En
el año 1761, el sinólogo francés Joseph de Guignes, a la sazón miembro de la
Academia de Inscripciones y Bellas Letras francesa, publica un artículo, cuya
extraña teoría, aunque no desprovista de cierto fundamento, impacta
profundamente el concepto que del budismo tenía el Occidente de su época. En su
ensayo, afirma que mediado el siglo V, seis monjes budistas chinos se
trasladaron a México por vía terrestre y en embarcaciones a través de Alaska y
la costa occidental de EE.UU. La teoría es sustentada por parte del erudito
francés, en un documento, fechado en 499, y hallado en los archivos imperiales
chinos. En dicho documento se registra la relación de tan extraordinario
periplo hecha por uno de los monjes, de nombre Hui Shan, al emperador, el año
458. El monje designa el país que visitan con el término Fusang (un árbol de hojas semejantes a las de la encina). A partir
de un minucioso estudio de las distancias, los personajes, las direcciones y
los paisajes que recoge el documento, de Guignes concluye que el país de Fusang es México. Los detractores del
sinólogo apuntaron que no hay ninguna prueba material de este descubrimiento, y
si bien el documento ofrece garantías de autenticidad, su contenido puede
deberse a la imaginación de un monje del siglo V.
En
el último cuarto del siglo XIX, E. Payson Vining, publica el documento
traducido, e identifica el árbol de Fusang
con cierta planta nativa de México. Incluso sugiere que el nombre Guatemala
podría provenir de Gautama (nombre que designa el clan de pertenecía de Buda) y
de mala (denominación del rosario budista), y que el pueblo maya tendría su
origen en la reina Maya (Mahamaya), madre del Despierto. A mediados del siglo
XX, en concreto en 1953, Gordon Ekholm destaca diversas similitudes entre el
arte budista y el de algunas culturas mesoamericanas, mientas que en los años
setenta, Henriette Metz, a partir del documento original “reconstruye” el
plausible recorrido de Hui Shan y sus compañeros. A lo largo de la ruta
identifica nombres cuya etimología podría derivar de términos budistas o que
comienzan con el prefijo hui (como el que identifica a los indígenas huichol).
Estos indígenas, de hecho diseñan joyas sacras que presentan símbolos búdicos y
a las que denominan sakai-mona
(semejante al nombre Sakyamuni), y
sus rasgos fenotípicos son muy parecidos a los de los chinos.
Otro
buen ejemplo de los referentes míticos-legendarios que rodean el budismo que
empezó a ser comprendido en Occidente, es el que rodea la vida cristianizada de
Buda. En el siglo XVII, un viajero portugués, de nombre Diogo do Couto,
conocedor de la versión ofrecida por Marco Polo de la vida de Buda, llega a Sri
Lanka (antigua Ceilán), y emprende la relación entre el relato sobre la vida del
Iluminado y la extendida narración, conocida en Europa desde el siglo XI, sobre
las andanzas de un tal Josafat, hijo de un antiguo rey que, tras un encuentro
con un ciego, un leproso, un asceta y un anciano, renuncia al mundo.
La
versión novelesca de la vida de Buda llamada Vida del Bodhisattva, escrita en sánscrito a comienzos del siglo I,
en India, fue, con posterioridad, traducida al iranio por maniqueos (entonces bodhisattva se convierte en Budasaf), luego al árabe, hacia el siglo
VIII (ahora el nombre es Judasaf), y
se vertió al georgiano, en donde la historia se cristianiza y se habla de Iodasaph, un joven príncipe que,
contrariamente a lo deseado por su padre, es convertido al mensaje de Cristo
por un anciano eremita llamado Barlaam.
La versión cristianizada es traducida al griego en el siglo X por Eutimio
Hagiorita (Joasap), y una centuria
después al latín, de donde Josafat. La narración se amplía y se divulga en la
cristiandad a través de Jacobo de la Vorágine y su La leyenda dorada, quien convirtió al príncipe indio y al eremita
en dos santos heroicos de la lejana “cristiandad india”. Como la vida de
Josafat alcanzó tanta popularidad, la Iglesia inscribió al santo indio en el
primer martirologio oficial (a fines del siglo XVI). Desde esa época, y hasta
hoy en día, la Iglesia Católica festeja a san Buda, el veintisiete de
noviembre.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB Caracas.
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