2 de junio de 2022

El arte paleolítico y sus probables temáticas mitológicas


Imagen. Tema del enfrentamiento del oso y el ser humano. Péchialet, Dordoña y Mas d'Azil, Ariége. Héroe solar que enfrenta a guardián del Más Allá en la figura del plantígrado. Su arcaica formulación sería, tal vez, el mito del hurto del fuego.

Los recónditos espacios de las cuevas paleolíticas con presencia de actividad estética humana pudieron ser los marcos expresivos de ceremonias y rituales, así como de posibles escenificaciones de ideas y sucesos míticos. Hoy se sabe que las figuras y los conjuntos con presencia de animales, humanos y símbolos abstractos responden a patrones, y no fueron pintadas de manera aleatoria La yuxtaposición temática sería el fundamento de un sistema dual.

El mitograma, en la terminología de A. Leroi-Gourhan, aludiría a hechos o presuntas narraciones míticas muy esquematizadas. Los conjuntos de la figuración, zoomorfa y antropomorfa, añadida a signos de carácter simbólico en las cuevas entrarían en esta categoría de mitogramas, al mostrarse conformados por figuras agrupadas, por temáticas simbólicas que el especialista debe concatenar. El modo de expresión pictográfico establece entre las distintas figuras una trama, evocando con ello acciones que se adherirían a una dimensión temporal. El mitograma sería algo semejante a un enunciado simbólico, si bien no articulado narrativamente, y de ahí la dificultad intepretativa.

En el intento de ofrecer un acercamiento hermenéutico a estas arcaicas imágenes y útiles del Paleolitico se ha empleado la mitología lunar y solar como marco clave. El tema mítico solar y lunar se ha tomado, por tanto, como referencia simbólica, lo cual significa sostener que las sociedades de cazadores y recolectores reconocían e invocaban divinidades y entidades sobrenaturales, entre las cuales estarían los astros visibles más destacados, el sol o la luna. Estas deidades serían plasmadas con forma animal. Los animales del repertorio temático del arte paleolítico serían usados como emblemas de ambos astros. No se debe olvidar que animales como el toro se asociaron a la luna en el ámbito del Mediterráneo de la antigüedad, en tanto que el ciervo suele representarse en el arte de finales del Paleolítico de la Península Ibérica al lado de símbolos solares. Del mismo modo, otros animales, como el oso se ha relacionado directamente con la luna, el invierno y la nocturnidad en las tradiciones ártico-siberianas, mientras que el caballo se asoció al sol en poblaciones nórdicas, griegas o hindúes.

Es muy probable que las formas del mundo de la caza de estas épocas tan remotas podrían emplearse como mecanismos transmisores de conocimientos trascendentes, míticos o religiosos. Si se entiende que  la concepción del mensaje paleolítico expresado en el arte es diferente a la realidad material, física, se puede pensar que los elementos que conforman las  manifestaciones de arte paleolítico trabajan como ideogramas, como imágenes y símbolos que refieren otro concepto o bien otra entidad  distinto del evocado directamente. El arte paleolítico, por tanto, no tendría una finalidad únicamente estética, sino que haría las veces de medio de codificación conceptual y de acontecimientos estrechamente vinculados con el mundo ceremonial y mítico. Por mediación de detalles y acciones de los elementos figurativos se transmitirían contenidos alegóricos.

En  las  antiguas mitologías,  la  luna  es vista como un ser andrógino debido a lo variable de sus fases, mostrando aspectos masculinos y femeninos. El aspecto menguante se relacionado con lo masculino, y el aspecto circular con la gravidez femenina. Una unión de ambos principios opuestos estaría presente en el formado por el cuerno y ojo del bisonte (el ojo simbolizaría el órgano sexual femenino y el cuerno el falo). Aquí, la metáfora de la unión genital evoca la unicidad de principios de la deidad lunar. Los  bastones  perforados, por su parte, adoptan una morfología masculina, aunque destacando en ellos un orificio. En los bastones destaca la morfología alargada, combinada con el orificio, algo análogo al tema del cuerno-ojo. El orificio del objeto desempeñaría una función en el mensaje que se quiso transmitir. Así, en el bastón del abrigo de La Madeleine (Dordoña), se colocaron cuatro caballos en fila, y entre ellos el orificio. La otra cara se decoró con otros tres équidos en fila. Estaríamos delante del tema solar en su recorrido de varias etapas.

En este sentido, los cuatro caballos aludirían a las cuatro direcciones solares y también a las cuatro estaciones, mientras que los otros tres simbolizarían el recorrido solar diario (nacimiento, cenit y ocaso). En bastones de las cuevas de El Pendo y Valle se disponen cabezas de ciervas delante del agujero. Este tema, el de la cierva que antecede a un caballo y al orificio se aprecia también en el bastón perforado sobre asta de ciervo del abrigo Mège, Teyjat, datado en el período Magdaleniense.  El orificio, aparte de funcional, transmite un significado al ser colocado tras las cabezas de las ciervas, pues puede aludir al círculo y al Sol. La lectura podría ser variada: tanto referir el diario nacimiento del sol, como aludir a la anualidad estacional, en especial a la aparición del calor al llegar la primavera. También podría significar la idea de la renovación, algo implícito en el emblema con forma de sierpe. Todos estos conceptos pueden expresarse por medio de una forma mítica, lo cual implicaría la presunta codificación de un mito, un mitograma. No es casual que el relato maya de la primera aurora mencione a los primeros humanos creados, fundadores de los cuatro linajes maya-quichés, espías de Venus, pues emergió antes que el Sol. Tras quemar copal hacia el este, en dirección al sol naciente, con el humo subiendo hacia el cielo, esperaron al amanecer. Con el sol ya en lo alto, los animales se congregaron en las cimas de las montañas y miraron al oriente. 

