El
robo del fuego que protagoniza Prometeo conlleva el castigo de Zeus. Le
encadenó a una roca en el Cáucaso y le envió un águila que le devoraba el
hígado cada día, con el agravante de que el órgano volvía a crecer al siguiente
día. Era un castigo, con el consabido sufrimiento, de por vida, para toda la
eternidad. Sin embargo, Heracles mataría al ave rapaz y liberaría al encadenado
titán. En la pintura vascular de este ejemplo, una crátera cáliz de Apulia, del
Pintor Branca, fechada entre 350 y 325 a.e.c., se muestra la liberación de
Prometeo, quien permanece en el centro en una pose frontal, con las manos
atadas a la entrada de una suerte de gruta o cueva. Desde la izquierda se
aproxima un joven Heracles, con su clava y piel de león, y toca la mano del prisionero.
Tal gesto, acompañado de la corona que mantiene Atenea, simboliza la liberación
del prisionero. La otra figura femenina a la derecha parece ser Gea, y más allá
de la diosa se observa a un Apolo sentado con una larga rama de laurel en su
mano. La imagen de Prometeo se muestra con suaves y curvas líneas y con su pelo
y barba rizada, formando bucles.
Bajo
este registro superior, un segundo rango muestra unas deidades asociadas con el
inframundo. La joven figura femenina en el medio con la antorcha en forma de
cruz es Perséfone, en tanto que a su izquierda se sienta su madre, Deméter,
quien tiene una flor en su mano. Entre ellas el águila de Zeus que parece ir
cayendo. La figura alada de la derecha es una Furia o Erinia, diosa de la
venganza de sangre. Su pasiva actitud, de hecho, parece confirmar que la
venganza-castigo de Zeus ha llegado a su fin. Es muy probable que esta pintura
vascular se haya fundamentado en el versión dramática de Esquilo, llegando a
configurarse como una metáfora de la liberación de las penas y los
sufrimientos. La asociación con las diosas del mundo subterráneo sugiere que la
pieza pudo usarse como una ofrenda funeraria.
En
el interior de esta copa ática de figuras rojas, atribuida al Pintor de Douris,
y fechada en torno a 480 a.e.c. se representa un momento mítico pleno de
suspense. El héroe Teseo, que lleva puesto un corto chitón, toma por una pierna
al barbado bandido Escirón (semidiós hijo de Posidón) y lo lanza desde una
roca. Cerca del pie del bandido se observa un árbol, una serie de olas, y en el
agua erizos de mar y una tortuga. La mitología griega cuenta que en la costa de
Megara el bandido Escirón forzaba a los viajeros que pasaban a lavar sus pies,
momento que aprovechaba para empujarles a traición y hacerles caer desde el
acantilado, al fondo del cual esperaba con sus fauces abiertas y ansiosa una
enorme tortuga come humanos.
La
representación sobre la vasija muestra a Escirón intentando agarrarse al
acantilado con su mano derecha, pero ya el cuerpo del bandido ha llegado al
agua, en donde una tortuga está rompiendo la parte inferior de su brazo
izquierdo. La muerte del bandido en esta costa rocosa dio lugar a las creación
de la denominadas rocas escironias o acantilados escironios tal y como
mencionan Diodoro y Ovidio en sus Biblioteca
Histórica y Metamorfosis
respectivamente. En las más antiguas versiones del mito, Escirón ni era
peligroso ni un ser malvado, siendo venerado, conforme a Pausanias en su Descripción de Grecia, como un
benevolente constructor de caminos.
Se
puede afirmar que la representación refleja la situación política en torno al
480 a.e.c., cuando tras las victoriosas guerras contra los persas, los griegos
convirtieron a la conocida figura mítica de Teseo en un héroe ático nacional
que luchaba con éxito contra enemigos externos. De esta manera, Teseo llega a
ser verdaderamente popular en el arte del Ática pues se transforma en una
figura identificadora. A pesar del declive de las representaciones en el siglo
IV a.e.c., uno de los motivos más populares del mito de Teseo seguirá siendo la
victoria conseguida sobre el temible bandido Escirón.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, agosto, 2020.
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