarda Delfos y Apolo arrebatándoselo para guardarlo él mismo?. Hay figuras inversas y simétricas. Conviene no olvidarlo en todos los aspectos de la vida. Así, no resulta para muchos difícil moverse entre opuestos. En este sentido, se entiende esta retórica tan traumática: si uno es enemigo del régimen (pensemos en el que tenemos en mente), a la mejor distribución de los alimentos se le nombra como carestía, pero si por el contrario se es amigo, a tal carestía se la califica de mejor y más eficiente distribución. Dicho de otro modo, a veces se enfatiza la lujuria disoluta del Minotauro, mientras que los raptos, violaciones y seducciones de Zeus (por ser quien es) son debilidades perdonables, explicables y hasta divertidas que quedan en segundo plano.
Cuatro. En respuesta a una de las preguntas del rey Gylfi se le responde que la tierra es un gran círculo y que más allá se encuentra el Gran Mar. Los gigantes viven en la orilla de ese gran mar, pero se les impide entrar en otros lugares de la tierra gracias a un gran seto creado con las pestañas de Ymir, el gigante del hielo. Ese poderoso seto frontera es Midgard, recinto central o, como también lo llaman, la Tierra Media (Asgard, por su parte, sería el hogar de los dioses). Ese es el lugar en el que viven los humanos. Las primeras personas fueron creadas por Odín y sus dos hermanos (Vili y Ve) a partir de piezas de madera que encontraron a orillas del mar. Formaron un hombre con dicha madera y lo llamaron Ask; ensamblaron también una mujer y la llamaron Embla. Tanto Odín como sus hermanos entregaron regalos a esas personas recién creadas. El primero les dio vida, Vili consciencia y movimiento, mientras que el tercero voz, oído y vista. Si no fuera por esa bondad desinteresada de las deidades, la encorsetada rigidez de madera de los humanos seguiría muy presente, como de hecho lo está en más de uno. Cuando se creó el mundo, por su parte, la tierra se formó del cuerpo de Ymir. En su carne vivían criaturas que surgieron de la misma forma que lo hacen los gusanos en la carne en descomposición. Fue decisión divina, sentados en el templo de Gladsheim, que tales “seres” podían adoptar la forma y el raciocinio de los hombres, pero seguir habitando en la tierra y las rocas como viles reptiles. Es el origen de los enanos (más pequeños mental que físicamente).
Cinco. En Japón, desde la antigüedad, la serpiente ha sido venerada como deidad de montañas y ríos, de ahí que sea el espíritu de lagunas y pantanos. Al tiempo, se la ha respetado, hasta tiempos actuales, como protectora de los hogares. En los mitos del Kojiki un reptil gigantesco de ocho cabezas y el mismo número de colas fue derrotado por el héroe Susanoo (un encuentro que pareciera tener cierto eco con el de Heracles y la hidra de Lerna). Susanoo descendió a la tierra y allí encontró a un par de desolados ancianos que se lamentaban porque una sierpe se comía una tras otra a sus hijas, hasta que de ocho solamente les quedaba una. El héroe hizo que la serpiente bebiera gran cantidad de sake y luego la mató cuando estaba completamente ebria. Pero también este reptil se empleaba como representación del rencor, los celos, la avaricia y al obstinación. En el grabado de la imagen (Obstinación. Cien historias ilustradas, Katsushika Hokusai, en donde se aprecia a Hebi, la serpiente Yokai) se ve una serpiente, que simboliza un alma carcomida por los celos. Tras su muerte, no abandona el mundo y, en consecuencia, no alcanza el Paraíso a pesar de que, como se aprecia en la tablilla mortuoria, recibió un nombre póstumo budista y los monjes celebraban oficios para propiciar su descanso en paz. No en vano, la iconografía de la diosa de la fortuna Benzaiten (análoga a la Saraswati india) la muestra acompañada de una sierpe, sinónimo de “celos”. En un ámbito popular es muy famoso un reptil semi legendario llamado tsuchinoko, que chilla como un ratoncillo. Para terminar, no se puede dejar de mencionar la leyenda del monje Anchin y de Kiyohime, en el templo Dojoji de Wakayama. Anchin era un bonzo que estaba de peregrinación al templo de Kumano. Por el camino fue asaltado por la joven Kiyohime. Tuvo que prometerle que se casaría con ella a su regreso. Sin embargo, al final quiso escapar del compromiso. La joven, convertida en serpiente, lo persiguió sin descanso. Alcanzó al monje en el Dojoji, en donde se había escondido en el interior de una campana. Kiyohime, en realidad un espíritu del río, rodeó la campana con su cuerpo y lo quemó vivo en su interior.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga. Marzo, 2019.

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