Las tres personalidades
históricas casi tienen vidas análogas, ya que les correspondió intentar salvar
a sus respectivas tierras (Península Ibérica, la Galia y Britania,
respectivamente), enfrentándose al invasor romano, que finalmente los derrotó.
Entre 159 y 139 a.e.c.
Viriato encabezó veinte años de lucha por mantener la independencia de
Lusitania, que fueron calificados por ciertos historiadores romanos como la
guerra de fuego. El pueblo céltico de los lusitanos, cuyas ciudades más
importantes fueron Norba (Cáceres), Aeninium (Coimbra) y Ebora, (la Évora
actual), nunca esperaban a que los romanos les atacasen, sino que ellos toman
la iniciativa, en virtud de que sus condiciones sociales y económicas habían
desarrollado la práctica del bandolerismo por tierras turdetanas como modo de
ganarse la vida.
En 155 a.e.c. un tal
Púnico fue el elegido para dirigir un escaso ejército de un millar de lusitanos
y vetones. Aunque obtuvo bastantes victorias y llegó hasta el Mediterráneo, no
consiguió que les turdetanos renunciasen a sus tratados con los romanos. Le
sustituyó Césaro, que continuó con sus victorias, aunque finalmente fue vencido.
Los ejércitos del
pretor de la Hispania Ulterior, Servio Sulpicio Galba, y de Lúculo, pretor de
la Citerior, se internaron en Lusitania, en 151 a.e.c., en donde atacaron
pequeñas ciudades. Además incendiaron los campos y los bosques. Galba convocó a
las diversas tribus lusitanas para ofrecerles un tratado especial, que consistía
en el reparto de tierras a cambio de que abandonasen las incursiones contra los
romanos y sus aliados. Los que acudieron fueron separados en tres campamentos
levantados para la ocasión, y se les pidió que, como amigos que ya eran,
dejasen fuera las armas. Muy pocos escaparon vivos a la encerrona. El resto fueron
vendidos a los mercaderes de esclavos. Entre los pocos jóvenes que consiguieron
escapar de la encerrona de Galba, estuvo Viriato, un hombre caracterizado por
su vida austera.
En el 147 a.e.c.
Viriato disponía ya de un ejército de unos diez mil hombres, conocedores de los
pasos de las montañas y preparados militarmente por sus colaboradores, llamados
devoti, una suerte de cuerpo de élite
que juraba defender a su jefe con la propia vida. Su primera gran victoria se
produjo frente a las legiones de Cayo Plautio, que contaban con ayuda
celtíbera; después cayó derrotado ante Quinto Fabio, pero de desquitó con las
de Quinto Pompeyo. Muchos celtíberos acabaron engrosando su ejército, aunque no
consiguió acuerdos a largo plazo para confeccionar un frente común organizado
entre las diversas tribus.
Su principal baza
contra el contingente romano fue el bandolerismo y la guerra de guerrillas; es
decir, ataques rápidos y por sorpresa en bosques, montañas o
desfiladeros. Así causaba cuantiosas bajas y podía replegarse con suficiente
rapidez como para impedir el contraataque romano. Era el tipo de guerra llamado
por los romanos latrocinium. También
empleó la táctica de la falsa huída, al simular una retirada que provocaba una confiada
y poco ordenada persecución romana.
A partir de 146 a.e.c.,
Roma comienza a enviar a Hispania cónsules en vez de pretores. Tal medida
supone un ejército con el doble de legionarios y de tropas auxiliares. Esta vez
fue Serviliano el que se internó en Lusitania. Curio y Apuleyo, probablemente
jefes de bandoleros consiguieron un momentáneo freno a sus intenciones. Serviliano
acabó arrasando pequeñas comunidades lusitanas y consiguiendo numerosos
esclavos. Cuando esta incursión llegó a oídos de Viriato, rehízo su ejército. El
primer enfrentamiento le resultó favorable. Ofreció al cónsul un tratado por el
que se le reconocía el dominio de la tierra conquistada. Serviliano aceptó y
cada parte conservaría los territorios como los tenían hasta ese instante. Sin
embargo, el nuevo cónsul, Servilio Cepión, llegó a la Península Ibérica,
autorizado por el Senado para romper el tratado. Viriato intentó evitar
un final previsible, y
por ello se allega al campamento del cónsul Lenas, en la Citerior, para
proponerle un nuevo tratado. El romano impone la entrega de desertores y
antiguos aliados y, sobre todo, la entrega de las armas, a lo cual Viriato se
opone.
Tres de sus hombres de
confianza, Audax, Ditalco y Minuro le proponen negociar con el otro cónsul,
Cepión. Tras la entrevista con el cónsul, regresan y le dicen a Viriato que
lograron comenzar las negociaciones. Ahora serían los cuatro los que fuesen a
concluir el tratado. Sin embargo, a traición asesinan a Viriato, quizá buscando
alguna recompensa en forma de tierras o previendo la necesidad de evitar un
aplastamiento militar inminente. El resto del ejército, fiel a su memoria, se
enfrentó, al mando de Táutalo, a campo abierto con romanos, sufriendo una
derrota inevitable.
