Imágenes (de arriba
hacia abajo): la Copa de Gudea, un vaso de libación de la II dinastía de
Lagash, 2141-2122 a.e.c. Museo del Louvre; detalle de un lateral de la Copa de
Gudea. Un mušhuššu se encuentra sobre
la hoja de una puerta; sierpe Nâga Muchilinda protegiendo al Buda. Reino de
Angkor, Camboya, datada en el siglo XII. Honolulu Museum of Art.; y Yaksa indio de Amaravati, datado en el
siglo III. Hoy en el Museo Nacional de Tokio.
Las
relaciones entre las deidades indias y los animales se convirtieron en un
elemento recurrente en la iconografía. Los animales, adquiriendo un carácter
simbólico, ubicados en la parte inferior de los dioses, se transforman en
vehículos, vahana, que transporta a
la figura representada. Se trata de una representación que duplica el carácter
y la energía de la deidad específica. La diosa, Devi, suele mostrarse sobre un
león, Siva sobre un toro, de nombre Nandi, mientras que Ganesha, deidad con
testa elefantina y señor de los obstáculos, aparece sentado sobre una rata.
Se
podría decir que aunque el dios Ganesha supera los obstáculos con la fuerza de
un elefante en la selva, la rata, en principio una montura incongruente con la
deidad, conoce los impedimentos que hay que superar y sabe còmo hacerlo. El
elefante avanza aplastando obstáculos, derribándolos, pero también la rata, con
su característica astucia, es capaz de entrar en los graneros cerrados. Uno y
otro, por lo tanto, representan el poder de Ganesha para superar cualquier tipo
de obstáculo o inconveniente que aparezca en el camino.
Por
su parte, el supremo jefe de los genios o yaksa,
de nombre Kubera, aparece habitualmente representado de pie sobre un hombre
agachado. De ahí que su epíteto principal señale que se trata de aquel cuya
montura es un ser humano
Este
genio de la fertilidad, la prosperidad y la riqueza, aparece asociado con las
montañas y la tierra así como los metales preciosos que se encuentran en el
subsuelo. Kubera y su séquito son, en realidad, deidades tutelares de la
familia, de ahí su procedencia de la tradición autóctona pre aria, si bien han
venido desempeñado desde siempre un rol destacado en el folclore tradicional
tanto budista como hinduista. El vehículo-hombre bajo sus pies identifica, y
distingue, a Kubera de los reyes y príncipes sobrehumanos. Así pues, el vehículo
de la deidad es un aspecto visual que facilita conocer con exactitud quién es
la figura que se representa en la escultura o en la pintura.
Aunque
pudiera parecer lo contrario, este recurso iconográfico no es indio en origen.
Fue importado desde Mesopotamia. La deidad asiria Assur aparece representada de
pie o incluso flotando, sobre un animal con cabeza de dragón, garras traseras
de águila, cola de alacrán y zarpas delanteras de león. La deidad se muestra
rodeada de todo un conjunto de símbolos de seres celestiales diversos, además
de Venus, el sol, la luna o la constelación de las Pléyades. Aunque con un
aspecto monstruoso, el animal en Mesopotamia desempeña el lugar del vahana de
arte de India, desplegando una función similar. Ese animal representa, personificando,
en un plano inferior, las energías de la deidad de aspecto antropomórfico.
Estamos,
por lo tanto, en presencia de un recurso de origen mesopotámico, cuya
antigüedad puede remontarse a la mitad del II milenio a.e.c. A pesar de su
evidente arcaísmo, y de las documentadas relaciones comerciales entre las urbes
de la cultura del Indo y las ciudades-estado sumerias, en los monumentos de
esta civilización del Indo no aparece registrado el motivo.
Es
muy probable que haya que buscar el origen del vehículo de las deidades hindúes
en la pintura y escritura jeroglífica del oriente Próximo. Un convencionalismo
típico de la escritura jeroglífica, en concreto en los pictogramas, consistía
en que los caracteres que representaban objetos se usaban para expresar valores
fonéticos. Con posterioridad, y con la finalidad de que no hubiese
ambigüedades, se añadía un nuevo símbolo, un determinante, que especificaba la
referencia exacta del signo original. En forma análoga, en las imágenes de
deidades la forma real o la femenina de la figura antropomórfica es un tanto
ambigua, de ahí la necesidad de una referencia específica a través de un
determinante simbólico que se añadiría debajo.
Un
motivo destacado del arte de Mesopotamia que pervive en las tradiciones de
India es el de la pareja de serpientes entrelazadas. Se trata de un tema
iconográfico, probablemente muy antiguo, tal vez del Neolítico, que aparece de
forma bastante habitual en las lápidas votivas que se esculpían en honor de los
genios sierpe. Son unas tablas de piedra, de nombre nagakala, que son ornamentadas con distintos ofidios. Responde a la
donación que hacían las mujeres que deseaban quedarse embarazadas y tener
descendencia. Se ubicaban en los terrenos que rodeaban a los templos, al pie de
árboles sacros, en las charcas o estanques (pues estos espacios con agua estaba
poblados de nâga) y en las entradas
de las poblaciones.
