24 de junio de 2020

Mito y religión en La vida y la muerte me están desgastando, de Mo Yan




Imágenes (de arriba hacia abajo): imagen pintada de Yama (Enma, Yanluo), el Dharmapala o dios iracundo, sentado delante de su escritorio, en un pergamino del período Azuchi-Momoyama, final del período Sengoku, último tercio del siglo XVI, Japón; portada del libro de Mo Yan, en edición española de la editorial Kailas, del año 2009.

Shengsi pilao (生死疲), publicada en 2006, significa literalmente “el trabajo de vivir y morir”. Se trata de una larga novela que ha sido traducida en varios idiomas como Las Seis Reencarnaciones de Ximen Nao. Al igual que otros títulos de Mo Yan, como El suplicio del aroma de sándalo, por ejemplo, es también una novela histórica que cuenta de un modo pintoresco e innovador, incluso con dosis de humor, la historia de China en la segunda mitad del siglo XX a través de los diferentes ojos de un terrateniente ajusticiado, un tal Ximen Nao (西门闹), que fue ejecutado (injustamente según él mismo refiere) por los campesinos durante la Revolución. Una vez ejecutado, termina encontrándose en el reino del más allá, donde lo espera el gran Rey Yama, el Señor budista de la muerte, que le permite, excepcionalmente, reencarnarse seis veces. Tal excepcionalidad se debe a lo cargante que resulta Ximen Nao, de manera que el dios se harta de él. Una vez convencido de haber obtenido esa gracia, Ximen Nao es engañado por el señor Yama, que propicia que se reencarne primero en un burro y luego, por este orden, en un toro, un cerdo, un perro, un mono y finalmente en un niño. Así pues, encarnaciones animales y solamente al final, en humano.
El personaje principal es, por consiguiente, Ximen Nao, un terrateniente que muere “injustamente” en 1950, justo cuando las nuevas corrientes del comunismo declaran que la tierra debe trabajarse de una manera diferente. Reencarnando en animales diversos y finalmente en un niño hemofílico, el personaje va observando calidoscópicamente la transformación del pueblo, los cambios, a la par que es testigo de la llegada y la despedida de otras generaciones. Cada ciclo de reencarnación es una oportunidad de redimirse, tal y como mandan los cánones budistas, pero también es una forma de contemplar otra serie de nuevas injusticias.
Un aspecto destacable es que Ximen Nao, antes de regresar al mundo de los vivos en sus nuevas formas animalescas, se niega a tomar un brebaje que le permita olvidar todo lo sucedido. De este modo, cuando regresa al mundo de los vivos bajo otra forma, recuerda siempre quién había sido en su vida anterior observando de esta manera toda una serie de cosas y situaciones inevitables. Un factor también determinante radica en el hecho de que todos los animales en los que se reencarna poseen vínculos con las personas que formaron parte de su vida. Todo lo que va descubriendo el pobre Nao configura una historia con valor en sí misma.
Únicamente al final Ximen Nao se reencarna en un niño, Lan Qiansui (Lan Mil años). Se le figura como un infante niño parlanchín, con un cuerpo menudo y delgado, una cabeza inusualmente enorme y una prodigiosa memoria, lo cual le permitirá comenzar a contar su propia historia. Una historia personal, pero en un ámbito social, cultural y político concreto, que abarca un período de unos cincuenta años, durante los cuales Ximen Nao logra deshacerse de cualquier rencor y deseo de venganza contra aquellos que, el mismo considera, le habían faltado al respeto. El trasfondo de la historia de Ximen Nao son los pequeños y grandes cambios que afectarán a China en el transcurso de ese medio siglo, que van desde la reforma agraria al Gran Salto Adelante, de las comunas populares a la Revolución Cultural, hasta llegar a la muerte de Mao Zedong y lo que sucedió históricamente en el país hasta el año 2000. En definitiva, una lección de historia, interpretada desde una concreta perspectiva.
Pero mi interés va hacia otra dirección. Tal y como se puede comprobar al leer esta novela, un elemento religioso-cultural esencial presente es la reencarnación. Como ocurre con otras religiones de India, el budismo afirma el renacimiento o reencarnación. La continuidad mental de una persona, con sus instintos y características, proviene de otras vidas pasadas y continuará en vidas futuras. En función de las acciones propias y de las propensiones acumuladas por las mismas, un individuo puede renacer en cualquier forma de vida dentro de una amplia gama, entendidas como mejores o peores: animal, humana, como fantasma, demonios u otros estados invisibles. En la novela de Mo Yan son animales principalmente los elementos de encarnación.
Todos los seres experimentan un renacimiento recurrente debido a la fuerza de sus actitudes perturbadoras o negativas, como el apego, el enfado o la conducta compulsiva que las mismas generan. Si se siguen los impulsos negativos que emergen en nuestra mente debido a patrones conductuales pasados y se actúa de forma destructiva, se experimentará sufrimiento e infelicidad, pero si la persona se involucra en acciones constructivas habrá felicidad. Por consiguiente, felicidad o infelicidad individual en los renacimientos sucesivos no es una recompensa o un castigo, sino resultado de las acciones previas de la persona, de acuerdo con las leyes de la causa y efecto de la conducta. No obstante, vemos aquí que las sucesivas reencarnaciones de Ximen son claramente resultado de un castigo, con independencia de si son justas o no.
