1 de octubre de 2022

Influencias iconográficas mesopotámicas en la mitología India





Imágenes (de arriba hacia abajo): la Copa de Gudea, un vaso de libación de la II dinastía de Lagash, 2141-2122 a.e.c. Museo del Louvre; detalle de un lateral de la Copa de Gudea. Un mušhuššu se encuentra sobre la hoja de una puerta; sierpe Nâga Muchilinda protegiendo al Buda. Reino de Angkor, Camboya, datada en el siglo XII. Honolulu Museum of Art.; y Yaksa indio de Amaravati, datado en el siglo III. Hoy en el Museo Nacional de Tokio.

Las relaciones entre las deidades indias y los animales se convirtieron en un elemento recurrente en la iconografía. Los animales, adquiriendo un carácter simbólico, ubicados en la parte inferior de los dioses, se transforman en vehículos, vahana, que transporta a la figura representada. Se trata de una representación que duplica el carácter y la energía de la deidad específica. La diosa, Devi, suele mostrarse sobre un león, Siva sobre un toro, de nombre Nandi, mientras que Ganesha, deidad con testa elefantina y señor de los obstáculos, aparece sentado sobre una rata.

Se podría decir que aunque el dios Ganesha supera los obstáculos con la fuerza de un elefante en la selva, la rata, en principio una montura incongruente con la deidad, conoce los impedimentos que hay que superar y sabe còmo hacerlo. El elefante avanza aplastando obstáculos, derribándolos, pero también la rata, con su característica astucia, es capaz de entrar en los graneros cerrados. Uno y otro, por lo tanto, representan el poder de Ganesha para superar cualquier tipo de obstáculo o inconveniente que aparezca en el camino.

Por su parte, el supremo jefe de los genios o yaksa, de nombre Kubera, aparece habitualmente representado de pie sobre un hombre agachado. De ahí que su epíteto principal señale que se trata de aquel cuya montura es un ser humano

Este genio de la fertilidad, la prosperidad y la riqueza, aparece asociado con las montañas y la tierra así como los metales preciosos que se encuentran en el subsuelo. Kubera y su séquito son, en realidad, deidades tutelares de la familia, de ahí su procedencia de la tradición autóctona pre aria, si bien han venido desempeñado desde siempre un rol destacado en el folclore tradicional tanto budista como hinduista. El vehículo-hombre bajo sus pies identifica, y distingue, a Kubera de los reyes y príncipes sobrehumanos. Así pues, el vehículo de la deidad es un aspecto visual que facilita conocer con exactitud quién es la figura que se representa en la escultura o en la pintura.

Aunque pudiera parecer lo contrario, este recurso iconográfico no es indio en origen. Fue importado desde Mesopotamia. La deidad asiria Assur aparece representada de pie o incluso flotando, sobre un animal con cabeza de dragón, garras traseras de águila, cola de alacrán y zarpas delanteras de león. La deidad se muestra rodeada de todo un conjunto de símbolos de seres celestiales diversos, además de Venus, el sol, la luna o la constelación de las Pléyades. Aunque con un aspecto monstruoso, el animal en Mesopotamia desempeña el lugar del vahana de arte de India, desplegando una función similar. Ese animal representa, personificando, en un plano inferior, las energías de la deidad de aspecto antropomórfico.

Estamos, por lo tanto, en presencia de un recurso de origen mesopotámico, cuya antigüedad puede remontarse a la mitad del II milenio a.e.c. A pesar de su evidente arcaísmo, y de las documentadas relaciones comerciales entre las urbes de la cultura del Indo y las ciudades-estado sumerias, en los monumentos de esta civilización del Indo no aparece registrado el motivo.

Es muy probable que haya que buscar el origen del vehículo de las deidades hindúes en la pintura y escritura jeroglífica del oriente Próximo. Un convencionalismo típico de la escritura jeroglífica, en concreto en los pictogramas, consistía en que los caracteres que representaban objetos se usaban para expresar valores fonéticos. Con posterioridad, y con la finalidad de que no hubiese ambigüedades, se añadía un nuevo símbolo, un determinante, que especificaba la referencia exacta del signo original. En forma análoga, en las imágenes de deidades la forma real o la femenina de la figura antropomórfica es un tanto ambigua, de ahí la necesidad de una referencia específica a través de un determinante simbólico que se añadiría debajo.

Un motivo destacado del arte de Mesopotamia que pervive en las tradiciones de India es el de la pareja de serpientes entrelazadas. Se trata de un tema iconográfico, probablemente muy antiguo, tal vez del Neolítico, que aparece de forma bastante habitual en las lápidas votivas que se esculpían en honor de los genios sierpe. Son unas tablas de piedra, de nombre nagakala, que son ornamentadas con distintos ofidios. Responde a la donación que hacían las mujeres que deseaban quedarse embarazadas y tener descendencia. Se ubicaban en los terrenos que rodeaban a los templos, al pie de árboles sacros, en las charcas o estanques (pues estos espacios con agua estaba poblados de nâga) y en las entradas de las poblaciones.

