2 de octubre de 2017

Entidades del Otro Mundo en la mitología japonesa





Imágenes (de arriba hacia abajo): grabado de Toriyama Sekien (siglo XVIII), que muestra un oni devorando un animal; ilustración perteneciente al Taketori Monogatari, en donde se observa el regreso de la princesa Kaguya a la Luna. Pintura de Tosa Horomichi (siglo XVII); la princesa Kaguya y la procesión de los Seres Celestiales. Pintura de Tosa Horomichi, siglo XVII y; Urashima Taro sobre una tortuga regresando, presuntamente, del Palacio del Rey Dragón. Pintura de Suzuki Harunobu (siglo XVIII), en clave satírica.

Si bien a lo largo de la historia japonesa se ha mantenido la creencia en la presencia y acciones de los espíritus, sean los de los fallecidos o aquellos propios de los objetos, en la mitología, tal y como ha sido sistematizada por la tradición sintoísta no perduran gran cantidad de seres fantásticos. Además, su personalidad resulta muy difusa, sobre todo en relación a las deidades superiores. No obstante, también gran número de divinidades solamente son nombres, en tanto que otras varias son adoradas en forma de ancestros clánicos.
Buena parte de sus leyendas se han considerado como reales acontecimientos históricos ocurridos en un pasado remoto, de modo que no muchas han sobrevivido como aspectos de la imaginación poética. Esta racionalización historicista tiene su causa en la compilación de los primeros relatos sintoístas, llevada a cabo al modo de una narrativa histórica por influencia china. De hecho, la pretensión era equipararse a la historia china de la antigüedad, entendida como auténtica.
Muchos mitos, entonces, fueron considerados como sucesos históricos, al modo de las maneras racionalizadoras, gracias al confucianismo, de las historias oficiales chinas.
No obstante, existieron seres fantásticos en las antiguas tradiciones japonesas, presentes en la literatura y en la tradición oral, cuyo origen bebió, en buena medida, de fuentes indias y chinas. Las historias indias, a través del marco budista, llegarían al archipiélago japonés a través de traducciones realizadas en China. Las chinas, por su parte, derivaban de fuentes literarias daoístas. En cualquier caso, existieron historias de seres fantásticos en la tradición autóctona.
Uno de los grupos nativos son las denominadas doncellas-hadas. Una de estas hadas-doncella indígena de Japón es Ko-no-hana-sakuya-hime; esto es, la Dama que hace florecer los árboles. Se trata del hada de las flores del cerezo[1]. Se la representa volando y haciendo florecer los cerezos, soplando sobre ellos. Se casó con un nieto de Amaterasu. Otro ejemplo significativo es el de la doncella-cisne, una doncella celestial (noble y pura) emplumada, o vestida con un traje con plumas, cuya historia idealizada se denomina El vestido de plumas, una obra común del teatro No. En la versión idealizada del drama teatral se representa a la doncella como a una de las hadas que aguarda al príncipe celestial que vive en el palacio Luna, una idea tomada de una leyenda budista sobre la Luna.
Una muy conocida historia de un hada-doncella que desciende al mundo terrenal es la de La Dama que resplandece (Kaguya-hime). Una de las versiones más extendidas menciona a un anciano que habitaba en Suruga, en donde se erige el Monte Fuji. Este hombre cultivaba bambúes. Una primavera encontró en el bosquecillo de bambúes a una niña que dijo llamarse Kaguya-hime. El anciano la cogió y la crió al lado de su esposa. Ya una joven adulta, su belleza era famosa, hasta el punto de que fue llamada a la corte imperial y allí se convirtió en la princesa consorte del Emperador. Pero después de siete años y un día la princesa anunció que no era humana y que su tiempo en la esfera mundana había concluido, de forma que debía regresar a su hogar celestial. Desapareció de la vista del Emperador, pero antes de partir le dejó un espejo, en el que podría ver su imagen. El soberano la echó tanto de menos que decidió seguirla al Cielo. Escaló hasta la cumbre del Fuji con el espejo en la mano, pero en la cima no vio rastro alguno de la doncella ni tampoco pudo ascender más hacia los cielos. Debido a su pasión surgió una llama de su pecho y se incendió el espejo. El humo ascendió hacia el cielo, y desde aquel momento sigue ascendiendo desde la cumbre del monte.