En los casos en los que  la cierva precede al círculo, al ciervo macho o al caballo, podríamos encontrarnos ante  la evocación de un concepto, o tal vez de un mito, referente al sol naciente. En este caso, la cierva, como Venus, anunciaría el astro diurno. El bastón perforado evocaría una simbología doble, tanto la lunar del soporte como la solar de la decoración del mismo. El humano del Paleolítico aludiría, por consiguiente, a mitos y conceptos referentes a la oposición y sucesión del día y la noche, verano e invierno, además del ciclo lunar. Esta temática vendría reflejada en la asociación o yuxtaposición de caballos y bóvidos, o por un caballo rodeado de bóvidos, cabras o mamuts.

Algunos ejemplos de la cultura material paleolítica pueden entenderse como escenas que describen acciones o aluden a ciertos rituales. Las mitologías antiguas señalan al toro o al bisonte como el principio masculino, ser primigenio creado por la Diosa, a la que fecunda. Este elemento masculino da origen, con la Diosa, a todo. Este referente, que pudo estar presente  en  el  Paleolítico  Superior  explicaría  tradiciones  posteriores, la del perro en las mitologías americanas,  la del toro en el Mediterráneo (Zeus metamorfoseado en toro para seducir a Europa), o la del oso en los relatos de zonas árticas. Sería el tema de la unión sacra entre la Diosa y su hijo y esposo a la vez, el toro lunar.

En la cueva de Los Casares se documentan escenas relativas a ceremonias de purificación acuáticos, evidencia de prácticas chamánicas, de modo similar a las efectuadas por chamanes siberianos en el marco de ritos de consagración. Si la caverna se identificaba simbólicamente como la manifestación de la Gran Madre, el ritual sería una bajada al ámbito de la Diosa, al útero femenino.  En todo caso, no se puede afirmar que hubiese una plasmación explícita de hechos míticos, puesto que los contenidos son claramente simbólicos.

Un probable encuentro mítico entre el ser humano y animales como el toro o el oso es reconocible en ciertos paneles y objetos mobiliares, en los que se aprecian escenas que tratan del enfrentamiento de un ser antropomorfo con uno de estos animales. Escenas que muestran a un antropomorfo y a un oso se pueden ver en la cueva de Péchialet (Dordoña), en la que dos humanos se oponen a un plantígrado, así como en un rodete de hueso de Mas d ́Azil (Ariège), con un personaje masculino en pugna con un oso. Conviene recordar que el oso se concibe como un espíritu superior o una entidad sobrenatural que se asocia al chamán.  En Péchialet las siluetas antropomorfas pueden sugerir aves. La repetición de tales escenas indicaría que podría tratarse de algún mito o de una ceremonia especial. En  la  mitología aparece el mito del héroe o pájaro solar que combate al guardián del Más Allá y de la noche, habitualmente un oso o un toro. En ciertas ocasiones es conocido por mediación de su formulación primitiva, la del mito del robo del fuego. En ciertos mitos se cuenta que un oso es quien oculta el fuego al sol, o que provoca el frío (como entre los Kaska de las Rocosas).  

La misión del chamán consiste en recuperar el fuego del sol. En un contexto chamánico, se trata de un rito iniciático para buscar  la luz, oculta en el inframundo, en la oscuridad primigenia. El chamán, con forma de pájaro, debe robar la luz del sol perdida y escondida en las profundidades inframundanas por la deidad de la noche. Así pues, se aprecia una interrelación de hechos míticos, en tanto que el motivo del pájaro se relaciona con recuperar el fuego y la luz.  Serían mitos referidos a la pugna dialéctica de luz y oscuridad, en el un oso o un bisonte haría las veces de espíritu nocturno y de la luna. En el mundo del Paleolítico parece factible la presencia de tal interconexión entre el pájaro, el bisonte o el oso. Las  representaciones que muestran antropomorfos o antropomorfos-ave (bisontes, osos, toros), podrían haber poseído, por lo tanto, un carácter mítico-ritualístico. Estas situaciones tal vez se escenificaban ritualmente en las cuevas, reproduciendo conceptos míticos.

Con las acciones de esta índole se relacionan escenas en las que se distinguen un par de rostros antropomorfos afrontados, uno de los cuales es siempre de mayor tamaño y con un aspecto grotesco.  Tal vez sea la representación de un encuentro iniciático. Puede sr el antecedente de escenas como la del sepulcro megalítico de Gavrinis, en Bretaña, en donde se aprecia un toro  junto a un hacha y la forma espiral-laberinto, expresión de un rito de tránsito al más allá, lugar de la batalla entre el sol y la deidad de la noche. En estos contextos arqueológicos, aquellos enterrados en los dólmenes debían enfrentarse, de un modo ritual, al guardián para renacer como cuerpo celeste, lo cual explica la abundancia de motivos con forma de sol y motivos astrales en la decoración de tales sepulturas en dólmenes,  todo ello al lado de antropomorfos que actuarían como símbolos de heroización, asociando al muerto con los astros.

Derivaciones de mitos de tales consideraciones como los que se han comentado previamente se encuentran en la ritualidad mitraica (Mitra vence al toro en la caverna), en la figura de héroes fundadores (Teseo, vencedor del Minotauro en el laberinto, el lugar de la doble hacha), en Gilgamés, vencedor  del  Toro  celestial,  o en el gran Hércules capturando al toro de Creta, en forma de uno de sus célebres doce trabajos. Un  mito cuya evocación se observó por primera vez en el arte del Paleolítico.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, junio, 2022. 

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