11 de enero de 2016

Los héroes vencidos celtas: Viriato, Vercingetórix y Boudicca

Las tres personalidades históricas casi tienen vidas análogas, ya que les correspondió intentar salvar a sus respectivas tierras (Península Ibérica, la Galia y Britania, respectivamente), enfrentándose al invasor romano, que finalmente los derrotó.
Entre 159 y 139 a.e.c. Viriato encabezó veinte años de lucha por mantener la independencia de Lusitania, que fueron calificados por ciertos historiadores romanos como la guerra de fuego. El pueblo céltico de los lusitanos, cuyas ciudades más importantes fueron Norba (Cáceres), Aeninium (Coimbra) y Ebora, (la Évora actual), nunca esperaban a que los romanos les atacasen, sino que ellos toman la iniciativa, en virtud de que sus condiciones sociales y económicas habían desarrollado la práctica del bandolerismo por tierras turdetanas como modo de ganarse la vida.
En 155 a.e.c. un tal Púnico fue el elegido para dirigir un escaso ejército de un millar de lusitanos y vetones. Aunque obtuvo bastantes victorias y llegó hasta el Mediterráneo, no consiguió que les turdetanos renunciasen a sus tratados con los romanos. Le sustituyó Césaro, que continuó con sus victorias, aunque finalmente fue vencido.
Los ejércitos del pretor de la Hispania Ulterior, Servio Sulpicio Galba, y de Lúculo, pretor de la Citerior, se internaron en Lusitania, en 151 a.e.c., en donde atacaron pequeñas ciudades. Además incendiaron los campos y los bosques. Galba convocó a las diversas tribus lusitanas para ofrecerles un tratado especial, que consistía en el reparto de tierras a cambio de que abandonasen las incursiones contra los romanos y sus aliados. Los que acudieron fueron separados en tres campamentos levantados para la ocasión, y se les pidió que, como amigos que ya eran, dejasen fuera las armas. Muy pocos escaparon vivos a la encerrona. El resto fueron vendidos a los mercaderes de esclavos. Entre los pocos jóvenes que consiguieron escapar de la encerrona de Galba, estuvo Viriato, un hombre caracterizado por su vida austera.
En el 147 a.e.c. Viriato disponía ya de un ejército de unos diez mil hombres, conocedores de los pasos de las montañas y preparados militarmente por sus colaboradores, llamados devoti, una suerte de cuerpo de élite que juraba defender a su jefe con la propia vida. Su primera gran victoria se produjo frente a las legiones de Cayo Plautio, que contaban con ayuda celtíbera; después cayó derrotado ante Quinto Fabio, pero de desquitó con las de Quinto Pompeyo. Muchos celtíberos acabaron engrosando su ejército, aunque no consiguió acuerdos a largo plazo para confeccionar un frente común organizado entre las diversas tribus.
Su principal baza contra el contingente romano fue el bandolerismo y la guerra de guerrillas; es decir, ataques rápidos y por sorpresa en bosques, montañas o desfiladeros. Así causaba cuantiosas bajas y podía replegarse con suficiente rapidez como para impedir el contraataque romano. Era el tipo de guerra llamado por los romanos latrocinium. También empleó la táctica de la falsa huída, al simular una retirada que provocaba una confiada y poco ordenada persecución romana.
A partir de 146 a.e.c., Roma comienza a enviar a Hispania cónsules en vez de pretores. Tal medida supone un ejército con el doble de legionarios y de tropas auxiliares. Esta vez fue Serviliano el que se internó en Lusitania. Curio y Apuleyo, probablemente jefes de bandoleros consiguieron un momentáneo freno a sus intenciones. Serviliano acabó arrasando pequeñas comunidades lusitanas y consiguiendo numerosos esclavos. Cuando esta incursión llegó a oídos de Viriato, rehízo su ejército. El primer enfrentamiento le resultó favorable. Ofreció al cónsul un tratado por el que se le reconocía el dominio de la tierra conquistada. Serviliano aceptó y cada parte conservaría los territorios como los tenían hasta ese instante. Sin embargo, el nuevo cónsul, Servilio Cepión, llegó a la Península Ibérica, autorizado por el Senado para romper el tratado. Viriato intentó evitar
un final previsible, y por ello se allega al campamento del cónsul Lenas, en la Citerior, para proponerle un nuevo tratado. El romano impone la entrega de desertores y antiguos aliados y, sobre todo, la entrega de las armas, a lo cual Viriato se opone.
Tres de sus hombres de confianza, Audax, Ditalco y Minuro le proponen negociar con el otro cónsul, Cepión. Tras la entrevista con el cónsul, regresan y le dicen a Viriato que lograron comenzar las negociaciones. Ahora serían los cuatro los que fuesen a concluir el tratado. Sin embargo, a traición asesinan a Viriato, quizá buscando alguna recompensa en forma de tierras o previendo la necesidad de evitar un aplastamiento militar inminente. El resto del ejército, fiel a su memoria, se enfrentó, al mando de Táutalo, a campo abierto con romanos, sufriendo una derrota inevitable.
