20 de mayo de 2009

Arqueología en Sudamérica III: Tairona




La cultura Tairona colombiana se divide en dos períodos, Nahuange, del 200 a.n.e. al 900, y Tairona, de 900 a 1600. Desde 200 a.C., se constatan aldeas ubicadas en el litoral, lugar de residencia de ceramistas, orfebres, agricultores, pescadores y mineros de sal, identificados arqueológicamente como poblaciones Nahuange. Con el tiempo, estos pueblos se movilizaron hacia las zonas altas de la sierra y, hacia 900, la población de la vertiente norte de la serranía aparece ya dirigida por poderosos líderes políticos y religiosos, habitando ciudades y poblados pétreos, conectados por caminos, conformando las sociedades de habla chibcha con las que se encontraron los españoles: se trata del horizonte denominado Tairo o Tairona, una sociedad de fuerte orientación teocrática. Entre 600 y 900 hubo un importante desarrollo de nuevos sistemas de poblamiento; las aldeas dispersas por la costa fueron reemplazadas por complejos urbanos en las montañas, rodeados por cultivos intensivos de matiz, yuca y varios frutos. Una red de caminos enlosados servían para la comunicación y el intercambio de los productos entre la montaña y la costa. Para hacer zonas planas para construir viviendas, se levantaron terrazas apoyadas en muros de contención, comunicadas entre sí por caminos y puentes que salvaban el desnivel y que se utilizaban, también, para drenar las aguas de la lluvia. Con cimientos de bahareque, madera o palma, las edificaciones se sostenían con postes de madera. El más destacado ejemplo al respecto es la denominada ciudad perdida (Buritaca 200, ilustración 3), una urbe de piedra, con terrazas superpuestas.
Desde el siglo I existió, por otra parte, una gran producción metalúrgica. En el período Nahuange predominaron piezas elaboradas por martillado, elaboradas con aleaciones de cobre y oro (tumbaga), que le dan un aspecto rojizo (quizá como un referente o código social y político-religioso) a las piezas. Entre los diversos objetos se destacan las águilas doradas. Los orfebres elaboraron águilas tan diversas que parecieran representaciones únicas, inimitables; algunas tienen dos o tres cabezas y cinturas decoradas con aves o con franjas de triángulos que parece representan serpientes. Muchas de las cabezas se recargan de adornos. La relación entre aves y serpientes supone la contradicción entre el vuelo y la quietud. Es muy probable que las águilas hayan servido como identificadores de los grupos de parentesco o de diferencias de jerarquía religiosa o, incluso, que fueran usadas como emblemas de poder entre las diversas poblaciones de la Sierra Nevada. En el período Tairona, las imágenes compuestas por humanos y animales sugieren la representación de chamanes, que fundamentan su poder en su capacidad de transformarse en seres cuyas cualidades adquirirían: fuerza, audacia, agudeza visual, capacidad del vuelo o de desplazamiento subacuático. Naturalmente, es una transformación que tiene lugar en el pensamiento, bajo los efectos de sustancias psicotrópicas, bailes rituales, ayunos y otras privaciones. El chamán así, viaja por regiones desconocidas del cosmos y adquiere poderes y conocimientos para ayudar a un individuo o a la comunidad entera. Una emblemática representación es la del hombre-murciélago. El atuendo suele ser una visera con prolongaciones que simulan las membranas de las orejas del animal, nariguera cilíndrica doble y adornos sub-labiales para simular las carnosidades de algunos murciélagos y otros animales. La producción de objetos metálicos se orientó hacia los adornos personales, aunque ciertos emblemas sólo fueron prerrogativa de las elites, como los grandes pectorales con figuras de hombres-animales. Esta sociedad orfebre, como otras de la zona colombiana, sostuvieron la idea, reflejada en los pectorales, de un Cosmos integrado por varios niveles o mundo superpuestos, conectados e interdependientes, cada uno con peculiaridades y seres propios, a los que se asociaban colores, olores, animales, plantas y espíritus. El Universo se componía, entonces, de una dimensión material visible y de otra espiritual-inmaterial, muy poderosa y oculta para la mayoría. Los pectorales repujados del período Nahuange presentan personajes masculinos en posición desplegada, ataviados con adornos y grandes tocados en abanico, y son llevados en andas por figuras humanoides o animalescas: murciélagos, aves, reptiles. En uno de los pectorales que aquí mostramos (ilustración 2, período Nahuange), se observa un personaje que, para algunos estudiosos, representa la deidad solar en su desplazamiento anual por el horizonte entre los dos solsticios. Los animales (cánidos) que lo trasladan pueden vincularse con ordenaciones cosmológicas. En términos generales, las aves se asocian a los niveles superiores, aéreos, y los murciélagos al inframundo. En el otro pectoral (primera fotografía, también del período Nahuange), vemos una figura, quizá representado al sol en su desplazamiento, con varios animales en la parte inferior y un gran tocado en la cabeza. Las cosmologías dictaban las normas para las relaciones con la naturaleza; solía ser un rasgo común que el hombre se considerara a sí mismo parte de su medio; es decir, sociedad y entorno natural conformaban una unidad. Muchas veces, en este sentido, la cacería se asimilaba a un acto de seducción del cazador hacia su presa, o hacia una relación de reciprocidad, según la cual el cazador, al capturar la presa, debe dar una retribución, en forma de cantos, bailes u ofrendas de diverso tipo. Tal relación ritual es observable también en poblaciones de Norteamérica, sobre todo entre los Inuik.
Prof. Dr. Julio López Saco


2 comentarios:

  1. me ayudo muchisimo la información de tu blog!! te agradezco que compartieras todos esos conocimientos!! :P
    gracias

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