20 de febrero de 2013

La religión en el Egipto antiguo IV: el Reino Nuevo


IMÁGENES. BARCA SACRA EN EL TEMPLO DE SETI I, DE LA DINASTÍA XIX, Y TEMPLO DE RAMESES III EN MEDINET HABU. DINASTÍA XX.


La soberanía del monarca era delegada, en esta época, desde Amón, por lo que el culto se centraliza, al igual que el estado. Como modo de refrendar el poder estatal de Amón, así como del clero tebano, los reyes de la Dinastía XVIII potenciarán también el popular culto osiriano, que ahora simbolizará la unidad monárquico-religiosa del país. Con Amenhotep I se cambian las costumbres funerarias regias, inamovibles y fosilizadas desde el Reino Antiguo. Se separa físicamente, y por primera vez, la sepultura del templo funerario. Con la famosa Hatshepsut el clero de Amón se interesó por acrecentar su poder, creando para ello el mito de la teogamia, que legitimaba el poder político de una mujer desde la óptica religiosa. Según el mito, todas las reinas de Egipto, en cuanto esposas del dios Amón, quedaban consagradas como auténticas depositarias de la monarquía, pues se consideraban el tabernáculo de la semilla divina. Los reyes no eran los verdaderos padres, siendo sustituidos por el dios en el momento clave; serían, en último caso, padres putativos. Con Tutmosis IV se inicia una fuerte reacción real contra el monopolio teológico y la influencia política  del clero de Amón en Tebas. La misma se apoyó en la teología heliopolitana y en el retorno al antiguo espiritualismo que representaba el culto solar. La tendencia reaccionaria contra el estatus religioso se manifestó también en el alejamiento de los sumos sacerdotes de Amón de los más relevantes cargos políticos, como el de visir del alto Egipto o el de ministro de hacienda. Ya con Amenhotep III prosigue la directriz político-religiosa iniciada por Tutmosis IV. El clero de Amón sigue alejado de los más altos cargos civiles y el monarca mantiene su acercamiento al clero de Heliópolis y al culto solar. Es en su reinado cuando la divinidad solar sufre lo que podría considerarse una nueva encarnación o personificación: el surgimiento de Atón, nombre del disco del sol. Su surgimiento pudo responder, aunque no es la única hipótesis al respecto, a una voluntad universalizadora del culto solar. Lo cierto es  que se sintetiza con Amón-Re, que era el representante canónico del dios solar en el panteón egipcio. Se convierte en el dios primordial  creador de todo.
El corpus teórico de la doctrina atoniana se puede resumir del siguiente modo. Atón es el dios, representado por el disco solar; es único, universal y creador de todos los hombres. Todo lo que crea es, en esencia, bueno. Es una deidad exterior y anterior al mundo (se niega así el panteísmo), conformando una especie de monoteísmo exclusivista. Ajenatón (Amenofis-Amenhotep IV) es su profeta, y también su hijo hecho hombre (con ello se niegan las antiguas tradiciones cosmogónicas). Los rasgos básicos de la nueva religión, cuya base moral sería la verdad y la sinceridad, son la igualdad, la libertad, el amor a la naturaleza, la sinceridad y la alegría de vivir. Desde esta óptica, estaríamos ante una heterodoxia religiosa, una herejía que anulaba la tradición religiosa egipcia. En relación al culto, se propugna ahora un culto popular en templos a cielo abierto, mientras que la vida de ultratumba se concibe carente de mitología[1]. No obstante, en términos generales, el pueblo siguió aferrado a sus viejas creencias.
Con los dinastas de la Dinastía XIX rige la política de vigilancia, iniciada por Horemheb, de no entregar el sumo pontificado de todos los cultos y dioses de Egipto al gran sacerdote de Amón. De hecho, Seti I inaugura una política de traslados forzados de los hijos de los grandes sacerdotes para evitar la posible formación y consolidación de una dinastía de grandes sacerdotes de Amón en Tebas. Esta política la continuó Rameses II. Sin embargo, al final de su dilatado reinado (1289-1224 a.n.E.), el gran sacerdote de Amón recuperó el sumo pontificado, apropiándose del cargo de director de todos los cultos del alto y el bajo Egipto. El sacerdocio logra convertirse ahora en una clase privilegiada y hereditaria; los templos se convierten en señoríos y su economía se hace autárquica, dejando de depender del rey. Sus tierras y hombres adquieren un estatus especial. Es en este contexto que el soberano no tiene más remedio que dar luz verde al desencadenamiento de la persecución religiosa atoniana, una verdadera caza de brujas auspiciada por el clero de Amón.
Durante los Reinos Antiguo y Medio se habían estructurado en Egipto dos sistemas religiosos: la cosmogonía heliopolitana, que ahora evoluciona hacia un espiritualismo según el cual Re, el sol, es el espíritu puro que se asimila a los difuntos en el Más Allá; y el misticismo osiríaco, la religión popular, reflejada en el Libro de los Muertos, según el cual los fallecidos debían ser juzgados por el tribunal presidido por Osiris. Si superaban las pruebas vivirían unidos al cuerpo, y la momia resucitaría en el paraíso del Elíseo. Los teólogos de Amón encontraron que Osiris era una deidad del Reino, el rey de los dioses. Por ello se esforzaron en unificar los dos sistemas religiosos para sintetizarlos al servicio del dios Amón. Tal síntesis se refleja en una nueva compilación de textos funerarios, el Libro de la Duat. Amón-Re, y con él todos los difuntos purificados, se someterían eternamente al ciclo de la vida y la muerte, tal como eran espíritu y materia a un tiempo. Era necesario que los muertos estuviesen enterrados a gran profundidad para unirse a Amón-Re en su recorrido nocturno por la Duat, el país subterráneo donde vivían los difuntos. Estos nuevos conceptos religiosos provocarían el cambio del ritual funerario real en el reino Nuevo; ahora se abandonan las pirámides y comienza el uso de hipogeos excavados en la roca. Además, las nuevas concepciones del clero tebano provocan el redescubrimiento de innumerables dioses y genios, complicándose con ello la mitología, y convirtiendo a Amón en un dios casi incomprensible para la población común.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV


[1] La espiritualidad y los sentimientos individuales de devoción, visibles en los himnos a las deidades, fueron el caldo de cultivo en el que proliferó la corriente religiosa que, entroncando con las concepciones solares de Heliópolis, dio lugar a la aparición del culto a Atón. Se consolida cierto pensamiento monoteísta entre algunas elites intelectuales. Esta corriente era filosóficamente compatible, sin embargo, con el politeísmo reinante, aunque propiciaría el monoteísmo revelado e intolerante de Ajenatón.

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