Imágenes (de
arriba hacia abajo): posible dios Cernunnos en un fragmento cerámico numantino.
Museo Numantino, Soria; fragmento cerámico con una presunta escena de
sacrificio con la presencia de un personaje como oficiante. Museo Numantino,
Soria; par de fragmentos, uno con un hombre disfrazado con un armazón de
caballo, y otro, un personaje que tiene sus brazos embutidos en cuernos de
toro. Museo Numantino, Soria; cerámica proveniente de Arcóbriga en el que se observa
una persona, asociada a un árbol que está debajo de un templete que, a su vez,
está rodeado por animales, concretamente gallos y sierpes. Museo Arqueológico
Nacional, Madrid; y fragmento cerámico con una escena en la que se aprecia un
probable guerrero difunto estilizado siendo picoteado por buitres. Museo
Numantino, Soria.
Las
investigaciones arqueológicas, acompañadas del estudio de la cerámica y sus
representaciones decorativas así como de las alusiones en los textos de las
fuentes grecolatinas, permiten conocer unos pocos aspectos propios de la
religiosidad de los celtíberos.
En
virtud de la presencia de una religión de orden politeísta, se pueden destacar
diferentes tipos de deidades, que están documentadas en las fuentes epigráficas
a partir de la abundancia de teónimos indígenas. En un primer nivel habría que
señalar las entidades sagradas se sustancia pancéltica, propias de toda
comunidad con sustrato cultura céltico. Es el caso específico de Lug, Epona y
las Matres. El primero, con mucho el más citado en las fuentes, es una
divinidad solar, mientras que Epona es una deidad femenina protectora de los
difuntos en tanto que las Matres se identificaban con la fecundidad. Otras
deidades ya menos frecuentes serían Sucellus, asociado al lobo, Airon y, sobre
todo, Cernunnos, que aparece representado en la cerámica con unas astas de
ciervo sobre la cabeza.
En
un segundo peldaño estarían una serie de deidades locales que aparecen
vinculadas a la naturaleza. Los espacios naturales, en este caso específico,
serían asociados directamente más con lugares, sitios, territorios en los que
se manifiesta lo divino, que con divinidades propiamente dichas. En este grupo
habría que incluir algunas deidades astrales. En un tercero, y último escalón,
tendríamos el grupo de dioses de origen latino que fueron asimilados al ámbito
religioso celtibérico por la interacción cultural entre celtíberos y romanos y,
en ocasiones, sincretizados entre sí. Destacarían Marte, Hércules, Apolo y
Júpiter, entre otros.
En
varias cerámicas de Numancia se pueden observar escenas de sacrificio, que
puede ser animal pero también humano, llevado a cabo por ciertos personajes
vestidos con una túnica ornada y un tocado en forma de cono. Existieron
rituales propiciatorios que establecían contacto con la deidad, entre los que
destacan sobremanera el corte de manos, de carácter simbólico, y el de las
cabezas de los enemigos. Las cabezas se llevaban colgadas de sus cabalgaduras o
también aparecían exhibidas en las casas, con un claro componente apotropaico,
ya que en el mundo cético se creía fervientemente que la cabeza era la
residencia del alma. Además, se constatan rituales vinculados con el fuego,
elemento purificatorio, y asociados con el disco solar. Es común la
representación de personas, generalmente varones, portando máscaras de toro,
con cabezas de équido o con cuernos enfundados en sus brazos.
De
tal modo, los caballos, como también los peces y las aves, aparecen
estrechamente vinculados con el ámbito inframundano, en virtud del hecho de que
es por esos medios (agua, aire o viento), por el que las almas eran
transportadas al mundo del más allá.
El
culto que celebraban los celtíberos era al aire libre, no en recintos
templarios (aunque es probable su existencia, como se aprecia en la decoración
cerámica). La palabra céltica nemeton
advierte la presencia de un santuario, que solía ser una cueva, un espacio
elevado, una fuente o un río, la cumbre de una montaña o un simple claro en el
bosque. No obstante, debieron existir pequeños santuarios de carácter
doméstico.
Entre
los celtíberos hubo, tal y como señalan las fuentes clásicas escritas antiguas
(Silio Itálico, Eliano), dos tipos de ritual funerario. El primero, y más
común, era el que consistía en la incineración del cadáver al lado de su ajuar
funerario en una pira o ustrinum.
Tras la cremación se seleccionaban los pocos huesos que quedasen y las cenizas
para meterlas en un hoyo o, principalmente, en una vasija cerámica o urna, al
lado de la cual se depositaría el ajuar y los objetos personales del fallecido,
que acostumbraban a ser armas, diversos utensilios personales y adornos. Los
objetos en las tumbas aparecen inutilizados, doblados o fragmentados
intencionadamente, lo que supone su muerte ritual, un hecho que implica que su
espíritu acompañaría al difunto hasta el Otro Mundo, como referentes de la
identidad del fallecido. Se podía señalizar la tumba mediante un pequeño túmulo
o una estela.
El
segundo ritual estaba destinado a aquellos guerreros que fallecían en las
guerras, cuyos cadáveres eran expuestos a los buitres (considerados
intermediarios entre los dioses y los humanos), en ciertos lugares con la
finalidad de lo que los descarnasen. Al hacerlo, transportaban el espíritu del
muerto hacia la deidad celestial. En unas pocas tumbas han aparecido restos
óseos de animales como potros y corderos, lo cual se cree que simboliza la
carne del banquete funerario del difunto.
Podría
hablarse, finalmente, de un tercer ritual, aunque únicamente documentado
arqueológicamente en el interior de los asentamientos, y concerniente a los
niños. Se trata de la inhumación de infantes fallecidos prematuramente en el
subsuelo de las viviendas. Esta costumbre puede responder a la idea de que los
niños no se consideraban parte de la comunidad hasta que fuesen mayores de
edad, de forma que hasta ese instante pertenecían al ambiente estrictamente
familiar, no comunitario.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, julio, 2020
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