EL TOFET DE CARTAGO DEDICADO A TANIT Y BAAL, HOY EN EL BARRIO DE SALAMBÓ
Una idea extendida en el mundo
antiguo era que el muerto debía ser instalado en su definitiva morada de
eternidad en las mejores condiciones de sobrevivencia física, incluso de comodidad
y protección. En las sepulturas cartaginesas aparecen una serie de objetos que
rodean al difunto, denominados rephaim,
una apelación que pudiera evocar tanto la nostalgia de una ausencia de vida como
un estatus casi divino, semejante al makaroi
griego. En las tumbas, los amuletos y figurillas de terracota cumplían una
función de protección. Uno de los objetos más notables encontrados en las
sepulturas son las navajas de afeitar, decoradas con temas religiosos, como
escenas de oración y representaciones de divinidades, egipcias y
fenicio-púnicas, además de figuras míticas. Colocadas en las tumbas se
convertían así en talismanes protectores, en función de que se asociaban a
actos de piedad realizados en vida por esos difuntos.
Abundaban, así mismo, las máscaras
de terracota, cuya intención era apotropaica, sobre todo cuando eran grotescas
o gestuales. Es muy probable que las mismas sugieran disfraces rituales, quizá
de iniciados. En aquellas de rostros femeninos, mucho más escasas, podría identificarse
a Tanit, mientras que en las máscaras masculinas, a Ba'al Hammón, quien figura
con los rasgos de un anciano barbado. En las máscaras más juveniles, con barbas
menos abundantes, es factible reconocer a Melqart o a Eshmún. De este modo, los difuntos conservaban en la tumba la
función protectora que se les reconocería en vida cuando portaban tales objetos
colgados del cuello.
Otra categoría de máscaras
relevante era aquella que muestra rostros, siempre femeninos, esbozados sobre
cáscaras de huevo de avestruz. En ellas pueden apreciarse tres manchas de color
rojo, hechas con cinabrio, que marcan la boca y los dos pómulos pintados. Pero
fundamentalmente, destacan los dos enormes ojos, con las pestañas bien remarcadas,
cuyas miradas son las de figuras mágicas, con ojos muy abiertos en la oscuridad
de la tumba para ahuyentar así a los malos espíritus. Recuérdese que el huevo
es un símbolo universal de vida. De hecho, en Cartago, a partir del siglo VII
a.e., los huevos decorados se han encontrado con relativa regularidad en el
litoral del occidente argelino y en la Península Ibérica.
En relación a las prácticas
funerarias, debe decirse que el ritual de la incineración, bastante minoritario,
coexistió con el uso de la inhumación. El recurso a la incineración, sobre todo
en la época más arcaica de Cartago, no parece que fuera acompañado de una
espiritualización de las creencias relativas a un Más Allá. En cualquier caso,
a partir de finales del siglo V a.e., se generaliza la práctica de la
cremación. En la época helenística, desde el siglo IV hasta inicios del siglo
II a.e., la sepultura más frecuente fue una pequeña cista de piedra caliza, con
tapa a dos aguas, que contiene los restos incinerados. En estos casos, el ajuar
es muy escaso o incluso, inexistente.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
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