En
Misore se pueden observar nagakalas con
relieves en los que aparece una reina serpiente del tipo sirénido, con cuerpo
humano y cola serpentiforme, así como capuchones de cobra desplegados. Con los
brazos doblados sobre el pecho, algunas sostienen dos hijos sierpe que se
elevan por encima de sus hombros. En otros casos las reinas serpiente muestran
un reptil con varias cabezas y una serie de los mencionados capuchones
desplegados. También se puede observar la pareja de serpientes mesopotámica con
las cabezas mirándose mutuamente, entrelazadas como si se estuvieran abrazando.
En
Mesopotamia el motivo puede apreciarse en un dibujo en la copa sacrificial del
rey Gudea de la ciudad de Lagash, una obra datada en torno a 2600 a.e.c. Aquí
se observa la pareja de serpientes entrelazadas de frente una a la otra. El
motivo se difundiría por India en una época previa a la llegada aria. Se ha conservado,
con el añadido de ciertos elementos pre arios no védicos, en muchas tradiciones
locales, en especial en el folclore del sur y el centro del país. Los
dos ofidios en Mesopotamia eran un símbolo de la deidad sanadora Ningishzida.
En tal sentido, se entiende que en Grecia se asociaran a Asclepio, deidad de la
medicina.
El
rival por antonomasia de la fabulosa y mítica serpiente es el ave fantástica. En
la mencionada copa de Gudea se ven dos agresivos monstruos alados con forma de
pájaro que están erguidos sobre sus patas con garras de águila y zarpas
delanteras de león. Las criaturas aladas representan el firmamento, el reino
etéreo, celestial y superior, de manera análoga a como la serpiente
representaba el aspecto fertilizante de las aguas en la tierra. Se oponen a los
poderes de los ofidios, formando con ellos un antagonismo simbólico de carácter
prototípico: cielo frente a tierra.
Debe
recordarse que el águila pertenece, en la mitología griega, a Zeus, padre
celestial, en tanto que la sierpe acompaña a su hermana y esposa Hera. Diversos
episodios míticos resaltan tal oposición. Así, por ejemplo, se puede percibir
en los mitos de Heracles. Este héroe era un hijo de Zeus con una mortal,
Alcmena. Heracles recibe, siendo todavía un niño muy pequeño un mortal regalo
de Hera: unas serpientes que, finalmente, el bebé logra matar.
En
la Ilíada los héroes reunidos en el
asedio a Troya observan a un águila que lentamente se eleva hacia el cielo
llevando entre sus garras a una sierpe llena de sangre. El adivino Calcante
interpreta la aparición como un signo de buen augurio, indicador de un
inminente triunfo aqueo sobre los troyanos. El ave celestial que destruye al
reptil implica la victoria del orden celeste y patriarcal de los griegos sobre
el matriarcal de Troya y de la misma Asia, simbolizado por Afrodita. Esta diosa
de origen asiático fue la responsable primera de la inmoral acción que
desencadenó el conflicto, al persuadir a Helena de que rompiese sus lazos
matrimoniales establecidos uniéndose a París.
La
serpiente reptadora habita la tierra y personifica el agua. La tierra, madre
primordial, es la que alimenta así como la que devora a sus criaturas, de forma
que les impide la esfera celestial. El cielo, por su parte, es movimiento
libre, que vuela, desplazándose, como lo hacen las aves. En consecuencia, el
ave es un principio espiritual superior, que planea en el éter y llega hasta
las estrellas. Es la oposición, aunque vinculante, entre la fuerza solar y la
energía líquida. El Señor del cielo, que seca la humedad de la tierra, puede
poseer alas doradas y un aspecto de monstruoso grifo. Ataca de modo permanente
al guardián del líquido vivificante
El
ave devora las serpientes (nagasana),
y en India lleva el nombre de Garuda, palabra cuyo origen proviene del verbo
tragar. Es un pájaro que extermina ofidios gracias a un poder místico que le
protege contra el veneno. Su culto popular y su presencia en el folclore están
muy extendidos en la tradición hindú. Un ejemplo muy notable se encuentra en la
localidad de Puri, en la región de Orissa, en donde aquellos que sufren una
picadura de serpiente son llevados a un templo en el que abrazan un pilar con
Garuda que se supone impregnado de magia celestial.
Gatruda
es frecuentemente representado con patas de buitre, alas, nariz curva en forma
de pico y brazos humanos. Con sus temibles garras atenazan a sus víctimas
serpentiformes. Tal popularidad se traduce en su función de vehículo divino, en
este caso particular del dios Visnú. Lleva al dios sobre sus hombros, mientras
Visnú porta en una de sus manos un disco de batalla, disco ardiente solar de
mil radios, una rueda que arroja contra cualquier adversario. En Camboya, por
ejemplo, el templo entero dedicado a Visnú es soportado por el ave, quien
multiplica su forma formando una suerte de cariátides animales que sostienen la
edificación. Se trata de un templo considerado la copia terrenal de la morada
celestial de la divinidad (Vaikuntha).
Curiosamente,
es Visnú un dios asociado a los dos antagonistas. Por un lado, a la infinita
serpiente Sesa, personificación y representación de las aguas primigenias del
cosmos; por el otro a la implacable ave Garuda, vencedor de la serpiente. Esta
paradoja se explica en función de que este dios es la esencia divina que todo
lo contiene y que, por consiguiente, contiene toda dicotomía posible. Se
muestra diferenciado en las manifestaciones polares, mantenidas en la
existencia por medio de una tensión dinámica que forma parte ineludible del
proceso creativo del mundo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, octubre, 2022.
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