30 de marzo de 2019

Historias del mito (III): enseñanza, aprendizaje y ejemplo


Trece. Hablábamos, en Bracara Augusta, de comparatismo mítico-religioso. Y se podría comenzar diciendo que las ideas se tienen, en tanto que en las creencias se está. En el comparatismo histórico-religioso se corre el riesgo de llevar a cabo una labor de relativización de la creencia, lo cual puede dar paso a un análisis de la misma, reduciéndola, por tanto, a una idea. El historiador que se acerque a las religiones (antiguas), no está inmerso en un sistema de creencias compartido con aquellos de los miembros de las religiones que estudia. Así pues, debe tratar de salir de esas creencias y comprenderlas desde fuera como algo que puede ser explicado, y entendido, por factores externos. En tal sentido, diría que en la Antigüedad clásica no se desarrolló una historia de las religiones. Únicamente en el siglo XIX podemos empezar a contemplar tradiciones comparatistas (antropológica y lingüístico-cultural). Y ya en el XX, la Escuela de Roma será una de las destacadas (Pettazoni, Sabatucci, Brelich, Eliade), así como la fenomenología de la religión (que va más allá del devenir histórico), caso del notable Van der Leeuw. Ahora bien, con la metodología comparada, el proceso no es observable directamente, sino únicamente “reconstruible”. En esa reconstrucción el proceso no es la realidad misma sino una hipótesis que puede, y quiere, dar sentido a los hechos (único observable), pero que paradójicamente sólo adquieren sentido a la luz de tal hipótesis. Y en esto radica, amigos, el peligro “comparatista”: tomar esa hipótesis por realidad y convertirla en un proceso describible por medio de un relato. Sustancializar la hipótesis supuso, por ejemplo, convertir a los indoeuropeos en una raza, o materializar el “espíritu” griego, categorizar al “hombre” neolítico y catalogar el “genio” romano.
Catorce. En la Metafísica, Aristóteles relacionaba el mito con la historia, entendiéndolo como un recurso aprovechable como sabiduría patrimonial de los ancestros. Tales relatos, “historias” míticas, si bien falsas, eran capaces de persuadir a las masas y podían llegar a ser útiles para las actividades legislativas y la política (en este último caso en cuanto convenientes para la comunidad). En tal sentido, el mito sería lenguaje, un discurso, un retazo de lenguaje (aunque se le considere falso, inferior, deleznable y hasta hostil). Y claro, el mito, al ser, como el lenguaje, pragmático y de funcionalidad político-social es (ajeno al criterio de veracidad), poético y retórico, prestándose a reproducir analógica y alegóricamente un discurso. No es tan descabellado, entonces, que se haya visto el mito como un constructo intelectual (tal cual hizo Detienne) o como un estudio científico (véase, por ejemplo, Fontenelle en Francia). En el fondo, como el concepto de “religión”, o el de “ritual”, el de mito sería un concepto realmente moderno. Su finalidad político-social, de influencia en la acción de los conciudadanos, nos llevaría a asumir que hoy es imposible vivir sin mitos, como también sin ciencia, filosofía o historia, creaciones todas ellas que arrancan del mito. En el entorno académico, todo esto, tarde o temprano, acaba siendo tema de intercambio dialéctico. Se dice que los pensadores (profesores, ensayistas, filósofos, etc.), globalistas (sic) saben poco de mucho; mientras que los especialistas, por el contrario, saben mucho de poco. ¿Será que los expertos pueden llegar a saber todo de nada, y que se podría decir que la duda es admirable, porque es la más preclara manifestación de pensamiento y, por ende, de inteligencia?. Qué duda cabe.
Quince. En Gales, un método habitual para librarse de los duendes consistía en cambiar de residencia, pues se creía que las gentes feéricas no habitaban en casas que pasasen a nuevas manos. Desde hace siglos se cuenta, al respecto, la historia de un granjero de Merionethshire que, atormentado hasta cotas insospechadas por un duende travieso decide, aunque de mala gana, mudarse a escondidas. Una sabia mujer le había recomendado que llevara a cabo una mudanza disimulada, cuyo efecto sería el mismo. Esto es, debería decir en alta voz que se iba a mudar a Inglaterra, reunir luego sus ganados y pertenencias, y después marcharse durante un día a dar una vuelta. El duende abandonaría la casa al hacerlo el granjero, de forma que éste podría regresar por otro camino y encontraría su hogar sin la presencia del duende. Así hizo el granjero, con su ganado, mobiliario, mujer e hijos. Por el camino se encontraron con un vecino que le preguntó si se iba para siempre. Antes de que el granjero pudiera articular palabra y contestar se oyó un agudo chillido que salía de una mantequera que afirmaba que todos se iban hacia un nuevo hogar. Había hablado el duende, que se marchaba con los propios enseres domésticos. De esta manera, el plan del granjero fracasó. Así, tras un profundo suspiro, dio la vuelta para regresar por el mismo camino por el que había venido. Y es que no resulta fácil librarse, ni de funestas presencias ni de aquello que ya ha entrado a formar parte de la cotidianidad del hogar, aunque sea un aparentemente simple duendecillo travieso.
Dieciséis. El célebre viaje de Inanna, en su descenso al inframundo con la intención de ganar poder, da la impresión de rotundo fracaso cuando la debilitada diosa sin sus vestimentas (en las que poseía sus me) se sienta en el trono de Ereshkigal. Es asesinada y colgada. Pero gracias a las instrucciones que la astuta diosa encomienda a Ninshubur, su victoria se logrará en el ascenso desde la Tierra del No Retorno. Gana al resurgir, por mediación de un sustituto (Dumuzi, Geshtinanna). Una excelsa victoria (de renovación) que hasta los Anunnaki anuncian y Enlil ratifica.