La reencarnación (punarbhava) es una creencia popular asiática, según la cual las personas nacen una y otra vez, en función de la ley karmática. No obstante, deben tenerse en cuenta también un par de aspectos cruciales de la doctrina; por una parte, que la reencarnación ocurre entre una y otra vida, pero también opera de modo constante en la vida ordinaria; por el otro, que la reencarnación acontece de manera diferente en el caso de la gente común y en el de aquellas religiosamente prestigiosas.
El budismo, como otras religiones, se interesa por la muerte y el renacimiento para beneficio de los agonizantes y los fallecidos, aunque también para ayudar a los vivos. Las enseñanzas budistas sobre la muerte y el renacimiento se han aplicado tradicionalmente para instruir a los moribundos, ayudar a que los deudos comprendan y logren aceptar la muerte de la persona. Cuando el cuerpo físico muere, nuestra mente se separa de la carcasa corporal. Durante el proceso del deceso, luego de la extinción sucesiva de los sentidos, la conciencia se retira a un lugar de reposo, en el centro del corazón.
En el caso de una persona común (como es el caso en la novela que nos interesa), la percepción consciente disminuye de forma gradual. Al fallecer le sobreviene una pérdida de conciencia, parecida a la que se produce al quedar dormido. Después de cierto tiempo despierta, pero en un principio no se percata de que ha muerto, hasta que determinadas experiencias revelan lo que ha ocurrido: así, cuando trata de hablar con familiares o amigos, éstos no perciben la presencia ni escuchan palabras; frente al sol, no proyecta sombra; si camina sobre la arena, no deja impronta. Solamente al final se da cuenta de que se ha separado de la vida; es decir, que ha muerto. Esto es lo que va sintiendo el protagonista en la novela de Mo Yan.
Un elemento significativo, incluso para el desarrollo de la trama y las experiencias del protagonista principal, es el que se encuentra en el rey Yama. Se trata de un protagonista secundario, pero de extrema relevancia por lo que decide hacer con Ximen. Es una deidad de la muerte, el señor de los espíritus de los muertos y también el guardián del inframundo En el hinduismo se concebía como el hijo de Surya, deidad solar. Su figura será adoptada en el budismo, si bien su rol y funciones serán un tanto vagas en los textos canónicos, aunque más específicas en el seno de las creencias populares. En ocasiones, su desempeño popular difiere un tanto de la filosofía budista.
Yama determina la justicia que cada alma recibirá tras su fallecimiento, así como el camino que ésta seguirá después de morir. Tradicionalmente, Yama fue considerado el primer humano en morir, de forma que su labor es la de presidir dónde descansarán los muertos. Se le aplica el término Dharma, orden cósmico, pues se dedica a mantener la armonía. Habita en un palacio en Kalichi, que está dentro de Patala, el inframundo, y en las regiones situadas por debajo de la tierra. Se le representa con piel verde, portando ropa roja y una corona brillante con una flor; además monta un búfalo. A menudo se le muestra llevando una soga que emplea para atrapar a la gente.
En el marco de la mitología budista Yama es el Rey del infierno; es un dharmapala o deidad iracunda de la que se dice que juzga a los muertos y preside los narakas  o infiernos así como el ciclo de la otra vida (saṃsāra). En el Canon Pali budista, aquellos que han maltratado a sus padres, ascetas, personas santas o mayores deben enfrentarse, irremediablemente, a Yama.
Los países Theravādin modernos, como Tailandia, Laos o Camboya, retratan a Yama enviando la vejez, la enfermedad, los castigos y demás calamidades a la gente, como serias advertencias de que deben comportarse de forma adecuada. En la muerte, se convoca al fallecido ante su presencia; el dios examina su carácter y envía al fallecido al renacimiento que entiende apropiado, bien sea a la tierra de nuevo (como acontece en la novela), al cielo o a los infiernos.
En mitología china Yán es Dios de la muerte y el jefe de Diyu. También se conoce como Yanluo y rey Yan (Yán Wáng). Tanto en épocas antiguas como en las modernas, Yán se retrata como un gran hombre con cara roja y que frunce el ceño; con ojos saltones y larga barba. Se viste con trajes tradicionales y una gorra de juez o bien una corona que lleva el carácter hanzi ().
Siempre aparece en una forma masculina. Entre sus acompañantes se incluye un juez que sostiene en sus manos un cepillo y un libro, en el que anota el nombre de cada alma y la fecha de deceso asignada. Cabeza de Buey y Cara de Caballo, temibles guardas del infierno, traen al recién muerto para el juicio. Aquellos con méritos serán recompensados con futuras buenas vidas, pero los que cometieron fechorías serán condenados a futuras vidas miserables, que es lo que le acontece a Ximen, aunque con la salvedad de que se le concede el recuerdo, la memoria de sus otras vidas pasadas, una novedad notable que no debe pasar desapercibida por lo excepcional del caso.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, junio, 2020

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