Literatura india. Arundhati Roy y el mundo indio en Kerala a través de El Dios de las pequeñas cosas
Arundhati Roy es hija de madre cristiana siria-ortodoxa de la región de Kerala, y de padre hindú de Bengala. Hizo sus estudios de arquitectura en la Universidad de Delhi, aunque su temprana vocación literaria le llevó a realizar guiones para películas y algunas series de televisión. Su primera y única novela hasta ahora es El dios de las pequeñas cosas, escrita entre 1992 y 1996, y galardonada con el premio Booker de 1997. Sin embargo, quizá su desempeño más significativo se realiza a través de artículos de opinión, escritos políticos y de compromiso social, en los que procura romper una lanza a favor de los más desfavorecidos o los desposeídos. Por toda esta actividad ganó el Premio Sydney de la Paz en 2004 por su denodado trabajo en campañas sociales y por su ferviente apoyo al pacifismo como política vital. En sus escritos busca ser entendida en el mayor número de lenguas indias posibles. Según lo que ella misma afirma, en India están más familiarizados con sus escritos de opinión y de corte político que con su novela. En su labor narrativa la propia autora ha señalado que sus maestros inspiradores han sido Vladimir Nabokov y James Joyce, sin embargo, ha sido comparada por la crítica literaria, en específico por esta magnífica novela, con el colombiano Gabriel García Márquez, por sus presuntos toques de realismo mágico, y con Salman Rushdie, en virtud de su puntilloso pulso narrativo.
La novela que queremos aquí comentar, y de la que deseamos extraer aspectos históricos de la India contemporánea, es, realmente, una obra semiautobiográfica que cuenta las experiencias vitales, en tono de cierta magia y mitología, de dos hermanos gemelos en el estado de Kerala, al sur de India, desde 1969 hasta su reencuentro 24 años más tarde. La mayoría de la historia sucede en una aldea que se llama Ayemenem, en Kottayam, en el mencionado estado sureño. Es reseñable que una significativa porción de la novela está escrita desde la visión y perspectiva de los niños. La novela capta con bastante claridad varios aspectos relevantes de la vida en esta región, desde el comunismo pasando por el cristianismo sirio-ortodoxo, heredado de la madre de la autora, hasta el imperante sistema de castas.
Estamos ante una historia de tres generaciones de una familia en el sur de India, que acaba, como muchas otras, desperdigada por el mundo, aunque logra reencontrarse en su tierra natal. Pero en realidad es más de una historia; son muchas entrelazadas en una general: la de la niña inglesa que se ahoga en un río, una muerte que permanece en la retina de los gemelos; la de los dos gemelos; la de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros; aquella del hermano de Ammu, un marxista educado en Oxford y divorciado de una mujer inglesa, con lo cual se vincula el mundo occidental, concretamente británico y su poso colonialista, con el local; la de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y, sobre todo, pasiones prohibidas. Estamos, entonces, ante una historia familiar que transita tiempos convulsos en los que todo puede cambiar de un día para el otro, y en un país cuyas esencias y tradiciones más arcaicas parecen eternas y ancladas en la cotidianidad más actual. Se trata de una suerte de saga familiar en la que se entremezclan amor y muerte, como vida y renacimiento, un ideal tradicionalmente presente en la religiosidad india, en donde las pasiones rompen tabúes (especialmente de casta). Es una historia, además, de los deseos inalcanzables, de la lucha por la justicia, tan precaria entre sectores sociales menos favorecidos, y una de las mayores preocupaciones de la autora; del dolor causado por la pérdida de la inocencia, del peso e influencia del pasado y todas las variables posibles de un presente multifocal. Nos encontramos con una obra en la que no existe un desarrollo lineal de la trama, sino que se nos conduce por vericuetos en los que los diferentes acontecimientos y sucesos discurren por medio de constantes cambios de orientación, de focalización. En este sentido, el presente y el pasado se suceden y alternan, se enlazan por que son una misma cosa, a pesar de los cambios. Un tema recurrente en la narración lo conforman el sistema de castas, sus particularidades y pervivencias. Se señala cómo las múltiples castas de India todavía permanecen, son renuentes a desaparecer a pesar de los embates de la modernidad y de su marcado tono de injusticia social. En este sentido, parece haber una velada denuncia, aunque también resignada aceptación, de la persistente influencia británica, aunque ya empieza a quedar lejana la definitiva retirada del Imperio, y la menos velada muestra de las diferencias económicas entre grupos, el contraste entre la riqueza de unos pocos potentados al lado y frente a la impresionante miseria de muchos pobres, de cualquier edad o sexo. Finalmente, la novela retrata, de modo interconectado con lo anteriormente señalado, la presencia de amores socialmente posibles y lícitos enfrentados a los considerados imposibles, tradicional y religiosamente sacrílegos.
Esta novela, y quizá de ahí su peculiar título, rememora los paisajes delicados, vibrantes, a veces efímeros o impermanentes (muy al estilo budista y la estética hindú), que son una singular mezcla de naturaleza y civilización, y nos muestra la belleza de cada minúsculo y detallado, pero significativo momento, de una vida. Los personajes viven, respiran, actúan nítidamente, casi se sienten. En fin, estamos ante una novela que presenta historias amorosas que no siempre pueden, ni deben ser; ante un relato que hace hincapié en esas pequeñas cosas, detallados aspectos y situaciones que hacen vivir, que son, de hecho, las que merecen la pena ser vividas, experimentadas, sentidas.
Julio López Saco
Enero del 2009
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