El escenario en el que se desarrollan las peripecias de Vercingétorix es la
Galia Trasalpina, con su némesis, el procónsul romano Julio César al mando de
varias legiones, y un gran número de tribus celtas bastante desorganizadas.
César estaba dominando a placer el territorio galo, consiguiendo alianzas y
haciendo que la Galia fuese una tierra prácticamente sometida. Sin embargo, los
galos que no se habían entregado totalmente a la causa romana lograron ponerse
de acuerdo. En 52 a.e.c. aparece públicamente la figura de Vercingetorix,
perteneciente a la tribu de los arvernos. Del mismo modo que actuó Viriato, el
líder galo organizó guerrillas usando jinetes en operaciones rápidas y
contundentes. Con esa estrategia impedía la llegada de forraje para las
guarniciones, destruía los depósitos de cereales e. incluso, derribaba puentes.
Además, configuró una red de exploradores como informadores para espiar los
movimientos de los enemigos. Consiguió unir a una mayoría de las tribus galas
existentes.
Vercingetórix utilizó la táctica de tierra quemada, a lo cual hay que
añadir el incendio de ciudades para que cuando pasasen por allí las legiones de
César no tuvieran más avituallamiento.
Consigue algunas victorias sobre los contingentes romanos. Tras el fracaso en
la defensa del asedio de la ciudad bituriga de Avaricum, y la masacre allí
efectuada por los romanos, nuevas tribus se unen a Vercingetórix, que se ha
refugiado, por entonces, en la ciudad de Gergovia, prácticamente inexpugnable.
Cesar, en su base de operaciones de Noviodunun (Nyon), provee a las legiones y
mantiene como rehenes a miembros de familias nobles de algunas tribus que
garantizan los lazos de amistad. Se le complica conseguir mercenarios galos y
por ello tiene que acudir a germanos. Decide dirigirse hacia Gergovia, tras los
pasos Vercingetórix. A pesar de una victoria inicial, los celtas salen de la
ciudad y se enfrentan a campo abierto con sus enemigos romanos, un hecho que
comportó la victoria de César.
La definitiva contienda tuvo lugar en Alesia, en 52 a.e.c., una ciudad bien
fortificada de los mandubios, donde se había refugiado con todos los que habían
podido escapar de Gergovia. Para evitar una nueva masacre, César exige la
entrega de Vercingetórix y los restantes jefes tribales. Finalmente, éstos
salen y depositan sus armas a los pies del jefe romano, señal de sumisión y
rendición. Vercingetorix fue llevado a Roma encadenado y exhibido como un
auténtico trofeo de guerra.
Boudicca (Boadicea) reina de los iceni, apodada la Victoriosa[1],
personificación de Morrigan, la diosa de la muerte y la destrucción, es otro
ejemplo más de líder celta que combate con ardor al poder romano.
En las islas británicas, las tribus celtas
estaban compuestas por clanes, un conjunto de familias descendientes de un
antepasado común. Estos clanes solían tener el nombre de un animal totémico. Las pugnas y rivalidades intertribales formaban parte de la vida
cotidiana, lo mismo que los pillajes irlandeses, desde el oeste y de los
pictos, desde el norte.
Por orden del emperador Claudio, las legiones romanas controlan todo el sur
y centro de Britania a mediados del siglo I de nuestra era. Un episodio en
particular se convertirá en detonador de la participación de una nueva personalidad
céltica, esta vez en las islas británicas. Prasugatos, rey de los iceni, una
pequeña tribu que ocupaba los actuales territorios de Norfolk y Suffolk, es
aliado de los romanos. Ha sido forzado a declarar al emperador romano (Nerón)
heredero de sus tierras, conjuntamente con dos hijas. A cambio, la tribu icena
se libraría de ataques y destrucciones. Pero al morir Prasugatos, los romanos
irrespetan el tratado y penetran en territorio iceno tomándolo como propiedad
suya, ya que en Roma no se reconocían los derechos hereditarios a las mujeres.
Boudicca, la viuda del rey, encabeza un levantamiento por el que pretende
que se mantenga el pacto firmado por su difunto esposo. La reacción romana es
brutal: la azotan y violan a sus hijas. Además, los jefes territoriales iceni
son desprovistos de sus derechos. Esta y otras acciones romanas más, provocan
que muchas tribus tomen sus armas.
A la cabeza de varias tribus, sobre un carro de guerra, Boudicca se
enfrentará a los romanos dirigidos por Suetonio, pero acabará perdiendo el
combate. La mujer guerrera se quitará la vida antes de caer, definitivamente en
manos romanas, en el año 61.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB-FEIAP. Enero del 2016.
[1] Existen muchas leyendas
celtas en las aparecen mujeres guerreras (las banfennid irlandesas). Es
el caso de Criedne, que guerreó junto a los guerreros fianna, de
Onomaris, reina de los Scordisi, quien combatió a los ilirios, o de Chiomara,
en la Galia, quien logró decapitar al centurión que la había raptado.
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