1 de mayo de 2015

Grecia antigua: de la tiranía a Clístenes y la democracia de Atenas


Harmodio y Aristogitón, copia romana a partir del original griego de Kritios y Nesiotes. hacia 477 a.C. Museo Archeologico Nazionale de Nápoles.

El legislador Solón había remediado ciertas injusticias cuando eliminó las hipotecas sobre la tierra y abolió la esclavitud por deudas, pero la consolidación de las estructuras sociales y económicas de la polis, así como la imposición de la autoridad del Estado fue obra del tirano. La forma de gobierno denominada tiranía aparece a mediados del siglo VII a.C. en muchas polis como un mecanismo para solventar una serie de necesidades. En el marco de la stasis el tirano se presenta como un auténtico caudillo popular que se hace con el poder por la fuerza, ejerciéndolo, inicialmente, contra la aristocracia. En una mayoría de casos, el tirano surge de entre la aristocracia, imponiéndose sobre sus pares gracias a grupos de leales y mercenarios y con la anuencia del pueblo.
Algunos de estos personajes, y hasta dinastías de tiranos, fueron comunes durante esta época. El rey Fidón en Argos instaura un gobierno autocrático y, muy probablemente, impulsa una reforma hoplítica; los Cipsélidas (Cipselo y Periandro), quienes expulsan al clan de los Baquíadas, dominaron Corinto con mano férrea; en Sición fueron determinantes los Ortagóridas, esto es, Ortágoras y Clístenes, mientras que en Megara, Teágenes se hizo muy popular y en el Ática, en donde el regionalismo de las facciones y la poca operatividad de la Constitución política soloniana se hicieron célebres, Pisístrato arrinconó a los Eupátridas. Además, tanto en las islas del Egeo como en la costa de Asia menor, el tirano demagogo también tuvo preponderancia, como el caso de Pítaco de Mitilene, Lígdamis de Naxos o Trasíbulo de Mileto.
La tiranía supuso una consolidación de las estructuras socio-económicas y culturales de las polis en donde tuvo vigencia. Para paliar la crisis agraria, los tiranos repartieron tierras confiscadas a sus enemigos políticos, prestaron aperos de labranza para trabajar la tierra y promovieron la fundación de colonias con sus familiares o allegados. Con ellos se instaura una paz social que estabiliza al campesinado como clase, grupo social que será eje fundamental en los regímenes isonómicos de las democracias y las oligarquías que se construirán posteriormente. El régimen tiránico se instaló en lugares en los que la economía urbana, sobre todo el comercio, se había consolidado. Bajo su patrocinio, se crearon y consolidaron barrios de artesanos y de mercaderes. En este sentido, por ejemplo, Periandro organiza los puertos de Corinto, Teágenes erige un acueducto, Polícrates de Samos hace construir un túnel para trasladar el agua al centro del caso urbano y los Pisistrátidas hacen de Atenas una ciudad en toda su amplitud, al reorganizar el espacio sacro de la Acrópolis, al ampliar el ágora y al construir el famoso barrio de artesanos del Cerámico, entre otros logros. Así pues, con los tiranos se engrandecía el centro político de la comunidad, con sus instituciones comunes para todos, y se reforzaba la idea de Estado, marginando a los poderes o facciones locales.
Por si fuera poco, surgió una ligera concepción financiera del Estado a través de la recaudación de impuestos, las tasas aduaneras y la acuñación de moneda oficial. Además, en el ámbito cultural los tiranos se prestigiaron al convertirse en mecenas de artistas de todo tipo. Son los grandes animadores de los cultos y fiestas de las polis y los verdaderos creadores de un hogar espiritual para la población de la comunidad.
Los tiranos cayeron en desgracia porque todo poder autocrático depende de las cualidades, prestigio y carisma de su titular. Más allá de su inicial, e indudable, popularidad, los tiranos se extremaron en sus comportamientos, sobre todo en las tendencias represivas frente a amenazas individuales o de grupos, lo que provocó que su dominación acabase por ser vista como odiosa, despreciable. Además, con el tiempo se volvieron superfluos, banales, a ojos de los ciudadanos, una vez que controlaron a la vieja aristocracia, quedando para la posteridad como los precursores de una atrofia política.
En Atenas, como en otras polis, fue un certero golpe de mano el que le puso fin a la tiranía de Hipias, hijo de Pisístrato. La caída definitiva de los tiranos pisistrátidas no fue obra del pueblo ateniense, sino de un clan, los Alcmeónidas, apoyado en Esparta (que invade el Ática en 510 a.C.) y en el prestigioso oráculo délfico. La vida política retomó el sendero de la constitución timocrática de Solón (es decir, oligárquico), pero se oficializaron también las luchas de las facciones por el cargo del arcontado epónimo, ya que el demos estaba excluido de las magistraturas.
La rivalidad se estableció entre Clístenes, cabecilla de los Alcmeónidas, e Iságoras, quizá un Eupátrida, que había alcanzado el arcontado y tenía el apoyo espartano. Clístenes, según Heródoto, incluyó al pueblo en su facción y con ello en la ekklesía pudo imponer ciertas leyes, que incluyeron la democracia. Ante este logro de Clístenes, Esparta envió un contingente al mando de Cleómenes para auxiliar a Iságoras, pero la población ateniense se movilizó para defender a Clístenes y lo que representaba: la isonomía y la independencia. Libre de su oponente, Clístenes pudo llevar a cabo reformas constitucionales, que trastocaron la praxis política y establecieron un nuevo concepto de Estado. El Alcmeónida estableció una nueva organización administrativa con nuevas magistraturas. El territorio del Ática se dividió en tres zonas, costa, ciudad de Atenas e interior, treinta circunscripciones (tritias) y un número determinado de demoi o ayuntamientos. Los ciudadanos se distribuyeron en tribus, cada una con tres tritia. Se mantuvo, por su prestigio y tradición, el Consejo del Areópago, como garante de las leyes. Sin embargo, para contrarrestar su conservadurismo, conformó dos instituciones: la boulé o Consejo de los Quinientos, y la ekklesía o Asamblea popular, (con poder legislativo), para posibilitar la soberana participación ciudadana, al menos en teoría. Para regularizar y hacer efectiva la ekklesía, antes las facciones organizadas o el absentismo, se hizo menester la creación de la boulé, un órgano auxiliar con criterios democráticos. La vida militar también fue regulada siguiendo los mismos principios, pues cada tribu reclutaba una de las diez unidades tácticas del ejército ateniense.
La reforma de Clístenes emergió a partir de un espíritu isonómico, racional y secularizado. El territorio ateniense se concibió como un abstracto geométrico carente de regionalismos y se configuró en virtud de criterios de unidad e igualdad política. Los ciudadanos conformaron también una abstracción idealizada en la que votar, hacer la guerra y gobernar se convertía en un todo unitario, con lo que las influencias, las clientelas y las tradicionales presiones quedaban diluidas en el nuevo entramado administrativo. El ciudadano se politizaba de modo continuado y se institucionalizaba el civismo en la polis de Atenas.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Caracas

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