En Misore se pueden observar nagakalas con relieves en los que aparece una reina serpiente del tipo sirénido, con cuerpo humano y cola serpentiforme, así como capuchones de cobra desplegados. Con los brazos doblados sobre el pecho, algunas sostienen dos hijos sierpe que se elevan por encima de sus hombros. En otros casos las reinas serpiente muestran un reptil con varias cabezas y una serie de los mencionados capuchones desplegados. También se puede observar la pareja de serpientes mesopotámica con las cabezas mirándose mutuamente, entrelazadas como si se estuvieran abrazando.

En Mesopotamia el motivo puede apreciarse en un dibujo en la copa sacrificial del rey Gudea de la ciudad de Lagash, una obra datada en torno a 2600 a.e.c. Aquí se observa la pareja de serpientes entrelazadas de frente una a la otra. El motivo se difundiría por India en una época previa a la llegada aria. Se ha conservado, con el añadido de ciertos elementos pre arios no védicos, en muchas tradiciones locales, en especial en el folclore del sur y el centro del país. Los dos ofidios en Mesopotamia eran un símbolo de la deidad sanadora Ningishzida. En tal sentido, se entiende que en Grecia se asociaran a Asclepio, deidad de la medicina.

El rival por antonomasia de la fabulosa y mítica serpiente es el ave fantástica. En la mencionada copa de Gudea se ven dos agresivos monstruos alados con forma de pájaro que están erguidos sobre sus patas con garras de águila y zarpas delanteras de león. Las criaturas aladas representan el firmamento, el reino etéreo, celestial y superior, de manera análoga a como la serpiente representaba el aspecto fertilizante de las aguas en la tierra. Se oponen a los poderes de los ofidios, formando con ellos un antagonismo simbólico de carácter prototípico: cielo frente a tierra.

Debe recordarse que el águila pertenece, en la mitología griega, a Zeus, padre celestial, en tanto que la sierpe acompaña a su hermana y esposa Hera. Diversos episodios míticos resaltan tal oposición. Así, por ejemplo, se puede percibir en los mitos de Heracles. Este héroe era un hijo de Zeus con una mortal, Alcmena. Heracles recibe, siendo todavía un niño muy pequeño un mortal regalo de Hera: unas serpientes que, finalmente, el bebé logra matar.

En la Ilíada los héroes reunidos en el asedio a Troya observan a un águila que lentamente se eleva hacia el cielo llevando entre sus garras a una sierpe llena de sangre. El adivino Calcante interpreta la aparición como un signo de buen augurio, indicador de un inminente triunfo aqueo sobre los troyanos. El ave celestial que destruye al reptil implica la victoria del orden celeste y patriarcal de los griegos sobre el matriarcal de Troya y de la misma Asia, simbolizado por Afrodita. Esta diosa de origen asiático fue la responsable primera de la inmoral acción que desencadenó el conflicto, al persuadir a Helena de que rompiese sus lazos matrimoniales establecidos uniéndose a París.

La serpiente reptadora habita la tierra y personifica el agua. La tierra, madre primordial, es la que alimenta así como la que devora a sus criaturas, de forma que les impide la esfera celestial. El cielo, por su parte, es movimiento libre, que vuela, desplazándose, como lo hacen las aves. En consecuencia, el ave es un principio espiritual superior, que planea en el éter y llega hasta las estrellas. Es la oposición, aunque vinculante, entre la fuerza solar y la energía líquida. El Señor del cielo, que seca la humedad de la tierra, puede poseer alas doradas y un aspecto de monstruoso grifo. Ataca de modo permanente al guardián del líquido vivificante

El ave devora las serpientes (nagasana), y en India lleva el nombre de Garuda, palabra cuyo origen proviene del verbo tragar. Es un pájaro que extermina ofidios gracias a un poder místico que le protege contra el veneno. Su culto popular y su presencia en el folclore están muy extendidos en la tradición hindú. Un ejemplo muy notable se encuentra en la localidad de Puri, en la región de Orissa, en donde aquellos que sufren una picadura de serpiente son llevados a un templo en el que abrazan un pilar con Garuda que se supone impregnado de magia celestial.

Gatruda es frecuentemente representado con patas de buitre, alas, nariz curva en forma de pico y brazos humanos. Con sus temibles garras atenazan a sus víctimas serpentiformes. Tal popularidad se traduce en su función de vehículo divino, en este caso particular del dios Visnú. Lleva al dios sobre sus hombros, mientras Visnú porta en una de sus manos un disco de batalla, disco ardiente solar de mil radios, una rueda que arroja contra cualquier adversario. En Camboya, por ejemplo, el templo entero dedicado a Visnú es soportado por el ave, quien multiplica su forma formando una suerte de cariátides animales que sostienen la edificación. Se trata de un templo considerado la copia terrenal de la morada celestial de la divinidad (Vaikuntha).

Curiosamente, es Visnú un dios asociado a los dos antagonistas. Por un lado, a la infinita serpiente Sesa, personificación y representación de las aguas primigenias del cosmos; por el otro a la implacable ave Garuda, vencedor de la serpiente. Esta paradoja se explica en función de que este dios es la esencia divina que todo lo contiene y que, por consiguiente, contiene toda dicotomía posible. Se muestra diferenciado en las manifestaciones polares, mantenidas en la existencia por medio de una tensión dinámica que forma parte ineludible del proceso creativo del mundo.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, octubre, 2022.


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