Imagen: elefantes
de guerra atacando la formación romana durante la célebre batalla de Zama.
Ilustración de Cornelis Cort, en 1567.
El
ejército púnico, siempre pendiente de la extensión de los territorios que de
Cartago dependían, precisaba la combinación de un poderoso contingente
terrestre con una amplia flota que fuese capaz de asegurar las rutas mercantiles
y de comunicación entre las islas de Sicilia y Cerdeña, el norte de África y la península Ibérica. A
pesar de los enfrentamientos sostenidos contra Siracusa en los siglos V y IV
a.e.c., Cartago fue incapaz de organizar un ejército permanente convenientemente
entrenado y dotado de una idiosincrasia propia así como de un sistema de mando adecuado
que le facilitara definir un modelo de combate estricto. Las derrotas ante
Marco Régulo en África al comienzo de la Primera Guerra Púnica, provocaron el
rechazo a los generales cartagineses, de manera que se entregó el mando a un
foráneo, al lacedemonio Jantipo.
Los
gastos necesarios para sufragar la flota y un ejército compuesto básicamente
por mercenarios provocarán una enorme carga en las finanzas de Cartago, un
hecho que habría de condicionar ciertas decisiones políticas en el siglo III, como
aquella de no abonar las soldadas a los mercenarios del ejército de Amílcar repatriado
desde Sicilia al culminar la Primera Guerra Púnica, ocasionando una sublevación
entre 240 y 238 a.e.c. dirigida por Mathos, o como el caso de la conquista
bárquida de la península Ibérica a partir de 238. Con la intención de dominar
las explotaciones mineras del sudeste.
La
falange, que estaba formada por los ciudadanos de Cartago, conformaría el
núcleo del ejército a lo largo del siglo IV a.e.c. Se trataba de un cuerpo de
elite que nunca combatía fuera del territorio africano. Se ubicaba en el centro
de la formación del ejército, detrás de los célebres elefantes, siendo
protegido en los flancos por los auxiliares mercenarios y la caballería. El
máximo de la recluta cartaginesa se ha fijado en casi veinticinco mil infantes,
unos cuatro mil jinetes y algo más de trescientos elefantes. A ello habría que
añadir muy probablemente, un gran contingente de tropas auxiliares mercenarias,
formadas por libios, iberos y númidas, según señala Plutarco. Se
puede afirmar que el núcleo principal de las tropas de
infantería cartaginesas lo conformaban los mercenarios. Eran captados por
reclutadores a lo largo y ancho del Mediterráneo. En las guerras efectuadas por
Cartago, combatieron desde Africa a Italia, por salario y botín, al servicio de
la metrópoli púnica, griegos de poleis
distintas, lacedemonios, baleares, galos, iberos, númidas africanos y
celtiberos.
Empleaban
como panoplia un yelmo tracio con crinera metálica, aunque también pudieron
emplear cascos de bronce cónicos sin visera. Además, empleaban una coraza
metálica de hierro, luego sustituida, ya
en el siglo III, por las cotas de malla itálicas, además de grebas de bronce.
Otras
armas de los mercenarios eran el escudo circular cóncavo de tipo griego, la
lanza corta o la jabalina (longche).
Los
ciudadanos configuraron parte esencial de la caballería púnica, diferenciada de
los jinetes númidas y libios. Armados de forma análoga a la infantería,
constituían una caballería pesada que se reclutaba entre la nobleza, siendo equipada a su costa. En numerosas ocasiones formaron
la guardia personal de los jefes del ejército.
Los
oficiales superiores, surgidos entre las familias principales de la nobleza
agraria o bien ciudadana cartaginesa, configuraron
una elite vinculada por lazos de parentesco, algo que les garantizaba el acceso
al mando de las tropas. Sin embargo, su estatus no siempre les protegió de las
consecuencias de sus equivocaciones, pues era común la ejecución de los mandos
militares acusados de incompetentes, sobre todo crucificados. En ciertos casos,
como los Barca en la península Ibérica en la segunda mitad del siglo III, el
comando supremo del ejército permanecía siempre en una misma familia.
Durante
los períodos de paz, se ignora la estructura de mando ni cómo se adaptaba ésta al
comenzar las hostilidades. Polibio parece señalar la existencia de un par de generales o mandos
supremos en el ejército cartaginés; uno de ellos permanecería inicialmente en Africa
con las tropas de reserva, mientras que el otro combatiría, con los mercenarios
y el apoyo de la flota.
Poco
se sabe acerca de los cargos del cuerpo de oficiales. Destaca, siempre según
Polibio, el de boetarco (un jefe de tropas auxiliares). En cualquier caso, debe
suponerse que los mercenarios contarían con sus sistemas propios de mando, que
garantizasen la cohesión de las tropas.
Parte
crucial de la caballería cartaginesa la conformaban los jinetes númidas,
quienes cumplían misiones de enlace, exploración y persecución de las tropas
vencidas con la intención de ampliar el número de bajas. También eran empleados como cebo en las
emboscadas debido a su gran movilidad y rapidez para replegarse. Como arma
defensiva usaban un escudo circular,
mientras que jabalinas para atacar, vistiendo habitualmente una túnica corta. No
obstante, los jinetes que Cartago alistaba en el norte de África podían ser
asimismo, gétulos o libios. Ya en el siglo IV a.e.c., la caballería cartaginesa
empleaba además los carros de guerra arrastrados por un tiro de cuatro
caballos, que seguía el modelo asirio.
Introducidos
en Occidente por Alejando Magno, los elefantes se constituyeron como un arma habitual
en las guerras de las centurias III y II a.e.c., empleándose como fórmula para
imponerse a las disciplinadas formaciones de infantería pesadamente armadas. El
problema era que Cartago no podía abastecerse de forma continua de paquidermos indios,
de forma que obtenía los africanos en la región del Sahara, aunque eran más
pequeños que los asiáticos.
Las
primeras batallas en el Mediterráneo central en las que se utilizaron elefantes
fueron las campañas de Pirro en Sicilia y el sur de la península Itálica, creando
terror entre las legiones romanas que no sabían enfrentarlos. Según los textos
clásicos los elefantes se empleaban utilizando su fuerza y masa corporal con la
intención de hundir las líneas y pisotear las tropas. No se menciona la
existencia de torres de madera sobre el lomo de los animales desde las que
combatirían piqueros y arqueros. Sin embargo, en ciertas terracotas y vasijas pintadas
se representan torres de madera que habrían sido usadas por Pirro y los reyes
seléucidas. Roma, tras haber sufrido a los elefantes como arma
de guerra los introdujo en su ejército, empleándolos sobre todo en la península
Ibérica durante las Guerras Celtibéricas.
Sin
duda, el ideal fundamental tanto de Cartago como de las ciudades de la Magna
Grecia consistía en repetir la falange macedónica, cuya organización se conoce gracias
a las descripciones de Asclepiodoro y
Polibio. Esta formación fue considerada en el mundo griego un invencible sistema
de combate hasta las derrotas de Cinoscéfalos y Pidna (168 a.e.c.) ante las
flexibles legiones romanas.
Los
soldados cartagineses aportaron influjos mediterráneos, que convivirán, mezclándose,
con aquellos autóctonas, a su vez influidos por los galos. Fue el singular caso
de la adaptación de las espadas de La
Tène que darán como resultado el gladius
hispaniense.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.
Gracias
ResponderEliminarSaludos. Me alegra saber que la entrada es de utilidad. J.
ResponderEliminar