La primera imagen
corresponde a un plato (llamado “mesa de brujo”), que se apoya en siete
ancestros o deidades, vestidos como la clase gobernante. Para comunicar la idea
de abundancia, el plato se decora con ranas (un símbolo de lluvia y fertilidad)
y con frijoles, consideradas unas semillas milagrosas porque reproducen múltiples
veces el pequeño grano sembrado. La segunda foto es una pieza, denominada
también “mesa de brujo”, que refiere un símbolo natural de ferocidad, pero
también de fertilidad, como se aprecia en el borde, transformado en cuerpo de
animal. Nos recuerda un gran señor, quizá un patrón de ceremonias, a través de
la imagen de las piernas y los rostros en las rodillas. Ambas piezas pertenecen
a la cultura Jama-Coaque de Ecuador.
El Período de Desarrollo Regional,
desarrollado entre 300 a.n.E. y 400, verá el despliegue de sociedades
teocráticas (la divinidad se identifica por medio de rasgos característicos y
estereotipados de animales míticos del tipo caimán, felinos, serpiente o
águila, que simbolizan las fuerzas naturales, como el agua, la tierra o el
aire), especializadas y de clara estratificación social. Ahora, los centros
ceremoniales son sedes del culto divino (La Tolita, San Isidro). En ellos, los
sacerdotes-chamanes imponen una ideología común y, quizá, desempeñen roles
políticos, conformándose también como líderes regionales controladores, al lado
de las familias principales, del poder económico y político. Podemos constatar ya,
en tal sentido, una oposición contrastante entre el ámbito urbano y el rural. A
través del desarrollo marítimo se afianzaron los contactos con Mesoamérica.
Tanto fue así que las Culturas Jama-Coaque y La Tolita muestran estilos
decorativos cercanos a los mesoamericanos. También la metalurgia ahora logra
éxitos sin precedentes a través de las aleaciones y las técnicas de orfebrería.
La agricultura intensiva hizo
necesaria la presencia de un especializado estamento social que necesitaba
legitimar su rol dirigente. Lo alcanzó a través del aparato religioso. Los
encargados de las actividades religiosas poseían saberes sobre las relaciones
entre los fenómenos cósmicos, como el Sol, la Luna o las estrellas, los eventos
climáticos y los marinos (lluvias, mareas). Con ello desarrollaron un sistema
de observación astronómico y un calendario, crucial para la programación de las
campañas agrícolas. Así, los campesinos reciben un conocimiento y ellos, a
cambio, entregan una parte de su trabajo y de su producción. Los sacerdotes hicieron de los dioses
portadores de dualidades. Con la finalidad de hacerlos llegar al común de las
gentes, idearon imágenes que fueron hechas realidad gracias a los artesanos.
Unos y otros elevaron, en materiales como el hueso, la piedra, el oro o la
cerámica, un mundo de deidades, dueñas de los poderes y acreedores del trabajo
de las demás gentes, estableciendo un sistema teocrático.
La cosmovisión religiosa se
fundamentaba en la naturaleza. El ser humano era concebido como aparte de un
todo inseparable. Todos los seres poseían espíritu, incluidos los difuntos y,
en especial, los ancestros. Sacerdotes y chamanes eran los guías espirituales y
los médicos que tenían la función de mantener la salud y el equilibrio. Por tal
motivo, eran mediadores entre dioses, seres humanos y el medio ambiente. Aunque
los sacerdotes pudieron detentar unciones administrativas y políticas, tal
poder no era individual, sino grupal: estaría conformado por ellos, por gentes
de alta jerarquía y por personajes ricos. Esta estructura de poder conformó una
elite regional que se encargaría de dominar los poblados de menor rango a
través de alianzas familiares y el pago de tributos. A través del aparato
religioso el grupo dirigente propició el fundamento de su autoridad. Manipulaban
los objetos sacros (emblemáticos y de significación espiritual) como símbolos
de poder. Entre ellos destacaban los adornos (orejeras, narigueras,
pendientes), elaborados en materiales nobles, como la turquesa, el oro o el
Spondylus. Al acaparar y manipular objetos de esta índole el grupo dirigente
tejió redes comerciales y sociales sobre distintos territorios, a cuyos jefes
locales se les permitía integrarse a cambio de explotar ciertos recursos. De
alto rango eran también los orfebres, mercaderes y los constructores de templos
y de las obras de infraestructura agrícola. Estamos, pues, ante sociedades
estratificadas pero sin un poder central. El poder político de los grupos de
individuos de alta jerarquía, cuyo estatus dependía del control de la producción,
no era de carácter hereditario, y por eso necesitaba ser reforzado organizando
festejos y entregando regalos de cuando en vez.
La sociedad Jama-Coaque comenzó su
andadura hacia 350 a.n.E. y la finalizó en 1532. El sitio San Isidro, el
principal de esta cultura, fue un importante centro ceremonial y administrativo
de carácter regional. El asentamiento estuvo habitado hasta mediado el siglo
XIII. Una primera ocupación, temprana, corresponde a Valdivia, y una segunda
ocupación a Chorrera (Fase Tabuchila). La tercera ocupación es la que pertenece
a Jama-Coaque, cuyos elementos culturales son derivados de Chorrera. Localmente
se conoce como Fase Muchique. Su larga duración se prolonga hasta la temprana
época colonial. Es muy probable que se correspondan con la población histórica
que los primeros cronistas mencionan como Campace. Jama-Coaque I es una
sociedad de rango controlada por una minoría de población rica gracias al
comercio de larga distancia por tierra y mar. Los contactos con culturas
coetáneas sugieren relaciones con grupos de Mesoamérica, como se evidencia en
las figurillas emplumadas, las hibridaciones entre animales y humanos, ciertos
animales míticos, máscaras y figuras articuladas.
La producción cerámica, labor de
artesanos especializados, se destaca por la presencia de figuras pintadas (en
color amarillo, rojo, verde y negro). La gama de personajes es amplia: desde
personas de rango ligadas al ceremonial, hasta músicos, agricultores,
cazadores, artesanos y guerreros. Un grupo relevante es el de los chamanes, que
usan hojas de coca y se les vincula con animales, sobre todo felinos, que
evocan a los ancestros y espíritus naturales. El jaguar fue el principal animal
sacralizado por sus características más sobresalientes: fortaleza y tamaño. Se asociaba
con el sol y, por tanto, con la fertilidad de los campos de cultivo. Otros
animales muy representados fueron la serpiente y el águila harpía, ambos
asociados a seres míticos celestiales e inframundano. La vida ceremonial se
testimonia por medio de los adornos de muchas de las figuras, sobre todo
máscaras, joyas, diversos tocados y armas, además de a través de sus
vestimentas. Las figuras más ataviadas son de género masculino, mientras que
las que representan a mujeres aparecen con faldas pero con los pechos y torsos
desnudos, si bien decorados con pintura corporal, quizá tatuajes, además de
adornos en forma de brazaletes y collares. La elegancia de los tocados
femeninos, así como de los tatuajes pudiera implicar un carácter simbólico
asociado a un rango religioso. Ello supondría que las mujeres manejarían
centros ceremoniales y estarían a cargo de organizar actividades rituales
diversas. Los mercaderes también fueron, finalmente, muy representados en forma
de figurillas cerámicas. Suelen aparecer con recipientes a sus espaldas en
forma de canastos para transportar sus mercancías.
Prof. Dr. Julio López Saco
Maestría en Historia de América, UCV y UCAB, Caracas.
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