Otra versión célebre es la conocida como El plantador de bambúes. Según la misma, el anciano encontró a la niña dentro de un tallo de bambú. Cuando creció, muchos hombres notables la pretendieron en matrimonio, pero ella solicitó a sus pretendientes que realizaran una proeza prometiendo casarse con el que lograse llevarla a cabo. Sin embargo, todos fracasaron. El Emperador reinante, al conocer la hermosura de la joven, la llamó a palacio, pero ella se negó a ir. El Emperador tuvo que consolarse con algunos poemas que le había enviado. Al final, se entera que la doncella era de origen celestial y que tenía que regresar al palacio de su padre en la Luna. A sabiendas de esto, el soberano, deseando retener a la doncella, envió un ejército para que la custodiasen. En la noche, apareció un banco de nubes en el cielo, pero los soldados no pudieron moverse. La doncella fue conducida hasta su morada por su padre, el Rey de la Luna. En cualquier caso, dejó un cofre con medicinas y con una misiva dirigida al emperador. Tras la desaparición, el mandatario envió sus hombres con el cofre a la cumbre del Monte Fuji, en donde  quemaron las medicinas. Por tal motivo, desde entonces humea el volcán.
En el folclore japonés, también existen doncellas de las profundidades del mar que, en ocasiones, se convierten en la esposas de algún mortal. Habitualmente, el hombre acaba descendiendo a la mansión de su esposa. En cualquier caso, el hada y su amante están condenados a separarse, debido a la añoranza del hada por haber dejado atrás su elemento natural[2].La idea subyacente de un mundo que se encuentra más allá del nuestro, encima o debajo, surgió de las enseñanzas budista y daoísta.
Una de las narraciones más relevantes sobre doncellas del mar es la del pescador Urashima (Urashima Taro), llamada El Hijo de la Isla de Arena. Las versiones más arcaicas de esta historia se encuentran en crónicas sintoístas y en una antología del siglo VIII. La estancia de Urashima en el mundo del más allá duró siete siglos y su regreso se considera un hecho histórico. El relato se puso en relación, posteriormente, con la tradición budista del Palacio del Dragón (Ryu-gu). De hecho, a la doncella de la historia se la denomina Oto-hime, hija menor del Rey Dragón. Otra historia análoga relativa a la hija del Soberano del Mar (en realidad una mujer-dragón) se atribuye a la abuela del legendario fundador del Imperio japonés.
En relación a este tipo de entidades fantásticas sobrenaturales las influencias budistas fueron relevantes, especialmente en dos categorías. Una de ellas es la de las Devatas (Tennyo, Tennin, es decir, las doncellas celestiales), que se movilizan por los cielos, mientras que la otra es la de las Nagas (Ryujin o espíritus dragones), que moran en las profundidades marinas. La literatura china daoísta introdujo el Xien (Sennin), Hombres de las Montañas, que son seres celestiales, la mayoría de origen humano pero con poderes mágicos, y que viven existencias inmortales. Pueden ser tanto hombres como mujeres, jóvenes o ancianos, con aspecto desaliñado o de facciones armoniosas. Todos se nutren con alimentos ambrosíacos y llevan una vida independiente.
En India, los Devatas son diosas, si bien también pueden ser genios hembra de árboles, fuentes y manantiales. En el folclore budista algunos de estos seres aparecen  personificados, y otros sobreviven como abstracciones. El Tennyo japonés, que surge de ellas, se desplaza por el cielo, y suele ir ataviado con velos que flotan pero sin alas. Tocan música y esparcen flores por el aire. Su presencia se percibe, precisamente, por sus melodías y por su aroma  celestial. Habitualmente, aparecen en nubes iridiscentes y descienden hacia las colinas, iluminando los bosques en las horas del crepúsculo. Tienen la misión de custodiar a los piadosos budistas.
En ocasiones, habitan en bosques floridos, haciendo las veces de hadas-flores, y pueden mostrarse como mujeres, de las que se cuentan sus romances con los hombres. Están representados en esculturas, en pinturas o en paneles decorados de los templos budistas; pero también son tema frecuente de poemas y cuentos. Incluso algunos son adorados en pequeños santuarios campestres. De vez en cuando se han identificado con deidades sintoístas.
