Desde
hace unos cuantos años viene dándose un continuo cuestionamiento de aquello que
es, o entendemos que es, “celta”. Ha existido, desde siempre, tanto una
celtofobia como una celtofilia, que parece mantenerse en el debate
historiográfico actual. Desde una determinada perspectiva, o desde un cierto
nivel, “celtas” no es más que una creencia, comprendida apenas nebulosamente.
En su concepto se reúne un sentido de herencia de conciencia y hasta de
pertenencia.
En
la actualidad el concepto está sometido a una constante reevaluación, en virtud
de su continua evolución. De hecho, “celta” es un concepto equívoco, con un
significado que no es único, pues ha sido asimilado tanto a Asterix como a la
música celta. En el seno de los estudios académicos y en el marco de la
investigación, el acercamiento a lo celta debe orientarse en la lingüística
histórica y en la arqueología moderna, pero sin desdeñar la genética, que ha
tomado cuerpo apenas hace una década.
La
idea de lo celta comienza en las fuentes y referencias clásicas. Luego el
concepto se amplía con la denominación de una familia lingüística cuya
denominación surge a partir de (cómo no) las noticias clásicas. El reconocido
Colin Renfrew ha argumentado, no sin razones de peso, que celtas son los Galli,
Galatae y Keltoi clásicos; el etnónimo celtici; las lenguas célticas, por
supuesto; los grupos arqueológicos de La Téne y Hallstatt; el arte lateniense y
su “espíritu celta”; la “herencia” celta (música, por ejemplo), y hasta el arte
irlandés del siglo I, aunque nada tenga que ver con los celtas de la Edad del
Hierro. El modelo tradicional, como bien saben muchos, decía que la cuna del
celtismo estaba en La Téne, desde donde se extendían por todas partes; una
expansión por migración.
Sin
embargo, en los años noventa del pasado siglo XX, los arqueólogos británicos
empezaron a cambiar el paradigma, configurando una idea (“Celtic from the west”),
que ha sido vertida en varios libros desde hace menos de diez años. Los
responsables máximos son los profesores de la Universidad de Oxford John Koch y
Barry Cunliffe, para quienes el hogar tradicional y original de los celtas en
Centroeuropa no es ya el paradigma válido.
No
obstante, ha habido también otras propuestas en este mismo derrotero,
concretamente el denominado Paradigma de la Continuidad Paleolítica (constancia
de lenguas y poblaciones en Europa desde el Paleolítico, con la supuesta
presencia de una lengua protoindoeuropea durante el Paleolítico Superior que
estaría relacionada con la llegada africana de Homo sapiens a Europa). La teoría
ha sido defendida, desde 2005, por lingüistas como Mauro Alinei, A. Häusler, F.
Benozzo, el español Xavier Ballester, Marcel Otte, o el antropólogo H.
Harpening y el genetista italiano Cavalli-Sforza.
Según
los investigadores británicos, la idea principal que manifiestan es que la
arqueología, la lingüística y la genética parecen probar que el hogar ancestral
de los celtas y, por tanto, su lugar de origen, se encuentra realmente en los
finisterres atlánticos, desde las Islas Británicas hasta el sur de la Península
Ibérica.
Desde
el 2012 en adelante, se atienen también a un relevante y definitivo cambio
cronológico, señalando que la génesis atlántica, sobre todo de las lenguas, se
adecua a un tiempo más largo, por lo menos hasta el III milenio a.e.c.,
relacionándose con las gentes del fenómeno del vaso campaniforme, que se
extendieron por toda Europa (dirección oeste-este). Este revolucionario idea se
fundamenta en la distribución de la toponimia celta en Europa, con una diáfana
mayor densidad en las áreas atlánticas. Esta nueva celticización desde el
occidente llegaría a expandirse hasta Centroeuropa, Anatolia y la región de los
Balcanes durante la II Edad del Hierro. Esta expansión del celtismo sería,
probablemente, la expansión, de modo diferente, de varios aspectos: las
lenguas, las tradiciones druídicas y, desde el centro de Europa, la expansión
de La Téne.
Es
probable que los estudios de arqueogenética (Jean Manco, por ejemplo), tengan
algo que decir al respecto en un tiempo prudencial, aunque sus presupuestos
todavía resultan muy discutibles para la mayoría de especialistas. Así, en este
nuevo contexto, ¿podríamos acabar por aceptar al tartésico como una lengua
céltica?. A día de hoy parece ya un planteamiento cada vez más probable. De hecho,
véase como en el mapa que abre esta reflexión se enumera como céltico el
tartésico del sureste peninsular, aunque no hay consenso al respecto ni mucho
menos sobre tal catalogación.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2021.
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