Los más remotos precedentes de
estas competiciones deportivas, de homenaje y rituales parecen encontrarse en
los juegos honoríficos de carácter aristocrático que recuerda el mito, algunos
de carácter funerario, como fueron los celebrados en honor de Patroclo tras ser
muerto en batalla por Héctor, tal y como se recoge en la Ilíada, en su capítulo
XXIII. Otros juegos míticos relevantes fueron los organizados en honor de
Odiseo en el país de los Feacios, según recoge la Odisea en su octavo capítulo,
o las ceremonias fúnebres celebradas en homenaje de Anfidamante, el histórico
rey de Calcis, en Eubea, reseñadas por Hesíodo, en Trabajos y Días, e Higino en
sus Fábulas. Estos actos procuraban conmemorar ciertos acontecimientos notables
de carácter socio-político, en numerosas ocasiones el fallecimiento de un
líder, príncipe o caudillo. La tradición mítico-literaria atribuye a un
personaje de nombre Ífito la organización de los primeros juegos ya
institucionalizados. En estas arcaicas contiendas los jóvenes aristócratas y
nobles hacían una demostración de sus destrezas, centradas no en sus habilidades
militares sino en la representación de la areté,
propia de la nobleza de nacimiento. Insertos en el seno del ideal panhelenista
y de la unidad de lo griego frente al otro (bárbaro e inculto), tales
enfrentamientos agonísticos encuentran su mayor consolidación, desplegando su
máxima capacidad de exaltación honorífica. Los concursos olímpicos se dedicaban
al héroe Pélope, y por eso se asociaron, desde el principio, al dios Zeus, sus
templos y áreas sacras. Antes y durante su realización se llevaban a cabo
diversas ceremonias y sacrificios diversos. La relación con los héroes, su
vínculo con los valores nobles y aristocráticos, y la expresión de una
religiosidad ritual, convierten a estos juegos y competencias en ejemplos de
festividades sagradas que deben ser recordadas y reactualizadas cada cierto
tiempo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV, Escuela de Historia. Doctorado en Historia
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