18 de marzo de 2022

Roma, sus mitos y leyendas: Clelia, Curcio, Jano y Yuturna


Imágenes: arriba, Mucio Escévola ante Lars Porsena, cuadro del pintor Giovanni Francesco Romanelli. Palacio del Louvre, siglo XVII; abajo, el bifronte dios Jano coronando la fuente en el patio de la Casa de Pilato, en Sevilla.

Tito Livio, historiador romano que vivió a caballo entre el siglo I a.e.c. y la primera centuria de la Era, relata en su célebre Historia de Roma un episodio de ordalía en el río Tíber. Muy probablemente se pueda interpretar como la historización de un mito que haría comprensible el origen de la Venus a caballo.

La paz firmada entre Lars Porsenna, a la sazón el rey de Clusium, ciudad etrusca, que había marchado previamente sobre Roma para restablecer en el poder a los Tarquinios, y los romanos, trajo consigo que el soberano etrusco, según se había estipulado, mandase descender al ejercito desde el monte Janículo, para así abandonar el territorio romano. Mucio Escévola, que había intentado asesinar a Porsenna, recibió un merecido reconocimiento por su comportamiento y actitud valerosa en la guerra. Del mismo modo, las  mujeres también solicitaron la obtención de títulos públicos  en virtud de su participación en la defensa de Roma.

Clelia había sido una de las prisioneros del rey Porsenna. Eludiendo a los centinelas se puso al frente de un grupo de mujeres que atravesaron el Tíber. Clelia las condujo sanas y salvas, entregándolas incólumes a sus parientes. Enterado Porsenna de la fuga, envió legados a Roma con la intención de solicitar la exclusiva entrega de Clelia. Una negativa de los romanos supondría considerar roto el tratado, pero si la recibía, la ofrecería sin un rasguño a su familia. Porsenna demostró su admiración por Clelia, señalando que su empresa era muy superior a las hazañas de Horacio Cocles y del propio Mucio Escévola.

Porsenna acabó regalándole a Clelia una parte de los prisioneros, tal y como como ella misma había exigido. Clelia eligió a los más jóvenes. Renovada la paz, Porsenna la obsequió una estatua en reconocimiento de su valentía, algo considerado como desacostumbrado en una mujer. La escultura representaba a una muchacha a caballo. Fue ubicada en la parte más elevada de la Vía Sacra.

Ciertas variantes refieren que la estatua ecuestre respondía al hecho de que Clelia había pasado el Tíber a caballo, o a que Porsenna le había regalado un équido. El mito puede explicar, en consecuencia, el origen de la Venus a caballo y su culto respectivo.

Cayo Μarco Curcio es también una figura legendaria de Roma, reseñada por numerosos autores, como Tito Livio, Suetonio, Plinio, Varrón o Plutarco, entre otros. En los inicios de la República romana se abrió en el Foro romano una grieta, un enorme agujero. Los habitantes de la ciudad intentaron colmarlo. Según un oráculo, para cerrar el gigantesco agujero, los ciudadanos tendrían que arrojar en él, a modo de sacrificio, aquello de más valor.

Curcio interpretó la profecía oracular en el sentido de que lo más valioso que la República de Roma tenía era su juventud y su soldadesca. Por tal motivo, determino sacrificarse por el bien colectivo. Montado a caballo y armado, se consagro a los dioses infernales, arrojándose a la gran sima, que de inmediato se cerró, apareciendo un lago, que desde entonces se conoce con el nombre de Lacus Curtius.

En sus orillas crecieron una vid, un olivo y una higuera, árboles cuya simbología es siempre positiva. En la época imperial se oficializó la costumbre de arrojar monedas al lago como ofrendas a Marco Curcio, considerado el genio del lugar.

Otra variante del mito cuenta que Marco Curcio era en realidad un sabino que, durante la guerra entre Rómulo y Tito Tacio, se hundió con su caballo en los pantanos que existían en las proximidades del Comicio, viéndose entonces obligado a abandonar su montura. Sea de una manera o la otra, el factor agua está muy presente en esta leyenda romana.

Jano es uno de los dioses más arcaicos del panteón romano. Se le representa generalmente con dos caras. Sus mitos señalan que había sido rey en Roma. No obstante, otras versiones apuntan que Jano  era oriundo de la región de Tesalia, desde donde fue desterrado a Roma. Se decía de él que había sido el primero en emplear barcos, así como el inventor de la moneda acuñada. Asimismo se le atribuye la salvación de Roma de la conquista sabina.

Tito Tacio y los sabinos intentaron apoderarse de la ciudad de Roma. Jano hizo brotar del suelo un surtidor de agua cálida que asustó sobremanera a los atacantes, que al ver semejante prodigio huyeron despavoridos. Los mitos asociados al dios le atribuyen a su reinado las características específicas de la Edad de Oro; es decir, paz, abundancia de riqueza, honestidad, tranquilidad. Se podría decir que Jano cumplió el rol de soberano civilizador de los más arcaicos habitantes del Lacio, que ignoraban cómo cultivar, desconocían las urbes y carecían de leyes. Sería Jano quien les enseñase todos esos logros civilizatorios. 

Después de su fallecimiento, Jano se convierte en una divinidad. Presenta las mismas singularidades de los grandes héroes de otros mitos, como Moisés, Habis o Rómulo. Una versión del mito cuenta que Jano se casa con la ninfa Yuturna, con la que tiene un hijo, un dios de las fuentes. Yuturna recibía honores en las orillas del rio Numicio, que pasaba cerca de Lavinium (ciudad del Lacio fundada por Eneas). No obstante, su culto se trasladó a Roma, lugar en donde una fuente sita en el Foro Romano adquirió el nombre de la ninfa. Además, se construyó en su honor un santuario en el Campo de Marte, en una zona pantanosa de la ciudad que Marco Agripa, en la época de Augusto, desecó por completo.

Yuturna ejerció las funciones de una divinidad salutífera, como solían serlo las ninfas. Una versión la convirtió en amante de Júpiter, quien en correspondencia le concedió la inmortalidad, además del reinado sobre el Lacio, las fuentes y los afluentes del Tíber.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, marzo, 2022.

 

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