El Naga indio vive en el mar y posee un cuerpo como el de una sierpe. Sin embargo, en algunos textos budistas se afirma que ciertas tribus Naga habitan entre montañas, si bien siempre son guardianas de las aguas. En las leyendas japonesas del dios del Mar la criatura Ryujin, deidad-Dragón, fue amalgamada con la figura del dios. Como padre de la Señora con Abundancia de Joyas, solía identificarse con Sagara, un rey Naga hindú.
Los Ryujins habitaban en el mar, en palacios de coral y cristal. Desde este palacio gobierna Ryu-wo, el Rey Dragón, que posee cuerpo de ser humano pero lleva una serpiente en su corona y sus servidores son animales marinos (peces, serpientes, y diversos monstruos). El Rey Dragón, sin embargo, es un ser sabio y noble, dispuesto a custodiar al budismo y a los fieles budistas. Pero, en ocasiones, su benevolencia se ve frenada por necias o maliciosas conductas de sus vasallos y súbditos. Por tal motivo, el mundo de los dragones se encuentra, a veces, enzarzado en conflicto con los reyes celestiales. Se pensaba que las tribus de reyes-dragones tenían a su cargo la lluvia y la tempestad.
En numerosas historias se afirmaba que los sabios sacerdotes budistas podían controlar a los monstruos marinos y lograr que lloviese en períodos de sequía. De un modo semejante, también se aludía a peregrinos y misioneros budistas que navegaban entre  China y Japón, que eran capaces de ordenar a los dragones que aquietasen el mar embravecido.
La figura más relevante de este tipo en el folclore japonés es la hija del Rey Dragón. Su nombre en japonés es Benten (Sarasvati india). Es guardiana de la música y los discursos públicos, y espléndida dadora de riquezas. Se la representa como una diosa india, con vestidos de manga larga y una joya en su corona. Puede aparecerse en persona a un músico célebre, y otras veces se muestra en respuesta a una plegaria budista en la que se solicita riqueza. Incluso puede manifestarse bajo la forma de una mujer de gran belleza que enamora a los humanos.
Sus apariciones de entre las olas marinas se han representado en la pintura. Gracias a estar asociada con el instrumento biwa (vina en sánscrito), una suerte de banjo, se la vincula con las Musas. Posteriormente, se la consideró una de las siete divinidades que traían la buena suerte.
En muchas de sus leyendas locales mencionan sus santuarios. Uno de los principales es el de Itskushima o Miyajima, isla del Templo. Otro lugar célebre por la veneración de Benten es Chikubu-shi-ma en el lago Biwa. Un santuario también de gran prestigio dedicado a Benten se encuentra en E-no-shima, la isla de la Pintura, en las proximidades de Kamakura.
La creencia en tribus de serpientes marinas es muy común y, por consiguiente, abundan los relatos sobre ellas y las misteriosas aguas en las que habitan. Con mucha frecuencia, se las vincula con las tempestades (que el Rey Dragón puede calmar o provocar), así como con las extrañas luces que se observan en el mar. Las luces se denominan Ryu-to (linternas del dragón), y suelen manifestarse en noches de fiesta en determinados santuarios costeros.
Por otra parte, los flujos y reflujos de las mareas se atribuyen al poder de las hadas marinas, las cuales atesoran un joyero de cristal con el que pueden elevar o descender el nivel del mar.
Otra habitante del mar, es Ningyo, la mujer-pescadora, un híbrido con cabeza de mujer de larga cabellera, y cuerpo de pez. Esta suerte de sirena suele mostrarse a los seres humanos para aconsejarles o advertirles. Sus lágrimas son perlas. Acerca de ella se cree que la mujer que coma de su carne logrará juventud y hermosura perpetuas.
Una criatura semejante a un ser feérico de origen marino es el Shojo. Si bien no pertenece estrictamente hablando al mar se piensa que llegó a Japón por medio del agua. Se ha dicho que, probablemente, se trate de una personificación idealizada del simio orangután.
