7 de octubre de 2020

Del héroe arqueológico y literario al histórico: Alejandro Magno



Imágenes, de arriba hacia abajo: una crátera de columnas de figuras rojas de Apulia, con el héroe Héctor, su mujer Andrómaca y Astianacte, datada entre 370 y 360 a.e.c. Museo Nacional del Palacio Jatta, Bari; y Alejandro Magno en el Templo, siglo XVIII. El Magno se arrodilla ante las escrituras en presencia del sumo sacerdote, que señala el Arca de la Alianza. Museo del Prado, Madrid.

La creación de los héroes y su consolidación histórica fue una responsabilidad de la religión cívica de las poleis griegas. La heroización funcionó como una prosopopeya, en virtud de que el estatus social de los héroes ancestrales fue cambiando, sufriendo una transformación a la que se adaptaron aquellos fallecidos de las elites dirigentes por mediación de una institucionalización de un vínculo. Gracias a los héroes la polis griega fundamenta y legitima la soberanía política. El héroe se empleará además como símbolo de la personalidad del núcleo habitado, haciéndolo viable para la posteridad.

Tales personalidades heroicas podrán ser individuos reales, príncipes, guías, jefes o guerreros ilustres; incluso fundadores de colonias, pero sobre todo personajes legendarios o míticos, como fue el caso de Menelao de Esparta, Teseo de Atenas, Anios de Delos o Agamenón de Micenas, por mencionar únicamente algunos ejemplos.

La figura heroica de la mitología griega ha ido mutando su función y sentido en el seno de la antigua literatura helena. Comienza siendo el guerrero de la épica, quien vive para conquistar  una gloriosa posteridad, siendo celebrado en los cultos y en el canto de los poetas. En la épica se inmortaliza al héroe muerto. En cualquier caso, en el marco épico, a los héroes arcaicos, con grandes poderes, le sustituyen los héroes guerreros de tipo micénico, al modo de los que vemos en la Ilíada, hasta el viajero mítico y cuasi novelesco de la Odisea.

Posteriormente, el héroe trágico es representado en las tragedias en sus crisis y desventuras, no en sus triunfos; se les enfrenta a un destino inevitable provocado tanto por su propia audacia como por su arrogancia. Se muestran los sufrimientos del héroe, como un reflejo de la condición humana, siempre frágil. Los más poderosos héroes de la tragedia no pueden evitar el sufrimiento, la catástrofe o el fracaso, la ruina fatal (Áte). Ahora los hechos gloriosos el canto épico ya no se destacan, sino que lo hacen los desastres y acciones patéticas de los protagonistas.

El héroe de la comedia ya no posee abolengo noble, ni es rey ni un gallardo guerrero, sino un individuo común urbano o un campesino con algunas ideas y planes para salir de algún enredo mayor. Se encarga de conseguir remedio a los males que perturban a su ciudad. Por su parte, el héroe de la novela ya no es mitológico: es un joven apuesto y hermoso, virtuoso y fiel, de rica familia, cuyas andanzas, en compañía de su amada, son realmente pruebas iniciáticas con final feliz. Sufren pero logran escapar de trampas y acechanzas varias gracias a Fortuna o a la intervención de algunas diosas en actitud benévola, como Ártemis o Afrodita.

Esta diferenciación heroica responde al devenir histórico de la sociedad griega de la antigüedad, pues son un reflejo del paso de una sociedad aristocrática de héroes conquistadores y guerreros, pasando por la propia de la ciudad democrática, en la que se destaca la grandeza patética de los héroes sobre los escenarios teatrales, hasta la sociedad helenística, desengañada de unos ideales democráticos que ya no convencen, en donde los héroes, jóvenes que persiguen su personal felicidad, son de un rango menor, por no decir que ya ni héroes son.

Al margen del legado mítico más arcaico del mundo griego, la historia elevó a los altares de la heroicidad a algunos personajes históricos como nuevos héroes mitológicos, hombres ilustres tanto de Grecia como de Roma, caso de Julio César o Pericles, cuyas hazañas, mayormente bélicas o políticas, no han quedado registradas en la tradición literaria, sino en las crónicas históricas. Entre ellos, el más destacado ha sido, probablemente, Alejandro Magno.

Alejandro representa el ideal del héroe griego magnánimo en virtud de su sin par espíritu conquistador y de su trágica y muy temprana muerte lejos de Grecia, concretamente en Babilonia. Morir joven es el momento en que deben fallecer los héroes, sobre todo los épicos, siempre alejados de la decadencia de una edad provecta. En este sentido se figuraba como el sucesor de los grandes héroes míticos. Sus antepasados principales de la mitología serían Heracles y Aquiles.

Será el Pseudo Calístenes quien acredite a Alejandro como invicto conquistador y un indómito viajero. Sin lenguaje épico ni trasfondos divinos, nos muestra un Alejandro trágico e intrépido. Es aquí donde le vemos ascender en un carro tirado por grifos al cielo o sumergirse en las aguas en una bola de cristal, o en donde acomete fieros enfrentamientos con fantásticos monstruos en India. En el Pseudo Calístenes también dialoga con los árboles parlantes, y profetas, de la Luna y el Sol o cruza el denominado País de las Sombras. Raptado por Ptolomeo, es sepultado en Alejandría para gloria imperecedera del Egipto helenístico. Aunque en la época helenística ya había pasado el tiempo de la gran épica, existieron, no obstante, algunos intentos de llevar a cabo una épica culta, como es el caso de la Eneida virgiliana o las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, ambas obras con elevado estilo mitológico. Conviene recordar, finalmente, que este Alejandro mitificado pervivirá en dos poemas clásicos persas, el Iskandername de Nizami y el Shahnameh de Firdusi.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP, octubre, 2020.


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