En Japón, desde la
antigüedad, la serpiente ha sido venerada como deidad de montañas y ríos, de
ahí que sea el espíritu de lagunas y pantanos. Al tiempo, se la ha respetado,
hasta tiempos actuales, como protectora de los hogares. En los mitos del Kojiki
un reptil gigantesco de ocho cabezas y el mismo número de colas fue derrotado
por el héroe Susanoo (un encuentro que pareciera tener cierto eco con el de
Heracles y la hidra de Lerna). Susanoo descendió a la tierra y allí encontró a
un par de desolados ancianos que se lamentaban porque una sierpe se comía una
tras otra a sus hijas, hasta que de ocho solamente les quedaba una. El héroe
hizo que la serpiente bebiera gran cantidad de sake y luego la mató cuando
estaba completamente ebria. Pero también este reptil se empleaba como
representación del rencor, los celos, la avaricia y al obstinación. En el
grabado de la imagen (Obstinación. Cien historias ilustradas, Katsushika
Hokusai, en donde se aprecia a Hebi, la serpiente Yokai) se ve una serpiente,
que simboliza un alma carcomida por los celos. Tras su muerte, no abandona el
mundo y, en consecuencia, no alcanza el Paraíso a pesar de que, como se aprecia
en la tablilla mortuoria, recibió un nombre póstumo budista y los monjes
celebraban oficios para propiciar su descanso en paz. No en vano, la
iconografía de la diosa de la fortuna Benzaiten (análoga a la Saraswati india)
la muestra acompañada de una sierpe, sinónimo de “celos”. En un ámbito popular
es muy famoso un reptil semi legendario llamado tsuchinoko, que chilla como un
ratoncillo. Para terminar, no se puede dejar de mencionar la leyenda del monje
Anchin y de Kiyohime, en el templo Dojoji de Wakayama. Anchin era un bonzo que
estaba de peregrinación al templo de Kumano. Por el camino fue asaltado por la
joven Kiyohime. Tuvo que prometerle que se casaría con ella a su regreso. Sin
embargo, al final quiso escapar del compromiso. La joven, convertida en
serpiente, lo persiguió sin descanso. Alcanzó al monje en el Dojoji, en donde
se había escondido en el interior de una campana. Kiyohime, en realidad un
espíritu del río, rodeó la campana con su cuerpo y lo quemó vivo en su
interior.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.
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