El Shojo es un ser feliz, cuyo mayor placer es la bebida. Es por eso que se le considera el genio del sake. Su rostro es rojizo o escarlata, y su aspecto es siempre juvenil. Lleva un cabello muy largo, que le cuelga casi hasta los pies. Viste con ropas de colores llamativos (rojo y oro), y suele danzar con cierto aire lujurioso.
La imaginación popular japonesa le confirió nuevos elementos al Sennin, el Hombre de la Montaña, hombre ideal del misticismo daoísta[3]. Estos seres son capaces de proezas sobrenaturales de diferente rango y magnitud, pues pueden caminar sobre el agua, volar, cambiar la forma de los objetos o invocar animales fantásticos. Disfrutan de una vida inmortal y serena. Se suele decir que habitan en medio de montañas o en islas, además de en el cielo.
El más conocido de los Sennin es Tobo-saku, Principal Hombre Oriental, junto con Weiwobo, Reina Madre Occidental. El primero es un anciano cuya inmortalidad se simboliza en un melocotón que sostiene en su mano. Representa la renaciente vitalidad primaveral. La Reina Madre, por su parte, vive en una meseta próxima al Cielo. Se trata de una dama de juventud eterna que siempre está rodeada de jóvenes hadas.
Los Sennin están asociados con animales o plantas, que simbolizan cualidades particulares. Un ejemplo notable es el de Rafu-sen, el genio femenino de las flores del ciruelo, flor de los poetas, representante de la primavera, el puro aroma puro y la belleza. Otro es el de Kinko Sennin, Hombre Alto con Arpa, que cabalga sobre una grulla blanca volando por el aire tañendo un instrumento musical. Kiku-jido, por su parte, es el genio de la flor del crisantemo, mientras que Gama Sennin, o Maestro Sapo, puede producir sapos y cabalga sobre uno de ellos.
Además de estos Sennin, existen otros propiamente locales. El más conocido es En-no-Ozuna (Gyoja, o Amo Asceta). Gyoja representa  la mítica figura de un célebre asceta de las montañas del  siglo VIII. Su imagen, sentado en una silla y con un bastón en su mano, puede observarse en gran cantidad de cavernas.
Desde el punto de vista popular se cree que los Sennin pueden perder sus poderes sobrenaturales si ceden a las tentaciones humanas. Este fue el caso de Ikkaku Sennin (Unicornio), quien combatió con la tribu del Dragón, encerrándolos a todos en una cueva. Pero como resultado de su acción nunca más llovió, porque la lluvia estaba bajo el control de los Dragones, de manera que la tierra padeció una dilatada sequía.
El rey de la tierra, Benares, se enteró de la causa de la calamidad e ideó una estratagema para tentar al Sennin y liberar a los Dragones. El rey envió una bella mujer a la montaña donde moraba el Unicornio. El Sennin quedó prendado de la hermosura de la dama y no tuvo inconveniente en beber el vino que le había ofrecido. Cuando el Sennin se embriagó perdió sus poderes y los Dragones pudieron salir de su encierro. Otro de los Sennin que pierden poderes, por deslumbrarse ante una mujer, es Kumé-no-Sennin.
Los Hombres de las Montañas, al margen de su autosuficiencia, conformaban una sociedad, una comunidad. Realizaban asambleas  en un lugar llamado Senkyo, reino de los Sennin, una comarca ubicada entre montañas. En ellas intercambiaban opiniones, tocaban música, componían poemas y meditaban. Dicho reino ideal venía a ser el paraíso de los daoístas.
Las deidades o inmortales, consideradas genios patronos de la fortuna y de la longevidad  conformaban las Siete Deidades de la Buena Suerte (Sichi Fukujin). Estos dioses eran los siguientes. Ebisu, en origen un aborto de primitivas deidades, era como un pez gelatinoso; Daikoku, Gran Deidad Negra, era una modificación del indio Mahakala combinado con el japonés O-kuni-nushi. Se trataba de un ser humano de tez oscura, fuerte y sonriente. Solía llevar un saco al hombro y un martillo en la mano derecha. Se asociaba con la rata; Bishamon, el Vaisravana budista, era el guardián del norte. Asociado con el ciempiés, era un dador de riquezas; Benten, un hada, era la patrona de la belleza femenina. Se vinculaba con la serpiente blanca; Fuku-roku-ju, un genio de la fortuna y la longevidad, había sido en realidad un antiguo sabio daoísta. No obstante, se dice de él que es una encarnación de las estrellas del polo sur. Va acompañado de una grulla blanca, que simboliza la longevidad; Ju-rojin, Anciano de la Longevidad, es también un inmortal daoísta, patrón de la larga vida. Un ciervo pardo es su animal y; Hotei, el que ama a los niños, un monje gordo que se piensa que vivía en China en épocas pretéritas. Se trataba de la encarnación de la alegría y el regocijo en su máxima expresión.
