10 de enero de 2022

Peculiaridades militares de Cartago


Imagen: elefantes de guerra atacando la formación romana durante la célebre batalla de Zama. Ilustración de Cornelis Cort, en 1567.

El ejército púnico, siempre pendiente de la extensión de los territorios que de Cartago dependían, precisaba la combinación de un poderoso contingente terrestre con una amplia flota que fuese capaz de asegurar las rutas mercantiles y de comunicación entre las islas de Sicilia y Cerdeña,  el norte de África y la península Ibérica. A pesar de los enfrentamientos sostenidos contra Siracusa en los siglos V y IV a.e.c., Cartago fue incapaz de organizar un ejército permanente convenientemente entrenado y dotado de una idiosincrasia propia así como de un sistema de mando adecuado que le facilitara definir un modelo de combate estricto. Las derrotas ante Marco Régulo en África al comienzo de la Primera Guerra Púnica, provocaron el rechazo a los generales cartagineses, de manera que se entregó el mando a un foráneo, al lacedemonio Jantipo.

Los gastos necesarios para sufragar la flota y un ejército compuesto básicamente por mercenarios provocarán una enorme carga en las finanzas de Cartago, un hecho que habría de condicionar ciertas decisiones políticas en el siglo III, como aquella de no abonar las soldadas a los mercenarios del ejército de Amílcar repatriado desde Sicilia al culminar la Primera Guerra Púnica, ocasionando una sublevación entre 240 y 238 a.e.c. dirigida por Mathos, o como el caso de la conquista bárquida de la península Ibérica a partir de 238. Con la intención de dominar las explotaciones mineras del sudeste.

La falange, que estaba formada por los ciudadanos de Cartago, conformaría el núcleo del ejército a lo largo del siglo IV a.e.c. Se trataba de un cuerpo de elite que nunca combatía fuera del territorio africano. Se ubicaba en el centro de la formación del ejército, detrás de los célebres elefantes, siendo protegido en los flancos por los auxiliares mercenarios y la caballería. El máximo de la recluta cartaginesa se ha fijado en casi veinticinco mil infantes, unos cuatro mil jinetes y algo más de trescientos elefantes. A ello habría que añadir muy probablemente, un gran contingente de tropas auxiliares mercenarias, formadas por libios, iberos y númidas, según señala Plutarco. Se puede afirmar que el núcleo principal de las tropas de infantería cartaginesas lo conformaban los mercenarios. Eran captados por reclutadores a lo largo y ancho del Mediterráneo. En las guerras efectuadas por Cartago, combatieron desde Africa a Italia, por salario y botín, al servicio de la metrópoli púnica, griegos de poleis distintas, lacedemonios, baleares, galos, iberos, númidas africanos y celtiberos.

Empleaban como panoplia un yelmo tracio con crinera metálica, aunque también pudieron emplear cascos de bronce cónicos sin visera. Además, empleaban una coraza metálica de hierro, luego  sustituida, ya en el siglo III, por las cotas de malla itálicas, además de grebas de bronce. Otras armas de los mercenarios eran el escudo circular cóncavo de tipo griego, la lanza corta o la jabalina (longche).

Los ciudadanos configuraron parte esencial de la caballería púnica, diferenciada de los jinetes númidas y libios. Armados de forma análoga a la infantería, constituían una caballería pesada que se reclutaba entre la nobleza, siendo  equipada a su costa. En numerosas ocasiones formaron la guardia personal de los jefes del ejército.

Los oficiales superiores, surgidos entre las familias principales de la nobleza agraria o  bien ciudadana cartaginesa, configuraron una elite vinculada por lazos de parentesco, algo que les garantizaba el acceso al mando de las tropas. Sin embargo, su estatus no siempre les protegió de las consecuencias de sus equivocaciones, pues era común la ejecución de los mandos militares acusados de incompetentes, sobre todo crucificados. En ciertos casos, como los Barca en la península Ibérica en la segunda mitad del siglo III, el comando supremo del ejército permanecía siempre en una misma familia.

Durante los períodos de paz, se ignora la estructura de mando ni cómo se adaptaba ésta al comenzar las hostilidades. Polibio parece señalar  la existencia de un par de generales o mandos supremos en el ejército cartaginés; uno de ellos permanecería inicialmente en Africa con las tropas de reserva, mientras que el otro combatiría, con los mercenarios y el apoyo de la flota.

Poco se sabe acerca de los cargos del cuerpo de oficiales. Destaca, siempre según Polibio, el de boetarco (un jefe de tropas auxiliares). En cualquier caso, debe suponerse que los mercenarios contarían con sus sistemas propios de mando, que garantizasen la cohesión de las tropas.

Parte crucial de la caballería cartaginesa la conformaban los jinetes númidas, quienes cumplían misiones de enlace, exploración y persecución de las tropas vencidas con la intención de ampliar el número de bajas.  También eran empleados como cebo en las emboscadas debido a su gran movilidad y rapidez para replegarse. Como arma defensiva  usaban un escudo circular, mientras que jabalinas para atacar, vistiendo habitualmente una túnica corta. No obstante, los jinetes que Cartago alistaba en el norte de África podían ser asimismo, gétulos o libios. Ya en el siglo IV a.e.c., la caballería cartaginesa empleaba además los carros de guerra arrastrados por un tiro de cuatro caballos, que seguía el modelo asirio.

Introducidos en Occidente por Alejando Magno, los elefantes se constituyeron como un arma habitual en las guerras de las centurias III y II a.e.c., empleándose como fórmula para imponerse a las disciplinadas formaciones de infantería pesadamente armadas. El problema era que Cartago no podía abastecerse de forma continua de paquidermos indios, de forma que obtenía los africanos en la región del Sahara, aunque eran más pequeños que los asiáticos.

Las primeras batallas en el Mediterráneo central en las que se utilizaron elefantes fueron las campañas de Pirro en Sicilia y el sur de la península Itálica, creando terror entre las legiones romanas que no sabían enfrentarlos. Según los textos clásicos los elefantes se empleaban utilizando su fuerza y masa corporal con la intención de hundir las líneas y pisotear las tropas. No se menciona la existencia de torres de madera sobre el lomo de los animales desde las que combatirían piqueros y arqueros. Sin embargo, en ciertas terracotas y vasijas pintadas se representan torres de madera que habrían sido usadas por Pirro y los reyes seléucidas. Roma, tras haber sufrido a los elefantes como arma de guerra los introdujo en su ejército, empleándolos sobre todo en la península Ibérica durante las Guerras Celtibéricas.

Sin duda, el ideal fundamental tanto de Cartago como de las ciudades de la Magna Grecia consistía en repetir la falange macedónica, cuya organización se conoce gracias a las descripciones de  Asclepiodoro y Polibio. Esta formación fue considerada en el mundo griego un invencible sistema de combate hasta las derrotas de Cinoscéfalos y Pidna (168 a.e.c.) ante las flexibles legiones romanas.

Los soldados cartagineses aportaron influjos mediterráneos, que convivirán, mezclándose, con aquellos autóctonas, a su vez influidos por los galos. Fue el singular caso de la  adaptación de las espadas de La Tène que darán como resultado el gladius hispaniense.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.


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