Diecisiete. La estirpe real argiva fue la familia más importante, políticamente hablando, de la época mítica en Grecia. Es la más antigua y prestigiosa de la Hélade. Un río, Ínico, es el fundador de la estirpe, y su primer sucesor humano será Foroneo. El río era hijo del titán Océano y de una ninfa de los fresnos. Del tronco del linaje real argivo, del que es el máximo responsable Zeus a través de benéficas uniones sexuales, cuya intención última era la de mejorar a los humanos, surgirán nuevas ramas, tanto en suelo griego (el linaje cadmeo o tebano y el cretense de Minos), como fuera de él. Epidauro, Tirinto, Arcadia también serán territorios conectados con la familia argiva. Agenor (abuelo de Minos), se establece en Siria, reinando en Sidón y Tiro. Además de una hija, Europa, tiene tres hijos varones: Cadmo, fundador del linaje real tebano, Fénix, epónimo de Fenicia y Cílix, epónimo de Cilicia. Tras el rapto de Europa, Agenor envía a sus tres hijos en busca de su hermana. En su dilatado peregrinar fundan colonias fenicias. De Europa, tataranieta de Io, princesa argiva, engendró Zeus a Minos, rey de Creta, a Sarpedón, soberano de Licia y a Radamantis. La transmisión de la mítica realeza por vía femenina se verá con la llega de Dánao a Argos, procedente de Egipto. A través de los hijos de Belo y Anquínoe (ésta hija del río Nilo), la ninfa Menfis, que se llamaba Egipto, y Dánao, entran en acción, por tanto, los países del norte de África. La estirpe regia argiva asimila también la de Pélope. Esta serie de mitos reflejan la presencia de un reino poderoso que mantuvo relaciones con otros reinos a lo largo del Mediterráneo. Los vínculos llegaron a ser, entre otros medios, a través de vínculos matrimoniales, generadores de parentesco. Por otra parte, con ellos Zeus lleva a cabo la definitiva instalación del orden civilizador, de la luz sobre la oscuridad (que representan los Titanes, hijos de la tierra). En otras partes ocurrió lo mismo con la participación de los dioses superiores: en Irlanda, Lug (el Lugus céltico) sobre los Fomorios, sin ir más lejos.
Dieciocho. El desarrollo de las tesis del celtismo tiene su razón de ser en una pasional defensa que de tales teorías llevaron a cabo los principales historiadores del Rexurdimento (Verea y Aguiar, Murguía, Vicetto) o algunos de los mayores literatos gallegos (caso de Eduardo Pondal). Sin embargo, su primario origen se encuentra en las fuentes literarias clásicas. Estrabón y Plinio sitúan al pueblo de los celtici como habitantes del noroeste de la península, mientras que Avieno otorga a los saefes celtas el poder de conquista sobre una población nativa (los oestrymnios). La explicación épica del mito fundador de la estirpe gallega por parte de los celtas será la piedra angular sobre la que se construirá el renacer, cultural, político y lingüístico, de la galleguidad. Fue enarbolado por los eruditos románticos de la Galicia decimonónica. Pero también, además de las fuentes literarias clásicas, los castros y otros restos arqueológicos, amén de los estudios lingüísticos y los hallazgos de objetos en hierro y una rica orfebrería en oro (torques sin ir más lejos), serán argumentos sobre los que se establezca la presencia “céltica” en tierras del noroeste peninsular. Las fuentes (grecorromanas) que los historiadores barajan son ciertamente muy limitadas y, básicamente, de tipo literario. El poeta romano Rufo Festo Avieno aporta ciertos datos en su obra poética del siglo IV, titulada Ora marítima. Inspirado en relatos de periplos marítimos realizados siglos antes de Cristo, identifica a los habitantes de la franja litoral galaica como oestrymnios, un pueblo navegante y comerciante, de hombres valerosos y fuertes. ¿Estamos, sin dudarlo, en la edad de bronce (más bien en el bronce final), momento en el que se producen dos oleadas de pueblos indoeuropeos, invasores de la cornisa atlántica y portadores del hierro?. No está nada claro. Coinciden cronológicamente con las dos edades del hierro en Centroeuropa, pero se diferencian. Ahora bien, es lógico pensar que en una zona geográfica como el noroeste peninsular hubiese más pueblos compartiendo vecindad con tales oestrymnios. En tal sentido, unos y otros se verían obligados a ceder espacios a los nuevos pobladores. Dice Avieno, en sintomático comentario, que una invasión de sierpes desplaza a los “pacíficos” oestrymnios. Las fuentes arqueológicas, por su parte, tampoco son abundantes, aunque algunas merecen el calificativo de notables. En Wessex, en Bretaña, en Irlanda y en Galicia han aparecido joyas manufacturadas, pequeños y grandes tesoros, que (eso sí) se han cargado, en el marco de la memoria colectiva, con símbolos, mitos y leyendas. Los pueblos celtas que se irán instalando en Galicia a lo largo de la cuenca del Sil (provenientes del centro de Europa por la presión germánica) traerían consigo, afirman algunos, un aporte cultural transcendente, lo que incluye la técnica del hierro. En los dos últimos milenios antes de Cristo los márgenes atlánticos del continente europeo contenían, entonces, una “cultura” común. De Portugal a Holanda y a ambos lados del canal de la Mancha existía un florecimiento comercial de productos como el ámbar, el cobre, el estaño o el oro. Las riberas eran la vía de comunicación por excelencia para ese fructífero comercio que proporcionaba riquezas y fama a todos esos pueblos fronterizos con el mar.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga-Tui. 2019

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