Los espíritus malignos de la arcaica mitología nativa japonesa son muy vagos y bastante sombríos, apenas poco más que nombres concretos. La mayoría de los demonios y seres fantasmales del folclore japonés son de procedencia foránea. Entre dichas criaturas se suelen distinguir, de un modo un tanto convencional, fantasmas simples o formas deterioradas de almas humanas errabundas, demonios, esto es, seres de origen infernal, imaginados con la finalidad de castigar a los malvados, pero en casos convertidos en entidades caprichosas, arteras, cómicas y traviesas, y los Tengu, vampiros aéreos, parecidos a espíritus furiosos.
El oni, diablo, se puede referir a un gigante devorador, a un ogro, a un vampiro e, incluso, a un travieso duende. De modo genérico, no obstante, el oni es un diablo terrible y muy poco agraciado que, desde las regiones infernales, viene en busca de pecadores para llevarlos consigo, o para castigar en vida, aterrorizándolos, a los malvados y crueles. ¨Puede cambiar su forma corporal y el color de su piel. Posee cuernos   y, a menudo, un tercer ojo en la frente. Su vestimenta es escasa y agreste, pues consiste en un taparrabos de piel de tigre.
Puede andar por tierra o volar, y se suele aparecer en una carreta envuelta en llamas para apoderarse del alma de una mala persona que está a punto de fallecer. Los tormentos infernales a los que somete a las almas están claramente enraizados en la mitología budista.
Sin embargo, a pesar de su terrorífico aspecto, el oni del folclore japonés puede llegar a convertirse en un personaje cómico. Tiene una especial predilección por entrometerse en los asuntos humanos, pero muchas veces es burlado con ciertos hechizos y encantamientos.
Una contrapartida de los diablos japoneses es el Shoki, que parece haber surgido de la figura de un oficial cortesano chino, que vivió en el siglo VIII, y que acabó suicidándose debido a sus fracasos como funcionario. Sin embargo, tras su muerte, el emperador le honró y Shoki decidió proteger el palacio imperial contra demonios de toda condición. Se le representa como un gigante, vestido a la usanza oficial china, y portando una corona y una espada en su mano. Siempre con barba poblada, se puede observar su cólera en sus brillantes ojos.
Los gakis son los fantasmas hambrientos, que padecen hambre y de sed continuas. De hecho, delante de ellos los alimentos o bebidas desaparecen quemadas. Estos fantasmas aparecen bien descritos en los libros budistas. No obstante, en el folclore popular japonés son seres infelices, que se ven demacrados y con el vientre hinchado. El vientre voluminoso y una boca ancha reflejan un hambre permanente, de tal modo que es frecuente verles agrupados en lugares en los que hay residuos de bebidas o alimentos. Suele haber bastantes referencias a estas criaturas en los proverbios.
Los shuras, o Espíritus Enfurecidos, habitan en el cielo, en donde se reúnen para pelear entre sí en pequeños grupos. Tienen el aspecto propio de los guerreros, en virtud de que son reencarnaciones de guerreros muertos en combate. Estos seres, eternamente enfurecidos, encarnan el odio y la venganza. Con cierta frecuencia, a estos shuras se les confunde con unas criaturas, tal vez de origen chino, que son una suerte de ogros voladores que reciben el nombre de tengu en la antigua tradición japonesa.
