23 de febrero de 2021

Pintoresquismo en los antiguos monstruos y fantasmas japoneses









Históricamente acostumbran los japoneses a ver fantasmas por doquier, desde antiguo. No solamente en grandes cantidades, sino con pintorescas peculiaridades. En realidad, aspectos casi banales pueden ser dignos de ser fantasmagóricos, ser portadores de entidades sobrenaturales o de parecer espectros de lo más curioso. Vamos a centrarnos en unos cuantos notables casos.

El primero es el de En’enra, el humo que ahuyenta a los mosquitos de las viviendas humanas, y que suele elevarse en el aire formando una serie de extrañas y siniestras figuras. De hecho el nombre del fantasma significa humo sedoso, pues parece seda soplada por el viento que parece a punto de destruirse. El segundo es Kazenbô, monjes antes del fuego. Se decía que la montaña Toribe era el lugar de incineración de los miembros de la familia imperial y de los aristócratas. Sin embargo, desde fines del siglo X algunos monjes se quemaron vivos allí con la intención de alcanzar una vida paradisíaca, pero como varios mantuvieron sus rencores a lo largo del trayecto, provocaron la creación de este monstruo.

El tercer ejemplo se denomina Hatahiro, y refiere los tejidos inacabados de una máquina tejedora que son rebanados con un cuchillo por una mujer despechada al saber que su marido no regresa a su casa y se fuga con otra dama. El despecho, el resentimiento y el odio quedan de esta maneara plasmados en la máquina, que se convierte en una sierpe. El cuarto protagonista es Burabura, que tiene la forma de una lámpara de papel dispuesta en un arrozal de las regiones montañosas, aunque en realidad se trata del fuego de un zorro que cuelga de un arbusto de una planta llamada rangiku. Todo ello con cierta forma de cabeza humana.

El siguiente ejemplo, el quinto de esta serie, es el monstruo Tsunohanzô. Probablemente esta entidad es una invención literaria. Tiene que ver con una peculiar historia, que dice que a la poetisa de nombre Ono no Komachi le plagiaron uno de sus bellos poemas y para probar tal aseveración se cuenta que lavó en un balde con agua un libro, y al hacerlo, las letras falsas, y solamente estas, desaparecieron. El sexto referente lleva por nombre Kyôrinrin. Se relaciona con la transformación de algunos textos budistas, los Sutra, que fueron leídos por un monje budista del período Heian llamado Shubin, que acabaría enfrentándose con Kükai (siglos VIII y IX) por alcanzar la supremacía de las enseñanzas búdicas japonesas. Shubin quiso asesinar a sus rivales usando para tal fin venenos y maleficios. Pero acabó muriendo él porque alguna persona lo maldijo o lo envenenó, tomando por tanto de su “propia medicina”.

Nyoijizai es el nombre de este nuevo monstruo. La palabra nyoi refiere un cetro budista que otorga buena suerte, aunque en ocasiones se usa para funciones más banales, como rascarse la espalda. Se supone que el objeto posee una existencia diferente, hasta el punto de transformarse en un monstruo con garras, encargadas de rasguñar las partes corporales que sufren comezón. Nuestro penúltimo ejemplo es Hahakigami. Se cuenta que el momento en que el fuerte viento de los tifones azota las montañas, ello significa que en las zonas boscosas se calienta el sake, y por tanto, Hahakigami resulta ser la escoba que es empleada por aquellos hombres encargados de barrer las hojas caídas de los árboles fruto del vendaval. Así pues, sería una suerte de dios escoba.

Finalmente mencionaremos a Takarabune (armonioso sonido de las olas al chocar contra el barco). Se trata de una suerte de monstruo que pudiera ser un elefante, aunque es más probable que represente un tapir (denominado baku en japonés), animal que según los japoneses, y también los chinos, devoraba los sueños.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, febrero, 2021

 

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