El escenario en el que se desarrollan las peripecias de Vercingétorix es la Galia Trasalpina, con su némesis, el procónsul romano Julio César al mando de varias legiones, y un gran número de tribus celtas bastante desorganizadas.
César estaba dominando a placer el territorio galo, consiguiendo alianzas y haciendo que la Galia fuese una tierra prácticamente sometida. Sin embargo, los galos que no se habían entregado totalmente a la causa romana lograron ponerse de acuerdo. En 52 a.e.c. aparece públicamente la figura de Vercingetorix, perteneciente a la tribu de los arvernos. Del mismo modo que actuó Viriato, el líder galo organizó guerrillas usando jinetes en operaciones rápidas y contundentes. Con esa estrategia impedía la llegada de forraje para las guarniciones, destruía los depósitos de cereales e. incluso, derribaba puentes. Además, configuró una red de exploradores como informadores para espiar los movimientos de los enemigos. Consiguió unir a una mayoría de las tribus galas existentes.
Vercingetórix utilizó la táctica de tierra quemada, a lo cual hay que añadir el incendio de ciudades para que cuando pasasen por allí las legiones de César  no tuvieran más avituallamiento. Consigue algunas victorias sobre los contingentes romanos. Tras el fracaso en la defensa del asedio de la ciudad bituriga de Avaricum, y la masacre allí efectuada por los romanos, nuevas tribus se unen a Vercingetórix, que se ha refugiado, por entonces, en la ciudad de Gergovia, prácticamente inexpugnable. Cesar, en su base de operaciones de Noviodunun (Nyon), provee a las legiones y mantiene como rehenes a miembros de familias nobles de algunas tribus que garantizan los lazos de amistad. Se le complica conseguir mercenarios galos y por ello tiene que acudir a germanos. Decide dirigirse hacia Gergovia, tras los pasos Vercingetórix. A pesar de una victoria inicial, los celtas salen de la ciudad y se enfrentan a campo abierto con sus enemigos romanos, un hecho que comportó la victoria de César.
La definitiva contienda tuvo lugar en Alesia, en 52 a.e.c., una ciudad bien fortificada de los mandubios, donde se había refugiado con todos los que habían podido escapar de Gergovia. Para evitar una nueva masacre, César exige la entrega de Vercingetórix y los restantes jefes tribales. Finalmente, éstos salen y depositan sus armas a los pies del jefe romano, señal de sumisión y rendición. Vercingetorix fue llevado a Roma encadenado y exhibido como un auténtico trofeo de guerra.
Boudicca (Boadicea) reina de los iceni, apodada la Victoriosa[1], personificación de Morrigan, la diosa de la muerte y la destrucción, es otro ejemplo más de líder celta que combate con ardor al poder romano.
En las islas británicas, las tribus celtas estaban compuestas por clanes, un conjunto de familias descendientes de un antepasado común. Estos clanes solían tener el nombre de un animal totémico. Las pugnas y rivalidades intertribales formaban parte de la vida cotidiana, lo mismo que los pillajes irlandeses, desde el oeste y de los pictos, desde el norte.
Por orden del emperador Claudio, las legiones romanas controlan todo el sur y centro de Britania a mediados del siglo I de nuestra era. Un episodio en particular se convertirá en detonador de la participación de una nueva personalidad céltica, esta vez en las islas británicas. Prasugatos, rey de los iceni, una pequeña tribu que ocupaba los actuales territorios de Norfolk y Suffolk, es aliado de los romanos. Ha sido forzado a declarar al emperador romano (Nerón) heredero de sus tierras, conjuntamente con dos hijas. A cambio, la tribu icena se libraría de ataques y destrucciones. Pero al morir Prasugatos, los romanos irrespetan el tratado y penetran en territorio iceno tomándolo como propiedad suya, ya que en Roma no se reconocían los derechos hereditarios a las mujeres.
Boudicca, la viuda del rey, encabeza un levantamiento por el que pretende que se mantenga el pacto firmado por su difunto esposo. La reacción romana es brutal: la azotan y violan a sus hijas. Además, los jefes territoriales iceni son desprovistos de sus derechos. Esta y otras acciones romanas más, provocan que muchas tribus tomen sus armas.
A la cabeza de varias tribus, sobre un carro de guerra, Boudicca se enfrentará a los romanos dirigidos por Suetonio, pero acabará perdiendo el combate. La mujer guerrera se quitará la vida antes de caer, definitivamente en manos romanas, en el año 61.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB-FEIAP. Enero del 2016.


[1] Existen muchas leyendas celtas en las aparecen mujeres guerreras (las banfennid irlandesas). Es el caso de Criedne, que guerreó junto a los guerreros fianna, de Onomaris, reina de los Scordisi, quien combatió a los ilirios, o de Chiomara, en la Galia, quien logró decapitar al centurión que la había raptado.

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