Existen dos tipos de tengu, los principales, jefes, y aquellos que son subordinados o servidores. El jefe tengu utiliza un ropaje rojo y una pequeña corona, y lleva en su mano diestra un abanico hecho de plumas. De expresión iracunda y amenazadora, tiene una nariz prominente, tal vez símbolo de orgullo. Los tengus inferiores están sometidos a un jefe al deben servirle. Su boca se asemeja al pico de un pájaro y su cuerpo posee unas pequeñas alas. Se congregan, como las aves, en bandadas en una enorme criptomeria (una conífera semejante al ciprés) cerca de la residencia del jefe. Desde el árbol vuelan para ejecutar las órdenes de su amo. Por tal motivo se les denomina Koppa Tengu (tengus de reparto). Los tengus son reencarnaciones de aquellos de espíritu arrogante, vengativo, altivo y orgulloso, sobre todo de sacerdotes y de guerreros fallecidos en una contienda.  
Aliados de tengus y onis son los genios del viento y el trueno, rai-jin y fu-jin, respectivamente.  El espíritu del trueno es rojo y el del viento azul. El rai-jin lleva unos pequeños tambores en la espalda, mientras que el fu-jin un saco, del que salen rachas de viento, desde una suave brisa a un vehemente huracán.
Algunos seres fantasmales originalmente japoneses son bastante tardíos. Es el caso de Yuki-onne, la mujer-nieve, una joven de tez blanca, esbelta, atractiva y gentil, o el de Myojo-tenshi, Ángel de la Estrella de la Mañana, que es un joven atractivo, que va vestido como un príncipe. Se aparece a hombres sabios y virtuosos y muy frecuentemente hace de guía de los monjes itinerantes.
En el folclore japonés abundan los cuentos sobre espíritus de bosques, de lagos y fuentes. Los espíritus de los bosques y de las montañas suelen ser criaturas fantasmales, de ambos sexos en tanto que los de las aguas son animales que habitan ese medio, sobre todo peces, serpientes y tortugas. Uno de los genios de la montaña es Yama-uba, Mujer-Montaña. Aunque a veces adopta un aspecto aterrador, en términos genéricos se la representa como una mujer joven de gran belleza, que está casada con un guerrero. Tiene un hijo, de nombre Kintaro (Kintoki). Se trata de un hijo de la naturaleza, robusto, valeroso, que juega con los animales salvajes.
Uno de los cuentos referentes a los espíritus femeninos de las montañas más conocido es el de Morniji-gari. En él se cuenta que un día de otoño, un guerrero subió a una montaña para disfrutar de las hojas de un arce. Cuando entró en el bosque encontró una serie de damas que festejaban. El guerrero se les unió, sintiéndose divertido. Pero mientras disfrutaba con la música y la cerveza de arroz que una de las jóvenes le proporcionaba vio cómo ésta se transformaba en un terrible demonio que, de inmediato, amenazó la vida del confiado guerrero. Éste consiguió despertar del hechizo que lo tenía obnubilado y logró escapar de aquel espíritu traicionero.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP, Granada. Octubre, 2017.



[1] La Goset o Danza de los Cinco Tactos se atribuye desde antiguo a las hadas de las flores de cerezo. Cuando el emperador Temmu (siglo VIII), tocaba el Koto en el palacio de Yoshino, en un paraje de cerezos floridos, surgieron en el cielo cinco hadas tañendo sus instrumentos en armonía con la música del emperador. Las hadas bailaron la danza de los cinco tactos. Con el tiempo,  tanto la melodía como la danza conformarían una de las festividades que se observaban después de cada coronación imperial.
[2] Existen diferencias entre las doncellas celestiales y las marinas en cuanto a los motivos de su regreso. Cuando la doncella-hada baja del Cielo, su vuelta es motivada a que finaliza su tiempo en la Tierra, en tanto que cuando un esposo humano ha descendido al mar, la separación es consecuencia de la ruptura de una promesa dada. La permanencia del esposo en el reino ideal le parece corta, aunque cuando regresa se da cuenta de que en realidad ha sido muy larga. Su vivienda terrestre ha desaparecido y sus parientes han fallecido. Se trata del contraste entre la existencia evanescente de la humanidad y una duración que nunca termina de la vida idealizada y eterna.
[3] Este mito pudo originarse en la China del siglo IV, una época de desintegración socio-política en la que algunos decidieron retirarse del mundo. Posteriormente serían idealizados y se les confundiría con seres sobrenaturales. Su estilo de vida de meditación y reclusión se haría muy popular en Japón. 

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