Muchas
son las fuentes referentes a la mitología clásica, latina y griega. En este
caso, nos centramos en una personalidad muy peculiar, como habrá ocasión de
observar más abajo. Me refiero a Gayo Julio Higino, cronológicamente ubicable,
con dudas, entre 64 a.e.c. y 17, nombre del famoso autor de las Fábulas y, según algunas fuentes indirectas
(Aulo Gelio, Columela, Macrobio o Servio) un reputado polígrafo y anticuario, autor
de diversas obras eruditas.
La
única fuente que nos habla de modo directo de Higino es el siempre tamizable
Suetonio, quien dice que fue un liberto de Augusto e hispano de nacimiento (aunque
algunos lo consideran alejandrino, siendo llevado hasta Roma por César como
esclavo después de la toma de Alejandría). Comenta también que dirigió la Biblioteca Palatina, además de ser buen amigo
de Ovidio y de Clodio Licinio (ese consular que también fue historiador en sus
ratos libres). Si Suetonio resulta fiable, Higino sería el primer autor hispano
del que nos ha llegado una obra entera, siendo anterior a Lucano, Séneca o Marcial,
y hasta del controvertido escritor hispano, fuente de Plinio, de nombre Turranio
Grácil, que tal vez fue natural de la sureña Gades.
El
asunto realmente interesante es que a principios del siglo III su particular mitología
fue traducida al griego y, después, recogida como un apéndice en una obra
atribuida a Dosíteo. Gracias a lo poco que ha llegado de la misma se puede
testimoniar un pintoresco caso en la historia de la literatura latina, en tanto
que se trata de uno de los escasos ejemplos de traducción al griego de un texto
latino. El hecho resulta todavía más significativo cuanto que se trata de una
traducción que transmite a los lectores griegos una selección de sus propios
mitos, anteriormente contados al público latino por un erudito que, a su vez, los
había recogido de autores griegos.
Hay
en su obra tres partes básicas, unas genealogías, de inspiración hesiódica, las
fábulas propiamente dichas y los catálogos, ya en la parte final de la obra.
Existe, además, una organización fundamentada en los grandes ciclos
mitológicos, si bien entre tales ciclos se ubican fábulas aisladas sin conexión
con ningún gran ciclo temático, como los castigos en los infiernos, las
distintas metamorfosis o los amores de Júpiter, por ejemplo.
Las
Fábulas se consideran, junto con la Biblioteca de Apolodoro, la principal
enciclopedia mitológica de la Antigüedad, en tanto que con las conocidas Metamorfosis de Ovidio, se configura
como una de las principales fuentes latinas para el estudio de la mitología
clásica. Hablamos, en realidad, de un compendio de fichas temáticas escritas de
forma independiente, una suerte de compilación de resúmenes. Higino yuxtapone
episodios mitológicos, algo muy diferente a lo que hace Apolodoro, que organiza
los mitos en una narración continuada, construyendo una mitología unitaria con
un comienzo y un final (desde la creación del mundo hasta la muerte de Ulises).
Serían una especie de fichas escuetas, con la forma de recursos mnemotécnicos
muy breves que, tal vez, servirían a un rétor para enseñar o al bardo de turno
para cantar las glorias de héroes pasados, desarrollando una historia que él ya
conocería (y que no le aporta Higino).
La
dinámica de hacer acopio de nombres y fuentes responde a su deseo de
proporcionar las distintas variantes en las genealogías de ciertos personajes
así como las diversas versiones de un mismo mito. Con tan precaria información,
al lector no le quedaba más remedio que conocer anticipadamente el mito, si es
que quería enterarse de algo. Además, mezcla sin problemas aparentes, en
ocasiones, mitos con leyendas (la muerte de Eurípides en un templo por culpa de
unos canes, la leyenda de la asiria Semíramis, o Pitágoras).
Resulta
llamativo que siendo conocedor de Ovidio y Virgilio (la Eneida le era más que
conocida, familiar) no haya incluido alguna fábula alusiva a Eneas aunque el
personaje aparezca nombrado, ni tampoco a los orígenes y fundación de Roma.
Este rasgo genera todavía mayor extrañeza si se toma en consideración que la
obra iba destinada a un público latino. Esa extrañeza se hace ya insólita si no
olvidamos que estaríamos hablando (presuntamente) del bibliotecario de Augusto.
Alguien
se preguntará qué nos aporta, entonces, un autor que nos ha legado un texto
oscuro, y en dónde radica su interés. Se dirá que en sus originalidades y en
sus versiones, que difieren de las canónicas o más celebres de los mitos, una
pluralidad que nunca debe desdeñarse, y en el estudio de los mitos, menos
todavía.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, diciembre, 2020.